Soborno en Shanghái

Ridley Pearson

Fragmento

Creditos

Título original: The Risk Agent

Traducción: Sonia Tapia

1.ª edición: noviembre 2012

© Page One, Inc., 2012

© Ediciones B, S. A., 2012

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal: B.22806-2012

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-285-6

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Dedicatoria

 

 

 

 

 

A los alumnos de Fudan University, que hicieron posible mi año en Shanghái.

Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

 

Viernes, 17 de septiembre

10:07 p.m. Isla de Chongming China

Jueves, 23 de septiembre

1

Viernes, 24 de septiembre

2

3

4

Sábado, 25 de septiembre

5

6

Domingo, 26 de septiembre

7

Lunes, 27 de septiembre

8

9

Martes, 28 de septiembre

10

11

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14

jueves, 30 de septiembre

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Viernes, 1 de octubre

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25

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27

28

29

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Sábado, 2 de octubre

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DOMINGO, 3 de octubre

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Lunes, 4 de octubre

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Martes, 5 de octubre

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44

Miércoles, 6 de octubre

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Epílogo

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Viernes, 17 de septiembre

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10:07 p.m. Isla de Chongming China

Lu Hao, un veinteañero delgado y bien vestido, subido en el techo de un coche minúsculo, del tamaño de una tostadora, se asomaba sobre un muro de cemento de tres metros de altura al aparcamiento de una antigua curtiduría.

La cantidad de estímulos era casi una sobredosis para los sentidos: el olor acre del alquitrán, el estruendo de los camiones de la basura y las apisonadoras, la voz del chino que hablaba en un staccato como de metralleta.

A Lu Hao le habían inculcado desde temprana edad la importancia del papel que la suerte y el destino desempeñaban en la vida. De no haber pasado con el coche por aquella gasolinera en particular, justo en aquel momento, jamás habría reconocido al abyecto mongol, un hombre al que conocía por sus entregas en Shanghái. Jamás lo habría seguido hasta aquel lugar remoto. Jamás habría sido testigo de que tres hombres entraron en el edificio de una fábrica y solo salió uno.

Lo había visto todo a través de una rendija entre las puertas. El más joven y más bajo de los tres discutía con un chino corpulento que llevaba un traje caro. El empresario hizo un gesto con la cabeza y el mongol abatió a golpes al joven.

Un momento después, ya en el exterior, el mongol estrechó la mano del chino, que a continuación entró en un Audi sedán negro con chófer, y se marchó. Cuando una farola iluminó la matrícula, Lu dio un respingo: solo aparecía el número 6, señal de que se trataba de una persona de extrema importancia, un oficial de alto rango sin duda ninguna. ¿Qué demonios hacía en aquel rincón dejado de la mano de Dios?

Ahora, temblando, Lu Hao se aferró a la pared, sin querer moverse para no arriesgarse a llamar la atención. El terror lo poseía: oportunidad, riesgo, recompensa. Suerte. Destino.

En parte deseaba poder olvidarse de lo que había visto, poder alejarse sin más en aquel mini fabricado en china. Estaba a punto de hacer justo eso cuando el mongol, que inspeccionaba el trabajo de asfaltado, alzó la cabeza bruscamente hacia el otro extremo del aparcamiento.

Lu Hao miró en la misma dirección.

Cao!, maldijo en silencio. Una lente parpadeó sobre el muro. Pertenecía a una videocámara bastante grande en poder de un par de manos de piel blanca. Un waiguoren, ¡un extranjero!

Lu Hao cayó del muro como una piedra, rebuscó frené

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