Memorias de un amnesico

Fernando Villegas Darrouy

Fragmento

Sin barro

no hay loto.

THICH NHAT HANH

Hombre, escucha,

¿qué es lo que dice la profunda medianoche?

FRIEDRICH NIETZSCHE

Creo en todo lo que no ha sido aún hablado

quiero liberar lo que espera dentro de mí.

RAINER MARIA RILKE

Desde la ardua exploración del corazón

por el dolor y la pasión

nos erguimos para hacer algo mejor.

Esta es la fe que declaramos:

«Los hombres conocerán otra vez la riqueza común».

Sin dirigirnos a los corruptos

que engañan a la masa para lograr ganancias personales

nos erguimos para hacer algo mejor.

LEONARD COHEN

Prólogo. Al lector

PRÓLOGO

AL LECTOR

Mi intención

Con este libro no deseo ofender a nadie que haya vivido las circunstancias que se narran aquí. Se trata de un proceso personal. Este relato es acerca de hechos reales que nos ocurrieron a muchos después del golpe de Estado en Chile en 1973. A cada uno le ocurrió a su manera. Ninguno ha olvidado y yo tampoco.

En esa época viví una experiencia atroz. Sin embargo, si bien hubo daño, no salí de ella con odio ni deseos de venganza. Por el contrario, fue algo que me fortaleció. Esta aparente incoherencia fue lo que me impulsó a escribir este libro. Mi intención es explorar preguntas que a todos nos capturan en algún momento. Se trata de una exploración acerca de quiénes somos y de cómo la información que nos llega del mundo nos orienta. En estas páginas intento comprender cómo por medio de una mirada interior se pueden abrir nuevas dimensiones de la realidad y, por ese camino, encontrar los recursos necesarios para enfrentar las dificultades que la vida nos presenta.

El dilema humano

He dedicado mucho tiempo a comprender lo que me ocurrió cuando fui detenido. Tiempo para encontrar o atribuir algún sentido a los eventos que sucedieron y cómo ellos marcaron mi vida. Este libro es eso, pero también, y sobre todo, una reflexión acerca de la manera en la cual transformamos los estímulos sensibles que vienen del exterior en información simbólica. Esta alquimia tiene una razón de ser. Inevitablemente, cuando le atribuimos sentido a algo que nos ha ocurrido, por el solo hecho de transformar la experiencia en pensamientos o en conceptos, de alguna manera alivianamos el impacto que ese evento ha tenido en nuestros cuerpos, en nuestra emocionalidad y en nuestra mente. Lo que hacemos es darle más importancia a la interpretación que al hecho mismo. Atribuir sentido, para mí, es un mecanismo que tenemos para reducir el dolor.

En nuestro mundo contemporáneo, secularizado y fragmentado por la ausencia de los grandes relatos de antaño, hacemos ingentes esfuerzos por encontrar sentido a las cosas. Pero esta actitud esconde el peligro de vivir aferrados a la búsqueda de sentido. Es la tendencia de querer habitar un mundo inteligible en vez de vivir enlazados a los acontecimientos, a lo físico. Es el peligro de sucumbir a la tentación de vivir en los conceptos y en la virtualidad, en vez de hacerlo en presencia de la realidad material.

Es también el dilema de estar en lo inmediato, propio del acto emocional que está unido a todo, que acontece antes de la intervención de la razón y que es vivido como experiencia íntima del mundo. O bien de estar en la separación del mundo producida por el acto de la razón: por ese acto del logos inventado por los griegos, exaltado más tarde por Descartes y llevado aún más allá por Hegel, que eleva la historia al desenvolvimiento de la razón.

Pero no somos originalmente seres racionales. Ya lo sabemos. Somos primero, y ante todo, seres emocionales, y nuestra posibilidad de desarrollarnos depende de volvernos conscientes de esto. Conscientes de las emociones que nos preservan y están a nuestro servicio, así como de las que están al servicio de los otros. Las palabras, los conceptos, la racionalidad y la espiritualidad, vienen después. No son entidades separadas o autónomas de nosotros. Por el contrario, son un epifenómeno de los impulsos de nuestra emocionalidad, y una expresión de nuestra psiquis. Sí, somos seres simbólicos, pero simbólicos de nuestra emocionalidad profunda.

Este dilema de la condición humana es uno de los sustratos de este libro. Se trata de la disyuntiva que tenemos los humanos de vivir entre la atribución de sentido o hacerlo en la presencia de la realidad inmediata. Vivir en un mundo dominado por lo sensorial, por los sentidos, en el mundo corporal, el de la experiencia inmediata de la realidad física, o vivir en un mundo dominado por la interpretación y la construcción de sentido, un mundo mental, de lo imaginario. Por un lado el mundo de lo físico, y por otro el mundo de lo metafísico.

El método

En el relato de este libro hay un método. Los eventos han sido recopilados bajo un proceso sistemático de investigación. Su contenido es el resultado de esta exploración constante en mi interior.

Además de la exploración, hay una cuestión acerca del tipo de mirada. Es una mirada en la que no se trata de «ver». Cuando uno ve algo, lo que hace es dirigir la atención a un objeto, como cuando uno ve una lámpara. En este caso, cuando me sumerjo en mi interior, no me sumerjo para ver algo, porque allí no hay ningún objeto que ver. Me sumerjo para «mirar». Es una actitud. Me sumerjo en mí para mirar y para esperar que surja algo que se pueda ver.

Dentro de mí no hay nada que ver, pero siempre puedo sumergirme para mirar. Puedo volcarme hacia mí para estar en intimidad conmigo. Para recibirme. Por ello se trata de una mirada receptiva. Mirar sin que necesariamente haya algún objeto particular que ver. Es una meditación. Es una mirada emocional. Es decir, una que está atenta a la sensación de mí mismo. Con esta actitud, despliego mi mirada atenta por si emerge algo, sin saber qué es lo que puede aparecer. Es la actitud del pescador: la de estar atento y disponible a lo que pueda emerger.

Este texto podría ser considerado autobiográfico. Pero mi intención no ha sido hacer una memori

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