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Con P de Polombia

Daniel Samper Ospina

Fragmento

ELOGIO DE JUDAS.
RECORTE DE CONTEXTO:

04 de abril de 2015

Mi Semana Santa comenzó desde el momento en que leí que el expresidente Uribe había colgado un video pornográfico en su cuenta de Twitter. Los hechos sucedieron en la madrugada del jueves previo a los días de descanso. No puede ser, me dije escandalizado: ¿eso es lo que el expresidente comprende por semana de pasión? ¿Ese es el tipo de recogimiento que el senador pretende observar en estas fechas? ¡Esa no es la venida del señor de la que debemos estar pendientes, doctor Uribe!

Imaginé la escena: son las tres de la mañana y el expresidente combate el insomnio frente a su computador. Una cosa lleva a la otra y en la pantalla ya no aparece un correo con información confidencial del proceso de paz, el informe de un hacker de su confianza o un spam de Pachito Santos, sino un video de la página “Chicas lindas VIP” en que salen huesitos y carnitas por doquier. Nadie aplaza el gustico. Todo lo contrario: varias alias La Mechuda aceitan la maquinaria como Valencia Cossio cuando cambió el articulito y se entregan a la confianza inversionista de unos varones que hacen con ellas lo que Job con el garaje de Palacio.

“Por el Padre Marianito aguantaré la tentación”, se dice el exmandatario. “Primero me corto la mano como lo hizo Rojas con alias Iván Ríos antes que caer en pecado”.

Pero, por mucho que intenta controlarse, la culebrita sigue viva. Y al doctor Uribe no le queda otro remedio que ejercer eso que llaman “la soledad del poder” y, compartir, generoso, el material con sus seguidores.

Digo que inicialmente me escandalicé con la noticia, pero del estupor pasé a un estado compasivo. La Semana Santa opera de ese modo en mí. Si uno lo mira bien, el doctor Uribe también tiene derecho a hacer ese tipo de esas cosas. A cierta edad es normal que se le despierte la curiosidad. Además, que vea pornografía lo vuelve más humano. Y mejor político, porque, finalmente, tanto la política como la pornografía son el arte de cambiar de posición.

Pero después me enteré de que todo se trató de una chuzada. Así suene redundante. Y desde entonces tengo temor de que infiltren la cuenta de otros políticos para publicar material impropio, o de que infiltren la de “Chicas Lindas VIP” para publicar fotos de Roy Barreras.

Ya decía yo que el doctor Uribe era persona honorable e impoluta. Para observar contenido lascivo e inmoral, ahí tiene al Congreso, finalmente.

Tan impoluto es, que medio país lo sigue considerando el Mesías colombiano, y, de hecho, durante los días santos, recordé un episodio que lo tuvo a él como protagonista y que definió la historia política colombiana de modo radical. El de la vez que lo traicionaron.

Quiero traerlo a colación en estos días de recogimiento.

Aquella vez, el cristo antioqueño citó a sus ministros de entonces a una finca en Rionegro y doña Lina sirvió tremenda frijolada. Y el Salvador les dijo:

—Antes de que alias “el Gallo” cante en la Fiscalía, uno de ustedes me va a traicionar.

—No jodás, Patrón: ¿seré yo?

—No, José Obdulio.

—¿Y yo?

—No, querido… ¿Me recordás tu nombre?

—Óscar Iván.

—Eso, Óscar Iván: no, vos no: es uno de ustedes que tiene la túnica de marca.

—Yo no soy, les advierto a todos…

—¿Estás seguro, Judas Manuel?

—Sí, Patrón: yo siempre te obedeceré.

—Oístes, Patrón, ¿pero el traidor que dices, es de acá, de Antioquia?

—No, es del interior.

—¡Pero danos alguna pista, pues, Señor, eh, avemaría!

—A mí me huele que es mi primo Judas Manuel.

—¿En qué idioma necesitan que diga que no soy yo? ¡No soy yo!

—La pista es que juega golf.

—¿Golf? Oístes, ¿y eso qué es?

—Contanos más detalles, Patrón: ¿de qué color tiene el esmoquin, por ejemplo?

—Naranja.

—Eso es Judas Manuel.

—¡Ese tal esmoquin naranja no existe!

—Ya saben, pues. Y ahora comencemos la operación de lavado.

—¿Llamamos a tu tía Dolly, Patrón?

—De lavado de pies. A ver Andrés Felipe, comenzá vos, fregame ese juanete.

Los hechos se sucedieron bajo la ineluctable marca del destino. La Corte Constitucional, en esa época honorable, crucificó las aspiraciones del Redentor, que quería ascender a la gloria por tercera vez. Los apóstoles confiaron en que Judas Manuel sería el llamado a continuar la obra del Salvador y los ministros en pleno, y el uribismo en general, ungiéronlo, apoyáronlo, y trepáranlo en el poder.

Pero sucedió que, una vez en el trono, Judas Manuel resultó ser otro hombre: ya no el férreo dirigente de mano dura y agenda conservadora que se suponía, sino un dirigente algo frívolo y vanidoso, tendiente a la divagación, a la politiquería, a la burocracia, pero al menos pacífico: al menos con la sana intención de cambiar la sangrienta y eterna ofensiva militar por un súbito y esperanzador proceso de paz.

Sus antiguos compañeros le reclamaron:

—¿No dizque vos no eras el traidor?

—No hard feeelings.

—Pero si vos dijistés que obedecerías al Mesías eternamente…

—Sólo los imbéciles no cambian de opinión.

Y de esa manera, el nuevo Mesías procuró una salida negociada con los representantes del Mal en la Tierra y el verdadero Redentor se fue quedando solo.

Y una vez solo, pudo observar películas pornográficas nuevamente.

QUIERO SER JUDÍO SEFARDÍ

07 de abril de 2015

Tan pronto leí que el gobierno español entregaría el pasaporte español a los descendientes de los judíos sefardíes que fueron expulsados hace 500 años de la península ibérica, me froté las manos: dentro de la descendencia sefardí abundan apellidos comunes en Colombia, como García, Gómez, Álvarez, Escobar, y de inmediato supuse que de alguna parte de mi rama genealógica podía colgar un apellido sefardí luminoso como un fruto que me permitiera convertirme en ciudadano español.

