Miguel de Unamuno

Lety Sahagún y Ashley Frangie

Fragmento

04 Unamuno

Mi niñez es la fuente de mis mejores recuerdos. Vuelvo a ella la vista como los pueblos a su infancia oscura. Siento por ella un amor igual al que éstos sienten por su pasado remoto[3].

1. LA INVICTA VILLA

En 1864, durante los últimos y revueltos años del reinado de Isabel II, la Invicta y Heroica Villa de Bilbao todavía no se había convertido en la gran urbe industrial de las dos últimas décadas del siglo y aún no se habían producido las profundas transformaciones sociales y demográficas en Vizcaya, y principalmente en la parte izquierda de la ría[4].

El País Vasco está pasando paulatinamente de una economía rural a un sistema industrial, y desde la década de 1840, con la explotación de las minas de hierro a gran escala, empiezan a prosperar las industrias siderúrgicas y metalúrgicas; se funda en 1841 una sociedad anónima, Santa Ana de Bolueta, una novedad en España como los primeros altos hornos. A partir de 1855, el grupo Ibarra afinca su industria en Baracaldo, pero conoce una actividad muy limitada hasta la década de 1880. La implantación en Vizcaya de las primeras industrias no altera las actividades de la burguesía, que siguen siendo ante todo comerciales. Después de la desaparición del privilegio de emisión de moneda que tenía hasta entonces el Banco de San Fernando, se crean varios establecimientos, entre ellos el Banco de Bilbao en 1857; se establecen compañías de seguros, y se inaugura el ferrocarril Tudela-Bilbao para mantener la hegemonía entre los puertos del norte de la Península[5].

Pese a estas primeras transformaciones, la ciudad del Nervión es una urbe tranquila donde conviven los apacibles «chimbos» —apodo dado a sus habitantes— en un ambiente familiar, sin demasiadas tensiones ni conflictos. En el casco viejo o Siete Calles, «núcleo germinal de la ciudad», residen como en tiempos pasados las tradicionales clases medias, mercantiles y acomodadas. Allí se alzan los más emblemáticos edificios públicos: el Ayuntamiento, el Teatro de la Villa, el hospital de Achuri, y la Alhóndiga, donde se concentra desde tiempos remotos el poder económico, social y político-administrativo de la ciudad.

Desde finales del siglo XVIII, Bilbao impresiona a los visitantes por su ubicación a orillas del Nervión, «río de las delicias y riqueza de la villa», por la limpieza de sus calles bien empedradas, la belleza de sus edificios altos y soberbios, sus abundantes almacenes, sus huertas variadas, su clima suave y unos alrededores poblados de robles[6]. En la centuria siguiente, tan limpia está la ciudad que se merece el nombre de «tacita de plata»[7]. Las calles no solamente se barren y limpian; se lavan con el agua que corre de los caños por las Siete Calles.

La ciudad del Nervión también tiene una vida cultural ilustrada por la presencia de teatros y bibliotecas. La vitalidad comercial es notable; las fiestas, sencillas pero bulliciosas y alegres; la carne y la caza, muy variadas; los pescados, riquísimos; verduras y frutas en abundancia adornan los puestos de los mercados.

A mediados del siglo, el recinto del Bilbao histórico queda estrecho y las murallas dificultan el irreprimible desarrollo de la villa. En 1860, ésta cuenta con unos 18.000 vecinos y pronto se plantea de manera candente la cuestión del ensanche, de modo que, al año siguiente, se elabora un primer plan, diseñado por Amado Lázaro, ingeniero provincial de Vizcaya. El proyecto prevé una ciudad maravillosa, con una espaciosa Gran Vía de 50 metros, y calles con anchura mínima de 20 para que el sol pueda alcanzar las habitaciones de abajo. Pero este proyecto fracasa pues despierta numerosas críticas y el Ayuntamiento pronto se percata de los altísimos costos de las expropiaciones. Finalmente, la ciudad no conoce cambios significativos durante tres décadas, aunque se elabora en 1876 un nuevo plan urbanístico después de la aprobación de los ensanches de Madrid y Barcelona en 1860, y de San Sebastián en 1864.

Bilbao, que vivió la ocupación francesa entre los años 1808 y 1813, sufre dos sitios durante la primera guerra carlista. El 13 de junio de 1835, Tomás de Zumalacárregui, obedeciendo al pretendiente al trono, Carlos María Isidro de Borbón, sitia la ciudad que se niega a rendirse. El general carlista, herido durante el sitio, muere el día de San Juan y a raíz de esta desaparición, las tropas cristinas de Baldomero Espartero liberan a la ciudad el 4 de julio. Otro sitio de 43 días afecta a la ciudad del Nervión en los últimos meses de 1836, pero no se rinde, permaneciendo leal a las tropas de María Cristina; queda libre después de la batalla de Luchana, en la que resulta victorioso el general Espartero el día de Nochebuena y recibe entonces el prestigioso título de Noble y Muy Leal Invicta Villa por su heroica resistencia[8].

En esta ciudad de pasado glorioso, baluarte de la causa liberal y vuelta hacia un porvenir económico esperanzador, se establece después de la primera guerra carlista la familia Unamuno, oriunda del histórico pueblo de Vergara.

2. «LAS NIEBLAS DE LA INFANCIA»

A principios de la década de 1860, en el pintoresco barrio de Siete Calles, y más precisamente en el número 16 de la calle de la Ronda, que corre por la parte exterior de la muralla, se establecen los recién casados don Félix María de Unamuno y Larraza y su sobrina carnal, María Salomé Crispina de Jugo y Unamuno. A primera vista, los dos cónyuges son más bien dispares tanto por sus vivencias como por la diferencia de edad, pues Félix, tío paterno de Salomé, le lleva 17 años.

Nacido en 1823, Félix María, hijo de don Melchor Jesús de Unamuno, confitero en Vergara, y de Josefa Ignacia de Larraza y Azarola, ha descubierto anchos horizontes pues, como otros tantos chicos vascongados y de todo el litoral cantábrico —entre ellos sus tres hermanos—, se fue de casa jovencito para «hacer su América». Se estableció en la ciudad mexicana de Tepic, donde consiguió reunir un pequeño caudal antes de regresar a Bilbao para «montar una industria», arrendando en 1859 una caseta en la Plaza Vieja de la villa. El mismo año presentó un expediente para utilizar el agua del Uzcorta en el horno de panadería con «el sistema Rolland» en la casa número 41 del barrio de Achuri[9], y en 1866 solicitó del Ayuntamiento la concesión de un puesto de pan en los soportales de la Plaza Vieja[10].

A diferencia de este «indiano» o «americano», María Salomé Crispina, que ve el día en 1840, no ha contemplado más cielos que los de su Bilbao natal y a los catorce años queda huérfana de padre. Pero si bien no ha vivido las aventuras americanas de su esposo, no desconoce el turbulento pasado familiar, particularmente el de su madre, Benita Unamuno y Larraza, dueña con su esposo de una confitería llamada «La Vergaresa». Esta hermana de Félix tuvo que abandonar con su familia la ciudad de Vergara en 1835 durante la primera guerra carlista y vivió los dos sitios de Bilbao que «retemplaron su alma» y fortalecieron sus convicciones liberales. Además, Benita, casada en primeras nupcias con José Antonio de Jugo y Elezcano, ha vuelto a contraer matrimonio con José Narbaiza.

En 1864, Félix y Salomé

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