Un final feliz para Adriana (Bilogía Rebelde y real 2)

María José Avendaño

Fragmento

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Capítulo 1

Si fuéramos a vuelo de pájaro recorriendo París, podríamos admirar sus monumentos más preciados: el Louvre, la Torre Eiffel, el Arco del Triunfo... Una ciudad plagada de gente y con una riqueza cultural que sigue siendo la admiración del mundo entero. Si dicho vuelo se sigue haciendo, pero a pocos metros del suelo, podrá observarse a los transeúntes, miles de ellos llenando las calles, saliendo de sus trabajos, bajando o subiendo de taxis, del subterráneo, entrando a negocios, mirando escaparates de tiendas... Y en medio de toda aquella muchedumbre de las cinco de la tarde: yo.

Estaba tan distraída que choqué con la barriga de un grueso oficinista parisiense de mediana edad, al que le planté, también, un taco aguja de mi propiedad en medio del pie.

—Excuse moi —murmuré para después desaparecer a toda velocidad de su vista. No aminoré la marcha hasta que llegué a mi departamento. Una sonrisa gigante invadió mi cara cuando me encontré con Xavier. Pese a tener su propia casa, en la que me instalé apenas llegué a Francia, tenía en su poder las llaves de la mía.

—¡Ah! —exclamamos los dos muy contentos mientras nos tomábamos de las manos.

—Ma chérie, ¿hace cuánto que no nos vemos? Algo así como, ¿dos semanas y tres días? Es demasiado —dijo el coiffeur muy contento.

—¿Cuándo llegaste?

—Llegué hoy por la mañana. ¿Algún chisme jugoso en la oficina?

—Nada interesante.

—Ve a darte un baño mientras preparo la cena, ¿descorcho un vino? ¿Tienes?

—No tuve tiempo para comprar nada en el camino.

—No te preocupes, pasé por una tienda y traje algunas cositas para cocinar, además de una botellita de malbec. ¿Dispongo todo para que cenemos pronto?

—Xav, quedé en ir a tomar una copa con Dimitri, lo siento mucho.

Dimitri era mi nuevo «peor es nada»: alto, de treinta y dos años, rubio como el sol, de ojos castaños, buen porte y engreído como él solo. Salía conmigo a razón de dos o tres veces por semana, y algún que otro sábado o domingo. Nada serio había entre nosotros, yo no quería compromisos y él mucho menos. La pasábamos muy bien juntos. ¿Qué más? Hacíamos el amor con intenso ardor; Dimitri no era un amante egoísta, eso es lo que debo reconocerle como un buen punto a favor... Y nada más.

—Ah... ese —dijo Xavier con una mueca—. Más bien deberíamos llamarlo Jean François en lugar de Dimitri, porque es un casanova.

—¿No vas a reconocer que está buenísimo?

—Bien podrías haberte conseguido algo mejorcito. ¿A qué hora vendrá a buscarte?

—En una hora y media.

—Algo de tiempo tenemos para charlar.

Mientras dejaba que el agua caliente de la ducha relajara mis músculos, pensaba que todo estaba bien en mi vida. Tenía un muy buen trabajo, vivía en un departamento de muy bonita apariencia y tenía un amiguito con derecho a roce que estaba bárbaro. Aun así no lograba sacarme la angustiante idea de que algo me faltaba. ¿Qué más pretendés de la vida, Adriana? Dimitri me llenaba de atenciones, pero nunca había conseguido llenar el vacío que Henry había dejado en mi vida, había pasado ya un año, pero ese vacío seguía acompañándome aunque el tiempo transcurrió muy rápido.

Recordé una noche que disfrutábamos de una relajante sesión de besos en el jacuzzi de su casa, Dimitri dijo a mi oído, cubriéndome de caricias:

—¡Ah, Adrianne! —exclamó con deleite—: Cara, carissima mía... —Aquellas mismas palabras con las que Henry me demostraba su amor. Carajo.