Ah, suspiraba: ¿cómo será comer jamón ibérico y no salchichón cervecero, señalar con los dedos y no con la boca, hacer mercado con vestido y no con sudadera?

Antes debo decir que soy de los que procuran hacerle buena prensa al país; que cada vez que me enfrento a un noticiero, por ejemplo, procuro manejar ante los presentes una versión de las noticias que no resulte desestimulante. Pero no es fácil. El otro día me vi a gatas para justificar ante mi mujer el efecto Angelino Garzón, a quien, después de maltratar de manera infame durante su enfermedad, Roy acogió con entusiasmo en el Partido de la U:

—¿Pero este Roy no fue el mismo que intentó examinar a Angelino durante su cáncer de próstata para obligarlo a renunciar? —me preguntó.

—Bueno —lo disculpé—: Roy es médico y esos temas le preocupan: habrá pensado en examinar la vicepróstata en persona por generoso: quería ser el Gonzalo Jara colombiano. Y que Angelino fuera Cavani.

—¿Y la hija no era liberal?

—Sí, así como Angelino fue del Polo.

—Pero ahora ella aspira al Concejo por el partido de Uribe: ¿eso no es contradictorio?

—No. Los Garzón van rotando, ellos no son sectarios. Ni sectarios ni zarrapastrosos.

El hecho es que, con mi pasaporte español en la mano, ya no tendría que soportar situaciones semejantes: las observaría a la distancia, con conmiseración, como un extranjero sigue las noticias de Ruanda o Venezuela, pero sin dolor: ¿que nombran como ministro de Defensa a la reencarnación misma del payaso Bebé? No me importa, ya tengo mi pasaporte español. ¿Que el alcalde Petro inauguró un interconector que no está terminado? No me importa, ya tengo mi pasaporte español. ¿Que un concejal de Piedecuesta se emborracha con sus escoltas y bailan descamisados, pistolas en mano, como mafiosos? No me importa; soy español, mis hijas son españolas, mi mujer es española. Somos judíos sefardíes. Ya perdonamos a España por habernos expulsado.

Por instantes pienso que ser colombiano no paga, al igual que mi tío Ernesto cuando estamos en un restaurante y aduce que no tiene la Visa. Y ese, justamente, era otro aspecto alentador de mi nueva ciudadanía: que podría viajar sin pedir visa. Pobres de aquellos que no tienen apellido, como Norberto, suspiré; y pobres de aquellos cuyo apellido no es sefardí, como Fanny Lú, cuyo apellido, Lú, ha de ser chino.

Llegué, pues, a la embajada española. Una interminable fila de camionetas con guardaespaldas invadían el andén. Adentro no cabía un alma: la clase dirigente en pleno había leído la noticia, y adelantaba el trámite con celeridad. Me encontré con Christian Toro; con Poncho Rentería; con Saulo Arboleda. Tutina reclamaba formulario por el lado Rodríguez; Yamid Amat Junior, por el Junior. El magistrado Leonidas Bustos decía que los suyos eran de los Bustos sefardíes, y estaba dispuesto a demostrarlo.

Algunos prestantes jóvenes de la alta sociedad, reseñados en la revista Jet Set durante un torneo de caza, se hicieron presentes con trajes camuflados y rifles al hombro, y todos les abrimos paso pese a que no parecían adscritos, qué va, a grupo paramilitar alguno.

Pedían formulario Pum Pum Espinosa, Armandito Benedetti, las hermanas Sanín, los hermanos Mattos, los hermanos Cardona, los hermanos Monroy. Suponiendo que le sumaría puntos, Roy Barreras se amarró un turbante en la cabeza. Suponiendo lo mismo, Piedad Córdoba se lo desamarró. Doña Amparo Canal de Turbay declamó un poema sobre los etruscos. Gloria Luz Gutiérrez organizó una tertulia de poesía judía.

Jean Claude llegó tarde, pero llegó:

—Pero si tú no necesitas ciudadanía extranjera…

—¿Cuál ciudadanía? ¿Esto no es un coctel?

Entonces un funcionario consular aclaró que, para demostrar que uno es judío sefardí y reclamar el pasaporte español, era necesario entender ladino, el idioma de los sefardíes; tener certificado de judío practicante; y constatar descendencia directa de una familia sefardí expulsada de España después de 1492.

La frustración fue general. Abelardo de la Espriella amenazó con demandar. Melissa Bermúdez pechó al cónsul como si fuera una agente de tránsito. Algunos tiraron platos. El concejal de Piedecuesta disparó al aire. Hubo conato de violencia. Tuvieron que llamar al Esmad.

Desalojé pacíficamente porque supe que no tenía nada que hacer: hasta hace poco creía que el sefardí era un tipo de tela. El único ladino que conozco es Juan Manuel Santos. Y lo más parecido a un rabino que he visto últimamente es la versión barbada de Angelino Garzón.

Rumié durante el camino de regreso la frustración de seguir soportando a Andrés Pastrana y no a su versión española, que es Aznar, pero una vez llegué a la casa subí el ánimo, me puse una sudadera y salí a hacer mercado.

LA METAMORFOSIS

06 de junio de 2015

La obra cumbre de Franz Kafka cumple cien años y para celebrarlo su autor envió desde la ultratumba esta versión criolla y contemporánea que publicamos en exclusiva.

Una mañana, tras un sueño intranquilo, Juan Manuel Santos amaneció convertido en un monstruoso liberal. Estaba tumbado “a sus espaldas”, para recordar la expresión de su nuevo amigo Ernesto Samper, sobre un duro caparazón, y al levantar la cabeza vio un vientre parduzco, llamado de esa manera porque era semejante a Rafael Pardo: un vientre blando, mejor dicho; y carente de carisma.

