Enigmas de la historia argentina

Diego Valenzuela

Fragmento

Capítulo 1. El contrabando

Enigma
¿Fue una actividad ilegal?

En 1750, el padre de Manuel Belgrano, que había nacido en Italia, se mudó a Cádiz, de intensa actividad comercial con América, y se naturalizó español. A los pocos años se radicaba en Buenos Aires, donde llegó a ser uno de los cinco comerciantes más ricos de la ciudad. En su autobiografía, su hijo célebre lo describe así: La ocupación de mi padre fue la de comerciante, y como le tocó el tiempo del monopolio, adquirió riquezas para vivir cómodamente y dar a sus hijos la educación mejor de aquella época”.

Para ilustrar lo que el contrabando significó en la Colonia, nada mejor que la historia del padre de Manuel Belgrano, uno de los próceres indiscutibles de la historia argentina. A Domingo Belgrano Pérez “le tocó el tiempo del monopolio”, que su hijo combatiría más adelante. La educación del prócer se debió entonces a ese tiempo de comercio monopólico y, en parte, al contrabando.

Don Domingo hacía negocios con Europa, Brasil y también en el interior del Virreinato. Se dedicaba al comercio de plata, cueros de vaca, lana de vicuña, azúcar, yerba mate, ponchos, tabaco, vinos y esclavos. Desde la creación del Virreinato del Río de la Plata, en 1776, la actividad comercial a lo largo de la ruta que unía Buenos Aires con Potosí creció porque casi todos los productos que se consumían en el norte ingresaban por el puerto de la nueva capital. Así, los comerciantes monopolistas de Buenos Aires tuvieron asegurada la prosperidad económica.

Uno de ellos fue Domingo Belgrano Pérez, cuya trayectoria narró el historiador Jorge Gelman en un artículo titulado “De mercachifle a gran comerciante. Los caminos del ascenso en el Río de la Plata colonial”, donde analiza los vínculos entre las formas de hacer fortuna y el poder político durante la última etapa de la Colonia.

Esquivar el monopolio

A mitad del siglo XVII Buenos Aires era un pueblito de cuatro mil habitantes situado en un terreno elevado a orillas del Río de la Plata. Tenía un pequeño Fuerte que dominaba el río con un foso y diez cañones de hierro. Allí residía el gobernador con una guarnición de sólo ciento cincuenta hombres. La aldea contaba con unas cuatrocientas casas construidas de barro y techadas con caña y paja. Sencillas, tenían grandes patios y huertas con árboles frutales. Las familias eran atendidas por muchos sirvientes: negros, mulatos, mestizos, indios, todos esclavos. La única fuente de riqueza de estas tierras sin metales era el suelo y su emplazamiento como puerto. En la historia de lo que hoy es la Argentina hay una marca de origen: la riqueza comenzó a surgir no sólo de la mano de la tierra, sino especialmente del contrabando. Lo ilegal fue fuente de prosperidad en Buenos Aires, que era nexo entre la rica Potosí y Europa.

El monopolio apuntaba a garantizar que los metales preciosos circularan hacia España. El oro y la plata se concentraban en México y Lima, las únicas plazas autorizadas a ejercer el intercambio con España. En el período anterior a la creación del Virreinato, Buenos Aires debía competir con Lima –vía oficial del comercio monopólico– por medio del contrabando porque sobre ella pesaba una rígida prohibición de comerciar.

Para evitar que la ciudad se despoblara, y para prevenir el avance de enemigos, la Corona decide permitir ciertas facilidades de comercio a los habitantes, y hasta tolera algunas violaciones a las normas. Esto derivó en un contrabando que se fue convirtiendo en la actividad más productiva de la ciudad.

El contrabando se materializaba a través de las “arribadas” de navíos. Muchos barcos se detenían en Buenos Aires denunciando que estaban averiados, pero lo cierto es que traían productos cuyo comercio estaba prohibido. Legalmente las autoridades decomisaban el cargamento, que terminaba “bajo custodia” en casas de vecinos de la ciudad. La mercadería se subastaba y era comprada por comerciantes cercanos al capitán del navío. Todo estaba arreglado. Se decomisaban productos y esclavos, que luego eran rematados en la Plaza del Cabildo al mejor postor. Finalmente, se legalizaba su ingreso.

Todo tipo de mercaderías llegaba así a las casas de aquella aldea que era Buenos Aires. No sólo arribaron productos de primera necesidad, sino también otros artículos accesorios, de manera que las costumbres se fueron refinando gracias al contrabando. Los negros de África eran la mercancía más comerciada y conformaban un negocio muy rentable.

Este comercio ilegal de esclavos abastecía a Buenos Aires pero también al interior, y al Alto Perú, ya que en Potosí los negros eran muy codiciados para el trabajo en las minas. El costo de un esclavo entrado por Buenos Aires era sumamente conveniente, pues valía alrededor de un tercio de lo que podía salir en las provincias del norte. Los lobbies limeños se vieron perjudicados y buscaron, por todos los medios, que la Corona castigara a Buenos Aires. Incluso se intentó poner una Aduana en Córdoba que fracasó, ya que el contrabando se las rebuscaba para eludirla.

Misteriosos túneles

Circulan muchas teorías acerca de la función que cumplieron los túneles de Buenos Aires. En general, se piensa que se construyeron para facilitar el contrabando, una idea que causa gracia a muchos historiadores pues implica desconocer que, en la lógica de la época, esta práctica no tenía el sentido que le damos en el presente. El contrabando no necesitaba de pasadizos secretos, se hacía en la superficie y a la vista de todos.

Algunas teorías fundan la existencia de túneles simplemente en la necesidad de circular en una ciudad hostil, cruzada por ráfagas de polvo o inundada por barro cuando llovía. Ir de un edificio importante a otro podía convertirse en una misión casi imposible y los túneles eran una solución.

Otros justifican la presencia de pasadizos como elementos de defensa: los túneles habrían servido para unir las manzanas importantes de Buenos Aires, fundamentalmente a partir de los edificios religiosos que, por su forma, en realidad constituyen un Fuerte con muros altos, casi sin ventanas exteriores. Daniel Schávelzon, el fundador del Centro de Arqueología Urbana de la Universidad de Buenos Aires, es quizá la máxima autoridad en el estudio del subsuelo de Buenos Aires. Según él, la finalidad de la red de túneles es clara: “Creemos que eran para unir edificios importantes y permitir el escape, según el sistema clásico europeo de defensa”. Como no pudieron completarse, quedaron sólo fragmentos debajo de los principales edificios públicos, como lo que ocurre entre la Manzana de las Luces, el Cabildo y la Catedral. No se ha encontrado conexión con el Fuerte (hoy, Casa Rosada).

Infracción regular de normas

Los túneles no eran necesarios para la práctica del contrabando porque la mayor parte del comercio que se realizaba en Buenos Aires era ilegal: se podría decir que el 90 por ciento se hacía por izquierda. Fue común descubrir complicidades entre funcionarios, magistrados y contrabandistas. Grupos de comerciantes portugueses sobornaban a los funcionarios para contrabandear. De hecho, una vez que los portugueses recobraron su independencia de España, volvieron a la carga por sus territorios del Plata y en 1680 fundaron, del otro la

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