La lengua de la ficción africana

Ngugi wa Thiong'o

Fragmento

La lengua de la ficción africana

 

I

 

Uno de mis libros, Detained, tiene como subtítulo A Writer’s Prison Diary. ¿Por qué un diario de prisión de un escritor? Porque el tema central era el proceso de escritura de una novela bajo condiciones de privación de libertad. Caitaani Mutharabainı fue publicada por Heinemann en 1980 y fue la primera novela de su clase, tanto por su temática como por su longitud, escrita en gikuyu.

En mi discusión sobre la lengua de la ficción africana volveré una y otra vez sobre la experiencia de la escritura de Caitaani Mutharabaini, y espero ser capaz de exponer en el proceso cuestiones más amplias sobre la problemática de la existencia, los orígenes, el desarrollo y la evolución de la novela africana.

Cuando me arrestaron en mi casa el 31 diciembre de 1977, además de ser un participante activo en el teatro del Centro Educativo y Cultural Comunitario de Kamiriithu, yo era profesor asociado y director del Departamento de Literatura de la Universidad de Nairobi. Me acuerdo de mi última clase, con mis estudiantes de tercer curso. «El año que viene —les dije al despedirme— quiero que intentemos analizar en el aula la ficción de Chinua Achebe, desde Todo se desmorona hasta Girls at War. Me interesa particularmente seguir la evolución de la clase de los mensajeros, desde sus inicios como tales en la época colonial, es decir, pequeños funcionarios, soldados, policías, catequistas, capataces en la construcción de carreteras, etc., tal y como se les representa en Todo se desmorona y La flecha del dios, hasta su posición como clase media educada en el extranjero en Me alegraría de otra muerte; en su ascenso a la clase gobernante y el ejercicio del poder en Un hombre del pueblo, y en su participación activa a la hora de arrastrar al país a una guerra civil entre clases sociales en Girls at War. Y antes de reunirnos para discutir todos estos problemas, os pido que leáis dos libros sin los que creo que es imposible entender el trasfondo de la literatura africana, y en particular de las novelas escritas por africanos. Son Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon, especialmente el capítulo titulado “Desventuras de la conciencia nacional”, e Imperialismo, fase superior del capitalismo, de V. I. Lenin.»

Cinco días más tarde, y exactamente seis semanas después de la prohibición de Ngaahika Ndeenda, yo estaba en la celda 16 de la prisión de máxima seguridad de Kamiti como preso político, con el número K-6,77 como única seña de identidad. La celda 16 se convertiría para mí en lo que Virginia Woolf llamó Un cuarto propio, y que según ella era una necesidad vital para un escritor. A mí me lo brindó gratis el gobierno keniata.

 

II

 

Así que, confinado entre las paredes de ese cuarto propio, pensé mucho sobre mi trabajo en el Departamento de Literatura (¿habrían leído mis alumnos las obras de Frantz Fanon y de Lenin sobre el colonialismo y el imperialismo?), y también sobre mi colaboración con el Centro Educativo y Cultural Comunitario de Kamiriithu (¿seguirían con el programa de alfabetización de adultos?), y por supuesto sobre mi situación como escritor enjaulado. El encarcelamiento de un escritor por parte de un régimen neocolonial no es únicamente porque tenga intención de castigarlo personalmente, sino también porque quiere mantenerlo alejado de la gente, romper cualquier contacto entre él y el pueblo. En mi caso, el régimen quería alejarme de la universidad y del pueblo, y, a ser posible, doblegarme. Yo necesitaba mantener la cordura, y la mejor forma de hacerlo era usar las condiciones mismas de la prisión para romper el aislamiento y restablecer ese contacto a pesar de las siniestras paredes y de las puertas con cadenas. Mi determinación incluso aumentó cuando un funcionario de prisiones especialmente cruel me advirtió de que no intentara escribir poemas; obviamente, confundía novelas con poemas.

Pero ¿por qué una novela? ¿Y por qué en lengua gikuyu?

 

III

 

Hace no tanto tiempo se declaró que la novela, como Dios, estaba muerta, al menos en sus fórmulas clásicas de los siglos XIX y XX. Incluso hubo un movimiento literario en busca de un nouveau roman, y no estoy seguro de que no se diera en paralelo con la búsqueda de un nuevo Dios, aunque me pregunto, en todo caso, si la búsqueda dio frutos. Lo que está claro es que algo que responde al nombre de «novela» ha estado dando significativas muestras de vitalidad en lugares de África y Latinoamérica. La muerte de la novela, por tanto, no era exactamente mi problema.

Sin embargo, la novela, al menos en la forma en que nos llegó a África, es un género de orígenes burgueses. Surgió con el ascenso de la burguesía europea hasta una posición de dominio histórico a través del comercio y de la industria, con el desarrollo de la nueva tecnología de la imprenta y, por tanto, de la publicación comercial, y sobre todo con el nuevo clima de pensamiento que proponía que la experiencia humana era un arma adecuada para entender el mundo. Por fin el universo de Ptolomeo se veía gradualmente sustituido por el de Copérnico y Galileo; el mundo de la alquimia por el de la química; el de la magia y la voluntad divina por el de la experimentación con la naturaleza y el saber sobre el ser humano. Los Edmundo del nuevo mundo desafiaban por doquier a los reyes Lear del viejo orden. Un mundo regido por la naturaleza y su reflejo espiritual en el mundo divino, ambos sospechosamente dotados con las mismas cualidades que las jerarquías feudales de nobles y plebeyos, estaba reemplazándose por uno dominado por el hombre burgués y su reflejo espiritual en un Dios de beneficios y pérdidas. Hoy la música es: que el proletariado lleve las riendas; entonces la música era: que la burguesía lleve las riendas.

La Europa que llegó a África a finales del siglo XIX estaba liderada por el burgués victorioso, transformado de capitán de la industria en un sistema de mercado libre a comandante en jefe de inmensos recursos financieros que regulaban enormes industrias y monopolios comerciales en busca de nuevos mercados que conquistar y dominar.

El mundo africano precolonial, por otra parte, con diferentes niveles de desarrollo social entre sus variadas regiones y pueblos, se caracterizaba en su conjunto por el bajo nivel de progreso de las fuerzas productivas. Por eso estaba dominado por una naturaleza incomprensible e impredecible, o más bien por una que solo era cognoscible en cierta medida a través del ritual, la magia y la adivinación. A esta naturaleza, fundamentalmente incomprensible y frecuentemente hostil, solo era posible hacerle frente mediante una respuesta colectiva y un orden social cohesionado; podía ser cruel en algunas de sus prácticas, pero era también humano en sus relaciones personales y su conciencia de la responsabilidad recíproca entre sus miembros. Este mundo se reflejaba en la literatura que producía, con su mezcla de personajes del reino animal, híbridos entre bestias y humanos, y seres humanos, todos mezclados entre sí e interactuando en una coexistencia plagada de desconfianza mutua, hostilidad y

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