Sobre la extraña protuberancia arqueada y rugosa en que se había convertido su abdomen, sobresalían los pantalones amarillo pollito con que jugaba golf. Ni rastros quedaban ya del traje caqui de explorador, con botas y cantimplora, con que se tomaba fotos en los vericuetos subterráneos de la guerrilla, por aquellas épocas en que había jurado lealtad y reciedumbre a su padre, Álvaro Uribe.

—Pero, ¿qué me ha pasado? —se preguntó Santos—. ¿Por qué ya no llevo el chaleco camuflado, sino esta palomita de la paz colgada en la solapa?

No era un sueño. Su habitación era la misma habitación presidencial a la que acababa de trastearse, y a su lado dormía plácidamente Tutina, y en medio de los dos, el consentido Martín, que se había pasado de cuarto en medio de una pesadilla nocturna en la que su tío Pachito no asistía a un foro de la Fundación Buen Gobierno.

Todo era igual y, sin embargo, Santos se sentía diferente: ya no pensaba en ordenar bombardeos u ocultar el escándalo de los falsos positivos, sino en organizar un proceso de paz.

Tumbado de espaldas sobre la cama, apenas podía observar cómo se movían sus muchas patitas en el aire, ridículamente pequeñas en comparación con el resto del cuerpo.

—Desde que conocí a Roy Barreras no veía una metamorfosis tan grande —se dijo—: ¿será que duermo otro poquito a ver si se me pasa?

Pero esto era algo absolutamente imposible porque estaba acostumbrado a dormir del lado derecho, y ahora se encontraba completamente volcado al izquierdo, y no se podía mover.

—¡Juan Manuel! —gritaron de fuera del cuarto: era la voz de Uribe, su padre, que lo llamaba al orden—: ¡Juan Manuel, decime qué ocurre!

Pero Santos nada podía hacer. Había virado sobre el lomo y ya no se podía devolver.

—¡Juan Manuel, abrí, te lo suplico! —gritó nuevamente Uribe—: ¡canalla, traidor! ¡Castrochavista!

Santos intentó sacar de la cama la parte superior del cuerpo, al menos la cara congestionada. Pero nadie podía sacar la cara por él, a lo sumo sus ministros, que en realidad sacaban la mano.

—¡Abrí la puerta, pirobo derrochón! —insistió Uribe—, ¡venite a ver, gonococo!

¿Qué iba a hacer ahora? Él, que durante décadas había dictado cátedra sobre cómo ser buen gobernante, se veía a sí mismo impotente, postrado en su cama, el vientre arqueado y con unos extraños puntitos blancos, que parecían ministros, porque no se sabía para qué servían y comenzaban a irritarle.

Giró con todas sus fuerzas contra su doctrina anterior y terminó en el borde de la cama, aliado con gente que jamás imaginó, a punto de caerse.

—Si tan sólo pudiera arrastrarme hasta el baño —se dijo—, así sea un baño de las casas que regalo…

Apalancando las rasposas patas, consiguió dar un vuelco de tal forma que amarró a todas las personas que antes lo detestaban alrededor de su causa del proceso de paz, y con ellas atenazadas en las pinzas delanteras, se decidió a reptar de pueblo en pueblo repartiendo las arcas estatales; y, una vez acabó con ellas, repartía entonces cheques simbólicos. Prometía recursos ya no por dos o tres billones, sino por siete, por veinte, como si el presupuesto público fuera tan largo como las antenas que ahora le brotaban de los párpados.

—Así resistiré mientras consigo dar esta pesada vuelta —pensó.

Alertados por la falta de presencia de Santos en todos los ámbitos del país, el apoderado, doctor Vargas Lleras, apareció en Palacio y aguardó tras la puerta de la habitación.

—Señor Santos, ¿se encuentra usted bien? —indagó mientras encendía un cigarrillo.

Gabriela Silva, la rolliza ama de llaves de confianza de Juan Manuel, ataviada con delantal negro y cofia blanca, también se acercó para dejarle en la puerta un pote de mermelada.

—Le he dejado alimento, señor Santos, para que le haga bien, y se le mueva el estómago.

Pero del interior de la habitación sólo brotaba un sonido de animal. El señor Santos no conseguía enderezarse ni darse a comprender. No guardaba dominio sobre sus nuevas vértebras, desarticuladas a la manera de su gobierno; y así, después de procurar un nuevo giro completo, el señor Santos cayó de bruces.

—Ahí adentro ha caído algo —dijo la criada.

—Ojalá se haya roto la crisma ese melifluo —dijo Uribe, su padre.

Cuando irrumpieron en la habitación, el doctor Santos había expelido entre dolores su placentaria obra de gobierno, que ya se hallaba seca y entumecida.

El apoderado, doctor Vargas Lleras, se puso un casco y la tocó con un palo de escoba.

—Fíjense, ha reventado del todo.

Padre y apoderado salieron de la habitación y comenzaron a organizar planes juntos.

La dócil criada se quedó limpiando la habitación, embadurnada por completo de mermelada.

CLASE DE MORAL CON EL PROFESOR ORDÓÑEZ

27 de julio de 2015

—Jóvenes, de pie. La bendición del Padre Todopoderoso descienda sobre vosotros. Se pueden sentar. Buenos días.

—¡Buenos días, señor procurador!

—Saquen sus cuadernos. Allá, el senador Gerlein, ¿dónde tiene la mano? ¡Sáquese la mano de la bragueta!

—Es que me rasca el pecho, profesor.

—A veces toca educarlos de ceros… Por ejemplo, usted, señorita: ¿qué es esa facha?

—Es Ilva Miriam, profesor.

—Me refiero a la pinta: ¿qué es esa pinta, señorita? La falda debe ir diez dedos abajo de la rodilla: como penitencia reza tres María del Rosarios. Qué Guerra la que dan. Bueno: hoy vamos a ver en nuestra clase de moral cómo es tener dos morales. ¿Quién agarró el borrador?

—Se lo llevó usted para absolver a Sabas, doctor.

