Prefacio
Si tienes este libro en tus manos, hay una verdad que quiero que sepas antes de empezar a leerlo: eres una mujer poderosa.
Lo sé porque estoy convencida de que esto ha sido una manifestación tuya, algo que has estado pidiendo. Es la respuesta a tus oraciones, es la forma que el universo, tus maestros, Dios, la abundancia o como quieras llamarlo ha elegido para mostrarte el camino del autodescubrimiento para materializar una relación de pareja de alta consciencia.
Así que bienvenida a este universo de MAG1C LOVE, un método que va más allá de conseguir al hombre de tu vida y que, como verás, será más bien una oportunidad de transformar tu visión de la realidad y del amor de pareja.
Es un camino que yo misma he recorrido y que he elegido compartir desde mi experiencia personal y profesional.
La idea de este libro es que al final sientas que tenemos una relación muy especial, que incluso somos amigas y que te lleves un método para hacer realidad tus sueños.
Entonces, para empezar, déjame contarte un poco de mí.
Mi nombre es Silvana Piedrahita López, soy colombiana, nací en Bogotá y desde pequeña fui influenciada por mi mamá, Omary López Barrero, para entrar en el mundo de lo intangible, sutil, paranormal y esotérico.
De pequeña fui muy existencialista. Siempre hacía preguntas profundas sobre la vida, la muerte, lo divino y lo humano, pero al mismo tiempo fui educada en una sociedad capitalista y materialista. Los dos mundos me gustan, me atraen y me llaman la atención; sin embargo, su dualidad me confunde, me llena de preguntas e incluso muchas veces siento que son incompatibles.
Por esto, he creado el método MAG1C LOVE, un sistema que une el poder de cada universo para llevarte a alcanzar tu sueño de tener una relación de pareja y hacerlo mediante un desarrollo espiritual.
Este método es el resultado de doce años de estudios aprendiendo e implementando diferentes herramientas de manifestación de realidad y poniéndolas a prueba en mi propia vida y en la vida de cientos de consultantes que han confiado en mí para acompañarlos en su camino de hacerse responsables de la vida que tienen.
Al inicio, mis sesiones eran uno a uno y acompañaba a las personas a materializar cualquier sueño que tuvieran en mente: quedar embarazadas, cambiar de trabajo, ascender, vender una casa, alcanzar una meta de ventas, encontrar pareja, bajar de peso, etc. Imagina cualquier sueño. Yo te ayudaba a conseguirlo.
Durante estas sesiones, empecé a identificar qué era lo que hacían las personas que lograban alcanzar su meta y qué hacían las personas que no lo lograban. Cuáles eran los ejercicios, los actos simbólicos, la mentalidad y el foco que le permitían a una persona materializar la realidad y qué factor común tenían todos los que sí veían resultados. Con esta información, empecé a crear mi método y a ponerlo en práctica en mis sesiones uno a uno.
Llevaba cuatro años en ese proceso y justo en ese punto quería materializar una pareja, pero la cosa estaba complicada (más adelante te enterarás de los detalles). En ese momento, me dije: “OK, ¿no que tienes un método muy efectivo? Sí es así, ¿por qué no lo aplicas en ti y ves qué tan cierto es?”. Entonces me puse manos a la obra y empecé a poner en práctica los pasos definidos.
Seis meses después de estar en ese proceso, conocí a Andrés, el hombre con el que hoy tengo una relación de alta consciencia y con quien he estado nueve años. Con esta prueba de efectividad, adquirí más confianza para seguir acompañando a las personas a crear la realidad que sueñan y creé talleres, webinarios, cursos y sesiones personalizadas presenciales y virtuales para compartir esta sabiduría con quien estuviera alineada con ella.
Continué mi camino de materialización de sueños y con cada consultante que llegaba iba puliendo este método: encontraba vacíos, herramientas poderosas y otras no tan efectivas. Y así, cada día, el método se perfeccionaba.
