VILLANCICO
Si no os hubiera mirado
no penara,
pero tampoco os mirara.
Veros harto mal ha sido,
mas no veros peor fuera;
no quedara tan perdido
pero mucho más perdiera.
¿Qué viera aquél que no os viera?
¿Cuál quedara,
señora, si no os mirara?
COPLAS
Siento mi congoja tal
que mi mal,
aunque malo de sentirse,
es tan bueno de sufrirse
que no puede ser mortal.
Es tan fuerte
que bien puede dar la muerte;
mas la vida
va muy lejos de perdida,
pues gana la mejor suerte.
Dicen que mi fantasía
no se guía
sino toda contra mí;
yo respondo que es así,
porque no sufro porfía.
Mi derecho
me tiene tan satisfecho,
que doblado
estoy sobre mi cuidado
si piensa que mal me ha hecho.
Mi alma se favorece
si padece,
y toma por mejoría
que crezca la pena mía,
mas a ratos mucho crece.
Yo la siento,
mas della no me arrepiento,
que el amor,
a medida del dolor,
suele dar el sufrimiento.
Mi dolor así me aqueja,
que nos deja
tan diferentes los dos,
que, aunque es la culpa de vos,
contra mí es toda la queja.
Si hay cosa
do el alma esté querellosa,
no la vengo;
mas cuando más queja tengo,
pregunto si estáis quejosa.
Luego luego, cuando os vi,
conocí
que hubiera de tener guerra;
mas, hasta saber la tierra,
quisiera mirar por mí.
Y agora cayo
que luego fue mi desmayo
tan entero,
que, aunque el trueno fue primero,
primero me vino el rayo.
Antes vino el padecer
que, a mi ver,
pudiese ver vuestro gesto;
víos presto, pero más presto
parece que vi al querer.
No fue así,
mas antojóseme a mí;
porque luego,
en veros, quedé tan ciego,
que dijera que no os vi.
Mas el seso con que entiendo,
no pudiendo
entenderos, no sé ver
cómo puedo yo querer
aquello que no comprendo.
No me falta
buen remedio en esta falta,
porque en veros,
por esto de no entenderos,
entiendo que sois muy alta.
Lo que sois se me declara,
cuando para
mi seso y a vos no llega;
porque la luz que me ciega
luego digo que es muy clara.
Por do siento
que es ya de mi pensamiento
mi verdad,
sobrarme la voluntad
do falta el entendimiento.
OTRAS
Señora doña Isabel,
tan crüel
es la vida que consiento,
que me mata mi tormento
cuando menos tengo dél.
Pero vivo
con la gloria que recibo,
tan ufano en los amores,
que procuro de estar vivo
porque vivan mis dolores.
Vivo de mi pensamiento
tan contento,
que es mi congoja mayor
si no hallo el sufrimiento
conforme con el dolor.
Yo querella
no puedo de vos tenella;
sólo de mí estoy quejoso
si mi pena en padecella
me conoce temeroso.
La pena queda vencida,
ya perdida,
pues vuestra merced, señora
ha sido la vencedora
de las fuerzas de mi vida.
De tal suerte,
que no puede ya la muerte
ser conmigo sino muerta,
pues tengo por buena suerte
ser en mí la pena cierta.
Mis congojas de bien llenas
son tan buenas,
por la causa que es tan buena,
que no podéis darme pena
sino con no darme penas.
Mas parece
que un contrario se me ofrece,
tan grave, que ved cuál quedo:
que el alma dice: padece,
y el cuerpo dice: no puedo.
OTRAS
Señora, pues que no espero
remedio del mal que muero
pidiendo cuan poco pido,
yo me doy por tan perdido,
que en mí siento
que se parte el sufrimiento
que debiera ser partido.
Y tras él va el esperanza
que de vos nunca se alcanza;
yo solo cativo quedo,
tan triste, que más no puedo.
¿Qué haré?
Que sufra dice la fe;
que no sufra dice el miedo.
Cuando tengo en la memoria
que en sufrir se gana gloria,
es por bien, y lo consiento
que se sufra el mal que siento;
mas agora
ya no es posible, señora,
que se va mi sufrimiento.
Él se va, yo quedo en prendas
con aquellas contiendas
que salen del pensamiento.
¿Qué haré? Que mi tormento
ya es afrenta,
y el temor se me presenta
cuando a vos yo me presento.
Cuando presente me hallo
ni bien hablo ni bien callo;
y en ausencia tal me siento,
que muero sin algún tiento
por buscaros;
y es tanto miedo de hallaros
que, si os hallo, me arrepiento.
Tan usado a la pasión
es mi triste corazón
que estoy diestro en padecella;
ved qué cuerda es mi querella,
qué compuesta,
que importuno por respuesta
y muero de miedo de ella.
Así yo triste me veo,
con un miedo y un deseo
tan puestos en combatirme,
que no sé de vos partirme,
de perdido,
y mil veces me despido
sin que pueda despedirme.
Y después ya de ser ido
quedo tan arrepentido
que el alma luego me deja;
yo, en ver que mi bien se aleja,
nunca dejo
de quejar, y no me quejo,
pues no sé de quién dé queja.
OTRAS DETERMINANDO DE DEJAR UNOS AMORES
Mi corazón, fatigado
de su querer, se arrepiente,
que, señ