Qué animales somos como padres

Flavia Tomaello

Fragmento

Introducción

INTRODUCCIÓN

El mayor problema de poner un límite es el trabajo que cuesta mantenerlo.

Todos los padres sueñan con hijos educados, respetuosos, que se esfuercen por lograr objetivos, que exploten sus talentos y, si pueden, después de todo eso, que sean felices.

Sin embargo, lo que muchos no ven en medio es la necesidad de plantar el tutor al lado del retoño. Los límites están hoy en debate. ¿Pongo? ¿Cuántos? ¿Cuán severos? Venimos de décadas de discusiones en torno a ellos. Padres muy estrictos con hijos encorsetados en las ideas de sus progenitores. Una crianza con límites claros, penitencias severísimas y muchos traumas de lo que se pudo o no se pudo de acuerdo a lo que el padre permitió o no.

El nacimiento de la psicología y todas sus aplicaciones a la crianza estrujó esos métodos y dio origen a la noción pedagógica que invita a dejar que el niño se desarrolle en libertad, aspirando a que explore sus potenciales y los imponga entre sus preferencias. Nacen en este marco los hijos del libre albedrío, que aprenden a sumar indagando en sus propias experiencias, o que se expresan en talleres de disciplinas artísticas en las que probablemente no tienen —aún— nada que contar.

La famosa teoría del péndulo enfrenta a los nuevos padres con el dilema: viejas teorías, nuevas teorías. En realidad se trata de una postura simplista, porque la libertad del niño se desarrolla también a partir del manejo de los límites que la propia sociedad en la que está inserto le impone.

Un niño sin límites, no tiene libertad. Y un niño con exceso de ellos no es libre.

En este marco, es que —aunando el aporte de la licenciada Marisa Russomando, psicóloga especializada en crianza, que sirvió de guía a las ideas volcadas en este trabajo—, iniciamos un camino analítico de lo que han hecho y están haciendo los padres hoy en materia de formación, apuntando a detectar cuál sería el modelo adecuado en el que podríamos inspirarnos y a encontrar el equilibrio entre tantas posiciones encontradas, olvidadas, desestimadas o perdidas.

Una nueva mirada descolocó recientemente al universo progresista norteamericano. “Himno de batalla de la madre tigre”, un libro que relata la experiencia personal de Amy Chua criando a sus dos hijas, y que propone un retorno a la disciplina estricta como forma de conseguir buenos resultados en la formación de sus niñas.

Casada con un norteamericano, Chua es hija de inmigrantes chinos nacida en los Estados Unidos y profesora de Derecho en la Universidad de Yale. En el libro, la autora defiende el estilo estricto de las “madres chinas” sobre el, según ella, excesivamente sobreprotector de las “madres occidentales”. A abonar esa idea ayuda el recientemente publicado informe PISA de la OCDE —un macroexamen de lectura, matemáticas y ciencias que se hace a alumnos de 15 años de 65 países del mundo—, en el que los alumnos de Shangai y Corea del Sur obtuvieron los mejores resultados, incluso por encima del paradigma europeo de educación de calidad: Finlandia.

Según esta mirada, educar en una estricta disciplina implica dejar afuera cosas tan comunes y populares como que los niños se queden a dormir en casa de los amigos, que vean televisión, que jueguen en la computadora o lleguen con notas inferiores al sobresaliente en el boletín de calificaciones escolar.

Los adultos de hoy fueron niños muy restringidos en sus acciones: controlados y dirigidos —en ocasiones en extremo— por sus mayores. Por contraposición se convirtieron en padres permisivos, que dejan la construcción de la individualidad de sus hijos casi totalmente por cuenta de ellos. Los niños, en tanto, siguen siendo niños y buscan desesperadamente el marco sobre el cuál desarrollarse.

Como masas sin molde, empiezan a desparramarse sin identificar valores, comportamientos adecuados, ejemplos a seguir… La abulia en la conducción de su crecimiento no hace más que crear rebeldía en el mejor de los casos, cuando no inseguridad, miedo y hasta conductas peligrosas.

Los padres empiezan a sentir miedo de sus propios hijos y los adolescentes —muchas veces jóvenes apáticos y desbocados— ven a sus progenitores con la seguridad de que no quieren repetir su camino.

Sin embargo, no dejan de aparecer visiones divergentes que apuntan a consolidar los cimientos por los cuales los niños puedan convertirse en adultos felices.

¿Hay matices? ¿Es real la dicotomía “felices o exitosos”? ¿Se puede garantizar una u otra cosa desde la educación? ¿Se tratará de ser exitosos y felices en el proceso, apostando a que el resultado final acompañe? ¿Un talento no trabajado en la niñez, se pierde para siempre? ¿Es malo ser un padre con aspiraciones para con los hijos? ¿La “carga” de los padres, es siempre negativa? ¿Y si lo que los padres sueñan para el futuro de sus hijos no es lo que esos niños quieren para sí mismos de adultos?

Más de un papá esconde la intención de poner límites y ser severo. Lo masculla entre dientes y no se anima a revelarlo. Teme ser tomado por un déspota retrógrado. En la otra vereda están los que proclaman libertad para la crianza de sus hijos y —respetando ese principio— andan corriendo tras ellos en los restaurantes, cuchara en mano, para que coman mientras saltan (¡juntos!) en el pelotero. ¿Déspotas o dominados? ¿Esa es la única opción que nos queda como padres?

Aunque el tigre sea uno de los más ricos especímenes del reino animal, los padres pueden jugar roles diversos en la crianza de sus hijos y apelar a ser “padres zoo”: un poco leones, algo de pájaros, un tanto de conejos… Tendrán que elegir en qué jaula colocan a la cría. Intentaremos aquí revelar los vericuetos, cuestionarlos, reescribirlos y encontrar un camino que nos haga más felices a padres e hijos en la convivencia.

C/1: El discurso pedagógico en debate

C/1

EL DISCURSO PEDAGÓGICO EN DEBATE

Que no le digas eso que lo trauma, que no le digas aquello que lo asusta, que no le des de comer eso que es “chatarra”, que no le ordenes que se retrae, que no lo retes que le minás la autoestima, que no lo felicites que no se va a esforzar, que no le pongas castigos que lo re

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