En el 2021, después de ocho años de este tipo de acompañamiento y cientos de personas impactadas con este método, me di cuenta de que el 70 % de mis consultantes eran mujeres que querían materializar pareja y que parte de lo que más les gustaba de nuestras sesiones era que se identificaban conmigo, con lo que yo había vivido, con mi experiencia. Les encantaba oír las historias de mi relación con Andrés y cómo era esto de tener una relación de alta consciencia en las que también hay peleas, miedos e inseguridades.
Fue entonces cuando decidí dedicarle toda mi atención al sueño de materializar una relación de pareja de alta consciencia. Traje todas las herramientas del método que había estado creando y lo enfoqué en este propósito.
Además, empecé a crear meditaciones, talleres y clases magistrales enfocadas en esta temática. Si antes era general, luego se volvió muy específico. La energía estaría siempre direccionada a materializar relaciones de pareja de alta consciencia. Esta especificidad me permitió comenzar a recolectar datos muy puntuales de lo que les pasa a las mujeres que están en este proceso y así continuar afianzando la metodología.
Hoy puedo decir con absoluta certeza que todas las mujeres que aplican este método, al que llamé MAG1C LOVE, y que se desapegan de la idea del tiempo en el que verán los resultados han logrado materializar una relación de pareja y lo han hecho en alta consciencia.
Imagina que es como hacer una receta: si sigues los pasos, sabrás que obtendrás un resultado específico, pero hay variaciones que pueden hacer que salga mal, que se queme, que no tenga el sabor esperado. Sin embargo, si sigues experimentando y extrayendo la sabiduría del proceso, llegará un día en que te quede deliciosa y como te la imaginabas.
Eso es lo que encontrarás en este libro con el método de MAG1C LOVE.
Es un método sencillo, pero aplicarlo requerirá de tu determinación, de tu compromiso, de una mirada a largo plazo y de entender que este es un propósito superior, que llevas años en unas dinámicas y que cambiarlas no sucederá de la noche a la mañana. Cuando lo integres y lo experimentes te darás cuenta de que estas herramientas te servirán para materializar cualquier sueño, que esto va más allá de conseguir un objetivo, que el camino evolutivo continúa y que tienes poder para crear la vida que sueñas. Aquí tendrás una guía para fortalecer la relación de pareja que vas a materializar y para seguir expandiendo todas las áreas de tu existencia.
Recíbelo como un tesoro, un regalo del universo que te fue entregado para que cambies tu realidad.
Es un método que me ha tomado doce años llevar al punto en el que se encuentra hoy y que continuará evolucionando con tu feedback y experiencia (que puedes compartir conmigo en IG: @silvanapiedrahital).
Al programa virtual MAG1C LOVE ingresan un puñado de mujeres cada año y, gracias a este libro, podrá llegar a millones de personas para crear un movimiento de mujeres revolucionarias que quieren no solo transformar sus relaciones de pareja, sino sanar años de historias dolorosas alrededor del amor y dejar un nuevo legado en el mundo: sí es posible transitar y cultivar relaciones de pareja de alta consciencia.
Introducción
¿Será que soy invisible? Esa era una de las preguntas que me hacía mientras estaba sentada en un sofá de una discoteca, una de esas donde solo van universitarios que no tienen mucha plata para gastar y que están dispuestos a tomarse el trago más barato con tal de desinhibirse.
A mis dieciocho años, tenía claro que ese era el plan: salir, bailar, beber y tener encuentros romántico-sexuales, todo en la misma noche; sin embargo, para mí siempre estaba la duda del cuarto componente. Por una razón u otra, sabía que eso no me pasaría. Yo era esa chica que, aunque me sentía linda, inteligente y divertida, en algún punto de la fiesta, por ahí a la una de la mañana, cuando todos estuvieran alcoholizados, terminaba sentada en el sofá de la discoteca cuidando los abrigos y las carteras de mis amigas mientras ellas se besaban con desconocidos.
