En diciembre llegaban las brisas (Edición Conmemorativa)

Marvel Moreno

Fragmento

Una novela excepcional

Plinio Apuleyo Mendoza

Cuando esta novela salió a la luz en España, en 1987, sus editores consideraron que con ella Marvel Moreno irrumpía de manera espectacular en la novelística de lengua española. «Superando las posturas feministas y las normas ya gastadas del realismo mágico —escribieron—, prolonga audazmente las indagaciones de la narrativa hispanoamericana».

No se equivocaron. En diciembre llegaban las brisas es uno de los grandes logros del postboom. Despliega un panorama narrativo de gran fuerza. Sus personajes no se olvidan. Los temas que aborda no se confinan en el ámbito de una ciudad de la costa caribeña de Colombia, como es Barranquilla, sino que adquieren una dimensión universal.

A propósito de su autora, Jacques Gilard, el catedrático francés de la Universidad de Toulouse, destacó «su calidad, talento, ímpetu creativo y gran fuerza innovadora y expresiva».

Por su parte, Fabio Rodríguez, analista y crítico literario vinculado en Italia a la Universidad de Bérgamo, consideró que En diciembre llegaban las brisas era «una obra maestra de relojería literaria que logra proponer formas expresivas inéditas».

Si uno conoció de cerca —como fue mi caso— el destino de Marvel frente a la escritura, puede asegurar que la suya fue una abnegada vocación que no eludía penurias para lograr lo que se había propuesto. Sin saber cómo, dejó su ciudad natal, Barranquilla, su familia y su alegre entorno social muy propio de la clase alta de la Costa Caribe.

Buscó siempre ser consecuente con el destino que había elegido. Como lo escribí alguna vez, en cierta ocasión una bruja llena de gatos que vivía en las afueras de Barranquilla le pronosticó que abandonaría aquella ciudad para siempre, que atravesaría el Atlántico y conocería la enfermedad y la pobreza en una ciudad célebre y extraña.

Y así ocurrió. La ciudad fue París. Allí vivió muchos años, allí escribió sus mejores libros y allí murió, en 1995. A petición suya, sus cenizas fueron arrojadas al Sena.

«Si llegase hoy a poner los pies a orillas del Canal Saint-Martin —escribí alguna vez cuando me propuse trazar un perfil suyo— , volvería a ver aquellas mañanas heladas del invierno cuando subía con Marvel, que ardía en fiebres con un mal todavía desconocido, hacia los pabellones del hospital Saint Louis». Fue víctima de un lupus incurable.

Pese a todo, reunía sus fuerzas para escribir. Era tan grande su nivel de exigencia que, como lo hacía Flaubert, podía pasar un día entero puliendo una frase.

Quienes vivíamos cerca de ella albergábamos el temor de que tanto esfuerzo no tuviese la recompensa merecida. Pero no fue así, por fortuna. Su libro de cuentos Algo tan feo en la vida de una señora bien fue prologado por el conocido escritor español Juan Goytisolo y publicado en Francia por Éditions des Femmes. Y esta novela, traducida al francés y al italiano, ganó en Italia el célebre premio Grinzane Cavour a la mejor novela extranjera.

Dos años después de su fallecimiento, en 1997, la Universidad de Toulouse le Mirail, en asociación con la universidad italiana de Bérgamo, organizó un gran coloquio internacional en torno a la obra de Marvel Moreno con participación de críticos y catedráticos de numerosos países.

Era hora de que este libro fuera rescatado del olvido. Gracias a Alfaguara, los lectores de Colombia y del continente, y muy en especial las nuevas generaciones, van a descubrir a una de las más grandes escritoras colombianas.

Una inmensa lección de historia con mirada de mujer

Florence Thomas

Cuando Camila Mendoza —hija de Marvel Moreno— me pidió escribir para esta nueva edición de Santillana un prólogo a En diciembre llegaban las brisas, lo primero que encontré para decirle ante la magistral escritura de su madre era que no podía o no me sentía capaz, pues no era crítica literaria y, aún más, no había nacido en el Caribe colombiano, dos razones que me parecían imprescindibles para decir algo de esta novela de Marvel. Ella me respondió que no era un ensayo literario el que me pedía, sino más bien, la mirada de una mujer para la cual el hecho de haber nacido mujer tenía un sentido en ese mundo aún tan patriarcal. Además, ella creía que mis 47 años de colombianidad, o sea mi experiencia vital me permitían hablar del mundo y del país físico y simbólico en el cual se desarrolla la novela de Marvel. Finalmente, y después de volver a leer ese denso libro que ya había leído en los años noventa, acepté decir algunas cosas, pues la escritura, el contexto histórico —los años cincuenta y sesenta de una Barranquilla asfixiante y de una inmovilidad aterradora— el ambiente de esa burguesía retratada en las largas tardes del Country Club, sus personajes —los hombres y muy particularmente las mujeres protagonistas— hacen que esta novela tenga mucho que decir y enseñarnos desde una perspectiva de género.

Siempre he pensado que en el caso de las mujeres, una de las raíces de su opresión y de su secular discriminación era la pérdida de la memoria, es decir, la ignorancia de nuestra propia historia. En ese sentido, En diciembre llegaban las brisas es un monumento histórico no sólo para las mujeres costeñas sino para todas las mujeres colombianas. Incluso para mí, francesa y normanda de nacimiento, lo contado aquí por Marvel no me generó ni extrañeza ni desconcierto. Por el contrario, me ofrecía mensajes transparentes de la mutación de un sistema patriarcal que se confrontaba con una modernidad que, en relación con la vida de las mujeres —con sus amargos, cuando no violentos, encuentros con los hombres, con la inseguridad del amor y con su sexualidad vigilada y controlada—, no lograba cambiar casi nada. Sin duda, mis bisabuelas y tatarabuelas vivieron algo parecido. Claro, está la Costa, está Barranquilla con su pasado neocolonial y casi aún esclavista tan adherido a la clase alta, «ese lugar donde las abuelas llegaron trayendo a lomo de mula, en un hervidero de polvo, sus muebles y añoranzas de las ciudades más antiguas del litoral caribe». También están el calor y el silencio de las inmensas casonas que contrastan con el bullicio de la servidumbre que se refresca y chismosea sobre las patronas a la sombra de un palo de mango en los patios reservados para ella; están las largas tardes de piscina del Country Club y los bailes del Carnaval, y, sin embargo, a medida que avanzaba en la novela, descubría también mi historia, una historia que está adherida a nuestra pi

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