Inocencia, saber y asombro

Osho

Fragmento

Inocencia, saber y asombro

   

PRÓLOGO

Primero, deja que te explique los diferentes tipos de tontos que existen.

El primero es el que no sabe, y no sabe que no sabe: el tonto simple.

El segundo es el que no sabe, pero cree que sabe: el tonto complejo, el tonto ilustrado.

Y el tercero es el que sabe que no sabe: el tonto bendito.

Todo el mundo nace siendo un tonto simple, ése es el significado del término simplón. Todos los niños son tontos simples. No saben que no saben. Todavía no han llegado a tener conciencia de la posibilidad de saber. Ésa es la parábola cristiana de Adán y Eva, Dios les dijo: “No coman del fruto del árbol de la sabiduría”. Antes del accidente de comer el fruto de aquel árbol, Adán y Eva eran tontos simples. No sabían nada. Por supuesto, eran inmensamente felices, porque cuando no sabes, es difícil ser infeliz. La infelicidad requiere un poco de entrenamiento; se necesita cierta eficiencia para producir infelicidad, cierta tecnología. No se puede crear un infierno sin ciertos conocimientos: ¿cómo vas a crear un infierno sin conocimientos?

Adán y Eva eran como niños. Cada vez que nace un niño, nace un Adán. Y vive unos cuantos años —cuatro, como mucho—, el periodo se va acortando día a día. Vive en el paraíso porque no sabe cómo crear la desdicha. Confía en la vida; se entretiene con cosas pequeñas como las piedrecitas o las conchas de la paya. Las recoge como si hubiese encontrado un tesoro. Piedras de colores sin valor le parecen diamantes como el Koh-i-Noor. Todo le fascina —las gotas de rocío al sol de la mañana, las estrellas en la noche, la luna, las flores, las mariposas—, todo es pura fascinación.

Pero luego, poco a poco, empieza a saber: una mariposa sólo es una mariposa, una flor sólo es una flor. No tiene nada de especial. Empieza a conocer el nombre de las cosas: esto es una rosa, eso es una marga- rita, aquello es un tulipán y esto es un loto. Poco a poco, esos nombres se van convirtiendo en barreras. Cuanto más va aprendiendo, más se va separando de la vida como tal. Se vuelve cabezudo. Entonces, vive a través de la cabeza, no desde su totalidad. Eso es lo que significa la caída. Ha comido del árbol de la sabiduría.

Todos los niños tienen que comer del árbol de la sabiduría, son tan simples que tienen que volverse complejos, pues eso forma parte del crecimiento. Así que todos los niños pasan de la tontería simple a la tontería compleja. Existen diferentes grados de tontería compleja: algunas personas no llegan a la universidad, otras se gradúan en la universidad, ciertas personas consiguen posgrados y otras más se doctoran. Todos los niños tienen que saborear algo de conocimiento porque la tentación de saber es grande. Cualquier cosa desconocida podría ser peligrosa. Tenemos que conocer a la atracción, pues así podremos lidiar con ella. ¿Cómo vas a lidiar con ella si no la conoces? Así que todos los niños acabarán adquiriendo conocimientos.

Por lo tanto, el primer tipo de tonto, necesaria e inevitablemente, tiene que pasar al segundo tipo de tonto. Pero, desde el segundo, el tercero puede o no puede darse; no es necesario. El tercer tipo de tontería sólo es posible cuando el segundo se ha convertido en una carga muy pesada. Cuando uno ha soportado demasiado saber, hasta el extremo, uno se convierte únicamente en cabeza y pierde toda sensibilidad, toda conciencia, todo vivir. Uno se ha convertido sólo en teorías, escrituras y dogmas, palabras y más palabras dando vueltas en la mente. Un día, si la persona se da cuenta, tendrá que deshacerse de todo eso. Entonces, pasará al tercer tipo de tontos —el tonto bendito— y alcanzará una segunda infancia, volverá a ser un niño.

Recuerda lo que decía Jesús: “En el reino de Dios sólo serán admitidos aquellos que sean como niños”. Pero recuerda, dice como niños, no dice “los niños”. Los niños no pueden entrar; tienen que recorrer los caminos del mundo, tienen que ser envenenados en él, y luego tienen que limpiarse. Esa experiencia es imprescindible. Por eso no dice “los niños”, dice “aquellos que sean como niños”. Ese como es muy significativo. Quiere decir: aquellos que, aun sin serlo, sean semejantes a ellos. Los niños son santos, pero su santidad sólo se debe a que todavía no han experimentado la tentación del pecado. Su santidad es muy simple, no tiene mucho valor porque no ha sido ganada, no se han esforzado para conseguirla, todavía no han sido tentados.

Las tentaciones llegarán tarde o temprano. Habrá miles de ellas, y el niño será atraído en muchas direcciones. No estoy diciendo que el niño no tenga que ir en esas direcciones. Si se inhibe, si se reprime de ir, siempre pertenecerá al primer tipo de tontos. No formará parte del reino de Jesús, no podrá conocer el paraíso de Mahoma, no. Simplemente, se mantendrá ignorante. Su ignorancia tan sólo será una represión; no será un alivio. Antes tiene que aprender, tiene que pecar, y solamente después de haber pecado y conocido, de haber desobedecido a Dios y entrado en la parte salvaje del mundo, de haberse extraviado y vivido su propia vida de ego, un día, será capaz de deshacerse de todo ello.

Pero no todo el mundo lo podrá hacer. Todos los niños pasan de la primera a la segunda tontería, pero de la segunda a la tercera sólo pasan unos cuantos benditos; por eso se les llama tontos benditos.

El tonto bendito es la mayor posibilidad de comprensión porque ha llegado a la conclusión de que el saber es inútil y de que todo saber es una barrera para la sabiduría. El saber es una barrera para la sabiduría, por eso el tonto bendito se deshace del saber y se convierte en un sabio puro. Él simplemente llega a la claridad de visión. Sus ojos están vacíos de teorías y pensamientos. Su mente ya no es una mente; su mente sólo es inteligencia, pura inteligencia. Su mente ya no está atestada de basura, ya no está atestada de conocimientos prestados. Él es, simplemente, consciente. Es una llama de consciencia.

Tertuliano clasificó el saber en dos categorías: a una la llama “saber ignorante” —está hablando del segundo tonto, el del conocimiento ignorante—. El erudito sabe y a la vez no sabe, porque no lo ha aprendido por experiencia propia. Lo ha oído, lo ha memorizado; es un loro, una máquina en el mejor de los casos. Tertuliano dice que este saber en realidad no es saber, sino ignorancia vestida de saber. Es una caída, una caída de la inocencia infantil. Es una corrupción. Es un estado de mente corrupto. Astuto, listo, pero corrupto.

Luego, según Tertuliano, existe otro tipo de saber al que llama “conocimiento de la ignorancia”, que es cuando una persona abandona todos los conocimientos y teorías, y mira directamente: mira a la vida tal como es, sin ideas relacionadas, acepta la realidad tal cual, se encuentra con ella inmediata, directamente, sin conocimientos al respecto, se encuentra con ella y la afronta, permite que lo que es tenga su florecimiento. Uno simplemente escucha a la realidad, y dice: “No sé”. Éste es el niño del que habla Jesús; no es en realidad un niño, sino parecido a uno.

Y yo afirmo

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