Sentada en el sofá, empezaba a escuchar mi voz interior decir cosas como: “¿Por qué los hombres las sacan a bailar a ellas y a mí no? ¿Por qué no atraigo a ningún hombre? ¿Por qué me pasa esto solo a mí?”. Me invadía la sensación de “sentirme diferente”, de “ser rara”, de “tener un problema” y, al mismo tiempo, me daba cuenta de que había llegado el momento de asumir con altura mi condición y reconocer que a partir de entonces sería la que observaría los amores de mis amigas mientras una vocecita interior con delirio de superioridad comenzaba a decir: “Tú nunca serás así” (no porque no pudiera, sino porque no quería), “Qué plan tan inmaduro”, “Qué desagradable y ridículo”, “Mis amigas se dan besos con cualquiera”, “Esos manes solo quieren sexo”, “Tú eres mejor que ellas y no caerás en ese juego”.
Pero, si soy completamente honesta, esa voz solo surgía porque sentía rabia y envidia y porque yo también quería conseguir la atención que ellas habían logrado tener. Quería sentir que era atractiva, quería experimentar lo que se sentía que algún hombre se fijara en mí para demostrarme que no había nada malo, que no era diferente, ni rara, ni loca. Que no era invisible.
Ahora, esto no empezó a mis dieciocho años. Creo que las dinámicas propias de haber estudiado en un colegio femenino me demostraron que no era fácil u orgánico relacionarme con los hombres. Era normal que el colegio propiciara actividades con instituciones masculinas para integrarnos y para socializar con el sexo opuesto. Por supuesto, estos siempre eran eventos muy importantes para todas las adolescentes, pues eran la oportunidad perfecta para hacer amigos y empezar a crear grupos con quienes hacer planes fuera del colegio. Sin embargo, esto nunca fue así para mí.
Mis amigas lograban entablar contacto y hasta amistad con los chicos del colegio masculino de forma muy fácil. Conectaban con ellos y empezaban a compartir experiencias muy chéveres y típicas de la juventud. Yo quería que para mí fuera igual, pero por alguna razón no lo era. No fluía ahí tampoco. Aunque de vez en cuando me invitaban a fiestas o encuentros, era muy complejo entablar una relación de amistad con los hombres y ni qué decir de una romántica.
Y si voy más profundo, tampoco puedo decir que mi dificultad para relacionarme con los hombres fuera una consecuencia del colegio femenino. Creo que crecer en una familia de tres hermanas, donde mi papá era el único hombre, también fue determinante. Esto hizo que los hombres fueran un misterio. Primero, porque en mi imaginario mi papá era mi papá y no un hombre. Segundo, porque mi papá era poco expresivo y no dejaba ver nunca, o casi nunca, sus emociones y, tercero, porque mi papá era mi héroe. Entonces mi contacto con “lo masculino” era muy distante, único y algo completamente desconocido.
A mis catorce años, estaba claro que algo no funcionaba del todo bien, que por más de que quisiera tener amigos y novio, había una barrera, algo que me hacía invisible o algo que alejaba a los hombres de mí. No podía entender por qué no le gustaba a los hombres y por qué era tan difícil relacionarme con ellos, así fuera solo como amigos.
Esto era lo que sucedía en mi intimidad, pero empecé a crear una fachada, una personalidad de mujer fuerte, madura, sensata y muy crítica que veía a los chicos como unos tontos, como personas cero interesantes. Me proyectaba como una mujer que no necesitaba a los hombres y pensaba que meterse con ellos era caer en un hondo mar de puras superficialidades. El mundo masculino me parecía trivial y relacionarme con ellos aún más.
