Recuérdame. En donde sea que estés (Serie Nadie más que tú 4)

Carla Calderón

Fragmento

recuerdame_en_donde_sea_que_estes-3

Capítulo 1

Recordar, y qué es sino más que inmovilizar en algún lugar de nuestra mente un momento, una imagen. Si tuviera una fotografía, los recuerdos serían menos borrosos; a veces tengo miedo de olvidarme, de dejar de ser quien era, porque creo que ya solo estoy en mis recuerdos; no puedo negar que me buscan y, aunque lo sepa, no estoy lista para volver. Prefiero volver a otros tiempos, cerrar los ojos y estar donde alguna vez comencé: en mi casa, tomando mate con mi mamá mientras cose algún vestido, escuchando a Nina cantar desde la cocina mientras amasa unas tortas fritas y, entre mate y mate, llega mi papá de trabajar con una sonrisa a pesar del cansancio, y atrás viene Carlitos, que tuvo un entrenamiento duro, como él dice, en El Charco. Me quedo con el recuerdo de escuchar a Nico contar entusiasmado cómo es el nuevo caballo que va a cuidar, el recuerdo de esa cocina donde de noche ya no hay luces y lo único que resuena es el silencio del campo. Viajo antes de vos, porque esos recuerdos duelen menos, y después, cuando quiero olvidar para que no duela tanto, estás, estás en los ojos de Maicon, y vuelven tu mirada, tu sonrisa y un torbellino de historias como si no fueran mías, nuestras. Cuando me repongo, descubro que no estamos tan alejados y que puedo abrir una computadora que Guil me prestó, y te busco en Google y están tus fotos, tu carrera, fotos mías, nuestras. Entonces descubro que me buscan, aunque lo sabía; cuando llego a vos, todas las noticias confirman lo mismo. Vuelvo a escribir tu nombre una y otra vez compulsivamente. Leo una, dos, tres páginas; intento creer que no es cierto. Me falta el aire; cierro la computadora y grito, grito como hace mucho no lo hacía: con fuerza, con dolor, con angustia. Vuelvo a hacerlo; abro la computadora y escribo tu nombre. Esta vez busco por otros medios, pero todos confirman lo mismo: estás muerto, ya no estás, y me quedo con esa sensación de vacío eterno. Trato de no pensar, de no creer, y no puedo respirar. Y, cuando creo que voy a morirme porque no quiero estar en otro lado si no es con vos, Maicon me llama. «Mamá», dice, y es en ese instante cuando su primera palabra y mi mundo desmoronado cobran sentido acá, lejos, con extraños a los que llamo familia, con la única certeza de que no voy a volver a verte, con el dolor de dejar atrás a los que amo. Siento que estoy quebrada, siento la culpa eterna, pero soy fuerte por él, por nuestro hijo, nuestro Maicon. Aunque quiero llorar, voy a dejar de hacerlo; voy a reinventarme. No sé cómo, porque la única certeza que tengo es que no voy a volver a verte, y entonces solo me queda el recuerdo.

***

—Bella, es hora —le advirtió Guil mientras le alcanzaba un delantal blanco.

—Puedo ayudarte —hablaba mientras caminaban por los pasillos del hospital.

—Lo sé, y hacen falta enfermeras.

—Estás raro —habló, pero Guil siguió caminando sin contestarle.

—Voy a presentarte al resto del equipo, como...

—Como Naomi; Guil, ya lo hablamos.

—Bella, no quiero que pierdas tu identidad.

—Y yo no quiero perder a Maicon; no puedo, Guil —objetó mientras entraban al consultorio.

—¿Lo pensaste?

—Sí, y voy a hacerlo.

—¿Estás segura, Bella?

—¿Tengo opción? Por suerte, en el hospital nadie me conoce por Isabela ni por Bella; Samara está de acuerdo y...

—Puedo acompañarte; mañana sale un barco a la ciudad. En dos días estaríamos en Buenos Aires.

