El pescador de globos

María Antonia García Quesada

Fragmento

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Créditos

1.ª edición: junio 2017

© María Antonia García Quesada 2017

© por las ilustraciones, Laura Esteban Ferreiro 2017

© Ediciones B, S. A., 2017

para el sello B de Blok

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-755-9

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidasen el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

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Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

1. Un globo sube al cielo

2. Una casa junto al Sena

3. Comienza la aventura

4. Los fantasmas de la tía Enma

5. Un genio muy peculiar

6. La historia de Max

7. Los papeles de Maurice

Nota de la autora

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Dedicatoria

Para Paloma, Alexander y Paula

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1. Un globo sube al cielo

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–¡Baja, Pascal! Te vas a caer —gritó Monique.

Enma contemplaba la escena muy asustada desde la ventana de su casa; quería ayudar a sus sobrinos, pero el miedo la paralizaba como si tuviera los pies pegados al suelo y le impedía articular una sola palabra. Veía a Pascal balancearse como una hoja en lo más alto de un árbol y a Monique, a sus pies, que no podía auxiliarlo. Posiblemente, había sido la niña quien lo había animado a encaramarse a aquel falso plátano, uno de tantos que daban sombra a la rivera del Sena, sin pensar en el peligro que suponía. Pero eso ya no importaba, a Enma le preocupaba que el viento arreciase y agitara con mayor fuerza aún las ramas del árbol. Afortunadamente, un hombre vestido con chándal que había salido a correr por la margen del río advirtió el peligro y llamó la atención de otros paseantes, que acercándose adonde estaba Monique se preguntaban qué hacía aquel niño subido como un mono a las ramas más altas del árbol.

Pascal iba a bajar, impresionado por el alboroto que se había formado, cuando una ráfaga de viento puso al alcance de sus manos un globo con cara de cerdito. Enma negó con la cabeza en señal de desaprobación: de modo que ese era el motivo por el que el chico se había subido al árbol, un globo que se desplazaba de un lado a otro cuya cuerda se había enredado entre las ramas. Pascal ya rozaba la cuerda con los dedos cuando el agudo sonido de un silbato le hizo dar un respingo. La rama osciló y el globo salió despedido hacia arriba.

Enma sintió un gran alivio cuando, tras el silbido, apareció un gendarme con bigote y cara de malas pulgas que se acercaba al árbol. Mientras su compañero más joven preguntaba a Monique qué había sucedido, él no paraba de hacer sonar el silbato para llamar la atención del niño.

Entonces ocurrió algo extraordinario. En el cielo apareció un inmenso globo aerostático adornado con cintas de colores, en el que iba montado un hombre de barba y aspecto algo anticuado, tocado con un sombrero de copa, que se acercó al falso plátano e invitó a Pascal a que subiera a la barquilla.

¿Qué pretendía aquel extraño personaje?, se preguntaba Enma. ¿De qué conocía ella a aquel anciano? El niño ya estaba dispuesto a saltar a la barquilla del globo, cuando perdió el equilibrio, resbaló y cayó al vacío. Enma quiso correr hacia él, pero los pies no le obedecían, quiso gritar, pero de su garganta solo salía el ruido de una respiración entrecortada, tenía la frente perlada de sudor y las manos y las piernas le temblaban de impotencia, mientras Pascal caía, caía, caía... y la angustia iba en aumento. Algo terrible estaba a punto de suceder y ella no podía evitarlo.

Un estremecimiento le sacudió el cuerpo. Enma abrió los ojos sin saber bien qué sucedía y dónde estaba, hasta que poco a poco se fue tranquilizando al comprobar que se hallaba en el salón de su casa y que tras los cristales no se veía a ningún niño subido a los árboles. Todo había sido un mal sueño, y se preguntó qué estarían haciendo ahora sus sobrinos. Consultó el reloj de péndulo, era pronto para que regresaran del parque cercano al que habían ido a jugar. Fue a la cocina a beber un vaso de agua y al regresar se acomodó de nuevo en la butaca, ya más calmada pero con una cierta sensación de zozobra. Enma sabía que Monique, con su aspecto de no haber roto nunca un plato y su mirada límpida, convencía fácilmente a su hermano de que hiciera todo lo que ella no se atrevía. Pascal, un chaval de nueve años, dos menos que la niña, sentía veneración por su hermana, que siempre lo defendía cuando alguien se metía con él en el colegio, porque era un poco más bajito que los niños de su edad.

—Afortunadamente, todo ha sido un sueño —dijo Enma para sí, y suspiró, todavía alterada—, pero ese hombre del globo aerostático... —Se secó una lágrima que le resbalaba por la mejilla—. ¿Dónde lo he visto antes?

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