Los usos del pasado

Alejandro Cattaruzza

Fragmento

1. Cabezas burguesas y cabezas proletarias, o por qué el himno terminaba por importar

Hacia 1927, circulaba en el norte de la provincia de Buenos Aires el boletín Justicia. Órgano de los obreros y campesinos de Chacabuco, una publicación impulsada por los militantes comunistas del lugar. Las características materiales de publicaciones de este tipo, con algunas raras excepciones, eran en aquellos tiempos reiteradas: pocas páginas, escritas a máquina y reproducidas a mimeógrafo, presumiblemente; alguna ilustración a cargo de los propios militantes, cuando no se apelaba al clisé que proporcionaba la organización y que hacía que las imágenes que ilustraban la conmemoración de alguna fecha importante fueran las mismas en Haedo y en Flores, por ejemplo.

Si bien luego vendrían tiempos todavía más duros, la militancia en el Partido Comunista no era por entonces sencilla. Para quienes se encargaban de la prensa, además, había problemas específicos: sostener un boletín, aun si aparecía de manera irregular, reclamaba contar con cierta logística para su redacción e impresión, y luego para distribuirlo, aunque esta última actividad estaba parcialmente aliviada por la escala de los emprendimientos. Es que este tipo de periódico, como venimos sugiriendo, era en buena parte y con claridad fruto del esfuerzo de la militancia de base local, si bien es visible que recibía algún apoyo de las estructuras regionales de la agrupación.

Por otro lado, la propia naturaleza de estos intentos impedía una uniformidad absoluta en lo referido a las secciones, los contenidos, la información en general: dado que incluían el análisis de aquellos aspectos de la situación local que, suponían, eran importantes para sus lectores, los artículos específicos tenían relevancia. El riel proletario, publicado por la célula comunista ferroviaria de Haedo en estos mismos años, estaba naturalmente orientado a la crítica de la situación laboral en el ferrocarril, a veces en un nivel tan cercano que se incluían nombres propios de trabajadores o capataces, mientras que Justicia, en cambio, denunciaba los modos de la explotación en las estancias. Pero también, muy previsiblemente, había temas e informaciones en común, así como evocaciones compartidas en ocasión de las efemérides proletarias y comunistas: el 1º de Mayo, los homenajes a la Unión Soviética y a Lenin, la denuncia del imperialismo. Ésas eran las zonas de los planteos de estos periódicos donde sonaba con más claridad la voz de la estructura del partido.

A mediados de 1927, en al menos tres de estos boletines se publicaron pequeños artículos sobre un acontecimiento a primera vista peculiar. El 25 de Mayo de ese año, en la gala celebrada en el Teatro Colón, se había estrenado una versión del Himno Nacional propuesta por una comisión de eruditos nombrada por decreto del presidente radical Marcelo T. de Alvear en 1924. Tal comisión, entendiendo fundarse en un documento auténtico de Blas Parera, introdujo modificaciones en la música. La nueva versión fue cuestionada por el tradicional diario porteño La Prensa, que encabezó una campaña contra esos cambios con un éxito notable. Políticos de varios grupos e intelectuales importantes expresaron sus posiciones, así como menos destacadas “agrupaciones de maestros, clubes de barrio, pequeños periódicos, simples particulares”, tal como ha señalado Esteban Buch en su libro sobre el Himno Nacional. Los especialistas de la Junta de Historia y Numismática, que en 1938 se transformaría en la Academia Nacional de la Historia, también fueron consultados.

El 9 de Julio, una multitud, que La Prensa estimaba en cincuenta mil personas, se reunía luego del desfile a cantar el himno en su versión tradicional ante la Casa de Gobierno, en lo que sin duda era un desafío. El episodio terminó con unos treinta heridos y veinte detenidos; finalmente, una nueva comisión volvería atrás con los cambios poco más tarde.

Frente a los hechos de julio, los activistas de Justicia proclamaban que “con reforma o sin ella, el himno pertenece a la burguesía” y denunciaban a los grandes diarios que, decían, “se acuerdan de la libertad y los derechos del pueblo” porque los heridos y los detenidos eran “personas de alcurnia e hijos de papá”. En coincidencia inicial, sus compañeros de Haedo, que publicaban Juan Pueblo. Órgano mensual defensor de los intereses de los obreros, estimaban que el hecho de que “el himno sea una tarantela o una jota no nos interesa”. Pero, agregaban, en el episodio de la represión lo verdaderamente lamentable era que las “cabezas rotas” no habían sido “de burgueses sino de trabajadores”. Insistiendo en esa línea interpretativa, expresaban una queja: “Qué mejor sería que se preocuparan los trabajadores de la defensa de sus intereses”, en lugar de prestar atención a “una pavada”.

Son varias las observaciones que sugiere este empeño de los activistas comunistas dedicados a las tareas de prensa en la base por asumir un tema que, según ellos mismos manifestaban, entendían menor. Por una parte, la crítica al himno —así como a la bandera y otros símbolos— en tanto creación burguesa era una posición oficial de los partidos comunistas por entonces. A partir de mediados de los años treinta, esa actitud cambiaría, pero hacia 1927 no hay sorpresas en esa crítica. En la mirada del PC, la nación burguesa tenía sus símbolos, que remitían a un pasado que se pretendía común, y el partido proletario, los suyos; sus banderas, su himno en La Internacional, sus héroes, símbolos también de su propio pasado y del pasado de la clase obrera. La pregunta que se insinúa como la más relevante no remite, entonces, a la actitud ante el himno, dado que el rechazo derivaba de la posición partidaria. La cuestión parece ser por qué unos militantes anónimos, que con tanto esfuerzo y riesgo publicaban un boletín, dedicaban algo del poco espacio que tenían a abordar un tema que públicamente persistían en caracterizar como “una pavada”.

Es significativo, al mismo tiempo, el matiz que introduce Juan Pueblo: la cuestión del himno había logrado convocar a sectores populares y obreros, los mismos que el partido buscaba alcanzar masivamente. Esta observación hubiera sido previsible en las páginas de La Prensa, que insistía desde ya en lo popular de su propia campaña. Más interesante resulta que quede a cargo de las células comunistas que militaban allí, donde se encontraban los grupos a los que deseaban llegar. La amplitud de los sectores involucrados en la cuestión del himno parece quedar, entonces, fuera de duda; también en este punto puede abrirse una línea de reflexión.

Ocurre que todo el episodio resulta, en una de sus dimensiones, una disputa que atañe al pasado. Si se prefiere, puede plantearse que esta puja por el himno que habría de ejecutarse en los actos oficiales, en pleno siglo XX, tenía una dimensión ine

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