El día inútil

Julián López

Fragmento

cap

Isparra sale ahora a su balcón y muerde. Es una media mañana con el sol lejano tras los edificios y el tender de un balcón vecino muestra prendas como banderines quietos. Isparra vuelve a morder, pero esa manzana quita el hambre porque desapasiona, entonces apoya los tres cuartos sobre la baranda, es domingo.

Entre sus amistades hay voluntad de encuentro los fines de semana y él no sabe bien por qué está en su balcón, si fue él el que empezó a alejarse, si fueron ellos que paulatinamente dejaron de invitarlo. Entre sus amistades también hay plena coincidencia en que tuitear mucho no es bueno, aunque nadie, ninguno de sus amigos, termina de decirlo: tuitear es malo, las redes sociales son la nueva oscuridad que anida en lo más alto, en las ojivas de las catedrales, las inmateriales, las que preservan y esparcen la enajenación con mayor esmero y eficacia.

También piensan que la humanidad se encamina hacia algo de algún modo más sutil o esencial, pasó lo mismo en Europa al promediar el XIX, pasó ese mismo anhelo, un apetito frugal que 100 años después se convirtió en unos hornos, en unos trenes, en Treblinka.

Pero Isparra se sienta en el piso y su aliento es el de una manzana gótica. Va a mirar si la fruta envejece y se oxida en la altura o si cae, por efecto del azar impaciente o por un falso compás en la condenada rotación del planeta.

Ya es Chernóbil en las casas de Floresta, todo está irradiado de melancolía.

Es domingo, media mañana, el sol llega tras los edificios en ciernes que se levantan enconfrados, aún llenos de agujeros, el sol llega como una emisión extraña, algo que se posa como un signo incomprensible.

Isparra se sienta en el piso del balcón y se pasa la mano por la cara como si la luz fuese u

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