—Entonces limpio con la manga. ¿Germán? ¿Germán Manga? Venga y limpia. Sigamos. Para obtener dos morales, es muy importante… Sí, allá atrás: señor Londoño, ¿levantó la mano?

—No, profesor: es el saludo nazi.

—Perfecto. ¡Heill! Continúo. Para tener dos morales, es necesario que la primera de ellas sea muy religiosa, como pueden notarlo con mi ejemplo. Hay que rezar, persignarse, destituir, rezar, persignarse, destituir. Que esa sea la dinámica. Y pongo por caso lo que hice con Petro: ¿qué se dice cuando menciono la palabra “Petro”?

—¡Vade Petro, Satanás!

—Muy bien. Al señor Petro…

—¡Vade Petro, Satanás!

—… cuando traté de destituirlo, lo critiqué por decir que su fallo era una persecución política. ¿Y qué hago yo ahora? Lo mismo, decir que si fallan en mi contra es una persecución política. ¿Y eso es por que tengo dos…?

—¿Glúteos?

—¡Pecadora, señorita Amada Rosa! ¡Se sale y reza! ¿Quién dice, a ver? ¿Porque tengo dos…?

—Dos morales.

—Correcto, sí. Pongamos más ejemplos: pienso destituir a Sergio Fajardo por participar en política, pero en realidad es para que no compita conmigo en las próximas presidenciales, con lo cual estoy participando en política… ¿Y eso es porque tengo dos…?

—Morales.

—Dos morales, sí, bien. A ver, allá, ustedes dos: Marta Lucía y Gómez, Miguel: compartan con todos el chiste, de qué se ríen…

—Que Pachito quiere ser alcalde de Bogotá, profesor.

—¿Eso es verdad, Francisco?

—Sí, profesor.

—Bueno: todos podemos reírnos un rato, por qué no. Ya. Orden. Levanten la mano negra quienes tengan preguntas hasta acá… Allá, José Félix.

—No me quedó clara la definición de pornografía de la clase pasada.

—Buena pregunta. Te ganaste el cilicio de esta semana. Repasemos la definición de pornografía: si no puedes dejar de pensar en eso, es pornografía. Pongo ejemplos y ustedes me dicen. ¿Las enaguas de la doctora Carreño?

—No es pornografía.

—¿Dos homosexuales musculosos?

—Es pornografía.

—¿Ilva Miriam comiéndose una fresa?

—No es pornografía.

—Pero con los labios recién pintados y todos carnosos.

—No es pornografía.

—Un señor todo gordo, todo peludo, en ropa interior.

—Sí es pornografía.

—Muy bien: ¿ven que sí se puede?

—¿Profesor?

—¿Sí, señor Nieto?

—¿Los judíos tienen alma?

—Jaja, no, Rafael, no: léete mi tesis. La única religión verdadera es la nuestra.

—¿O sea que no venimos del mono?

—Pero será del de Sweet, senadora Paloma, que además vive en el pecado nefando. Miren: proviene del mico a la reforma a la justicia, nada más, ¿correcto?

—Sí, profesor.

—Bueno: ahora saquen los libros que vamos a armar una fogata. Cada uno se pone el brazalete y dice cuál quemar. La constitución… Óscar Iván.

—¡Sí!

—¡Bien! ¿Cien años de soledad? Allá, la doctora Cabal.

—¡Sí!

—¡Muy bien! ¿La Biblia, César Mauricio!

—¡No!

—Bien. A propósito de la Biblia, para mañana deben traer una tarea sobre san Ezequiel Moreno, el único moreno que tiene alma: gracias a él sabemos que, para salvar a la sociedad, debemos encaminarla hacia la teocracia. A ver allá, tú, Francisco: ¿qué es una teocracia? Lo vimos ayer…

—¿Como River, que depende de Teo?

—No seas bruto, mijo. Una teocracia es cuando todo gira en torno a un Ser Supremo.

—¿Como usted en la Procuraduría?

—Sí, señor, muy bien, señor Rangel: tiene diez. Bueno: dejemos cinco minutos para hablar de la fiesta del prom… Haremos algo sencillo, en la catedral primada, con adornos de oro del siglo 17, como el matrimonio de mi hija, y al final presentaremos un espectáculo. Un espectáculo triste y folclórico. Después habrá una cena.

—¿Podemos traer a nuestros familiares?

—Claro que sí, doctor Bustos. Trae a tu esposa que yo la vuelvo a ubicar. También aprovecho estos últimos minuticos para repartir las tarjetas de la fiesta del doctor Galat: ¡felicitaciones, doctor Galat! ¿Cuántos años cumple?

—No sé, profesor: las pruebas de carbono 14 no han salido.

—De todos modos, que sean muchos más.

—Gracias.

—Por último, les anuncio que desde este año la clase de ortografía se fusionará con la electiva de cacería para evitar equívocos: muchos alumnos nos malinterpretaban cuando decíamos que los homosexuales sí se deben cazar. ¿De acuerdo?

—Sí, profesor.

—Bien. Ahora quédense en sus puestos que ya viene el prefecto Uribe a hacerles un dictado. Él mismo será el dictador. La bendición del padre caiga sobre todos ustedes. (Señor Gerlein: otra vez esa mano…) Podéis ir en paz.

URIBER: UNA ALIANZA ENTRE UBER Y URIBE

17 de octubre de 2015

El taxi zapatico se bamboleaba de un carril al otro y un penetrante olor a ambientador de baño, capaz de marear a cualquiera, me tenía al borde de las náuseas. Había tomado taxi como siempre: esto es, en la calle, a la deriva de dios, después de esperar infructuosamente confirmación telefónica. Tres desistieron de llevarme a mi destino porque no coincidía con el de ellos. Uno, en cambio, tuvo la caridad de recibirme, batir hacia delante el espaldar del copiloto, subir el volumen en la sección de humor de Tropicana, y editorializar, a la mejor manera de Fernando Londoño, las dos noticias que ventilaba el locutor: una, que la bancada uribista había lanzado la campaña “Lo que es con Uribe es conmigo” en solidaridad con el llamado a su patrón para rendir cuentas por la masacre paramilitar de El Aro; y dos, que algunos taxistas piensan crear un bloque de búsqueda para cazar a los usuarios de Uber.

