Breve historia del separatismo catalán

Enric Ucelay-Da Cal

Fragmento

El sentido de este libro

El sentido de este libro

Esta obra quiere ser un análisis neutral (no partidista) y objetivo (desinteresado, desapasionado) del nacionalismo radical catalán en su contexto político y social. Contiene varias interpretaciones sobre algunos aspectos de la evolución del catalanismo político durante un par de siglos —y no de los sectores más radicales—, lo que, a mi modo de ver, es su mayor aportación. Hay ideas acerca de las relaciones, buenas y malas, de la política en Cataluña y en España como conjunto. Más que repetir respuestas ya conocidas, se exploran tendencias sociales y culturales para generar preguntas que deseo que sean nuevas, originales. Mi texto no es, ni busca ser, un estudio erudito sobre grupos y grupúsculos, partidos y personalidades. Hace medio siglo que soy historiador y vivo sobre la misma falla hispano-catalana que he investigado y sigo estudiando. Mi intención es, pues, rastrear un movimiento político desde sus orígenes hasta su incierto presente, en búsqueda de un patrón y el sentido de su trayectoria.

El libro no tiene una estructura convencional por capítulos. Usa una cadena de secciones breves. Se empieza, se sigue y se acaba, desde una época bastante lejana hasta el presente más inmediato. Se espera que este formato resulte de lectura más amable que la convencional, relatada por capítulos con frecuencia muy densos (o al menos, los míos).

El problema de fondo es cómo explicar muchas historias a la vez, para escribir una historia conjunta de tendencias diferentes y circunstancias variables a lo largo del tiempo.

Se sigue una narración compleja. Primero, se esclarecen los orígenes del concepto de «separatismo» en el mundo durante los siglos XVII, XVIII y XIX. Luego se traza cómo esa idea, o esa palabra —junto a otras muchas, y muy relacionadas, como «patriota» o «nacionalista»— se consolidaron en Cataluña, todas con unos sentidos concretos, entre mediados o finales del siglo XIX y la primera mitad del XX.

Cuando el separatismo catalán surgió en el invierno de 19181919 —no ya como noción, idea o insulto, sino como un movimiento político intencionadamente innovador—, era una forma supernacionalista, más radical y extrema que cualquier otro enfoque catalanista habido y, se creía, por haber. Pero lo paradójico es que se mostró a la vez como antinacionalista, si por nacionalismo catalán se entendía, como era habitual entonces, el mensaje de la Lliga Regionalista, supuestamente hegemónico entre 1901 y 1923.

Una vez establecido un separatismo político catalán a finales de 1918, se extendió rápidamente como una corriente política que envolvía un cierto medio social en Barcelona. Se ofrece aquí la narración de un siglo de política extremista hasta 2018. Como bien sabe el lector, los acontecimientos actuales —los que yo resumo y llamo la «revolución catalana» de 2017-2018— ofrecen un futuro bastante incierto. Parece que las cosas quedan claras un día, y al siguiente (o un par de días después) todo está otra vez al revés de lo esperado. No importa el criterio o las simpatías que se tengan, la confusión rige en el aquí y ahora. Este libro, por tanto, acaba en la duda más acuciante, que yo mismo no puedo resolver. Asimismo, traza el desarrollo del separatismo desde la década de 1920 en adelante y lo sigue a través de los años treinta, con la República (la Generalitat republicana) y el caos de la Guerra Civil de 1936-1939. Desde antes del conflicto, hubo una tendencia unitaria que definió el movimiento separatista. Pero convivió con otra, opuesta, que inspiró escisiones, partidos rotos y grupúsculos enfadados.

De un modo extraño, la dictadura franquista —el «régimen» por antonomasia— fue una continuación de los conflictos de los años treinta. Su misma existencia era una prueba de que «la guerra todavía no se había terminado».

En 1968, cincuenta años después de la fundación del separatismo político, surgió el independentismo como algo claramente diferenciado del separatismo, para confusión de muchos. Así que el separatismo y el independentismo están estrechamente relacionados: el independentismo deriva del separatismo, pero no es lo mismo.

Aquí se repasan las pautas organizativas que imperaron en esa mutación. Una vez surgido el independentismo en 1968, tampoco se detalla cada pelea ideológica, cada pequeña escisión, cada grupúsculo de la naciente esquerra independentista (izquierda independentista) y de su desarrollo como movimiento, con frecuencia más marcado por sus peleas internas que por sus aciertos políticos.

Finalmente, respecto a los últimos años (de 2010 a 2018), el libro sigue el relato del nuevo independentismo de masas: de aquellos que popularmente se llaman los indepes. Esta abreviación, un poco faltona, para referirse al gentío que llena las manifestaciones, no es un accidente. Otra vez nos encontramos con algo distinto dentro de un movimiento en curso, vivo, vinculado a una corriente política parecida, pero muy distinta. Aquí se presenta una tesis esencial: los independentistas no son lo mismo que los indepes, como tampoco la esquerra independentista es la multitud de los indepes. En las primeras dos décadas del siglo XXI, los indepes han pasado de comulgar con la política catalanista convencional —sobre todo con lo que, en su plenitud, fue Convergència Democràtica de Catalunya y el pujolismo—, para formar una cantidad ingente de contestatarios que se creen iguales entre sí pero no lo son. El libro termina con un esfuerzo por aclarar la naturaleza y el significado de los indepes, además de intentar explicar cómo surgió tal cambio, frente a la supervivencia de la esquerra independentista, hoy más conocida y mejor organizada como la CUP.

He añadido un repertorio de siglas, ya que el relato es inevitablemente una «sopa de letras» de partidos, grupos y micro-grupos en movimiento permanente.

No hay casi citas, ni hay notas. No se indican las fuentes. No es este un manual de estudio, ni un texto académico. Quien quiera profundizar en el tema, así como consultar de qué variedad de materiales —entre libros y artículos— he sacado algunas ideas, encontrará una bibliografía final, monográfica, de donde podrían salir nociones diferentes a las de esta obra, o contradecir la interpretación aquí presentada.

Introducción

Introducción

Desde su aparición política en el invierno de 1918-1919 y hasta 2012, el secesionismo catalán —más conocido en su propio terreno primero como separatismo y más adelante como independentismo— fue siempre muy minoritario. No lograba votos. Sus partidos estallaban al poco de nacer, sus facciones se mostraban más dispuestas a diferenciarse entre sí que a sumar fuerzas.

Por el contrario, la historia política del nacionalismo catalán resulta autonomista y no secesionista. Fue así desde su intervención en los comicios legislativos (en 1901, con la Lliga Regionalista) hasta la sucesión de Jordi Pujol y la rivalidad de Artur Mas y Pasqual Maragall en la primera década del siglo XXI. Ese realismo político, práctico y pactista, dominó la creación de instituciones: la Mancomunitat en 1914, la Generalitat republicana en 1931 y la Generalitat monárquica en 1977.

Ante la hegemonía de la Lliga, el peso del populismo de Macià o Companys, o el predominio de Pujol, los secesionistas no parecían tener nada que hacer. No conseguían votos suficientes (ni siquiera en el Parlamento catalán) para actuar con determinación. Mandaron siempre los políticos, dispuestos al trato. Los secesionistas no controlaban la calle, aunque resultaban útiles, por decorativos. A ellos se recurría desde el poder catalanista para ayudar a encuadrar a las grandes concentraciones de gente: para demostrar que existía el nacionalismo catalán, el sentimiento de defensa de la lengua catalana y una manera más o menos particular de organizar la vida comunitaria.

Tal connivencia comportaba riesgos. El catalanismo comedido y el ultracatalanismo tenían graves diferencias entre sí, que se ocultaban en las celebraciones de concordia. Para sus enemigos —el nacionalismo español, republicano o monárquico— todos eran igualmente unos separatistas. Los catalanes eran tan «malos hijos de la Madre Patria» como, en el fatídico desastre del 98, lo habían sido los filipinos y en especial los cubanos. El ultracatalanismo no dudó en dar la vuelta al insulto de sus adversarios «españolistas», término que —como se verá— surgió a raíz de las guerras civiles cubanas del siglo XIX. Los nacionalistas catalanes contestaban que, al serlo, eran también separatistas, y a mucha honra. Por su parte, el catalanismo mesurado respondía que los centralistas y españolistas, con sus persistentes acusaciones de traición, eran unos «separadores» que provocaban respuestas exaltadas entre quienes se sentían catalanes pero también españoles. Y así, entre varias broncas (mejor y peor conocidas), transcurrió el siglo XX.

Pero entonces, no hace tanto tiempo, todo cambió. De pronto (aunque es en realidad más complicado), se celebró la masiva Diada del 11 de septiembre de 2012. Y se inició el llamado «proceso independentista» en Cataluña, que persiste hasta ahora.

¿Qué sucedió? Durante más de ochenta años, el nacionalismo radical —primero los partidos autodenominados separatistas, y después los que sin dudarlo se consideraron a sí mismos independentistas— tuvo una presencia electoral casi nula. Y, de repente, con un giro del gobierno autonómico (una maniobra de Mas, que hasta entonces flirteaba con Rajoy y el PP), todo se transformó. La minoría se hizo multitud.

Esta evolución y sus posibles explicaciones son el sentido del presente libro.

Así que hablemos claro, y desde el principio. España, tal como se conoce hoy, puede desaparecer. O no. Pero no porque la legitime una versión de su pasado. Cataluña puede transformarse en una república imaginada, entidad paralela a la realidad política que perdura un tiempo indeterminado en la fantasía colectiva. O puede convertirse en un Estado reconocido. O ninguna de las dos cosas. Pero lo que suceda en España o Cataluña no es inevitable: no está supuesto por uno u otro pasado, o por una lectura determinada de su historia, argumente quien argumente el relato.

El desafío independentista al Estado y las respuestas estatales al reto no están resueltas. La rivalidad institucional y el desarrollo de la contienda siguen en pie. ¿Tal vez el pasado no explica lo que ha ocurrido?

Desde el siglo XIX, desde que Barcelona se erigió en metrópoli rival de la «Villa y Corte», la capital catalana ha adquirido fama mundial de ser un foco vehemente, agitado, ardiente. En las últimas dos centurias, Barcelona ha sido el termómetro de cualquier malestar hispánico. Todos saben que unas fiebres catalanas, si suben lo suficiente, comportarán una crisis española. La definición clásica de «crisis» es la siguiente: «Intensificación brusca de los síntomas de una enfermedad.» Visto así, Cataluña sería el indicio (o la revelación) de un malestar español más grave y general. Si hay un «problema catalán», significa que hay también un «problema español». Es un tópico donde los haya.

Por las razones que sea, Cataluña ha protagonizado los cambios sistemáticos españoles a lo largo del siglo XX y hasta la actualidad. La Segunda República fue de raíz catalana. Ahí estuvieron Companys y Macià antes que Miguelito Maura y don Niceto Alcalá-Zamora. Durante la Guerra Civil, Barcelona pareció vivir una revolución distinta de la vivida en Madrid, si bien con paralelismos tan grotescos como la repetición de la «lucha dentro de la lucha»: los «hechos de mayo» de 1937 en Barcelona (como si hubiera realmente una revolución libertaria); o, entre el 5 y el 12 de marzo de 1939, la pugna entre comunistas fieles al primer ministro socialista, el Dr. Juan Negrín, tras identificarse con su resistencia obsesiva y alzarse dispuestos a imponer un consejo que negociara la paz con el Generalísimo Franco (como si en tan tardía fecha fuera remotamente factible). La presión sostenible que hizo caer el franquismo parecía venir del norte —fue ETA quien mató al almirante Luis Carrero Blanco en diciembre de 1973—, pero la Transición tomó cuerpo y se hizo realmente ineludible con un vínculo catalán. Ocurrió en el otoño de 1977, cuando Tarradellas (en su función de presidente en el exilio de la Generalitat) supo negociar con el presidente del gobierno Adolfo Suárez, penúltimo ministro-secretario general del Movimiento Nacional. En aquel acuerdo improvisado, que llevó a Tarradellas a Barcelona en octubre, algo de la República (concretamente, la Generalitat) se injertó en la monarquía juancarlista que salía del Glorioso Alzamiento Nacional.

Desde 2017 y 2018, una pulsión secesionista ha enfrentado la comunidad autónoma catalana con el propio Estado de las autonomías, con España, la Corona y los tribunales. Otra vez, un calenturón impulsivo en Cataluña ha provocado una crisis en España, una abrupta subida o bajada de la temperatura. Y así ha sucedido: ante repetidas iniciativas de independencia en Barcelona, ha habido una congelación en la formación de gabinete (Rajoy ejerció diez meses en funciones), para acabar con un cambio de gobierno sorpresa, mientras se producían varias confrontaciones entre jueces y fiscales por una parte, y políticos españoles y catalanes por otra. Todo ello adobado con una agitación simbólica (tanto española como catalana), que muchos creían superada.

Es escasa la literatura en castellano sobre la evolución desde el nacionalismo hasta el separatismo y, menos todavía, hasta el independentismo. Hay realmente poco que escoger, por falta de textos, entre la Historia del nacionalismo catalán (primera edición en

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