El excitante momento se evaporó como por arte de magia. Con el disgusto dibujado en las facciones, salí del agua y me cubrí con una toalla.

Dimitri me miró con sorpresa.

—Chérie, ¿qué pasó? ¿Por qué te vas? ¿Dije algo inapropiado?

—Me voy a mi casa.

—Pero quiero saber qué te molestó. Alors, hablemos. —Buscó su propia salida de baño y me condujo a la sala de estar.

—No me hagas caso, fue una tontería de mi parte haberme portado de esa manera —dije mientras apoyaba la cabeza en su pecho—. Pero se me fueron las ganas de que hagamos el amor.

—Ma bèlle. —Me tomó del mentón con ternura—. No soy un bruto, la cuestión es que los dos lo disfrutemos. Los dos estamos cansados, si no quieres sexo, lo entenderé.

—No es por eso, pero quiero pedirte una cosa.

—Dime.

—Nunca, pero nunca más, vuelvas a decirme «cara», «cara mía» o «carissima».

Con Dimitri nunca tocamos el tema «Henry» e ignoraba si estaba enterado de mi anterior noviazgo. Sospeché que le importaba poco y nada mi pasado, y mi presente tenía cierto sentido para él nada más que cuando estábamos juntos.

—D’accord.

Salí de la ducha sacudiéndome aquel mal recuerdo. Me cambié, fui casi volando a mi habitación y me engalané para mi salida con Dimitri. Volví al living junto a Xavier y lo encontré mirando retazos de películas de Disney por DVD. Enseguida se hizo cargo de mi cabello.

—Me dio tanta pena que te cortaras el cabello, por poco asesino a la peluquera que hizo tamaño ultraje —exclamó pasándome el cepillo con delicadeza para acomodar mi húmedo flequillo hacia el costado.

—Quería hacerme un cambio —dije. Xav no agregó nada más sobre el tema y empecé a mirar el video—: ¿Qué haces mirando estas pelis tan viejas?

—Necesito una inspiración para mi próxima colección de nuevos peinados. ¿Quizás algo medieval estaría bueno, no? —Xavier buscó su enorme pupa de maquillaje y empezó a pasarme base de tono tierra por la frente y mejillas.

—Si se me ocurre algo, te cuento.

—Primero cierra ese ojo que quiero ponerte un poco de rímel, ¿te parece bien que marque tendencia para la próxima temporada con tonos castaños o rubio oscuro?

—Yo diría que los castaños, quizás con una especie de iluminación en hebras muy finas. ¿O no?

—Ajá. Ahora cierra el otro ojo. Creo que voy a seguir con lo que me recomiendas. Pongo una sombra negra en los párpados y la esfumo un poquito así resalto tu mirada, ¿quieres?

—OK. —Algo me llamó atención. El video de Blancanieves había concluido y volqué mi mirada en el tramo de La Bella Durmiente, justo cuando la blonda y espigada Aurora exclamaba con admiración en medio del bosque: «¡Oh! Pero si es mi príncipe azul».

—Adriana, cuánto lo siento. Ahora mismo lo sacaré —dijo un apenado Xavier. Recordó que cualquier cosa que se refiera a un príncipe, aunque sea un inocente video de Disney, me afectaba evocando el recuerdo de Henry.

—Dejalo. —Con ansiedad busqué una caja de bombones que tenía cerca y engullí dos chocolates juntos.

En la película, el príncipe reemplazaba a los animalitos del bosque para ocupar su lugar cerca de la doncella; mientras Aurora cantaba extasiada, él la tomaba de la cintura.

Tomé dos bombones más de la caja.

Otra vez volví a ser la misma Adriana, alias «la salvaje», porque no vacilé en arrojar la bendita caja de bombones contra el smart TV.

Impasible, el coro de la película seguía entonando esa condenada y exasperante cancioncilla romántica mientras Aurora bailaba un vals con su príncipe.

—¡Mentiroso,

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