Elimina las prisas de tu vida

John Mark Comer

Fragmento

Prefacio:
Autobiografía de una epidemia

Es domingo por la noche. Son las 10 p. m. Apoyo mi cabeza contra el vidrio de un Uber, demasiado cansado como para siquiera sentarme erguido. He predicado seis veces hoy. Sí, seis. La iglesia que pastoreo acaba de agregar otra reunión. Eso es lo que haces, ¿no? ¿Hacer lugar para la gente? Lo hice bien hasta la cuarta charla, no recuerdo nada después de eso. Estoy más que cansado, emocional, mental y hasta espiritualmente.

La primera vez que hicimos seis encuentros, llamé al pastor de una mega iglesia en California que venían realizando seis servicios desde hacía un tiempo.

—¿Cómo lo haces? —le pregunté.

—Fácil —me dijo—. Es como correr una maratón una vez a la semana.

—De acuerdo, gracias.

Clic.

Espera… ¿Una maratón no es muy difícil?

Yo corro carreras de larga distancia.

Este pastor con el que hablé tiene un amorío y abandona la iglesia.

Eso no es muy prometedor para mi futuro.

Ya estoy en casa, cenando tarde. No puedo dormir, tengo ese sentimiento de estar agotado pero acelerado. Destapo una cerveza. Me tiro en el sofá a ver una película de kung-fu que nadie conoce. En chino, con subtítulos. Keanu Reeves es el malo. Me encanta Keanu.1 Suspiro. Últimamente, la mayoría de mis noches terminan así, en el sofá, mucho después de que la familia se vaya a dormir. Nunca antes me interesó el kung-fu. Me pone nervioso. ¿Acaso este es el anuncio de que una enfermedad mental se asoma por el horizonte?

“Todo comenzó cuando se obsesionó con películas de artes marciales…”

Pero la cuestión es que me siento un fantasma. Mitad vivo, mitad muerto. Más adormecido que otra cosa, chato, unidimensional. Vivo con una corriente constante de ansiedad que casi nunca desaparece y un tinte de tristeza, pero, sobre todo, me siento espiritualmente vacío. Es como si mi alma estuviese hueca.

Mi vida es muy rápida. Me gusta que sea rápida. Tengo una personalidad de tipo A. Soy alguien motivado. Un tipo al que le gusta hacer las cosas y sacárselas de encima. Pero ahora ya me supera. Trabajo seis días a la semana, desde temprano hasta tarde y, aun así, no hay tiempo suficiente para poder hacer todo. Peor aún, siento como si viviera apurado. Como si estuviese atravesando cada día, tan ocupado con la vida, que me pierdo los momentos. Y, ¿qué es la vida sino una serie de momentos?

¿A alguien más le pasa? No puedo ser el único…

Lunes por la mañana. Me levanto temprano. Me apresuro para llegar a la oficina. Siempre con prisa. Otro día de reuniones. Odio las reuniones. Soy introvertido y creativo y, como la mayoría de los millennials, me aburro muy fácilmente. Que yo participe de muchas reuniones es una idea terrible para los involucrados. Pero nuestra iglesia creció muy rápido y eso es parte del problema. Dudo en decir esto porque, créeme, es hasta incómodo: sumamos más de mil personas al año durante siete años seguidos. Creí que esto era lo que yo quería. Una iglesia de rápido crecimiento es el sueño de todo pastor. Pero algunas lecciones se aprenden mejor de la forma difícil. Resulta que, en realidad, no quiero ser el director ejecutivo de una ONG, el experto en recursos humanos, el gurú de la estrategia, el líder de líderes de líderes, etc.

Me metí en esto para enseñar el camino de Jesús.

¿Es este el camino de Jesús?

Hablando de Jesús, tengo este pensamiento aterrador acechando en el fondo de mi mente. Es una pregunta constante en mi conciencia que no desaparece.

¿En quién me estoy convirtiendo?

Acabo de cumplir treinta (¡nivel tres!), así que tengo un poco de experiencia. Lo suficiente como para marcar un trayecto que forme el arco argumental de mi vida unas décadas por delante.

Me detengo.

Respiro.

Me veo a mí mismo a los cuarenta. A los cincuenta. A los sesenta.

No es nada lindo.

Veo a un hombre que es “exitoso”, pero por los parámetros equivocados: el tamaño de la iglesia, la venta de libros, las invitaciones a predicar, las estadísticas sociales, etc. Ahora se suma el nuevo sueño americano: una página propia en Wikipedia. A pesar de todas mis charlas acerca de Jesús, veo a un hombre que no está sano emocionalmente y es superficial espiritualmente. Aún sigo casado, pero por deber, no por placer. Mis hijos no quieren saber nada de la iglesia. Ella era la amante elegida por papá, una amante ilícita a la que corrí para esconderme del dolor de mis heridas. Básicamente, soy el mismo pero más grande y peor: estresado, nervioso, listo para herir a las personas que más amo, infeliz, predicando una forma de vida que suena mejor de lo que realmente es.

Ah, y siempre con prisa.

¿Por qué tengo tanto apuro por convertirme en alguien que ni siquiera me agrada?

Eso me impactó como un tren de carga. En Estados Unidos puedes ser un éxito como pastor y un fracaso como discípulo de Jesús. Puedes ganar una iglesia y perder tu alma.

No quiero que esta sea mi vida…

Tres meses después estoy volando a casa desde Londres. Estuve una semana aprendiendo de mis amigos anglicanos carismáticos acerca de la vida en el Espíritu. Es como si fuese otra dimensión distinta a la realidad que he estado ignorando. Pero con cada milla hacia el este, vuelo de regreso a una vida que temo.

La noche antes de partir un hombre llamado Ken oró por mí con su elegante acento inglés. Él me dio una palabra acerca de que iba a llegar a una encrucijada. Un camino estaba pavimentado y llevaba a una ciudad con luces. El otro era un camino de tierra en una selva que llevaba a la oscuridad, a lo desconocido. Debo tomar el camino sin pavimentar.

No tengo idea de lo que esto significa, pero sé que significa algo. Mientras él lo decía, sentí que mi alma temblaba frente a Dios. Pero ¿qué me está diciendo Dios?

Aprovecho para ponerme al día con el correo electrónico. Los vuelos son buenos para eso. Estoy atrasado, como de costumbre. Malas noticias otra vez, algunos del equipo están molestos conmigo. Estoy comenzando a replantearme todo esto de la megaiglesia.2 ¿De veras esto es todo? ¿Un montón de gente que viene a escuchar una charla y luego vuelve a su vida sobrecargada? Pero mis preguntas surgen de forma molesta y arrogante. No estoy bien emocionalmente, solo estoy derramando desechos químicos sobre nuestro pobre equipo.

¿Qué significa ese axioma de liderazgo?

“Según van los líderes, también va la iglesia”.3

Diablos, solo espero que nuestra iglesia no termine como yo.

Estoy sentado solo en el asiento 21C, preguntándome cómo responder otro mensaje, estresante y se me viene a la cabeza un pensamiento. Tal vez sea la atmósfera delgada de los treinta mil pies de altura, pero no lo creo. Este pensamiento ha intentado aparecer durante meses, o hasta años, pero no le he dado lugar. Es demasiado peligroso. Es una gran

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