Barco

Malcolm Deas

Fragmento

PRÓLOGO Y JUSTIFICACIÓN

Al menos hay tres libros sobre Barco que conozco bien. El primero fue una compilación que hice en compañía de Carlos Ossa, El Gobierno Barco: Política, economía y desarrollo social, 1986-1990, publicado por Fedesarrollo y el Fondo Cultural Cafetero en 1994. El segundo es la biografía escrita por Leopoldo Villar Borda, Virgilio Barco. El último liberal, publicado por Intermedio Editores en 2018. Y el tercero es el libro que el lector tiene en sus manos.

Son tres libros distintos.

Al reunir los textos que conformaron El Gobierno Barco, queríamos presentar un resumen preliminar de la administración, mientras las memorias de los participantes aún estaban frescas. Con la esperanza —pienso que justificada— de evitar exceso de orgullo en los protagonistas y exceso de virulencia en los críticos, para ciertos capítulos claves contrastamos la versión escrita por personas que no formaron parte de la administración. En suma, cubrimos todos los aspectos del gobierno, y el libro sigue siendo indispensable: merece una nueva edición.

Por su parte, el libro de Leopoldo Villar Borda, amigo y colaborador en el gobierno de Virgilio, es una biografía clásica en el molde de su obra anterior: Alberto Lleras Camargo, El último republicano, que se publicó en 1996. Cuando apareció su biografía sobre Barco, yo ya había completado los borradores casi finales de mis capítulos. Leopoldo y yo coincidimos en el estudio de varias fuentes y archivos, con un tácito acuerdo de no preocuparnos del trabajo del otro. He aprovechado ciertas observaciones suyas, siempre con la debida referencia, y así he evitado repeticiones innecesarias, pero confío en que mi enfoque es distinto.

Me reuní con Barco en varias ocasiones: un par de veces en su presidencia me invitó a almorzar y lo visité en su embajada en Londres. Pero no pretendo haber sido un amigo íntimo, ni soy Liberal, aunque sí liberal. Como extranjero de nacimiento —si bien ahora tengo la doble nacionalidad—, he seguido el curso de la historia reciente con una curiosidad distinta a la de los colombianos nativos, y como académico he puesto más atención al contexto, a analizar el trasfondo de las coyunturas, que a las personalidades, sin que eso disminuya a mi juicio la importancia del fuerte y singular carácter de Virgilio Barco.

Como historiador inglés siento la relativa escasez y debilidad de la historia política en la Historiografía colombiana de las últimas décadas, así como ciertas limitaciones en la Ciencia Política, entre otras su débil tratamiento del tema de liderazgo, de la incapacidad o falta de voluntad para enfrentar las coyunturas en su totalidad. Pero sin duda hay excepciones; van unos ejemplos: el libro de Álvaro Tirado Mejía sobre el primer gobierno de Alfonso López Pumarejo: Aspectos políticos del primer gobierno de Alfonso López Pumarejo (1934-1938), Bogotá: Procultura,1981; la maravillosa obra, detallada y pionera, de Mario Latorre: Partidos y elecciones en Colombia; varios capítulos de un libro poco leído, de Fernando Cepeda: Fortalezas de Colombia; el estudio de la carrera de Juan de la Cruz Varela, y de Sumapaz, de Rocío Londoño, y los aportes de Silvia Galvis y Alberto Donadío: El jefe supremo, Rojas Pinilla, en la violencia y el poder. Y hay señales de un renaciente interés histórico y descriptivo en los últimos libros de Francisco Gutiérrez Sanín; en el rico y paciente estudio de la política de Córdoba, de Gloria Isabel Ocampo: Poderes regionales, clientelismo y Estado, y en Democracia feroz, de Gustavo Duncan. De vez en cuando hay excelentes análisis de las coyunturas políticas de provincia en La Silla Vacía.

Ha habido siempre aportes extranjeros: las obras tempranas de John Martz y de Robert Dix, de James Henderson sobre Laureano Gómez, de James Robinson, de Harvey Kline sobre las presidencias de Álvaro Uribe… Pero persisten grandes vacíos: poco sobre Mariano Ospina Pérez, casi nada sobre un presidente tan importante como Carlos Lleras Restrepo, excepto sus propias largas memorias: Crónica de mi propia vida, que en nueve tomos no llegan sino hasta la caída de Rojas; poco o nada sobre Misael Pastrana, sobre Alfonso López Michelsen o sobre Belisario Betancur. Además, persiste un desprecio metropolitano general hacia la política provinciana y lugareña, que con generalizaciones fáciles omite el análisis sobrio de sus racionalidades.

Esto tiene sus propias explicaciones históricas en el ambiente cultural y universitario colombiano. A mediados del siglo pasado vino el marxismo, con su poco interés en los matices de la política nacional; luego la “Nueva Historia” con todas sus variantes; la influencia francesa de los Annales con su notoria indiferencia frente a l’histoire événementielle1; los aportes de los “violentólogos”, estudios importantes, pero sin embargo limitados en su enfoque, y el dominio del tema del conflicto. Por distintos motivos la historia política detallada perdió su atractivo en un momento en el que el género en el país era apenas embrionario.

En Inglaterra también cambiaron las modas en la profesión, pero las innovaciones sirvieron de complemento de una historiografía política muy completa y persistente, que no fue el caso en Colombia. Los políticos británicos siguen escribiendo sus memorias, buenas, mediocres y malas, y los periódicos y los lectores las compran. Inglaterra es tal vez el país más aficionado a la biografía. Recientemente tuvimos los primeros dos tomos (de tres) de la biografía de Margaret Thatcher, de Charles Moore, obra indispensable para sus aficionados e igualmente para sus críticos, y un excelente estudio del primer ministro laborista de la posguerra Clement Atlee, por John Bew. Además, probablemente la mejor biografía en cualquier lengua de Charles de Gaulle, A Certain Idea of France, por Julian Jackson.

Por lo demás, no faltan en Colombia fuentes primarias: uno de los grandes logros del presidente Barco fue la creación del Archivo General de la Nación, que no fue motivado por el mero deseo de preservar el archivo histórico —aunque siempre su sobrevivencia fue parte de su preocupación—, pues reconoció que un archivo completo, técnico, el historial de los gobiernos, accesible al público, es un elemento esencial en una democracia: forma parte, aunque de manera no inmediata, del control ciudadano del comportamiento de los que mandan2. Lo ideal sería concentrar allá los archivos presidenciales, que por lo pronto siguen dispersos. Afortunadamente, algunos están accesibles en otros lugares, como los archivos de Eduardo Santos y Carlos Lleras Restrepo en la Biblioteca Luis Ángel Arango, y el archivo de César Gaviria en la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes.

El archivo de Barco está en tres sitios distintos: una parte en el Archivo General de la Nación, la parte personal y familiar en la Fundación Corona, y otra parte en un edificio-depósito de la presidencia en la carrera 6a con calle 3a.

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