Ansiedad: a mí también me pasa

Iris Pérez Bonaventura

Fragmento

cap-1

NOTA DE LA AUTORA

Si estás leyendo esto, probablemente sea porque la ansiedad te lo está haciendo pasar mal. El exceso de ansiedad no es ninguna tontería. Tampoco es algo que desaparezca por sí solo. Las frases del tipo: «Ya se te pasará», «No es para tanto», «No te pongas así», «No pienses en eso», «El tiempo lo cura todo»… no funcionan con la ansiedad.

Si no aprendes a lidiar con ella, te acompañará allí donde vayas: te invadirá los pensamientos, impedirá que el cuerpo se relaje, hará que te cueste mantener la atención, no te dejará disfrutar y no te permitirá que te relaciones libremente con los demás. Con el tiempo, la confianza en ti mismo disminuirá y la ansiedad se convertirá en tu sombra. Para que no suceda, hazle frente, batalla contra tus miedos, afronta tus temores, lidia con las situaciones difíciles. Hazlo. Pero hazlo con conocimiento. Entender qué te pasa, por qué y cuándo es fundamental. Conocer, desarrollar y practicar las estrategias efectivas contra la ansiedad marcará una diferencia en tu vida y en la de los demás.

No te sientas solo, porque no lo estás: ¡todas las personas sufren ansiedad en algún momento! La adolescencia es una etapa crítica en la que uno de cada tres jóvenes sufre o sufrirá un trastorno de ansiedad y uno de cada doce tendrá problemas graves en la escuela, en casa, con los amigos o en actividades en las que se exige un alto rendimiento, como el deporte.

La pandemia del COVID-19 ha empeorado aún más esta situación y ha generado preocupación constante, inquietud, tensión muscular, dificultad para dormir, fatiga e irritabilidad, entre otros. En estos momentos, el trastorno de ansiedad se ha convertido en el problema de salud mental más frecuente en los jóvenes de todo el mundo.

Sin embargo, ocho de cada diez adolescentes con ansiedad no reciben ayuda. ¡No permitas que sea tu caso! En la actualidad, la ansiedad es una condición tratable. Existe un tipo de intervención con eficacia demostrada: la terapia cognitivo-conductual (TCC).

Con este manual podrás empezar hoy mismo a abordar tu ansiedad. Página tras página, encontrarás herramientas basadas en la TCC para que puedas desarrollar tu verdadero potencial.

Permíteme enseñarte cómo puedes sentir, pensar y actuar de una forma diferente, una forma que te ayude a sacar lo mejor de ti.

Bienvenido a un nuevo modo de
VER, DESAFIAR Y AFRONTAR
LA VIDA.

Con el objetivo de que la lectura sea más ágil, a lo largo del libro se utilizan los pronombres masculinos para referirse indistintamente a él, ella, elle, ellos, ellas o elles.

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EL INICIO

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EL PRIMER DÍA

«Lo esencial es invisible a los ojos».

El principito, Antoine de Saint-Exupéry

Sonrío cuando recuerdo aquel momento inicial, justo antes de que todo empezara a cambiar sin que ninguno de los protagonistas lo imaginase.

En la sala imperaba un silencio sepulcral. Las caras eran tensas, los gestos nerviosos y las sonrisas incómodas. El único ruido que se oía era un esporádico chasquido de nudillos o algún golpeteo de un lápiz. Las miradas hablaban por sí solas. Cada uno de ellos contemplaba a la persona que tenía a su lado como si de un extraterrestre se tratase, un ser venido de otro mundo que nada tenía que ver con él.

Los integrantes del grupo de jóvenes con ansiedad eran diversos; estudiaban desde ESO hasta formación profesional, bachillerato e incluso primero de carrera. Habían crecido en familias diferentes con entornos sociales y culturales distintos. Habían tenido infancias y amigos dispares. Pero todos ellos estaban unidos por una misma razón: la ANSIEDAD. Y tenían un mismo objetivo: superarla.

Los miro ahora.

Tengo que abrir y cerrar los ojos varias veces para creer que se trata de los mismos jóvenes cohibidos. ¡Menudo cambio!

Ahora están todos aquí, compartiendo momentos íntimos. Hace más de media hora que ha terminado la sesión, pero parece que nadie tiene la mínima intención de irse. Charlan entre ellos, ríen animados y se intercambian los números de móvil.

Me dejo invadir por el sentimiento colectivo de alegría y entusiasmo. Pero dura poco tiempo, ya que el encargado de seguridad nos avisa de que tiene que cerrar la sala donde estamos. Todos se quejan al unísono y, sorprendentemente, consiguen convencerlo de que nos deje unos minutos más. El guarda se va refunfuñando, pero una leve sonrisa ilumina su rostro.

¿Cuál es la mejor forma de despedirse después de tantas experiencias vividas juntos?

Un adiós no siempre representa un final; a veces, puede significar un nuevo comienzo. Por eso, decidimos que, a modo de cierre, cada uno debe decir una frase que resuma las habilidades aprendidas que mejor le han funcionado a lo largo de estos últimos meses.

«AFRONTAR LOS MIEDOS QUE CREA MI MENTE»

La voz clara y firme pertenece a Eduardo, un chico de quince años que ha acudido a las sesiones del grupo cada semana, sin faltar ni un solo día y contra todo pronóstico.

Eduardo tiene unas facciones muy agradables; es atractivo, amable, simpático y listo, aunque él no se dé cuenta. Desafortunadamente, un día padeció una fuerte crisis de ansiedad en el instituto, en medio de clase, delante de todos sus compañeros y amigos. En cuestión de segundos, empezó a notar que le faltaba aire, el corazón le latía mucho más rápido de lo normal y sentía una opresión en el pecho que aumentaba por momentos. Lo pasó tan mal que pensó que iba a morirse. Mareado, con la cara pálida, se levantó de la silla e intentó en vano tranquilizarse en el pasillo. Se marchó del instituto sin decir nada a nadie. Cuando al fin se recuperó, sintió tanta vergüenza que dejó de asistir a la escuela.

El primer día que vino al grupo de adolescentes con ansiedad, Eduardo llevaba ya más de dos meses sin ir al instituto. Varios profesores se habían puesto en contacto con él para intentar convencerlo de que volviera. Sus padres se lo rogaron y suplicaron, pero no consiguieron que fuera a clase. Se quedaba en casa, en su habitación, en la cama, durmiendo, dibujando o jugando a un videojuego de la PlayStation 5 para escapar del mundo real, alejándose de la gente que lo rodeaba. Al principio, sus compañeros lo llamaban muy a menudo; después, cada vez menos, cansados de que les contestara pocas veces. En las escasas ocasiones en que hablaban, le decían que tenía mucha suerte de poder quedarse en casa sin hacer «ni el huevo». Lo que ellos no sabían era que Eduardo no era feliz. Nos lo

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