Este se convirtió en mi escudo protector, uno que me permitía justificar la distancia evidente que tenía para relacionarme con ellos. Pero, de nuevo, las voces dentro de mi mente, que todavía me hablaban cuando salía de rumba, iban por otro camino: me cuestionaban y me señalaban ese problema que tanto me afectaba. Me repetía la misma pregunta: ¿hay algo malo en mí?
Entonces, aprendí a aparentar que eso no me importaba y empecé a enfocarme en otras cosas: priorizar mis estudios, fortalecer las relaciones con mis amigas. Me convencí de que no había nada malo en mí y me tomé el trabajo de darme razones para justificar que era posible ser feliz sin tener a mi lado a un hombre con quien experimentar eso que llamamos amor.
Unos años más tarde, cuando entré a la Universidad Nacional de Colombia a estudiar Cine y Televisión, la dinámica cambió. No por la carrera en sí, sino porque, por primera vez en mi vida, estaba rodeada de hombres más de ocho horas al día, hombres con quienes compartía algún interés intelectual y académico y podía, por lo tanto, estar relajada ante ellos y tratarlos como compañeros, pares, iguales. No tenía la predisposición ni la angustia de generar dinámicas románticas o de seducción, no me invadía el temor de sentirme rechazada o en competencia con otras chicas por conquistar a algún hombre, no había nada que probar. Simplemente eran chicos que estaban estudiando lo mismo que yo y con quienes compartía unos gustos.
La naturalidad del día a día, la convivencia y la oportunidad de mostrarme tal y como soy, sin presiones, me permitieron entablar relaciones con los hombres de una forma más sencilla, más auténtica e incluso romántica.
Así fue como tuve mi primer novio oficial, el chico que les presenté a mis papás y a mis amigas; la persona con quien caminaba de la mano en la calle; con el que almorzaba en la U; con el que comenzó mi vida sexual; con el que iba a paseos, conciertos, obras de teatro, cine y demás; a quien podía contarle mis mayores miedos y estaba ahí para escucharme y decirme que todo iba a estar bien, y a quien amé con todo mi corazón.
Estaba muy enamorada y empecé a hacer planes para irme a estudiar una maestría en México, donde él ya estaba estudiando. Cuando le conté mis planes chateando por Messenger, me dijo que quería terminar, que sentía que me estaba yendo a México por él, que tenía toda una vida por delante y que creía que lo mejor era no seguir juntos.
El final de esta relación marcó un antes y un después en mi vida. La tusa vino acompañada de depresión, ataques de pánico y, lo más impactante para mí, de despersonalización y desrealización.
En la práctica, la vida continuaba igual: la gente que no era cercana a mí y que no sabía que me estaba sintiendo así ni siquiera lo podía notar. Hacia afuera, todo parecía normal, y si me mostraba un poco distante y diferente, las personas asumían que era por la tusa y no por las extrañas sensaciones que vivía.
Vivir así era insostenible para mí. Entonces, saqué fuerzas y decidí hacer todo lo que estuviera en mis manos para quitarme esas sensaciones y miedos. Empecé a hacer muchas cosas para sanarme y volverme a sentir “yo misma”.
Estuve en terapia psicológica. Fui al psiquiatra, asistí a sesiones de alineación de los chacras, visité centros budistas, intenté meditar, participé en grupos de oración, consulté médicos bioenergéticos, tomé esencias minerales, tuve tratamientos de acupuntura, empecé a hacer ejercicio y también busqué fuentes de información no médicas y médicas que explicaran la razón emocional de los ataques de pánico, la despersonalización y la desrealización. Empecé a leer sobre espiritualidad y cómo estas sensaciones eran comunes en personas con habilidades para canalizar y percibir energías que otras personas no pueden entender. También empecé a quitarle tabú al “tema” (entiéndase por “tema” todo lo que estaba viviendo y sintiendo) y comencé a hablarlo de un modo abierto con compañeros de estudio, de trabajo y con mis amigas.
Todo esto me ayudó tanto que me enamoré del camino del desarrollo personal, espiritual y de la autosanación.
