Índice
Cubierta
I. Azul Pacífico
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
II. Azul Báltico
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
III. Azul Caribe
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
IV. Azul Profundo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Epílogo
Biografía
Créditos
Para Mark Falcoff
y Francisco Lobos,
incondicionales de
Cayetano Brulé.
Poética
Di la verdad.
Di, al menos, tu verdad.
Y después deja que cualquier cosa ocurra:
que te rompan la página querida,
que te tumben a pedradas la puerta,
que la gente
se amontone delante de tu cuerpo
como si fueras
un prodigio o un muerto.
HEBERTO PADILLA (1932-2000)
Esto es una novela. Cualquier parecido de sus personajes y circunstancias con personajes y circunstancias reales es meramente casual y no deliberado. De haber semejanzas entre la ficción y la realidad, es culpa de esta última.
I
Azul Pacífico
1
Una calurosa noche de enero, tras acomodarse en el último taburete de la barra del Azul Profundo, Cayetano Brulé ordenó un mojito. Gente de mediana edad, vestida a la moda, con aire de intelectuales sesudos, políticos renovados o de nuevos ricos, conversaba animadamente en las mesas del restaurante disfrutando los platos de mariscos y pescados mientras una grabación del insuperable Coleman Hawkins brindaba la música de fondo.
El barman, un joven de ojos penetrantes y cola de caballo azabache, examinó divertido la corbata lila con guanaquitos y la chaqueta brillosa de solapa ancha de aquel bigotudo de anteojos gruesos e incipiente calvita, personaje, por cierto, inusual en ese escenario capitalino, y luego comenzó a combinar el Havana Club con jugo de limón, azúcar y hojas de yerbabuena.
—Que te quede legal, mi socio, que soy cubano y entiendo de esos menesteres —advirtió Cayetano en medio del rumor de avispero que los envolvía, y encendió con fruición un Lucky Strike.
—No se preocupe, señor, que aquí hacemos los tragos como Dios manda —repuso picado el barman, ciñéndose la cola a la altura de la nuca, aunque en realidad su atención estaba fija ahora en el meneo arrabalero de una mesera negra.
Cayetano se encontraba en ese restaurante, al que se