La panza del Tepozteco

José Agustín

Fragmento

La panza del Tepozteco

I

—¡Mira nomás, esto está llenísimo! —exclamó Yanira, con un mohín—, ¡les dije que compráramos los boletos desde ayer!

—Sí, qué barbaridad —dijo el gordo Tor, bufando.

Los seis muchachos acababan de llegar a la Terminal de Autobuses del Sur, que se hallaba infestada de paseantes.

—Es por el puente —explicó Érika, con aire serio—. Los días están muy bonitos, y todos dicen ¡vámonos de la ciudad!

—Híjole —deslizó Alaín—, ¿habrá boletos?

Los seis se miraron y caminaron con prisa, cargando sus maletines, entre la muchedumbre que hacía largas colas en cada mostrador. Homero iba hasta atrás, oyendo su walkman. Llegaron a un extremo de la terminal, donde se vendían los boletos de los omnibuses Cristóbal Colón.

—¡Chin! —exclamó Yanira—, mira qué cola.

—Sí, está larguísima —dijo Érika—, hay que formarse mientras preguntamos a qué horas están saliendo los camiones. Selene, tú fórmate —indicó a la niña más pequeña del grupo, de ocho años de edad.

—¿Yo? ¿Solita? —preguntó Selene, viendo el gentío.

—Yo me quedo con ella —avisó Tor—, yo la cuido. Yo te cuido, manita.

Selene asintió, satisfecha, y procedió a desenvolver un chicle.

—¿Quieres? —le dijo al gordo.

—Claro.

—Yo voy a preguntar a qué horas salen los camiones —dijo Alaín.

—No, yo voy —asentó Érika.

—Vamos los dos —concluyó Alaín.

Ambos avanzaron entre la gente que hacía cola y lograron llegar al mostrador.

—¿A qué horas…

—…salen los autobuses a Tepoztlán? —terminó de decir Érika, quitándole la palabra a Alaín.

—A las doce y media —respondió, hosco, el dependiente, sin verlos.

—¡A las doce y media? —repitieron a coro Érika y Alaín, asombrados.

—O más tarde, si no se forman ahorita —repitió el empleado—. Fórmense, chamacos, porque luego se suspenden las corridas y ya no van a poder salir.

—Pero si apenas son las ocho de la mañana, faltan tres horas para las doce y media —se quejó Érika.

—Cuatro horas —corrigió Alaín.

—Fórmense si quieren, escuincles.

Érika y Alaín regresaron, con paso lento, a la cola, donde se hallaban los demás.

—¿Qué creen? —empezó a decir Alaín.

—Hay boletos hasta las doce y media —concluyó Érika.

—¿Hasta las doce y media? —repitió Tor, incrédulo—, no se hagan los chistosos.

—No es chiste…

—¿Qué hacemos? —intervino Érika—, si esperamos aquí cuatro horas vamos a llegar a Tépoz quién sabe cuándo.

—A las dos de la tarde —precisó Alaín.

—¿Cuatro horas? —repitió Tor.

—¿Qué hacemos? —insistió Érika, desazonada.

—Vamos a hablarle a mi papá —propuso Tor—, me dijo que le habláramos si teníamos problemas.

—Ay, el bebé —dijo Érika—, no puede hacer nada sin su papito.

—Bueno, pues, a ver tú di entonces, ¿qué hacemos?

—¿Y Homero?

—Ahí está atrás, clavado con los audífonos.

—¿No quieres un bubble yum, Érika? —le invitó Selene, quien logró avanzar cinco centímetros de la cola larguísima.

—A ver —aceptó Érika.

—¡Oigan! ¡Pérense! —casi gritó Yanira, quien apareció entre la gente.

—¿Y tú dónde andabas? —le preguntó Alaín.

—Te puedes perder… —agregó Érika.

—Ésta siempre se desaparece —dijo Tor.

—Es la Yanira Solitaria —añadió Homero.

—Cállense, ¿no? ¡Déjenme hablar!

—Sí, pero no grites.

—Miren, en lo que ustedes estaban paradotes yo ya fui y averigüé lo que vamos a hacer.

Todos se le quedaron mirando unos instantes, y Yanira se hinchó de satisfacción al verlos muy atentos.

—¿Cómo, pues? —preguntó Érika, impaciente.

—¿Qué me dan si les digo?

—Ay cómo la haces de emoción…

—Bueno. Nos vamos a ir en combi.

—¿En combi? ¿Cuál combi? ¡Estás loca! —dijo Alaín.

—Salen allá afuera, abajo de las escaleras de entrada al metro. Van a Tepoztlán, a Oaxtepec y a Cuautla. Salen nada más que se llenan. Y cuestan veinte pesos por cabeza, ¿eh? —informó Yanira con una sonrisa radiante.

Todos se quedaron pasmados.

—Ah, y no son combis-combis, son microbuses, como los que ahora hay por todas partes.

—¿Estás segura de todo eso? —preguntó Érika.

—Claro.

—¿Cómo te enteraste? —intervino Alaín.

—Porque oí que unos señores estaban platicándolo en la cola. Luego les pregunté y me explicaron todo. Ellos ya se fueron a las combis. Vamos, ¿no?

—Vamos —dijo Tor, enfático.

—Momento —añadió Alaín—. ¿Qué tal si son puros cuentos? Que alguien se quede aquí en la cola, para no perder el lugar.

—Pa’ qué —protestó Yanira—, en las combis sí hay lugar, y salen orita mismo.

—Que se queden Selene, Homero, Indra, el gordo y Yanira y tú —indicó Érika, sin hacerle caso a Yanira—. Yo voy a ver.

—No, yo voy —dijo Alaín.

—Vamos los dos.

—Yo quiero ir —pidió Selene—, ya me cansé.

—No, Selene, tú estás muy chiquita, tú quédate aquí —dijo É

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