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Esta Mañana
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ESTA MAÑANA
COMO UN LADRÓN
HOY Y LA ALEGRÍA
IDILIO
COMO SIEMPRE
LA VEREDA ALTA
NO TENÍA LUNARES
JOSÉ NOMÁS
LA LLUVIA Y LOS HONGOS
Montevideanos
Cita
EL PRESUPUESTO
SÁBADO DE GLORIA
INOCENCIA
LA GUERRA Y LA PAZ
PUNTERO IZQUIERDO
ESA BOCA
CORAZONADA
AQUÍ SE RESPIRA BIEN
NO HA CLAUDICADO
ALMUERZO Y DUDAS
SE ACABÓ LA RABIA
CARAMBA Y LÁSTIMA
TAN AMIGOS
FAMILIA IRIARTE
RETRATO DE ELISA
LOS NOVIOS
LOS POCILLOS
EL RESTO ES SELVA
DÉJANOS CAER
Sobre el autor
Créditos
Esta Mañana
Go, go, go, said the bird: human kind
Cannot bear very much reality.
T. S. ELLIOT: Burnt Norton, I
ESTA MAÑANA
Lo han arrojado del sueño con la piel estirada, los ojos desmesuradamente abiertos a la luz inmóvil que aletarga el cuarto. Puede reconocerse, sin embargo, nombrarse en alta voz. No bien dice «Jorge», retrocede el hechizo. Entonces le es dado adivinar relativamente lejos su propio pie sosteniendo la sábana, y, más cerca, su mano izquierda, sola, dormida aún, abandonada sobre el pecho, junto a La estancia vacía, de Morgan, abierto en la página ciento cincuenta y tres. Cuando la otra mano, la derecha, vuelve a tomar el libro entre sus dedos —el pulgar inmiscuido entre las hojas como otro lector—Jorge prueba a leer: «Se lo dije porque las palabras estaban llenas de vida para mí. ¿No ha escrito usted nunca una carta sin la intención de mandarla, y la ha puesto en un sobre sin la intención de mandarla, y ha salido con ella… todavía sin el propósito de enviarla; y entonces ha oído cómo caía en el buzón?» Sí, esto puede entenderse. Él sabe por qué se ha detenido allí y aceptado el tema. Además, se conoce resistente y lúcido, lo suficiente como para aplazar hasta hoy, si no la interpretación, al menos la continuación de cierto anhelo de la víspera.
Todavía sin plan, todavía desordenado y hosco, aparta la sábana con un ademán lento y se sienta en la cama, los pies apoyados sobre el piso desnudo, lejos de la alfombra. Es el momento oportuno para acercar los zapatos, los arqueados zapatos negros. Pero no acaba de decidirse. Mientras el frío de las baldosas va piernas arriba, caderas arriba, hasta lamer el vaho tibio de la cama, que aún perdura en su espalda, en su pecho, en sus hombros, conserva todavía en la cabeza —no tanto en la memoria— el sonido y el olor de anteayer, el olor y el sonido de la figura aborrecida y admirada, del hombre alto, calvo y afeitado, con el enorme vientre desafiante y las piernas firmes, un poco separadas. Aborrecido y admirado, no. Ni aborrecer ni admirar. Más bien sentir en la conciencia… menos que eso, en la boca, en las manos, en los ojos, la justificación del propio pudor, el asco indiferente hacia el hombre alto.
Quién sabe hasta dónde puede, podría obstinarse el pudor. Subsiste, pese al retroceso de los pensamientos, pese al estancamiento o la deformación de la vergüenza. El pudor tira hacia sí, porque es una especie de raíz de la raíz. Acaso, finalmente, el único camino hacia el altruismo.
Uno toma los calcetines de la víspera —pasos, umbrales, escalones—, uno toma los calcetines e introduce en cada uno de ellos el pie frío, violáceo de várices pequeñas, endurecido. Si comienza a vestirse es porque ha resuelto esquivar el baño matinal, por un inexplicable temor superticioso a quedarse limpio de todo lo maquinado hasta ayer. Quedarse limpio, ¿por qué? ¿de qué? Uno no tiene mayormente dudas sobre el fondo, sobre el origen, sobre el color moral del asunto. Las dudas —no vacilaciones: uno puede vacilar en dudar o lanzarse de lleno a la duda— las dudas sólo son acerca del procedimiento, de detalles del procedimiento.
Sentirse vestido es, en cierto modo, acabar de despertarse. Ayuda a ayudarse, a desalojar la inseguridad, a ser. Uno se siente vestido y se halla listo para gobernar la mirada, para encerrarse en uno o para salir de uno, para agonizar irremediablemente o para estallar en la rutina. Percibe cómo la sangre reconoce su mundo y corre y vive. Y uno se siente vivir al ritmo de la sangre: aunque parezca mentira, uno se siente vivir al ritmo de la propia sangre. Au