¿Para dónde va Colombia?

Gustavo Duncan

Fragmento

¿Para dónde va Colombia?

INTRODUCCIÓN

El segundo semestre de 2021 regresé al salón de clases luego de más de un año de virtualidad. La relación con los estudiantes era muy distante cuando estaba mediada por la pantalla de un computador, generalmente con cámaras y micrófonos apagados. En las clases presenciales volví a disfrutar de una interacción mucho más espontánea y participativa con los estudiantes. Pude, de nuevo, indagar acerca de sus percepciones sobre distintos temas.

En una de las clases mencioné las “pescas milagrosas” de la década de los noventa y principios del 2000. Me sorprendió que solo una de las estudiantes sabía de qué se trataba. Luego me enteré de que su familia había sido víctima de dos secuestros. Indagué en otras dos clases. La respuesta fue la misma, no tenían ni idea de qué fueron las pescas milagrosas. Intuí que su edad, entre los dieciocho y los veintidós años, explicaba su desconocimiento de la ola de secuestros masivos. Cuando ocurrieron, los estudiantes eran muy niños o ni siquiera habían nacido. Al mismo tiempo, noté que entre los estudiantes era generalizado el sentimiento de indignación por los falsos positivos cometidos por las fuerzas militares durante el gobierno de Uribe. Era inconcebible para ellos que miembros del ejército nacional hubieran asesinado inocentes para hacerlos pasar por guerrilleros.

No es un asunto puramente anecdótico que la mayoría de los estudiantes de una universidad privada en Medellín tengan muy presente el daño causado por los falsos positivos y sean casi inconscientes de que existieron pescas milagrosas. Es síntoma de los cambios en la agenda política ocurridos en las últimas décadas en el país.

A principios del 2000 el debate político giraba en torno a la grave crisis de seguridad: las Farc habían logrado infligir graves derrotas en combates abiertos al ejército colombiano; el secuestro y la extorsión estaban disparados; el proceso de paz en el Caguán no avanzaba, a la vez que era evidente que las Farc se rearmaban para escalar la guerra; los paramilitares avanzaban en medio país mediante atroces masacres; los campos y selvas estaban llenos de coca, etc. El debate político, además, ocurría en el momento definitivo de implosión de los dos partidos tradicionales. Álvaro Uribe fue elegido presidente en 2002 por abrumadora mayoría. Aunque de origen liberal, Uribe se presentó por Primero Colombia, un partido de fachada. No importó. Su éxito en las encuestas y en las urnas le permitió aglutinar a la mayor parte de la clase política de los partidos tradicionales, ahora alineada en un sinnúmero de partidos y movimientos, para implementar su agenda de gobierno. Con esta coalición Uribe pudo articular suficiente capital político para reelegirse en 2006 e, incluso, tantear la posibilidad de una nueva elección en 2010.

Pero ya en ese año la discusión era menos acerca de seguridad —las Farc habían sido replegadas hacia sus zonas de retaguardia y los paramilitares desmovilizados—, y más sobre el riesgo de la concentración de poder por la reelección y los escándalos por vínculos de la clase política con el paramilitarismo, así como las violaciones a los derechos humanos por el Estado, entre ellas los falsos positivos. En 2012 la agenda política se volcó hacia el proceso de paz entre el gobierno de Santos y las Farc. En 2016 se firmó el acuerdo y, con las Farc por fuera de la guerra, la competencia por las narrativas del conflicto como un medio para deslegitimar a los rivales políticos adquirió un papel protagónico.

Uribe, en principio, obtuvo una enorme victoria cuando ganó el referendo en contra de los términos del acuerdo de La Habana y llevó a Iván Duque a la presidencia. No obstante, el trabajo de la oposición política, el desgaste natural de su protagonismo durante dos décadas y la mediocre percepción de la gestión de Duque lo llevaron a una situación de irrelevancia en las elecciones de 2022. Él mismo habló de hacerse a un costado para no estorbar.1 La derrota electoral no fue solo de Uribe y la derecha. La gran perdedora fue la clase política del establecimiento, incapaz de ofrecer un candidato lo suficientemente sólido para competir con las propuestas populistas de Gustavo Petro y Rodolfo Hernández. La gente quería cambio, y el cambio empezaba por cambiarlos a ellos en la presidencia.

¿Qué tipo de cambio quería la gente exactamente? Había muchos reclamos de justicia social. El paro de abril de 2021 expuso la indignación ante la situación de pobreza que dejó la pandemia. La desigualdad se convirtió en un motivo central del debate político. La gente quería más del Estado: más educación, salud, infraestructura, bienestar, etc. También había temas muy propios de la nueva agenda global como la ampliación de los derechos, las reivindicaciones de géneros, identidades, colectivos y minorías, la crisis medioambiental, entre otros. En el fondo eran peticiones muy generales que resumían un sentimiento colectivo definitivo en las elecciones: el ansia de cambio era, ante todo, un cambio de quienes dirigían el país. El problema era, en sí, el establecimiento político. Durante las jornadas del paro de abril y mayo de 2021 quedó patente que el país que ellos interpretaban había cambiado por completo y, luego, no hicieron ningún intento serio por asumir sus responsabilidades y proponer algo diferente. La clase política continuó actuando igual que siempre, con el mismo discurso y la misma corrupción, a la vez que la sociedad sentía mayor indignación.

En las urnas el castigo fue implacable. Un populista de izquierda, férreo opositor a Uribe y crítico del establecimiento político ganó la elección presidencial. La llegada de Petro al poder marcó el fin de una era en que la influencia de Uribe y su interacción con la clase política, mediante alianzas y confrontaciones, decidieron la mayor parte del ejercicio del poder en Colombia. El país que asoma va a ser muy distinto. En lo político, en lo económico, en la situación social, en la dinámica de la violencia y el narcotráfico se avizoran cambios sustanciales. Por supuesto, no sabemos qué va a ocurrir, es parte del futuro. Pero es posible analizar la situación actual en varios temas trascendentales para el futuro inmediato de Colombia que son el punto de partida del país que asoma.

Este libro es un análisis, a manera de una larga columna de opinión, del proceso de transición de una era de la política colombiana que arrancó con Uribe en 2002 y que terminó con la elección de Gustavo Petro en 2022. La nueva era de la política colombiana arranca con el surgimiento de una alternativa populista que se impuso en las elecciones, no solo contra el establecimiento político, sino contra los proyectos moderados de cambio político. Supone enormes tensiones políticas entre el populismo y la democracia, las políticas contra la pobreza y la desigualdad y el tratamiento a la violencia luego del acuerdo de paz con las Farc. El debate político está cargado de profundos contenidos ideológicos y de diversas interpretaciones del país. No es algo tan simple como arreglos entre élit

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