—Esos berracos son ilegales, deberían estar presos… —refunfuñó el chofer.

—Y, en lugar de eso, tienen bancada y todo —respondí con idéntica indignación.

—Vamos es a levantar a esos pirobos —dijo mientras cerraba a una señora—: espere lo verá…

—Pero son peligrosos: ¿no le da miedo?

—No, papito —reviró—: apenas vea un carro blanco, avíseme y le muestro… Arrímeme esa cruceta.

La referencia a los vehículos blancos me permitió comprender que el señor taxista no se refería al uribismo, lo cual era obvio: finalmente, a diferencia de los Uber, los móviles de Uribe siempre son oscuros.

Sé que es injusto suponer que todos los taxistas son abusivos, y creo con franqueza que ellos mismos son los primeros damnificados de don Uldarico Peña, ese nuevo Atila, rey de los Unos.

Pero que los taxistas monten bloques de búsqueda resulta tan inaceptable para uno, como para ellos que uno les cancele la carrera con un billete de 50 mil; y este que me llevaba no parecía víctima de un sistema esclavizante, sino un bárbaro sin sentimientos: frenaba con tal brusquedad, y driblaba motos y vehículos con tajos de tal vehemencia, que mi pobre ser se bandeaba dentro de la cabina como pepa de pomarrosa, como neurona de Pastrana.

En determinado momento nos topamos con una camioneta blanca.

—Si ese vergajo es Uber, me las va a pagar —amenazó, mientras yo adivinaba si se refería carro o al probable nombre del conductor: Uber Riascos, por ejemplo.

Pero siguió de largo porque le entró una llamada por el celular que contestó sin temor a la multa: durante 15 minutos habló en voz alta con alguien a quien llamaba “bebé”, y que lo mismo podía ser su novia que un colega. Uber Riascos, por ejemplo.

Colgó a tiempo para contestar un chat, mientras yo me entregaba a la ensoñación de que no estaba sometido a la licuadora ambulante que me transportaba a empellones, sino reposando plácidamente en un Uber. No soy usuario de Uber. Ni siquiera sé cómo funciona. Pero dicen que sus conductores son tan caballeros, que no sólo quisiera contratarlos, sino presentarles a una prima.

Me suponía, entonces, flotando plácido, como en el vientre materno, en un carro amplio que tomaba las curvas con suavidad, mientras el conductor me preguntaba respetuosamente qué emisora quería escuchar.

Pero la ensoñación se veía abruptamente violentada cuando imaginaba, a la vez, que, de un momento a otro, nos cercaba una cuadrilla de taxis amarillos frente a la cual el mismo conductor me decía cómo actuar:

—Por favor diga que usted es sueco y que este carro es de un hotel.

Regresé a la realidad cuando el taxista me avisó que habíamos llegado.

—Son 20 mil.

—¡¿20 mil?! —le reclamé—: ¡Si la carrera hasta acá vale 12!

—Es lo que marca el taxímetro —respondió mientras consentía la cruceta.

Su taxímetro marcaba más que el mediocampo de Uruguay. Pero pagué sin rechistar, agradecido de no haber sido víctima de un paseo millonario, y llegué a mi casa para enterarme de las últimas noticias, que giraban en torno al caso de Uribe, quien para entonces ya fungía como víctima de una persecución e insultaba a Santos.

Y entonces tuve una idea: que Uribe y Uber se unan y lancen el “Uriber”: un sistema de transporte protegido por su propio sistema de autodefensas.

No en vano, Uribe, a su manera, también es un taxista: únicamente va adonde él quiere; no le gusta entregar el turno; sabe hacer muñeco (el de estas elecciones es Pacho Santos); vive cargado de tigre y, según sospecha el Tribunal de Medellín, toma justicia por su propia mano. Y si ingresa al sistema de Uber podrá posar como perseguido con verdadero fundamento.

Será necesario adecuar la flota al uribismo: conseguir que las camionetas no vengan con caballos de fuerza sino de paso, tubos de escape amplios por si sus colaboradores tienen que huir, cinturones de seguridad democrática y un sistema de pago que no sólo acepte tarjetas de crédito, sino embajadas y notarías.

Pero será emocionante ver a los senadores uribistas con camisetas que digan “Lo que es con ‘Uriber’ es con todos”; y a los amarillos respetando, por primera vez, los carros blancos. Porque con el doctor Uribe de por medio, cualquier taxista sabe que el asunto es a otro precio.

Y cuando digo cualquiera, es cualquiera: hasta Uber Riascos.

MI PRIMER EXAMEN DE PRÓSTATA (O POR QUÉ NO VOTARÉ POR CLARA LÓPEZ)

24 de octubre de 2015

Tomé la decisión de no votar por Clarita López el mismo mes en que me practiqué mi primer examen de próstata. En realidad, llevaba varios meses practicándolo, aunque en el sentido más estricto de la palabra: ensayaba gestos de tranquilidad frente al espejo, con la esperanza de replicarlos cuando enfrentara el tenebroso momento en que un médico desconocido, a cuyos papás jamás he visto, con quien jamás me he tomado trago alguno frente a la chimenea, y quien no sabe, en fin, qué música me gusta o cuáles son mis sueños, consiguiera de buenas a primeras un nivel de intimidad que nadie nunca ha tenido conmigo jamás. Ni tendrá. Nadie nunca. Jamás.

La vida del hombre es un conteo regresivo para llegar a su primer chequeo prostático. Desde los 37 años me venía preguntando cómo sería ese momento; si mi urólogo sería hincha de Millos o de Santa Fe; si sería amable. Y ahora me llegaba el momento de averiguarlo. Y de convertirme en un hombre de verdad.

