Prólogo
En el cuarto piso del edificio de FBI de Manhattan, el capitán Stuard mantenÃa la habitual reunión con sus subordinados. Cada mañana solÃa hacerlo, era como si asà demostrase quién mandaba en aquella unidad.
HacÃa un año que habÃa accedido a ese puesto al jubilarse su antecesor, y desde ese momento se dedicó a inculcar sus reglas a los hombres y mujeres a su cargo. La verdad era que no se habÃa ganado la admiración ni el respeto de nadie, salvo de los que habÃan llegado con él, que le seguÃan la corriente y hacÃan que se sintiera importante. Eso no ocurrÃa con los que ya estaban en esa unidad, estos se dedicaban a hacer su trabajo y les importaban un bledo las medallas que ese hombre pretendiera colgarse. Esos mismos eran los que estaban más puteados cuando quienes se llevaban el mérito eran los hombres de Stuard. Muchos habÃan pedido el traslado a otra unidad al darse cuenta de lo poco que se valoraba su trabajo.
Todos sus subalternos creÃan que no estaba hecho para comandar una unidad como aquella. No tenÃa dotes de trabajo en equipo, y muy a menudo eran los mismos agentes los que le solucionaban la papeleta y se organizaban entre ellos para hacer bien su trabajo: proteger a personas amenazadas por lunáticos.
—Harper —llamó la atención de la oficial—. A partir de hoy se convertirá en la sombra del doctor Miller, está recibiendo unas cartas amenazadoras que no podemos pasar por alto.
—Quisiera ver esas cartas, ¿se sabe de dónde proceden? ¿Se sospecha de alguien? ¿Se han buscado huellas de algún paciente insatisfecho, tal vez?
—Usted haga lo que le he ordenado, nosotros buscaremos todas esas respuestas.
—Supongo que me mantendrán informada. —Ella sospechaba que no y eso la ponÃa de mal humor.
El capitán Stuard apretó la mandÃbula, no le gustaba que nadie lo contradijera o cuestionara sus métodos. Era una persona ególatra que siempre se rodeaba de agentes lameculos que le seguÃan la corriente. Sin embargo, tenÃa entre ellos a un grupo formado por su antecesor que siempre querÃan saber hasta el último detalle, y él estaba ansioso por quitárselos de encima.
Ignorando la petición de Harper, dijo de malos modos:
—Quiero que se pegue a Miller como un chicle al zapato. A partir de ya. La está esperando en su casa para ir a la ClÃnica Central Manhattan. —Terminó con sus órdenes exclamando—: ¡Está llegando tarde!
Harper se levantó y salió de la sala con una maldición en la boca.
CapÃtulo 1
Dakota Harper era una agente del FBI desde hacÃa varios años. HabÃa sido la primera de su promoción, y se habÃa ganado el respeto de sus compañeros por su buen hacer. Esperaba siempre a tener todos los datos antes de dar cualquier paso. Este era un procedimiento que habÃa sacado a todos los agentes, en más de una ocasión, de alguna encerrona que los delincuentes no dudaban en utilizar para distraerlos. Mientras los malhechores los mandaban con alguna denuncia falsa hacia el este, ellos se dedicaban a atacar a algún incauto al que habÃan dejado sin protección en el norte. La agente Harper solo habÃa caÃdo una vez en esa trampa, y todos reconocÃan que ella era una novata cuando habÃa pasado. A partir de ese momento sus compañeros confiaban en su instinto al cien por cien.
Eso habÃa sido un problema desde que el capitán Stuard llegó al cargo. Al ver la confianza que habÃa en ese grupo hacia Harper, él habÃa intentado separarlos. Los mandaba de pareja con uno de sus seguidores que le informaban en todo momento de los movimientos de aquellos que ponÃan en tela de juicio sus órdenes.
El último año fue como una pesadilla, se habÃan abierto varios expedientes a agentes que se rebelaron contra ese hombre que solo buscaba subir escalones en el mando del FBI.
Dakota llegó con su moto de gran cilindrada a la residencia de Miller. Este la esperaba en el vestÃbulo de su enorme mansión. Salió al oÃr que ella se presentaba y le enseñaba una placa a la criada que habÃa abierto la puerta. Le pasó por al lado sin siquiera un saludo o una mirada.
—Harper, llega tarde. Vámonos.
Ella no habÃa tenido tiempo de sacarse el casco, solo habÃa levantado la visera cuando oyó aquella voz que la apremiaba y la reprendÃa a la vez. Se lo quedó mirando, frunciendo el ceño. Empezaban mal. Caminó detrás de él, que se dirigÃa hacia su coche, un Mercedes AMG GT gris marengo. Se paró al lado del tipo, que ya la esperaba detrás del volante.
—Señor Miller, me han dicho que ha recibido amenazas.
—SÃ, se lo cuento por el camino —contestó impaciente.
Dakota cruzó los brazos sobre el pecho, no iba a moverse de allà hasta no obtener unas cuantas respuestas.
—¿Qué está haciendo? —preguntó de malas maneras Miller.
—SerÃa muy negligente por mi parte si dejo que lo maten estando bajo mi custodia.
La mirada del doctor la traspasaba, pero ella no estaba dispuesta a salir con ese hombre en un descapotable de última generación que llamarÃa la atención por donde pasaran. SerÃa una diana tan fácil de hallar como un ratón verde en una playa de arena blanca.
—Harper, está haciendo que llegue tarde a una reunión.
—No, señor, si es tan importante que salga de casa lo haremos a mi manera. No en ese cacharro que es como un farolillo en medio de un parque a oscuras.
Al ver su postura, Miller soltó un rugido. ¿HabÃa llamado «cacharro» a su deslumbrante descapotable? Salió del coche y se irguió sobre ella, era unos veinticinco centÃmetros más alto que Dakota y se extrañó de que ella no retrocediera ante sus casi dos metros de estatura.
—¿Qué propone, que vayamos en taxi? A estas horas la ciudad es una verdadera pesadilla para conducir.
Ella ignoró el comentario de él.
—Tengo que ver esas cartas amenazantes.
—Las tengo en el despacho, me las mandan allÃ.
—¿Tiene alguna idea de quién se las manda?
Miller resopló.
—Si lo supiera no la necesitarÃa. —La miró de arriba abajo—. ¿Es que no habÃa otro agente que la han mandado a usted?
—¿Qué está insinuando, señor?
Él hizo una mueca con la boca, aquella mujer de altura media y delgada no parecÃa gran cosa.
—¿Va usted armada?
—A veces no hace falta usar las armas.
Al no responder a su pregunta, Ã