Apuntes para siempre

Guillermo Cano

Fragmento

Apuntes sobre los apuntes de Guillermo Cano

Han pasado treinta años desde que los sicarios contratados por Pablo Escobar mataron a don Guillermo Cano, un periodista y un hombre excepcional en la bondad y en la entereza. El diario que dirigió sabiamente durante decenios, El Espectador, había sido cerrado por la dictadura, censurado por gobiernos conservadores, atacado económicamente por la empresa privada, pero el ataque más extremo y salvaje a su libertad, a su independencia y a su misma existencia vino del narcotráfico. No contento con haber asesinado a un periodista extraordinario, el “patrón del mal”, como se llegó a conocer al asesino de don Guillermo, prohibió que el periódico se vendiera en Antioquia (donde había nacido casi un siglo antes) y ordenó matar a los periodistas y empleados que aceptaran trabajar en ese medio. ¿Por qué se ensañó la mafia, y la política aliada de esa mafia, con don Guillermo Cano y con El Espectador? Porque él fue capaz de resistir al halago y al embeleso de los millones de dólares de los traficantes; porque él inspiró al periódico para que no oyera los cantos de sirena de los mafiosos, capaces de corromper el talante y el tono moral de todo un país.

Doña Ana María Busquets de Cano y sus hijos me han encomendado el grato encargo de releer (en muchos casos de leer por primera vez) más de 300 columnas publicadas en El Espectador por don Guillermo Cano entre el 1 de julio de 1979 y el 21 de diciembre de 1986.

La Libreta de apuntes, que se imprimía (y olía a tinta y a papel periódico) todos los domingos, era exactamente lo que su título dice: bocetos a mano alzada, escritura urgente, inspirada por los sucesos o los pensamientos de una semana, y luego condensados en pocas páginas. La red no se había inventado todavía y los matones de Pablo Escobar (o sus aliados políticos a quienes el periódico denunciaba) podían comprar toda la edición en papel de un periódico, para que nadie lo leyera en Medellín. Los últimos apuntes, los que se imprimieron el 21 de diciembre de hace 30 años, ya no los pudo leer impresos don Guillermo Cano. El miércoles 17 fue abaleado por orden de los narcos, al salir del periódico manejando su propia camioneta, que iba llena de aguinaldos para los nietos. Eran esos días familiares y cálidos de las vísperas de la Navidad, esos días en que se sueña con un renacimiento amoroso, que de repente se convirtieron en unas Navidades ya manchadas para siempre por el dolor y la sangre derramada por la malevolencia de la mafia aliada con la peor política.

La idea original de la Libreta de Apuntes no fue de don Guillermo, sino la feliz sugerencia de un amigo. Así lo cuenta en una nota del 4 de abril del 81 que llamó “Apunticos para una Libreta”: “El Gran Capitán [Ospina Navia] me dijo que fuera haciendo, día a día, en una libretica, apuntes brevísimos que encontrara merecedores de ampliar o simplemente de mencionar en la Libreta de Apuntes. Y lo he venido haciendo”. Lo grande empieza en lo pequeño, el artículo en el apunte, la tesis en una intuición, el buen argumento en un buen ejemplo de la vida real. La calidad y la importancia del escrito vienen después, cuando tras el apunte se siente una urgencia ética: el deseo de contribuir a que el nuestro fuera un país honesto, democrático, donde se respetaran los derechos humanos y las libertades. Y luego viene la valentía de escribir sin miedo lo que se piensa, los valores humanos que se defienden. Esto apuntó don Guillermo el 14 de marzo del 83: “al miedo hay que salirle adelante, con el mucho o poco valor que nos quede”.

La convicción que tuvo, como gran periodista que fue, era que en un país ciertas cosas podían ocurrir o no dependiendo de si quienes tomaban las decisiones dejaban o no que pasaran. El gobierno, los partidos, los periódicos, los ciudadanos, los empresarios podían aceptar o no el dinero y el chantaje de oscuras procedencias. Don Guillermo Cano tenía motivos muy bien fundados para advertir la corrupción que carcomía el “tono moral”, la salud ética del país. Él vio, antes que muchos, lo que ocurriría en un país cooptado por el crimen y corrompido por el narcotráfico.

Lo anterior no quiere decir que sus Apuntes fueran obsesivos o monotemáticos con el tema del dinero sucio. No era un Savonarola tronando cada domingo contra los mafiosos o los filisteos. También él y sus lectores descansaban de las cuestiones más duras y urgentes. El tono y los temas, como verá el lector que se adentre en estas páginas, eran variados. Escribía libremente, con la levedad que aconsejaba Italo Calvino. Los asuntos podían llegar a ser muy personales; podía comentar aspectos triviales de la vida cotidiana o del pasado; igual hablaba sobre libros o películas, que sobre narcotráfico, narcotraficantes y corrupción, así como denunciaba, defendía o elogiaba. Bogotá y Colombia fueron los temas más recurrentes de su Libreta. Pero también desde ella miró muchas veces al mundo, con apuntes de lecturas o de viajes.

El lenguaje de sus escritos es sencillo, directo, ameno, a veces irónico. No usa adornos ni frases rebuscadas. Mezcla la narración con la opinión, quizá con más dosis de la primera que de la segunda, según el tema y la ocasión. Se dirige a un lector ilustrado, pero común y corriente, a quien no pocas veces abría su propio espacio para publicar sus cartas. Si eran importantes y aportaban al caso, y eran decentes, no importaba la posición ideológica que defendieran. Quizá por la unión de estas cualidades, su columna fue merecedora del Premio Nacional de Periodismo en febrero de 1986, el mismo año de su muerte.

La Libreta solo tenía dos cosas fijas: el día y el lugar. Se publicaba el domingo, en la página 2A de El Espectador. Lo demás debía ser sorpresivo: el tema, o los temas, podía ser cualquiera, aunque algún lector intuyera, a fuerza de conocer a don Guillermo, la forma en que encararía el contenido de la columna. Cada uno de sus apuntes semanales podía estar dedicado a un solo tema, pero muchas veces dividía la columna en apartados con asuntos distintos, tratados con agilidad. A veces un solo título englobaba todo un tema, fraccionado en bloques. Otras, el tema era único, pero cada bloque llevaba su propio subtítulo. A veces mezclaba temas… Y cuenta que en numerosas ocasiones se disputaba los buenos temas con su esposa Ana María, que llevaba la columna Para leer en la mañana. No era el caso que ambos escribieran la misma semana de lo mismo.

Algo sorpresivo, y muy variable, era la extensión de los artículos, que no siempre se ceñían a las dos columnas de la página 2A. En muchas ocasiones continuaban en la página 3A o en la 4A, y a veces la extensión añadida era tanto o más larga que la de la página principal. Podía permitirse más inspiración ciertas semanas. Lo que aspiraban a producir sus títulos era una especie de incógnita, algo que intrigara o captara la atención del lector distraído, porque no era corriente que anunciaran el contenido del bloque o de la columna. Algunos ejemplos: “Como en un mercado persa”, “El ovillo más enredado del mundo” o “De las cosas pequeñas”, entre muc

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