Breve historia de este puto mundo

Daniel Samper Pizano

Fragmento

1

El estrepitoso origen del universo

Es fácil imaginar cómo era nuestro pasado. Una enorme esfera repleta de seres primitivos, casi todos bichos de una sola o muy pocas células. El bajo pueblo de este planeta primitivo estaba habitado por amebas, algas y microbios, y la aristocracia, por lombrices y gusanos. Todos emergían del mar en busca de un lugar donde instalar su hogar y mantener a sus hijos. No había nada más: agua salada, rocas y estas criaturas asquerosas y elementales. Ese fue el pasado de este puto mundo.

Pero hubo un pasado antes del pasado: un antepasado. Imaginar ese antepasado sí resulta cosa bien difícil, porque hay muchas y muy contradictorias teorías.

Unos dicen que antes de que surgiera el mundo existía un enorme vacío. Es decir, no había nada. Cero más cero. Y de ese cero, de esa nada, de ese vacío provenimos. ¿Cómo? No lo explican. Otros afirman que, por el contrario, no existía un vacío sino un enorme despelote. Es decir, muchas cosas, pero completamente desorganizadas. Hagan de cuenta el armario de una chica de quince años o los archivos de la administración de impuestos cuando una víctima exige que se rectifique un error.

En la Antigüedad, los humanos intentaron explicar el origen del mundo acudiendo a la religión. Pero la religión tampoco ofrecía respuestas coherentes. Cojan ustedes la Biblia, por ejemplo. Algunas versiones afirman que “en el principio fue el caos”. Otras afirman que “no había nada en la Tierra”. Es decir, según la traducción del Génesis a la que se acuda, antes de este puto mundo solo existía el vacío o, por el contrario, reinaba el caos.

Pero eso no es lo más grave. Otras versiones de la Biblia aseguran que “en el principio fue el Verbo”. De modo que ya son tres los candidatos: la nada, el caos y el Verbo. ¿Cuál Verbo? ¿Y conjugado cómo? Los teólogos afirman que el Verbo es Dios. Luego el Verbo ni siquiera es un Verbo, sino un sustantivo.

Los teólogos no solo se aventuraron con la gramática, sino con la arqueología. Estos eran sus cálculos, de primorosa exactitud, sobre la historia del planeta: el hombre —llamado Adán— nació en el año 4004 a. C.; el diluvio universal (aquello del arca de Noé) tuvo lugar en el año 2348 a. C. Y en 1571 a. C. nació Moisés1.

Ante la confusión religiosa, conviene acudir a la ciencia. Y la ciencia está de acuerdo solo en unos pocos puntos. Primero, que la edad de la Tierra puede fijarse en unos 10.000 millones de años, aunque lo malo es que no hace mucho la ciencia hablaba de 3.000 millones y luego pasó a 5.000. Así funcionan las gangas en las agencias de viajes, que, al final, cuestan el doble porque no incluyen desayunos, impuestos ni derechos de inodoro. Pero es deprimente que ocurra en el terreno de la ciencia. En fin: con unos miles de millones menos o unos miles de millones más, ya sabemos que el mundo es viejísimo.

Dice también la ciencia que todo se originó en un Big Bang2. Intentaremos explicarlo. El Big Bang fue una explosión formidable, extraordinaria, que se alcanzó a oír en Somalia, Siberia y otros lugares que ni siquiera habían sido fundados todavía. Fue algo repentino. El espacio interestelar estaba completamente vacío, o, por el contrario, lleno de elementos caóticos y de pronto ¡pum! Nadie sabía qué había pasado, porque no había nadie, ¿me explico? Es como si una persona viaja en un globo aerostático, oye una explosión y sus últimas palabras, mientras se precipita a tierra, son: “¿De dónde vendrá ese ruido?”.

¿Qué provocó el tremendo estallido?, se pregunta en forma similar la ciencia y nos preguntamos todos. La versión más aceptable es que se trató de un choque de planetas mucho más grandes que nuestro infeliz globo terráqueo: planetotes, planetazos, planetérrimos… Uno de estos monstruos se dirigía a un lugar del universo y el otro se le atravesó. Es inaceptable que, siendo el universo infinito, los dos idiotas acabaran estrellándose, y que lo hicieran justamente donde estaba reservado el espacio para nuestra llegada. Y, repito, aún más insólito fue que chocaran tratándose de cuerpos celestes titánicos, gigantescos. Aquí no cabe aquello de “Lo siento, no lo vi venir”, “En ese momento sonó el teléfono móvil”, “Qué vergüenza, estaba distraído” o “Señor agente, tenga en cuenta que había poca luz”.

Tampoco se ha establecido cuál de los dos llevaba la vía —¿acaso la Vía Láctea?— y a cuál le corresponde indemnizar al universo por las calamitosas consecuencias que dejó el choque. El caso es que se produjo el percance y, así como salta chatarra de un encontrón de automóviles, saltó una bolita despreciable de agua salada y roca dura que, pasados millones de años, se convirtió en este puto mundo.

Ahora bien, se preguntará el lector, ¿de dónde salieron los dos hiperplanetas desmadrados e irresponsables a los que debe achacarse el Big Bang? Eso ya es materia de otro libro. Pero el enredo tiende a confirmar que, en aquel tiempo, esto era un verdadero caos.

Aprovechemos la ocasión para plantear y descartar la tesis de que la Tierra es invento de unos seres extravagantes que habitan en otras latitudes espaciales: marcianos, venusinos, apostadores de Las Vegas… Lo primero que conviene decir es que, por bárbaros que fueran esos extraterrestres, difícilmente se les ocurriría inventar un planeta cuyos habitantes intentan exterminarse entre sí cada vez que les dan la oportunidad. Y lo segundo es que esos extraterrestres no existen. He consultado en publicaciones muy serias y, salvo los cómics de Supermán y las películas de Spielberg, ninguno atribuye la menor credibilidad a esas historias de marcianos, naves interplanetarias y comunicación con criaturas de otras galaxias. Mucho menos puede pensarse que unos seres que no existen pudieran fundar nuestro planeta. Y gratis.

Me considero un escéptico informado y culto y solo creeré que estos sujetos son reales y tienen algo que ver con este asunto el día en que un individuo de color azul con cuatro pares de orejas, hocico de jabalí y antenas rosadas en forma de tirabuzón se presente y me diga:

—Soy un marciano, provoqué el Bing Bang y aquí le traigo la grabación, para que vea que no miento.

Mientras esto no ocurra, adhiero a la tesis del planeta que se atravesó a otro cuando el semáforo estaba en rojo.

1 Sobre estos personajes y el Antiguo Testamento, recomiendo vivamente el libro Si Eva hubiera sido Adán —traducido al argentino como Risas en el infierno— del conocido historiador que firma el presente tratado.

2 No hay que confundir el Big Bang con la Big Band, que fue la primera orquesta; ni con el Big Mac, que fue la primera hamburguesa; ni con el Big Ben, que fue la primera ca

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