Cumplir cuarenta años es un asunto que no le deseo a nadie: ni a Enrique Gómez. Ni a José Galat. La vida cambia drásticamente. Un día cualquiera uno se despierta y descubre súbitamente que ya está viejo y que cualquier resistencia al paso del tiempo únicamente agravará la situación: en vano resulta inscribirse a un gimnasio, adquirir el hobby de subir a Patios en bicicleta o ceñirse pantalones color pastel. Todo pataleo contra el paso del tiempo deteriora la dignidad de quien lo protagoniza y pospone el privilegio de poderse declarar, como yo, viejo de antemano.

Desde que tengo cuarenta me levanto al baño al menos dos veces en la noche y a partir de la segunda no puedo conciliar el sueño; me molesta el volumen de la música de los restaurantes; doy la vida misma por no tener que salir de noche y mi concepto de rumba se modificó de manera drástica: ahora una noche movida consiste en llegar despierto al tercer chisme de CMI. Si hay ñapa, debo tomar Red Bull.

Dentro de esos cambios también viene la ansiedad de saber que se aproxima el día más esperado de la vida, la cita con el doctor Manotas: el ritual de iniciación de la madurez.

El mío llegó el jueves pasado. Ese día me senté en la sala de espera con veinte minutos de antelación y estuve a punto de huir cuando dijeron mi nombre en voz alta. Atravesé la puerta del consultorio sin sentir las piernas, casi flotando, y entonces pude verlo: allá estaba el médico que lideraría mi tránsito al verdadero mundo de los adultos.

Se parecía a Alfonso Valdivieso y era particularmente frío. Aquella imagen que había recreado en la cabeza, en la cual yo salía del biombo, en prendas menores, pero obedeciendo a determinado preámbulo de charla amable, con un urólogo bonachón parecido a Pacheco, resultó, en la vida real, un episodio parco y breve: Valdivieso se levantó las gafas, leyó una ficha médica, se puso de pie, me ordenó hacer lo propio, y buscó un guante en el gabinete.

—Bájese los pantalones —me ordenó—: esto va a molestar.

Nunca supe a cuál molestia se refería: ¿a que se pusiera un solo guante de látex, sólo uno? ¿A que se situara en mi retaguardia con el ceño más fruncido todavía? ¿A que, repentinamente, y para decirlo en términos metafóricos, hiciera conmigo lo que Maduro con Colombia, en una vejación de mi zona fronteriza que arrastraba a su paso sentimientos de irritación e impotencia?

En un chasquido de dedos el urólogo cumplía en mí el sueño franquista de Alejandro Ordóñez: atacar con sus falanges. Lo hacía impávido y mecánico mientras en ese momento yo tenía un pensamiento para mi tío Ernesto, a quien también le sucedían cosas tremendas a sus espaldas.

El doctor Valdivieso dio un parte de tranquilidad.

—Todo está bien —dijo, seco, mientras se retiraba el guante—: vístase.

—Se podía ser más especial, ¿no? —respondí herido de desdén.

Abandoné el consultorio y caminé por las sombrías calles bogotanas mientras sentía que todos me observaban. Y una vez llegué a la casa me sentí otro: al fin había atravesado el umbral, ya estaba de este lado de la vida. Atrás quedaron las cuatro décadas en que fui joven. En adelante me espera la madurez, el envejecimiento; tomar todas las decisiones con la cabeza.

Y la primera consistirá en no votar por Clara López. Lo decidí en el acto. Y explico mi posición.

Yo adoro a la gentecita de izquierda e incluso en mis años mozos fui uno de ellos: por este esófago rodaron litros de vino caliente; esta boca moduló decenas de veces “la maza sin cantera”; este nombre, mi nombre, fue pronunciado por varias meseras de El Bulín.

Pero eso era antes, cuando no era cerebral. Ahora no me engañan. Después de tres pésimos gobiernos distritales, la izquierda ha demostrado que, cuando no es corrupta, es inepta; y que su revolución social consiste en comprar apoyos con subsidios.

Por eso he decidido votar con madurez. Pensé en hacerlo por Pardo, pero Serpa apostó su bigote si Pardo no ganaba la alcaldía, y sueño con que lo pierda. (Clarita también lo apostó y también lo puede perder).

Apoyaré, entonces, a Peñalosa, quien, a pesar de su historial de torpezas políticas, es el mejor gerente para la ciudad. Si gana dormiré plácido, al menos hasta la segunda levantada al baño.

UN GOBIERNO A OSCURAS…

12 de enero de 2016

Fragmentos del consejo de ministros que se desarrolló a oscuras para promover el ahorro de energía.

—¿A quién estoy tocando aquí? ¿Luis Carlos?

—No, presidente: soy yo, María Lorena…

—María Lorena, arrímeme más almendras, por favor…

—No quedan, señor presidente: se acabaron hace un mes…

—¿Entonces qué me metí en la boca?

—No sé, señor presidente: a lo mejor una papa caliente, como la del apagón…

—Bueno: arranquemos el consejo… Comienzo por informarles, justamente, que el ministro Tomás González pasó su renuncia y se la acepté…

—Marica, qué pesar…

—Sí, Ginita, pero bueno…

—¿Y sale al desempleo?

—No, Luchito, gracias por preguntar: parece que su esposa lo va a contratar, porque la empresa de ella ha crecido mucho últimamente…

—Siquiega, aunque dugo quedagse sin cago oficial…

—¿Quién dijo eso?

—Yo, Juan Fegnando, Pgesidente…

—Ah, hola Juan Fernando: ¿trajo el borrador del plebiscito?

—Sí, pgedidente, agáguelo…

—¡Pero no lo tire, hombre! ¿Y ahora dónde cayó?

—Acá siento algo debajo de la mesa, presidente..

—¡Soy yo!

—¿Luis Carlos? ¡¿Qué hace allá abajo?!

—Estoy mirando si cayó algo de comida, presidente…

—Bueno, busque si allá cayó el borrador… Y empecemos el consejo, que hoy tengo turco en el Country… Hablemos de lo más urgente: la paz…

—Presidente, con todo respeto…

—Sí, María Lorena…

—Creo que es más importante hablar de la energía…

—Claro, de eso les quería hablar: tenemos que meter toda nuestra energía para enfrentar los problemas que tenga el proceso…

—Pero, presidente…

—El primero va a ser compartir el Nobel con Timochenko: ¿quién me ayuda a explicarle eso a Tutina? Se va a poner furiosa cuando nos toque ir juntos en el focker…

—Presidente, discúlpeme: me refería a la crisis energética.

