El último Maradona

Andrés Burgo
Alejandro Wall

Fragmento

El día que conocimos la efedrina

Diego Armando Maradona avanza agarrado de una mujer vestida de enfermera, una rubia de la que todavía no sospechamos, como todavía no sospechamos que el héroe del fútbol ha jugado ese día su último partido con la selección. La imagen se repite cada tanto en la televisión. Es un momento que recordamos con desconsuelo y, sin embargo, vemos euforia: Maradona camina riéndose, sacudiendo una toalla blanca con la mano derecha y mostrando cómo toma con la izquierda a la rubia. Maradona festeja su regreso épico pero también es un hombre que va, sin saberlo, hacia la guillotina.

La otra imagen del dóping de Maradona en el Mundial de Estados Unidos es un balbuceo frente a la cámara, ese hilo de voz que se desgarra —y desgarra a millones— cuando lanza sus palabras más dolorosas: “Me cortaron las piernas”. Un epitafio a la altura del hombre de las grandes frases.

Al margen de los hechos trágicos que costaron vidas —como los 71 asfixiados en la Puerta 12 del Monumental, el 23 de junio de 1968 después de un River-Boca, o cada uno de los centenares de víctimas por hechos de violencia—, el jueves 30 de junio de 1994 fue la jornada más triste del fútbol argentino. El anuncio de la expulsión de Maradona del Mundial 94 se siguió en la televisión como el final de una serie y se lloró en las calles como la muerte de un personaje célebre.

En un deporte en el cual la identificación entre los hinchas y sus clubes avanzó en los últimos años hacia una relación simbiótica, muchos elegirán una final perdida o el descenso de su equipo como lo primero que evitarían si pudieran volver el tiempo atrás. Pero, a nivel nacional, el fútbol no nos entregó un duelo colectivo superior al del día en que conocimos la efedrina. La atmósfera de tragedia fue mayor que a la de cualquier eliminación en un Mundial. Las derrotas en primera ronda o en cuartos de final produjeron una reacción clásica: las puteadas a los jugadores y a los técnicos. El Mundial de Estados Unidos generó la solidaridad con el tótem en desgracia y masificó un estado de depresión.

La Argentina somatizó los males de su fabricante de felicidad.

Su desdicha fue nuestra.

Un frente de desolación cubrió al país.

Al día siguiente de que Maradona fuera excluido del Mundial, el diario Página/12 tituló con la misma única palabra que había usado otro diario, Noticias, veinte años atrás ante la muerte de Juan Domingo Perón: Dolor.

Entre el martes 28 y el jueves 30 de junio de 1994 —las 48 horas que aniquilaron la carrera de Maradona en la selección— en las ciudades de Boston, Dallas y Los Ángeles comenzó un desierto de títulos para la selección. En los veinte años previos, la Argentina ganó dos Mundiales y dos Copas América.

En los veinte años posteriores, nada.

Fueron los días en que dejamos de ganar.

Ese dóping de Maradona, en cierta forma, y de manera tan antojadiza como cualquier otra convención, podría ser una división en nuestra historia futbolística moderna.

Es cierto que a partir de 1994 fue tiempo de equipos dispuestos a identificarse con una causa —el que dirigió Bielsa—, de partidos pintados por Dalí —el 6 a 0 a Serbia y Montenegro en Alemania 2006— y de jugadores cuyo disfrute individual incluso vale el castigo de la ausencia de título colectivos —Lionel Messi—, pero no es menos cierto que, a partir del corte de piernas a Maradona, Argentina dejó de ganar y tropezó en primera ronda, cuartos de final y, a lo sumo, alguna final de Copa América.

Además de los efectos que se ven sobre la superficie —las derrotas en la cancha y la tragedia del héroe—, subyace lo que no se televisó ni se fotografió ni se escribió. Ni las lágrimas de Diego ni el uniforme blanco de la enfermera.

Está el trasfondo.

A Diego Maradona, el protagonista de esta historia, lo rodean dirigentes, preparadores físicos, médicos, masajistas, fisicoculturistas, políticos, frascos de pastillas y un verdadero desfile de intrigas.

En torno al caso se imaginaron teorías conspirativas, complots internacionales, traiciones veladas, venganzas frías y planes maquiavélicos. Muchas de esas ideas se instalaron en el imaginario popular y todavía perduran.

De eso también se nutre el fútbol: de la victimización. Y, en ese territorio, uno de los demonios preferidos fue la enfermera que le tendió la mano a Maradona después del partido contra Nigeria y lo llevó al control antidóping. El vía crucis del Diez.

El otro demonio fue Daniel Cerrini, el fisicoculturista que le preparaba las dietas a Maradona, la mano que le dio las pastillas.

Y la FIFA, por supuesto.

Buscamos culpables porque queremos justicia. Pero también buscamos culpables porque nos entregan una digestión exprés de la angustia. Encontrarlos es una forma de consuelo.

Detrás de las cortinas hay mucho más.

La historia del dóping de Maradona en el Mundial 94 es una linterna que alumbra parte del fútbol que se juega en los túneles, el que nunca vemos, el que pertenece a los protagonistas de saco y corbata. Por encima de todos los actores, incluso de Maradona, quienes definieron el dóping fueron los titiriteros de las leyes del fútbol.

Hay Mundiales que se deciden en las canchas. El de 1994 también se decidió en una pulseada de poder entre João Havelange y Joseph Blatter, entonces presidente y secretario general de la FIFA, y Julio Grondona, presidente de AFA y vice de la FIFA.

Los auténticos dueños del Mundial.

El fútbol es política. Uno de los entrevistados sonrió cuando nos recordó que en los reglamentos de la AFA hay leyes que pueden interpretarse de dos maneras antagónicas, ante lo cual la elección final dependerá de la conveniencia de turno. Otro testigo directo del dóping reflexionó:

—Para mí Blatter se equivocó, no entiendo todavía cómo no lo tapó.

No fue una frase inducida con sesgo argentino, sino la interpretación de alguien que conoce cómo se cocina el fútbol, un submundo independiente incluso del Poder Judicial. La FIFA lo deja claro: país que acude a los tribunales ordinarios, país que se queda sin Mundial.

El dóping de Maradona fue siempre un rompecabezas desperdigado en crónicas, comentarios de la época y la construcción de nuestra memoria. El escritor español Javier Cercas dice que muchas veces anteponemos nuestros recuerdos a lo que realmente sucedió. Al recoger cada pieza y encontrar otras que hasta ahora permanecían escondidas, queda expuesta la catarata de mentiras y excusas que salieron de todas partes. Se caen mitos y se revelan oscuridades.

¿Por qué no hubo control antidóping en el repechaje contra Australia?¿Quiénes entraron a revisar la concentración de Argentina en Boston el día previo al partido contra Nigeria? ¿Se le hizo a Maradona un control preventivo antes del Mundial? ¿Era habitual que una enfermera buscara a los jugadores en el medio de la cancha? ¿Cómo surgió el pretexto de las gotas nasales para explicar el dóping? ¿Cómo llegó la efedrina a la orina de Maradona? ¿

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