—Esa no es una opción, Guil; no voy a volver. No puedo. Pero, si molestamos, podemos buscar una posada, o volver a lo de Samara.

—No es eso, Bella; mi casa era un fantasma antes de que ustedes vinieran. Ni siquiera sé qué haría sin las risas de Maicon por las mañanas. Pero no sería justo; tenés una familia buscándote. Tienen que saber que estás viva.

—No, no puedo, por favor, entendeme...

—Doctor, lo necesitan en Urgencias —interrumpió una enfermera.

—Soy Naomi, la nueva enfermera —se presentó Bella, saludando a la mujer que acababa de entrar.

—Está aprendiendo —le explicó Guil a Jovanna, mientras terminaba de abrochar su delantal y salía del cuarto.

—Vamos a hacer un recorrido —le dijo la mulata, y Bella recogió su pelo en un rodete, respiró profundo y se preparó para aprender todo lo que fuese necesario.

***

A veces Delfina pensaba en su vida y pensaba que, si la escribía en una novela, sería tan irreal que nadie la creería. Pensaba cómo la catalogarían: quizás una comedia romántica frustrada: la joven y exitosa modelo abandonada antes de la boda por su novio para convertirse en traficante de mujeres. Tan absurda... La protagonista que piensa que se enamoró de su mejor amigo en La boda de mi mejor amigo, con Julia Roberts... Esa la había visto. Así estaba cuando Guido le contó que se casaría con Sol... el amigo gordo y nerd que había vuelto como un médico sex symbol. Todo era tan irreal y tan cierto... pero no todo era una comedia romántica con sus altibajos en el amor. Su historia se tornaba oscura y sombría, y pensó que un policial sería mejor. Ir detrás de las pistas de Bella. Ya no eran los de antes: estaban envueltos en traiciones, mentiras y engaños. Eran perseguidos y fueron cayendo en lugares en los que jamás hubiera imaginado habitar: prostíbulos, depósitos, y hasta en un harén. Esa última parte de su historia quizás sería un drama, o una tragedia, pero todavía sin punto final porque ni siquiera estaba segura de cómo quería terminarla. Cuando no imaginaba su vida novelada, miraba el mar. Desde lo alto del palacio, podía ver la ciudad. Estaba al cruzar un pequeño estrecho al otro lado de la isla. Veía a los hombres envueltos en sus túnicas mientras llevaban maletines y hablaban por celular, y pensaba en lo cerca y a la vez lejos que estaba de hacer una llamada. Sabía que Sharir protegía a Kalef; se habían equivocado sobre ella, y no iba a ayudarla. Todos en ese palacio lo protegían, ¿no veían que la tenía cautiva, que la había abandonado? Solo las criadas le hacían compañía y, si la madre del rey lo permitía, la dejaban pasear por los jardines. Sentía cómo sería toda su vida encerrada detrás de la torre, y miró cómo su melena rubia había crecido. Entonces, pensó en Rapunzel. «Pero los cuentos de hadas no existen, y no hay un príncipe real que pueda rescatarme», se dijo. Entonces, volvió a un lugar oscuro al que no quería ir: a Kalef. Él era un príncipe, uno real y tan oscuro que pensarlo le daba temor. «El príncipe oscuro», pensó. Esta sería una buena forma para nombrarlo en su novela, en esa que imaginaba cuando se perdía en la inmensidad del mar; entonces, volvía a su pasado. Hacía más de seis meses que se había ido, o más, un año quizás. Se preguntaba si esa era su forma de vengarse. Recordaba el morro, cuando todavía quería ser salvada. Llovía y, a pesar de que pensó que no la había escuchado, sabía que, con solo leerle los labios, hubiera entendido su perdón. Creía merecer lo que le pasaba. Buscaba en sus recuerdos la verdad, no la que había contado, la real, y se odiaba por haber sido tan cruel. No tenía palabras para describir lo que sentía, y quería hablarlo con él. Quería pedirle perdón por su pasado, pero no podía. Entonces, cuando volvieron, ninguno de los dos habló; la llevó a una habitació

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos