Índice
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Cinco novelas en clave simbólica
“La casa verde”: historia, mito y símbolo
La articulación simbólica del río
El espacio verde de la memoria
Dos historias que se funden
En busca de la verdad poética de “Cien años de soledad”
El cuentacuentos cómplice
Tiempo y soledad
Los cerrados laberintos de la sangre
Hacia el espacio del símbolo
La voz en el espejo
“Madera de boj”, un viaje del alma
“Volverás a Región”, relato y discurso simbólico
Contra el dictado de la realidad
Volverás a Región
Infraestructura del relato
En el reino de la ambigüedad
Funciones de la memoria
Estructura del relato
El discurso simbólico de Volverás a Región
Cartografía simbólica
Una casa fuera del tiempo
La escritura de la memoria
Coda
Todo el mundo es Sefarad
Historias y voces
Ondas concéntricas, asonancias y transparencias
El coprotagonismo del narrador: biografía y texto
Las líneas del contrapunto
Los espacios del símbolo
Sefarad
Bibliografía
Notas
Sobre el autor
Créditos
Cinco novelas en clave simbólica
A la memoria de Ricardo Gullón
En su iluminador ensayo sobre Espacio y novela, Ricardo Gullón hace notar cómo en el plano de la especulación teórica «hasta llegar a Kant no encontramos una idea de espacio que pueda vincularse al espacio literario, lo que Kant llama espacio subjetivo». Pero no cabe duda de que la literatura lo descubrió mucho antes. Basta pensar, por ejemplo, en nuestro Lazarillo. En él se percibe con claridad el tránsito desde el antiguo modo de narrar —un mero engarce de sucesos referidos a un sujeto que se nos muestra ya hecho— a un modo nuevo en el que el sujeto literario se va haciendo en el progreso de la narración. Esa conquista va ligada de manera indisoluble al descubrimiento de un espacio que no es el territorial geográfico, el cual puede constituir en ocasiones un referente externo, sino el que las palabras configuran en forma de metáfora.
En el ámbito del texto toda una serie de recurrencias, de estructura o de expresión, se convierten en indicios que van llevando al lector a imaginar ese espacio, a moverse por él, y, en su caso, a interpretarlo. Digo esto último porque, a veces, la ilación de las recurrencias dibuja una figura que se graba en la mente del lector y reclama traducción expresa. Lejos, pues, de ser un mero recipiente, el espacio se convierte en un molde activo y fecundo de significado. Sustenta y expresa ideas, sensaciones y sentimientos; dialoga intertextualmente con otros espacios de categoría análoga, y, maridado con el tiempo, se eleva por encima de la cronología particular del relato del que forma parte y proyecta al lector al espacio de los universales: de la anécdota a la categoría.
La crítica moderna ha explorado desde distintas perspectivas y por diversas vías metodológicas esas categorías: lo abierto y lo clauso, el espacio opresivo y el mar como sendero innumerable, el delicioso hortus conclusus —el «jardín cerrado para muchos», de nuestro Soto de Rojas— y el infierno que son los otros. En La Poétique de l’espace hace Gaston Bachelard por la vía del método fenomenológico lo que él llama el topoanálisis de los espacios de posesión que delimitan el contorno de la felicidad: nidos, conchas y, sobre todo, la casa no solo protegen, sino que cumplen una función remodelante. En otra dirección, Georges Poulet estudia en Les métamorphoses du cercle cómo estas, en sus múltiples variaciones, crean una atmósfera exterior e interior que empapa al protagonista, lo envuelve hasta absorberlo o, por el contrario, lo hace reaccionar asegurando su autonomía personal.
En cualquier caso, me importa subrayar que la configuración de un espacio novelesco se hace de modo latente en el nivel interno del texto, a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, en la descripción paisajística de un reportaje. El lector de este la percibe como adición de un decorado que puede ser más o menos hermoso por su realización literaria pero que no le exige ir más allá del disfrute de su belleza formal. El espacio de la novela, cuya construcción supone maestría, está reclamando la cooperación activa del lector, que, en definitiva, ha de ir enlazando datos hasta recomponer la figura, la metáfora básica. Y en esa respuesta al estímulo creador, el lector ha de ir hacia y hasta donde el texto lo reclame.
Me ocupo aquí de cinco novelas contemporáneas en las que ese espacio novelesco gravita hacia el símbolo. No se me oculta que relacionar novela y símbolo puede parecer de entrada, tal como Bertrand Marchal ha explicado en su guía para leer el Simbolismo, una contradictio in terminis, ya «que la estética simbolista es, hasta cierto punto, antinovelística». No pensemos en una simple oposición de géneros: la cuestión está planteada en ese nivel interior al que acabo de aludir, y en concreto, en la función referencial de las palabras dentro del texto. En el caso de la poesía las palabras no tienen otro referente que ellas mismas, mientras que la novela —dicho sea con toda la relatividad que comporta la indefinición teórica del género— supone la referencia a una realidad contada. No se trata, naturalmente, de la realidad tal como la define el Diccionario académico —‘existencia real y efectiva de algo’—, sino de la que simplemente presupone la verosimilitud dentro de las coordena