Porfirio Díaz. Su vida y su tiempo II

Carlos Tello Díaz

Fragmento

Título

Introducción

Porfirio Díaz, su vida y su tiempo dedica La guerra (1830-1867) a narrar la vida del general Díaz desde su nacimiento en Oaxaca hasta la ocupación de la capital del país al frente de sus tropas, con lo que culmina la lucha contra la Intervención y el Imperio. La ambición (1867-1884) cuenta la historia de lo que sucedió después. En el verano de 1867, con el triunfo de la República, los liberales conquistaron el poder en México. Sus enemigos, los conservadores, fueron relegados para siempre del gobierno: estarían a partir de entonces dedicados nada más a sus negocios, no volverían a participar jamás en la política de su país. Al momento del triunfo, sin embargo, los propios liberales fueron consumidos por la discordia. Llegaron confrontados a las elecciones del otoño, divididos con respecto de la reelección del presidente Juárez. Unos estaban a favor; otros estaban en contra. Los que estaban en contra postularon la candidatura de Porfirio Díaz, el general más popular del Ejército de la República. Este suceso marcó el comienzo de un periodo de la historia del país —poco recordado, por anticlimático— que enfrentó durante una década a los liberales, primero juaristas y porfiristas, después porfiristas y lerdistas, incluso iglesistas, y que terminó con la reconciliación de todos ellos bajo el liderazgo del general Díaz. La reconciliación, posible porque sus diferencias eran personales, más que doctrinales, resultaba necesaria para sentar las bases de la paz, indispensable a su vez para el desarrollo del país. Una vez lograda, a fines de los setenta, llegó el progreso a México, contundente, simbolizado por los ferrocarriles que hicieron su aparición en ese momento del siglo XIX.

Los historiadores de finales del siglo, entre los que destacan Ignacio Manuel Altamirano, Francisco Cosmes y Justo Sierra, Ricardo García Granados y Emilio Rabasa, vieron continuidad en los gobiernos que presidieron Benito Juárez, Sebastián Lerdo, Porfirio Díaz y Manuel González, entre 1867 y 1884. Algunos de ellos, protagonistas de los hechos que describen en sus libros, colaboraron incluso con todos esos presidentes. Tras el triunfo de la Revolución, sin embargo, surgió la necesidad de reescribir la historia del tercio con el que concluye el siglo XIX. Quiero decir, la necesidad política. Había que hacer una distinción entre Díaz, derrocado por la Revolución, y Juárez y Lerdo, protagonistas de la resistencia contra la Intervención y el Imperio. Daniel Cosío Villegas fue quien le dio prestigio intelectual y académico a la teoría de la ruptura en la obra en varios tomos —monumental, imprescindible— que coordinó sobre ese periodo, la Historia moderna de México. Ella popularizó los términos, definidos por él, para marcar esa ruptura: la República Restaurada y el Porfiriato. Este libro defiende la tesis de la continuidad. La historia que aquí cuenta ilustra la forma en que los gobiernos de Juárez, Lerdo, Díaz y González, a pesar de sus diferencias, promovieron el desarrollo del proyecto liberal, que estaba centrado en la modernización de México. Todos ellos, por esa razón, enfrentaron dificultades que fueron similares, muchas de las cuales tenían su origen en la Constitución de 1857. Entre ellas destaca la resistencia de los pueblos y las comunidades frente a lo dispuesto por el Artículo 27º, que prohibía la propiedad comunal de la tierra en México. Destaca también la inconformidad de los grupos que resultaban marginados en las elecciones, una de las consecuencias de la imposibilidad de hacer efectivo el sufragio universal, conforme lo mandaba la ley reglamentaria del Artículo 76º.

En este tomo de la biografía de Díaz, como en el pasado, privilegié la voz de los contemporáneos de los hechos, la voz de los protagonistas y los testigos, escuchados a través de sus cartas, sus diarios, sus libros y sus testimonios. La deuda que tengo con los historiadores que han escrito sobre los sucesos aquí narrados, a su vez, está expresada en la bibliografía del libro, que es extensa, a pesar de haber sido resumida. En ella, junto a los libros y los artículos que leí, también menciono los archivos más importantes que consulté, en Oaxaca y en México. Fueron muchos los que me facilitaron ese trabajo. A todos ellos les doy las gracias. Quiero resaltar aquí la ayuda de Rosario Páez, encargada del Fondo Reservado de la Hemeroteca Nacional de México, donde pasé muchos días, y el apoyo de María Eugenia Ponce y Luis Inclán en mis visitas, muy frecuentes, a la Colección Porfirio Díaz y al Archivo Manuel González en la Universidad Iberoamericana. En los Estados Unidos tuve, asimismo, acceso a varios acervos, entre ellos los de la Colección Latinoamericana Nettie Lee Benson (donde fui asistido por Michael Hironymous) y los del Centro de Historia Americana Dolph Briscoe (donde recibí la ayuda de Kathryn Kenefick). Ambos los pude consultar gracias a una beca de la Coordinación de Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México. El libro tiene una deuda con el Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe, donde trabajo en la UNAM, y tiene asimismo una deuda con el gobierno de Puebla, que apoyó una parte de la investigación por medio de la Secretaría de Cultura y Turismo. Ambos son coeditores del libro. Entre las personas que me brindaron su ayuda, muchas, quiero destacar al investigador Angel Gilberto Adame, con cuyo talento fue posible despejar uno de los misterios que aún quedaban por descubrir en la vida de Porfirio Díaz: el nombre y la historia de la mujer con la que concibió a su hijo Federico. A mi familia, por último, pero en primer lugar, le doy las gracias por la solidaridad, el amor y la paciencia con que me vio trabajar durante todos estos años.

CARLOS TELLO DIAZ,
México, 2018

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