—Y yo a Timochenko: ¿acaso no solucionamos la crisis con la renuncia de Tomás?

—No, y hay riesgo de apagón…

—¿Quién habla ahí?

—La ministra de Transporte…

—¿Me recuerdas tu nombre, po-por favor?

—Soy Natalia Abello…

—¿Tú trinaste contra el Centro Democrático? A ver: levanten la mano los que trinaron, pero con el Iphone encendido, para ubicarlos… Bueno: los quiero felicitar. Acá doña María Lorena les va a poner una mención de honor. A Uribe se le estaban yendo las luces…

—Y al país también, presidente, porque los embalses están secos y no producimos suficientes gigavatios …

—¿Qué significa eso?

—¿Gigavatios? Es una unidad de potencia equivalente a mil millones de…

—No, “embalse”…

—Presidente: todo esto se debe al fenómeno del niño …

—¿De Martín?

—No, no: es un fenómeno climático, como le puede explicar el ministro Vallejo, porque ese es su tema…

—A ver, Gabriel…

—Le traigo la tarea para el próximo consejo, presidente, mientras averiguo lo que significa…

—Bueno: tenemos que tomar medidas: oigo ideas…

—…

—…

—…

—…

—…

—¿Qué son esas risitas? ¿Ginita? ¿Cecilia?

—No fuimos nosotras, presidente.

—Oigo ideas…

—…

—…

—…

—…

—¿Y si pgomovemos que todos tjabajen a media luz? En el Congueso ya lo hacen, aunque se dispagagon los gobos y atgacos…

—…

—…

—…

—…

—¿Y si volvemos a comprar Isagen?

—No hay plata, Luchito, pero gracias de todos modos…

—…

—…

—…

—…

—¿Y si hacemos cortes?

—Puede ser, Yesid, y podemos empezar por la Corte Suprema…

—Me refiero a cortes de luz, presidente…

—¿De Luz Stella? Ni hablar…

—…

—…

—…

—…

—Presidente: ¿y qué tal si creamos el Superministerio para las Penumbras o la Alta Secretaría para Velas y Espermas?

—Genial: ¿quién habló?

—Acá, Henao…

—¿Y usted en cuál ministerio está?

—Vivienda, presidente: soy de los de don Germán…

—Pues excelente idea, me gugú…

—¿Perdón?

—Me gugusta…

—Pero, presidente, estamos en austeridad.

—Sí, Mauricio, entonces que la Alta Consejería sea sólo para espermas, y que también sirva para temas genéticos.

—¿Y a quién nombramos, para anotarlo acá?

—No sé, María Lorena: que sea por méritos. Ojalá una cara nueva. Puede ser Néstor Humberto… O mi cuñado Mauricio.

—Pre: ¿y alguien del Country que sepa del tema, tipo Fabio Puyo?

—Puede ser, Ginita, pero Néstor Humberto y Mauricio son muy buenos.

—O que sea una cuota afro…

—Gracias, Luchito, de todos modos, pero Amylkar y Gómez Méndez están muy ocupados…

—Presidente: otra salida es promover el uso de plantas eléctricas…

—Sí: como ministro de Ambiente yo sé mucho de plantas y…

—Pero ¿a quién le damos el contrato para comprar plantas, a ver, Gabriel? ¿Ninguno de ustedes tiene una esposa con una compañía, o sí?

—Pues, ejem, presidente: yo tengo una empresa con el hermano de Mauricio y…

—Pues analicen esa solución, María Lorena, pero no nos podemos dar el lu-lujo de que esto siga así.

—Listo, presidente: mientras, voy a llevarle esta linterna al doctor Carlos Julio: ¿alguien cogió las pilas que estaban en esta coca?

—¿Esa no era la coca de las almendras?

—¡No, presidente! ¡Son pilas, escúpalas!

—¡Pero le caen a Luis Carlos!

—¿Señor presidente?

—Dígame, Lunita.

—Llamaron del Country a informarme que el turco está apagado porque están ahorrando luz…

—¿Un turco frío? ¡Damn it, esa sí es una tragedia! ¿Ahora qué hago? Se levanta la sesión. Pre-prendan las luces. O abran las cortinas, al menos mientras almorzamos.

MINISTROS: REGRESEN A PRIMERA CLASE, POR FAVOR

23 de enero de 2016

Me ha conmovido de tal manera el presidente Santos en esta semana, que francamente no sé por dónde empezar a elogiarlo: el súbito calor que azota las calles bogotanas impide que me defina. Nunca he sido bueno para pensar cuando hay calor. En eso me parezco al ministro de Medio Ambiente. Últimamente vago por las calles bogotanas con pintas que tenía reservadas para Melgar, lo cual afecta mi capacidad de análisis: voy a la oficina vestido con una franela de manga sisa similar a la del Chapo Guzmán; salgo a almorzar con la misma pantaloneta con que lavo el carro los domingos; y me entrego a ensoñaciones fantasiosas en las que camino por la Bogotá de Peñalosa bajo este tibio aire veraniego: imagino que pesco truchas con mis hijas en el río Fucha, o que paseo en bicicleta por el malecón del río Bogotá, esquivando liebres y tulipanes y con una baguette bajo el brazo, pero súbitamente regreso a la realidad, y entonces observo las noticias en que el presidente Santos asume el liderazgo del país de una manera justa, moderna y segura, y no sé si comenzar por celebrar su capacidad de ahorro, o ese endemoniado ritmo laboral que lo lleva a trabajar con la camisa remangada.

