El Club de las Zapatillas Rojas 12 - Un millón de likes

Ana Punset

Fragmento

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«Tercero de ESO. Tercero de ESO. Tercero de ESO. Tercero de ESO...» Lucía no podía dejar de repetirse mentalmente el curso que había empezado hacía solo unos días. En parte, porque necesitaba recordarse que ya quedaban menos años de aburrimiento mortal en el colegio. En parte, porque de esa manera se sentía un poco mejor. Porque... En fin, ya habían superado con creces la fase de novatas de la ESO; esa etapa previa al bachillerato en la que no sabían si sentirse mayores o no. Ahora no había duda de que ya eran adultas y nadie las podía intimidar. Por eso, cuando acabó la clase de matemáticas que seguía impartiendo su amado Papudo y escuchó cómo Marisa, la reina de las Pitiminís, sentada unas mesas más adelante, criticaba la explicación sobre minuendos y sustraendos que ella acababa de realizar en la pizarra, decidió no callarse.

—Sí, seguro que a ti te habría salido genial. Como todo lo que haces.

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—No lo dudes, enana —respondió rápidamente Marisa.

—La próxima vez que el profe me pida que explique algo, le propondré que te saque a ti a la pizarra. Así podrás demostrarlo.

La sonrisa maliciosa de Marisa desapareció al instante; en cambio, la de Lucía se agrandó. Ya estaba harta de que aquella maleducada se sintiera superior. No le daba miedo.

—No se te ocurra meterte conmigo o te arrepentirás... —le advirtió Marisa antes de darse media vuelta y salir de la clase seguida de sus Pitiminís.

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—Pero, bueno, ¡qué valiente te veo! —le dijo Frida a Lucía al tiempo que le propinaba una palmada en el hombro. Su amiga era tan alta que no tuvo ni que levantar el brazo para ello.

No era la primera vez que Marisa y sus amigas se burlaban de ella, pero sí la primera que Lucía le plantaba cara y le decía exactamente lo que pensaba, sin rubores, algo bastante más propio de Frida, la activista de los despechados, la valerosa.

—Alguien debería bajarle los humos a esa idiota más a menudo —respondió Lucía mientras recogía sus libros para poder salir al recreo. Era la hora del desayuno y su estómago ya había empezado a rugir hacía un buen rato.

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—Estoy de acuerdo. Lo que pasa es que no estamos acostumbradas a verte a ti tan guerrera. ¡Es una nueva faceta! —exclamó Susana, que acababa de unirse a ellas.

Lucía la miró con una sonrisa mezcla de malicia y orgullo.

—Este año me he propuesto mejorar en algunas cosas... —respondió mientras se dirigían ya al pasillo.

—Los propósitos son buenos. El mío es no morir en el intento de capitanear mi equipo de vóley —confesó Frida tocándose las sienes con las manos, como para tomar conciencia de ese hecho.

Desde que unos meses atrás la nombraran capitana del equipo de vóley del colegio, después de que Raquel lo abandonara para marcharse a un equipo de categoría superior, Frida dedicaba mucho tiempo y esfuerzos para estar a la altura de las circunstancias. Se había pasado el verano preparando a sus compañeras para la nueva temporada y no podía ocultar los nervios que sentía.

Ya fuera del aula, las esperaban Bea y Raquel, que en cuanto las escucharon, se unieron rápidamente a la conversación.

—Mi consejo: piensa que morir NO es una posibilidad, tía. Si es que quieres ganar algún partido... —dijo Raquel con media sonrisa.

—Ja, ja, ja, muy graciosa —se rio Frida con fingido entusiasmo al tiempo que le daba un codazo en las costillas.

Las dos amigas deportistas del grupo se dedicaron varios insultos cariñosos más al tiempo que bajaban las escaleras y se dirigían al exterior. Mientras tanto, Lucía cogió su móvil para enviarle un whatsapp a su chico, su querido y adorado Mario. Quería contarle la novedad: Marisa ya no la asustaba.

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—respondió Mario al instante.

Él también debía de tener descanso en el colegio en ese momento. Mario acababa de empezar el primer curso del bachillerato humanístico y no podía ni imaginarse lo que suponía que alguien te intimidara, porque él, la verdad, parecía no tenerle miedo a nada ni a nadie. Pero, como siempre, era muy capaz de ponerse en su lugar y conseguía comprenderla mejor que nadie.

Y en un abrir y cerrar de ojos Lucía se encontró en el exterior, disfrutando del sol otoñal. Aunque no era tan intenso como el de verano, a Lucía le encantaba.

En primer lugar, porque ese sol no la quemaba y no tenía que estar poniéndose protección total cada dos por tres. Era lo que tenía ser pelirroja... su piel más blanca no podía ser.

Y, en segundo lugar, porque quería aprovechar el último coletazo de un verano que había sido, cuando menos, revelador, antes de que empezara el frío y la lluvia. Estaban a finales de septiembre y no hacía ni un mes que sus amigas y ella habían retomado una amistad que había estado a punto de romperse por tonterías. Estaba tan segura de que no quería volver a sentirse sola como de que necesitaba comerse las magdalenas del desayuno si no quería desplomarse por falta de azúcar. Por eso, desde entonces aprovechaban el poco tiempo libre de que disponían para pasarlo juntas, recuperándose de las heridas y buscando nuevas aventuras que las unieran aún más si cabía.

Después de acomodar su cabeza en el regazo de Bea, debajo de su querido árbol, Lucía revisó la cuenta de Instagram que había abierto con las demás, El Club de las Zapatillas Rojas, a partir del canal de YouTube que habían creado también a finales de ese verano y que ahora tenían algo olvidado.

En cuanto leyó el anuncio del concurso en la cuenta de la revista @revistabravo, Lucía se incorporó de golpe. Tenía delante la oportunidad de vivir una nueva aventura junto a sus amigas.

—¿Te ha dado un síncope? —le preguntó Frida, mirándola con extrañeza.

—Pues casi, pero por un buen motivo... —respondió Lucía, y giró el móvil de cara a su amiga para que pudiera leer lo mismo que ella.

El grupo entero leía aquel anuncio con total atención. Lucía aguantaba el móvil y las demás pegaban sus caras a la pantalla para que el reflejo del sol no las molestara. Tardaron unos minutos en reaccionar. Minutos que a Lucía se le antojaron eternos.

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—¿Qué os parece? —les preguntó.

—Que se va a presentar mucha gente... De momento ya tiene doscientos likes... Y uno de ellos es de las Pitiminís, mira —contestó Bea con el dedo puesto sobre la lista de seguidores, entre los que distinguió a Marisa y otras chicas del mismo grupo de presumidas.

Lucía entornó los ojos. Aquello no iba a quitarle la ilusión. Ya había decidido que no volverían a intimidarla nunca más y lo estaba consiguiendo. Pero su amiga siempre necesitaba un empujoncillo para convencerse de que todo era pos

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