Solo un verano (De armas tomar 1)

Eleanor Rigby

Fragmento

solo_un_verano-2

Capítulo 1

Con la muerte en los talones

Thiago

Tengo las caderas encajadas en el peor asiento que te puede tocar cuando te subes a un Binter —el que se encuentra justo al lado del motor—, hay un par de tortolitos haciéndose arrumacos delante de mis narices y un tipo con demasiado alcohol en la sangre duerme la mona a mi derecha. Diría que sufre aerofobia y se ha marcado un Melendi para sobrellevar el trayecto, pero creo que hasta el Rey Misterio mancharía los calzoncillos si tomara un vuelo interinsular en estos aviones de aluminio. Por si fuera poco, se me están acumulando los mensajes de Celia en las nubes de notificaciones que saltan en la pantalla del móvil, tan rajada por las caídas libres que parece que la utilice de tabla de corte.

La verdad, solo se me ocurre un espectáculo más desolador ahora mismo. El que me espera una vez aterrice en Tenerife.

O, mejor dicho, la que me espera.

—Mi niño.

Ahí está la azafata de turno, ofreciéndome con su mejor sonrisa las que serán mis armas para sobrevivir al trayecto: un vasito de plástico con agua y una Tirma. Se los acepto con educación, pero alguien debería decirle a la plantilla de Binter que, para esta tortura, sería mucho más apropiado servir un chupito de Jägermeister y una galletita de cianuro para morder en caso de urgencia.

O un tiro en la pierna.

A falta de alguna de mis propuestas para distraernos de la muerte súbita por aterrizaje forzoso que nos espera, me toca vaciar el vaso y darle un mordisco a la barrita de chocolate. Es la manera que tiene la cabin crew de pedirte disculpas por trasladarte al aeropuerto de Los Rodeos en una trampa mortal.

«Si la palmas, pues por lo menos tenías la barriga llena. Te irás a quejar, chico».

Odio la ruta que Airam tiene por costumbre forzarme a hacer: de Madrid a Gran Canaria, para saludar a sus amigos que estudian allí, y luego de Gran Canaria a Tenerife.

La voz de Leire me llega desde el asiento delantero a la vez que el clic del cinturón, que a buen seguro se abrocha con dedos trémulos.

—Estoy un poco nerviosa, si te digo la verdad.

Es la pasajera situada en el 23B, también conocida como la novia de mi mejor amigo, la empollona de la clase de quinto de Medicina o la pamplonesa. El que se beneficia de los encantos de Leire, como sus medidas de 90-60-90 o sus ojos de muñeca Nancy, está sentado justo a su izquierda. Aparte de ser un tío con mucha suerte, Airam es un temerario orgulloso, o bien un verdadero canario. Solo un asiduo a los viajes de la compañía Binter habría rechazado un agradable paseo en barco de cuarenta y cinco minutos y lo habría sustituido por planear sin control alguno sobre el Atlántico.

Aunque, a decir verdad, los ferris tampoco son el yate de Bill Gates.

—Les vas a encantar —le promete Airam, estrechando su mano con buen ánimo—. Mi familia es muy peculiar, lo admito. Tendrás que ser paciente con ellos, pero son legales.

—Al menos la mayoría —contesto por lo bajo—. El negocio de los bungalows que tiene tu padre en Adeje, legal, lo que se dice legal, no lo es mucho.

Y su matrimonio tampoco debió de serlo, porque no creo que haya un alma en toda la isla que no sepa que se está cepillando a un estudiante de doctorado de la Universidad de La Laguna. Ni siquiera sus hijos, de los cuales una estudia allí. Esa «una» que espero que se quede en el norte, encerrada en su piso de estudiante. Lo más lejos de mí que permita la situación geográfica sin que se caiga al Atlántico.

Aunque... ¿y si se cayera al Atlántico?

—Pero a mi padre lo vamos a ver más bien poco. En estas fechas abunda el turismo y tiene que ir de un lado para otro pendiente de que todo marcha bien.

—Entonces pasaremos el rato con su madre, Jimena. —Apoyo los codos sobre los respaldos de sus asientos y me asomo con una sonrisita que Airam censura en el acto. «No me toques las palmas, que me conozco», parece decir—. No ocurrirá nada malo siempre y cuando mantengas tu monedero a buen recaudo. Lo único que a Jimena le gusta más que jugar al póquer es ponerse a su familia en contra sacándole los ahorros del cerdito.

Leire mira a Airam, dudosa.

—Ahora que me acuerdo, sí que me dijiste que tu madre es un poco competitiva cuando se echa unas partidas.

¿«Un poco competitiva»? Es la hooligan de los juegos de mesa, una adoradora pagana de la baraja de cartas. Yo no la llamaría «ludópata», pues el prefijo «ludo» significa «juego» y ella se toma sus ganancias más a pecho que su trabajo. Y no es que nadie se tome en serio el trabajo de Jimena, porque, aunque haber hecho sus pinitos en un par de telenovelas en su tierra natal, Venezuela —es una Oramas adoptada—, le ha pagado las facturas, talento interpretativo no es algo de lo que ande sobrada.

Salvo cuando se tira faroles al póquer. Por eso podría haber ganado un Oscar.

—Tú tranquila —se apresura a responder Airam—. Le dices que solo llevas cinco, diez perras en la cartera, que no puedes apostar más, la dejas ganar y santas pascuas.

Exacto, eso es lo que hay que hacer. Alimentar al monstruo. Echar más gasolina al fuego.

—Además, piensa que mi abuela estará en la casa. Eso la frenará un poco. Otra cosa no, pero mi madre respeta a la yaya tanto como a Dios.

—Tengo ganas de conocer a tu abuela —reconoce Leire, seguramente pensando en la suya—. Seguro que es un encanto.

Está claro que Leire no ha tenido el dudoso placer de tratar con una abuela gomera. Estoy deseando ver su cara cuando se acerque a ella para darle un beso y Candelaria la agarre de la coleta y le diga que «esas cosas no se practican en su casa». En su casa se practican la ley del hielo, los concursos de mugidos como asentimientos y el tercer grado, aunque esto último solo se aplica como medida extrema cuando desaparecen sus postres por arte de magia.

—Es un encanto, sí... al estilo de La Gomera —puntualizo en voz baja.

Airam me advierte con la mirada una vez más, lo que suma la decimocuarta advertencia en lo que llevamos de viaje.

Por algún motivo que escapa a mi entendimiento, quiere presentar a Leire ante su familia cuando las probabilidades de que se case con ella siendo su novia universitaria son más bien escasas. No lo digo yo, que, a mi parecer, hablo con propiedad en lo que se refiere a lo que es mejor para mi colega, sino la estadística. La pareja de los dieciocho es la pareja de los dieciocho, no la madre de tus hijos. No existe el futuro en estos casos.

Por otra causa que me extraña más aún, quiere mantener en secreto que su familia de histéricos la volverá loca sin tregua durante todas las fiestas. Jamás he padecido el martirio de responsabilizarme de una pareja, pero no le señalaría un campo minado y le diría que no pasa nada si se marca un desfile.

Airam no es de los que allanan el camino, parece. Confía en que Leire será lo bastante fuerte para soportarlo, y yo albergo mis serias dudas. Leire cree que lo ha visto todo porque salió de su pueblo navarro para estudiar en la gran capital, pero hay cosas para las que ni Madrid te prepara.

Una abuela gomera, como digo.

—¿A quién más conoceré?

No sabe que seguir preguntando será su perdición.

—A mi abuelo Manuel.

—¿En qué trabajaba?

Esa pregunta permi

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