Cita en el azul profundo

Roberto Ampuero

Fragmento

Índice

Índice

Cubierta

I. Azul Pacífico

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

II. Azul Báltico

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

III. Azul Caribe

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

IV. Azul Profundo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Epílogo

Biografía

Créditos

Para Mark Falcoff
y Francisco Lobos,
incondicionales de
Cayetano Brulé.

Poética
Di la verdad.
Di, al menos, tu verdad.
Y después deja que cualquier cosa ocurra:
que te rompan la página querida,
que te tumben a pedradas la puerta,
que la gente
se amontone delante de tu cuerpo
como si fueras
un prodigio o un muerto.

HEBERTO PADILLA (1932-2000)

Esto es una novela. Cualquier parecido de sus personajes y circunstancias con personajes y circunstancias reales es meramente casual y no deliberado. De haber semejanzas entre la ficción y la realidad, es culpa de esta última.

I

Azul Pacífico

1

Una calurosa noche de enero, tras acomodarse en el último taburete de la barra del Azul Profundo, Cayetano Brulé ordenó un mojito. Gente de mediana edad, vestida a la moda, con aire de intelectuales sesudos, políticos renovados o de nuevos ricos, conversaba animadamente en las mesas del restaurante disfrutando los platos de mariscos y pescados mientras una grabación del insuperable Coleman Hawkins brindaba la música de fondo.

El barman, un joven de ojos penetrantes y cola de caballo azabache, examinó divertido la corbata lila con guanaquitos y la chaqueta brillosa de solapa ancha de aquel bigotudo de anteojos gruesos e incipiente calvita, personaje, por cierto, inusual en ese escenario capitalino, y luego comenzó a combinar el Havana Club con jugo de limón, azúcar y hojas de yerbabuena.

—Que te quede legal, mi socio, que soy cubano y entiendo de esos menesteres —advirtió Cayetano en medio del rumor de avispero que los envolvía, y encendió con fruición un Lucky Strike.

—No se preocupe, señor, que aquí hacemos los tragos como Dios manda —repuso picado el barman, ciñéndose la cola a la altura de la nuca, aunque en realidad su atención estaba fija ahora en el meneo arrabalero de una mesera negra.

Cayetano se encontraba en ese restaurante, al que se

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos