Adorable liberación (Adorable 3)

Gabriela Cano

Fragmento

adorable_liberacion-2

Prólogo

OSCURIDAD

Violet

Al crecer idolatrando a nuestros padres, creemos que está bien todo lo que hacen; no refutamos sus acciones, solo nos proponemos seguir sus pasos, procurando no decepcionarlos, casi nunca los juzgamos y ahora sé que ese justamente fue mi error.

De alguna manera, creí que fingir que papá no le estaba haciendo daño a su propia familia era la mejor opción para no desilusionarme de él. Los hijos siempre nos inclinamos por uno de los padres, en mi caso, Edward Price era mi héroe favorito. Dentro de mi mundo, él era la definición de «maravilloso e impecable», hasta que cada pieza se derrumbó. Me di cuenta de que había elegido mal mi bando, o puede que no se trate exactamente de tomar partidos dentro del núcleo familiar, tan solo importa estar con el lado que tiene la razón. Sin embargo, para cuando quise intentarlo, mi mamá ya tenía el corazón destruido y mi hermano empezó a odiarme.

Pero… ¿Cuántas veces se puede juzgar a una persona por un mismo error? Porque es exactamente como me siento: ser culpada una y otra vez por cubrir los engaños de papá.

Hoy me quiero liberar, y la única opción que encuentro ruge frente a mí.

Llevo casi dos horas en Zuma Beach intentando adentrarme en sus aguas azules, para nunca más salir a la superficie que tanto daño me hace. Cuando creo que soy capaz de lograrlo, un recuerdo precioso acude a mi mente, haciendo que dé un paso atrás.

La familia Price era feliz.

Éramos muy unidos, sonreíamos a cada momento. Mamá tenía una mirada resplandeciente que captaba la atención de las personas a su alrededor. Mi hermano era muy jovial y divertido, todo el tiempo disfrutaba estar a su lado, jugando dominó, al billar o descubriendo los escondites que ideaba para mis libros. Papá era el responsable de esas incansables sonrisas que generaba su presencia paternal. Realmente nos amábamos. ¿Ahora? Solo somos un horrible espectro de lo que fuimos.

Y todo es en parte mi culpa.

Lentamente voy caminando hasta la orilla de la arena. La punta del dedo gordo de mi pie izquierdo es el primero en tocar el agua. Mi cuerpo responde con un escalofrío y mi corazón palpita de forma frenética ante la realización de lo que estoy a punto de hacer. Sé que es un pensamiento espantoso, sin embargo, ¿qué puedo hacer cuando todo parece perdido? Ya no puedo mantener la parte feliz que siempre había en mí porque ya no hay nada resplandeciente a mi alrededor.

Empiezo a sollozar a medida que me sumerjo dentro del mar; camino más adentro hasta que el nivel del agua rebaza un poco mi cuello. Esta playa es conocida por su excelente oleaje, que en este momento me golpea tanto que es difícil mantener el equilibrio de mi cuerpo.

Nunca pensé que mi dolor fuera tan demoledor al extremo de querer suicidarme, es solo que… ya no quiero seguir sintiéndome de esta manera: llena de soledad y llorando al recordar que no existe una persona a la cual recurrir.

Sin pensarlo por más tiempo, tomo una fuerte respiración, deseando haberme despedido de mi familia. Las lágrimas que ruedan por mis mejillas lentamente se van mezclando con el agua helada. En realidad, tengo miedo, y ahora empiezo a llorar más fuerte. Me digo a mí misma que este sentimiento será por unos minutos, mientras mi cuerpo entra en shock, entonces perderé el conocimiento y no habrá ningún tipo de tristeza ni dolor.

Me hundo por completo.

Dicen que cuando estás a punto de morir, tu mente crea escenas cortas de lo que ha sido tu vida entera y todas ellas pasan frente a tus ojos. Eso no está sucediendo conmigo. De hecho, lo único que ocurre es que hay una presión en mi pecho que me hace sentir desesperada. Ni siquiera puedo ver con claridad. Me empiezo a quedar sin aire y el gramo de valentía que sentí al tomar esta decisión se desvanece con cada segundo que parece una eternidad.

El pánico me ataca.

Mis manos buscan en todo mi alrededor y lo único que encuentran es: nada. Solamente somos el mar y yo. Chapoteo sin sentido alguno, intentando salir, pero es como si una fuerza oscura me atara de los tobillos, manteniéndome sumergida, pagando el precio de una cobarde escapatoria. Entonces me doy cuenta de que ya no hay vuelta atrás. Casi está hecho.

El miedo que siento y la desesperación en mi pecho me invitan a cerrar mis ojos, pidiéndole perdón al universo por lo que hice, mientras cada segundo que pasa me recuerda que he actuado mal.

Esto será todo.

Mi vida está a punto de terminar y me doy cuenta de que esto será el peor error que habré cometido.

No sé si ya estoy delirando, tal vez sí… pero juro que unos brazos me rodean cuando estoy a punto de darme por vencida, y me llevan de nuevo a ver con claridad la luz de la tarde…

Lo próximo que sé es que mi cuerpo ya no está dentro del agua. Alguien me ha recostado sobre una superficie arenosa.

—¡Joder! ¡No me hagas esto! —Escucho que gritan, a medida que presionan mi pecho con desesperación y en incontables repeticiones.

Me siento tan débil que, aunque quisiera moverme no puedo, tampoco puedo decirle a quien sea que esté presionando sobre mi tórax que se detenga porque lo hace tan fuerte que está a punto de provocarme un vomito doloroso.

—¡Por favor, por favor! —ruega con desesperación una voz que empieza a resultarme familiar—. ¡Ralph, no la pierdas!

No soy capaz de decir cuánto tiempo pasa hasta que finalmente abro los ojos, mientras expulso agua de mi boca.

Un chico es quien está sobre mí, practicándome los primeros auxilios.

—¡Gracias a Dios! —exclama llevándose sus manos al rostro—. La ambulancia no debe de tardar. —Es lo que me dice antes de apartarse, para que sea un rostro muy conocido quien se ponga frente a mí.

—¡Maldición, Violet! ¡No vuelvas a hacer algo así! ¿Me entiendes? —demanda con los ojos llorosos, inclinándose hacia mí y levantando un poco mi cuerpo para rodearme entre sus brazos, haciéndolo con tanta fortaleza que había olvidado cómo se siente ser abrazada por una de las personas que más amas en el mundo, en este caso: mi hermano.

Mis manos empiezan a temblar y no puedo retener mi llanto mientras caigo en el presente.

¡Dios!

¿Cómo puede haber hecho eso?

—Lo siento —susurro.

Kilian toma mi rostro, sin decirme nada, solo me mira. En el momento en que empieza a llorar me doy cuenta de que esta horrible decisión solo lo hubiese lastimado aún más.

—Por favor, nunca vuelvas a hacer una cosa tan horripilante —pide.

Cuando giro mi rostro hacia el chico que me dio los primeros auxilios, él me toma de la mano y musita:

—Todo estará bien.

Junto a él está otro muchacho, asumo que son los amigos de Kilian. A parte del murmullo de las personas que se forma a nuestro alrededor, a los lejos claramente puedo escuchar el sonido de la sirena de una ambulancia.

Un pensamiento se forma en mi mente y produce ecos estruendosos. Tomar una decisión que ponga en riesgo tu vida no significa ser valiente, sino tan cobarde como para rendirte y huir de las cosas que nos causan dolor, en lugar de intentar ser fuertes para seguir enfrentándolas.

Las lágrimas caen sin cesar s

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos