El viaje superincreíble de Freddie Yates

Jenny Pearson

Fragmento

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Es posible que los milagros puedan producirse de muchas formas, pero sigo sin estar muy convencido de que puedan ser pequeños y peludos como «Lady Gaga»

Es curioso lo que la gente considera un milagro. Después de que papá tuviera su «pequeño accidente», la yaya comentó:

—Joe, es un pequeño milagro que no te hayas matado.

Pero no era un pequeño milagro, porque había sido cosa de Eileen, la peluquera, y en Eileen no hay nada de pequeño ni de milagroso. Si en ese preciso instante Eileen no hubiera estado paseando a su perrita, a la que llama Lady Gaga, no habría visto cómo la furgoneta de reparto de papá se precipitaba cuesta abajo ni le habría gritado que se quitara de en medio. Así que, como he dicho, no fue un milagro, sino una cuestión de buena sincronización. O más o menos de buena sincronización, porque, aun así, papá se rompió una pierna.

La señora Walker, nuestra profesora, nos dijo una vez que, si conseguía terminar el curso escolar sin estrangularnos a ninguno de nosotros, sería un milagro. Al final de curso, todos los de mi clase de sexto seguíamos vivos... O al menos eso creo, porque Dylan Katano desapareció en mitad del primer trimestre, a finales de otoño, aunque luego oí que había vuelto a Japón... En cualquier caso, lo que quiero decir es que la señora Walker se equivocaba. No estrangular a ningún alumno de mi clase de sexto no tuvo nada que ver con los milagros... por mucho que fuéramos bastante gamberros.

En los viejos tiempos, los milagros eran algo grande. Aunque lo cierto es que no hay forma de saber si esos milagros se produjeron de verdad. Una vez, Charlie y yo intentamos compartir una bolsa de pescado y patatas fritas que habíamos comprado en Marley’s. Esa decisión puso a prueba los límites de nuestra amistad... Y eso que Marley’s es conocido por sus generosas raciones. ¿Cómo es posible, entonces, que un tipo llamado Jesús se las arreglara para compartir tres peces y unos pocos panes con cinco mil personas? No lo sé. Supongo que la gente quería creer que aquello realmente había sucedido.

Papá suele decir que a la gente le gustan las buenas historias, y si eso les hace felices, ¿por qué dejar que la verdad se interponga? Supongo que eso es lo que ocurrió el verano pasado en Gales. La gente vio lo que quería ver. Y quería ver un milagro.

Si me hubierais preguntado mi opinión al respecto a principios de julio, os habría respondido que la verdad es importante. Los hechos son importantes. En aquel entonces, los hechos y los datos eran lo mío. Algunas personas coleccionan cartas de Pokémon, otras coleccionan pegatinas... Yo coleccionaba datos. Una vez que conoces un dato, es tuyo para siempre. No puede abandonarte, y nadie puede arrebatártelo.

Pero el verano pasado fui testigo de algo auténticamente milagroso que hizo que me lo cuestionara todo.

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Probablemente necesitéis saber algunas cosas sobre Ben y Charlie para comprender cómo se vieron envueltos en todo esto

El verano debería haber transcurrido así: se suponía que Ben se iba a Estados Unidos con su padre y con su nueva madrastra, Becky; Charlie, por su parte, se marchaba a un retiro vegano con sus padres... Y yo iba a estar holgazaneando por casa con papá y la yaya (así es como llamo a mi abuela).

Pero nada de esto sucedió como debía suceder.

A simple vista, uno pensaría que el mejor plan era el de Ben. Pero eso es porque no conocéis a Becky. Ni siquiera Disney World puede compensar lo de Becky. La yaya solía decir que había conocido a muchas mujeres como ella. No sé quiénes eran esas mujeres ni dónde las había conocido, pero me daba la impresión de que no contaban con la aprobación de la yaya.

El último día de clase, los de sexto cantamos una versión muy gritona de Un paso más en el mundo por el que viajo para celebrar el final de curso. Luego, la señora Walker nos deseó a nosotros y a nuestros futuros profesores la mejor de las suertes, y nos llevó al patio para que nos recogieran nuestros padres. Para entonces ya parecía bastante exhausta. Ben había metido cinco paquetes de Mentos en una botella de Coca-Cola en la fiesta de la clase, y se había producido una explosión tremenda. Él dijo que no sabía lo que iba a pasar, pero todos sabíamos que eso no era cierto, porque una mujer muy alegre, con medias de rayas y una chapa que decía «I ♥ Ciencia», lo había hecho en la asamblea de los de quinto.

Yo tenía permiso para irme andando porque papá no podía coger el coche después de su accidente, y la yaya tenía prohibido conducir desde que chocó contra el Monumento a los Caídos del centro del pueblo. Creo que el doctor dijo que el accidente se había producido porque la yaya tenía guacamole en los ojos... aunque eso es muy raro, porque ella nunca comía nada que viniera del extranjero. (Tampoco habría podido venir a buscarme para llevarme a casa porque, en ese momento, estaba muerta... Aunque yo entonces no lo sabía. Os lo cuento ahora para que estéis preparados para la parte triste de más adelante.)

La cuestión es que Ben, Charlie y yo estábamos saliendo de la escuela. Yo me dirigía al quiosco para comprarme lo de siempre después del cole (un paquete de kikos gigantes Monster Munch), cuando apareció la nueva madrastra de Ben en su flamante Range Rover y bajó la ventanilla. Becky llevaba una camiseta muy escotada; una de esas camisetas que, según la yaya, «sólo buscan llamar la atención».

—¡Hola, chicos! —dijo con una sonrisa de oreja a oreja, exhibiendo casi todos sus dientes.

En realidad, tengo un dato sobre los dientes. Quizá os apetezca apuntároslo, porque es de los buenos. Los humanos adultos tienen treinta y dos dientes. Lo cual, en el reino animal, no es gran cosa. La mayor parte de la gente cree que los animales con más dientes son los tiburones, pero se equivocan porque el campeón es el caracol común, que tiene más de 14.000. Ni siquiera Becky tiene tantos.

Charlie silbó y soltó algo incómodo, como:

—¡Eh, Ben, tu nueva madre está increíble!

Y a Ben no le gustó nada ese comentario, así que le dio un empujón a Charlie... aunque no muy fuerte. Ben cree que Charlie no tiene filtro; suelta lo primero que se le pasa por la cabeza. Y yo creo que Ben tiene razón en eso.

En cualquier caso, Becky se levantó sus enormes gafas de sol, se echó su larga melena rubia hacia atrás y dijo:

—Súbete, Ben. Voy a llevarte a que te corten el pelo antes de que nos vayamos de vacaciones. Vas muy desaliñado.

Ben no parecía muy desaliñado. La verdad es que tiene un pelo ondulado chulísimo. A veces incluso lleva zigzags o dibujos rasurados en los lados. Y parece que a las chicas les gusta. O al menos les gusta más que el corte de pelo que me hizo la yaya con sus tijeras dentadas, que me dejaron un flequillo crespo. La yaya también culpó de eso al guacamole.

Era ev

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