Así fue como, poco a poco, fui aceptando la idea de que esto debía trascender. Necesitaba pasar de preguntarme insistente e infructuosamente “¿Por qué me pasa esto a mí?” a “¿Para qué me está pasando esto?”. Ya no quería entender por qué me sentía de una o de otra manera. Ahora quería aprender, profundizar, descubrir qué era lo que estaba en mi inconsciente, qué habilidades tenía para ponerme al servicio de los demás. Empecé a reconocer que esta era mi oportunidad para desarrollarme como persona, que era parte de mi camino espiritual y no un castigo divino.
En medio de mi crisis existencial, estudié de forma más profunda el tarot y este se convirtió en mi herramienta principal de autoanálisis. Tenía mucha curiosidad y ganas de aprender, pero la literatura que encontraba no me convencía, pues tenía un enfoque muy adivinatorio y yo quería algo más transcendental.
Así encontré una formación en Tarot Evolutivo dictada por Cristóbal Jodorowsky. No conocía mucho de él, pero sí a su papá, Alejandro Jodorowsky, un reconocido cineasta, tarotista y el creador de la metagenealogía. Encontré en esta formación la oportunidad de evolucionar en mi conocimiento del tarot, quizás una solución a mis sensaciones y la posibilidad de salir, por fin, de la tusa y el despecho.
¡Oh, sorpresa! Cuando empecé a estudiar estos temas, muy pronto descubrí que era más que solo tarot y que en la escuela íbamos a aprender de psicomagia, psicochamanismo, metagenealogía, masajes iniciáticos y mucho más, todo con un enfoque de trabajo personal para luego poder acompañar a otros en su propio proceso de sanación y autoconocimiento.
Para ese entonces, todavía me sentía muy rara. Eso era nuevo para mí e incluso un poco intimidante, pero me di la oportunidad y le metí el cien por ciento para ver qué podía suceder.
Durante estos dos años de formación, pude descubrir la información inconsciente que estaba en mí y que me estaba impidiendo ser feliz y, especialmente, la programación que tenía tan arraigada para sentirme segura solo si estaba distanciada de los hombres o “siendo invisible para ellos”. Entendí por qué su ausencia o abandono me había llevado a sentir ataques de pánico y a generarme la experiencia emocional transformadora que había tenido hasta ese momento en mi vida.
Además, me fui haciendo cargo de mis emociones y de la realidad que estaba construyendo, me responsabilicé de mi existencia y de las decisiones que tomaba y traté de encontrar las respuestas adentro en vez de afuera.
Una mirada a mi interior fue mucho más poderosa que cualquier medicamento, libro o herramienta externa para aceptar la sensación de despersonalización y desrealización que tenía. Comencé a sentirme mejor, a sanar y a cambiar mi realidad para que se alineara con lo que quería.
Fue gracias a esta escuela que descubrí lo que quería aportarle al mundo y a las personas. Me di cuenta de que quería ayudarlas a identificar lo que a nivel inconsciente les impedía lograr sus metas y a darse cuenta del poder que tienen para transformar su realidad y manifestar sus sueños.
Al terminar la escuela con Cristóbal Jodorowsky, continué estudiando otras herramientas terapéuticas de autoobservación y de transformación y comencé a acompañar a las personas a descubrir información que provenía de su árbol genealógico y que les estaba impidiendo alcanzar sus propósitos.
Y mientras acompañaba a otros a lograr sus sueños, seguía soltera y con dificultades para encontrar un hombre con el que fuera posible tener una relación a largo plazo a pesar de que deseaba que este llegara para complementar mi vida afectiva. Los hombres que conocía y con los que me relacionaba eran, de alguna u otra manera, personas ausentes.
Las formas en que manifestaban su ausencia las viví en diferentes dimensiones, una de ellas siendo la dimensión física. Mi primer novio viajaba mucho por trabajo y por eso teníam
