El homus idiotus

Washington Abdala

Fragmento

EL JUEGO DE
 LAS CONSIGNAS

Este asunto se da cuando el intercambio de opiniones en una sociedad se produce en base a frases que están instaladas en calidad de «consignas» y no como razonamientos deductivos. Su efecto es un grado de crispación elevado en la ciudadanía. El observador parece entender el debate, pero en realidad cae en la trampa de los discutidores que lo ubican en forma maniquea dentro de sus repertorios de pensamiento organizado para la seducción masiva.

Ha ganado la consigna y ha perdido la verdad. El empujón demagógico introduce al observador hacia alguna tribuna. No es posible quedar afuera de la tensión. Lo estafan y el ciudadano se deja estafar. Ambos juegan así. Son, de alguna manera, cómplices en algún punto.

«El modelo neoliberal» frente a «la concepción progresista», semejante bipolaridad no tiene asidero en ningún texto, pero tirios y troyanos usan esos escudos como consignas planetarias. Es un buen negocio ubicar a la gente en uno y otro lado de las fronteras. Nos obligan a optar. Y optamos. «La única manera de detener a los ladrones es que los ciudadanos porten armas de fuego de grueso calibre si así lo quieren» o «Solo con educación se resuelve el problema de la criminalidad». Y mucha gente opta.

Siempre se elige y se ingresa en la falsa oposición. En el fondo, son pseudoafirmaciones tribales tramposas. Las consignas del debate democrático nunca son evidencias absolutas y siempre tienen una connotación emocional. Por eso a la estafa no se la entiende de inmediato, se requiere perspectiva y alejamiento del hecho social para comprenderla mejor. En medio del conflicto siempre estamos en algún lugar. Solo con los años aprendemos a interpretar la ubicación filosófica del otro. En el momento «presente» nunca se entiende al «otro».

Algunas consignas mueren (el imperialismo) pero otras reaparecen, aunque no siempre sean declamadas (el proteccionismo) cuando, en realidad, son conceptos parciales de concepciones más complejas que apenas alcanza a comprender el ciudadano medio. Y lo paradójico es que emergen de manera vidriosa. Nunca los cultores –de una u otra concepción– sinceran el relato y lo sostienen abiertamente. No les conviene. Hay toda una premeditación de engaño profundo en esas presentaciones. Son tiempos engañosos, siempre lo son, pero hoy las redes sociales nos alienan segundo a segundo y es muy difícil no tentarse, teclear, afirmar un extremismo y no arrepentirse de lo manifestado con el pasar de las horas.

Hasta los eclécticos se ocupan de pendular según el tiempo histórico favorable a una u otra interpretación. Nadie quiere quedar lejos de la verdad de la época. (¿La verdad? ¿Cuál verdad? ¿Existe una sola verdad? ¿O son solo interpretaciones desde la verdad–percepción de cada uno? ¿La «verdad material» de un expediente judicial es la verdad verdadera?).

Tiempos de marketing extremista

Vivimos tiempos donde el marketing extremista, calculador, perfeccionista y científico puebla la razón y produce pensamiento en clave de doscientos ochenta caracteres para ser comprendidos por mucha gente. La gente no siempre comprende, pero «comparte» lo que parece representarla. No se pide mucho más. Tiempos de likes, emoticones nuevos y léxico abreviado que tiene naturaleza representativa y no fonética. De alguna forma las redes alteran al lenguaje. Las redes son el lenguaje. Es lo que muchos conservadores no entienden.

«Tuitea» desde el más ignorante hasta el más culto. A veces se confunden y nos confunden. No pocos tuiteros con millones de seguidores son «básicos» (culturalmente) pero en sus segmentos de mercado reinan de forma pomposa. Es un mundo –el de las redes sociales– donde también la publicidad empieza a ser un convidado de piedra. Lo veremos luego. La tecnopolítica llegó y lo hace con todo lo bueno y con todo lo malo. Los trolls están y no serán desalojados. Son los nuevos empleados del «banco» de ayer. Algunos ni se plantean el tema moral que está por detrás de sus tareas, podrían trabajar para quien les pagara mejor. Impacta tanta frontalidad del mundo capitalista. Y, sin embargo, nadie se inmuta por nada. No pocos se morirían por trabajar en Google o Facebook, que son máquinas succionadoras de datos personales al servicio no se sabe bien de quién y cómo. Es raro que la gente inteligente, sabiendo eso, quiera ir a parar allí. O es estremecedor, digamos. La propia Amazon debería ser discutida en su lógica de competencia alarmante al aniquilar trabajos de manera masiva bajo el pretexto (siempre perfecto en el mundo del capitalismo) que los precios bajan con su capacidad de enlace entre consumidor y vendedor. ¿El capitalismo preveía un único intermediario cuasi monopólico? ¿O esa visión es exactamente el opuesto a la libre competencia de mercado?

Las consignas siempre tuvieron efecto contagioso, hoy se diría «viral» y cuanto más apropiada parece ser a un tiempo histórico (lo que se cuenta) más éxito podrá tener en su potenciación. (¿Qué hace viral a una consigna? ¿Su construcción o el mensaje? ¿O ambas cosas? ¿El sentido de oportunidad, el azar o la inteligencia en la construcción de su mensaje? ¿La fonética? ¿Las palabras que se utilizan? ¿Siempre se puede construir una consigna potente?).

Sepamos siempre que una consigna es solo un «reduccionismo» del pensamiento, por lo tanto, es falsedad no mostrarlo en forma acabada. (Marx siempre anda por allí con algunos razonamientos. Lean lo que pensaba de la ideología, no está nada mal, aún en el presente con ideología desideologizante). De tanto resumirlo miente, falsea la idea, la comprime y la elimina. Solo genera un espasmo seductor.

Es más fácil analizarlo a la distancia porque cuando nos alcanza un debate, casi todos, nos metemos en el juego y tironeamos para algún lado.

Un monstruo que camina a pasos no siempre predecibles

Es un circo romano gigantesco donde todos compiten con todos, es el escenario global por excelencia, un monstruo que camina a pasos no siempre predecibles. Por eso, son tiempos donde el presidente de Estados Unidos reina en las redes sociales (en Twitter, aunque tiene la mitad de seguidores que su predecesor) porque de forma «caricaturizable» expresa su pensamiento a manera de martillazo –puro y duro–, pero con el sentido del hombre común, lo que le permite masificar sus ideas y aterrizarlas hasta en el lugar más remoto de la comarca que dirige.

El presidente Donald Trump ha hecho (casi) de la anarquía comunicacional de su mensaje un método, algo que nos muestra que es «él» quien escribe y no un conjunto de jóvenes políticos-intelectuales que le armarían su presentación en calidad de community managers. No lo digo como un mérito, pero en tiempos de profesionalismo político, de politólogos al servicio del poder y de agencias de publicidad con

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