Así, por ejemplo, se le vio en el evento de la ley que la valiente Natalia Ponce sacó adelante para castigar severamente a quienes ataquen personas con ácido. Dice una nota de prensa que, una vez la tuvo enfrente, el presidente se recogió las mangas de la camisa para mostrar que él también tenía quemaduras, faltaba más que le fueran a ganar; y así, en medio del salón, las exhibió ante las cámaras, mientras trataba a Natalia de tú a tú: “yo también sé lo que se siente”. Ya ven ustedes. El presidente es hombre competitivo. Sintió que le hacían fieros. Y una vez se vio con la camisa remangada, aprovechó entonces para ponerse en actitud de trabajo: se reunió con Peñalosa y concluyó que, para no afectar la seguridad, los noticieros deben dejar de emitir imágenes de robos: únicamente los arcoíris de las praderas de Bosa. Y ventiló un plan de austeridad que diseñó para los 16 ministros, 37 superministros y 563 altos consejeros de su gobierno.

—Ministros, de ahora en adelante, no más Uber: puros taxis, les ordeno; quedan prohibidos los domicilios. Traigan el almuerzo de la casa, en portacomidas.

—¿Se pueden traer varios portacomidas? —indagó el ministro de Defensa.

—Y también deben viajar en clase económica —remató.

Los ministros se miraron desconcertados unos a otros, pero al presidente no se le movió un solo pelo, en parte por los nervios de acero, en parte por la laca.

—Yo no puedo, señor presidente: soy muy ancho de hombros —reviró el ministro de Hacienda.

—Además la comida de económica es una chanda, marica —se quejó la ministra Gina.

La canciller, entonces, tomó la palabra:

—Presidente, ejem, en nombre de mis compañeros: ¿no pudiéramos viajar al menos en el jet que ordenó comprarle a Tutina recientemente?

—No sea igualada, ministra: eso no es una chiva. Vuelen por Easy Fly. O cojan flota.

—¿Quién es Tutina? —intervino el ministro Vallejo: hacía frío en el recinto. Y él no suele ser bueno para pensar cuando hay frío.

—Presidente —intentó el ministro Luna—, ¿y no cree que Uribe va a decir que ya estamos como en Cuba?

—No importa: le demostraremos que no somos un gobierno derrochón. De hecho, crearé el Superministro de la Austeridad. Y nombraré un Alto Consejero para el Ahorro. Puede ser Néstor Humberto. O mi cuñado Mauricio.

Comprendo el afán ahorrativo del gobierno: es la única manera de que salve recursos para seguir invirtiendo en cortinas de seda, aviones privados y páginas web que paga por la módica suma de $1.700.000.

También comprendo la audacia política de la medida, con la cual el presidente quita a la izquierda el monopolio de la escasez y expone de nuevo la doble moral de Uribe, crítico del plan austero, pero a la vez famoso por botar la plata a la caneca lanzando a Pachito Santos a la alcaldía.

Pero es injusto que, aparte de todo, los contribuyentes tengamos ahora que viajar al lado de los ministros. Doy por descontado que me tocará el ministro de Defensa de vecino: así es mi vida. O Juan Fernando Cristo: ¿cómo será viajar a Cúcuta con Cristo en el puesto de al lado, la voz gutural buscando conversación mientras uno trata de leer, la negociadera de puestos con los otros pasajeros? O el propio Cárdenas. Lo puedo ver: abusivo, como es, se va escurriendo en su silla hasta propiciar contacto de rodillas; utiliza el portabrazos ajeno; hace ruidos mientras come; se toma una selfie; invade el pasillo antes de que abran la puerta del avión. Y después le pide a uno que vote por él en el 2018.

Por eso, quiero solicitar al presidente que reverse la medida. Presidente: permita que los ministros viajen en ejecutiva. Por algo trabajan en esa rama. De lo contrario, no volveré a montar en avión: me quedaré por siempre en la Bogotá de Peñalosa paseando entre los venados que cuidará el ministro de Medio Ambiente, ojalá en un clima que no sea templado. Porque él no es muy bueno para pensar en clima templado.

ALERTA: EXTRATERRESTRES EN COLOMBIA

30 de enero de 2016

Avistaron cinco luces extrañas en el cielo de Bogotá y ciudadanos de toda índole dieron por hecho que estábamos ante una visita alienígena. El mismo ejército lanzó un trino al respecto, según el cual, cito literal, “sea cual sea la amenaza, siempre defenderemos a Colombia”: trino que yo leí debajo de la cama, a donde me había confinado tiritando de pavor mientras imaginaba cómo sería enfrentar un contacto del tercer tipo:

—Hola, terrícola —me diría un homínido parecido a Valencia Cossio—: llévame a donde tu líder…

—El presidente Santos no se encuentra en el momento —tendría que responderle—: está en la Nacional, aguantando rechiflas. De ahí salía a Anapoima, a descansar.

—¿Y no hay quien lo reemplace?

—Pues sería Vargas Lleras, pero le acaban de operar un tumor, por fortuna benigno, como todo lo suyo.

—¿Y entonces? ¿Con quién puedo hablar?

—Podría ser el ministro de Hacienda; si quieren, se lo pueden llevar: viajaría en la clase económica de la nave espacial.

Tuve miedo de que los alienígenas aterrizaran, no lo niego, pero también vergüenza: me daba vergüenza que visitaran Bogotá justo ahora, cuando no hemos estrenado el malecón lleno de violinistas y pintores callejeros que construirá Peñalosa en la ladera del río Bogotá. Y también tuve desconfianza porque, siendo francos, no tiene mayor sentido viajar durante millones de años luz para visitar esta modesta capital cuando hay destinos turísticos más importantes: ¿de verdad preferían ver la pirámide de la Gobernación de Cundinamarca que la Torre Eiffel? ¿El río Fucha que el Sena? Pero después imaginé que quizás no venían por asuntos vacacionales, sino obedeciendo a alguna misión concreta: recoger a Alfredo Barraza para regresarlo de vuelta a su galaxia de origen, por ejemplo. O llevarse a Santos. Se trataría de un mero formalismo porque, finalmente, Santos vive en otro planeta.

La noticia se expandía en las redes sociales como el virus del Zika, pero entonces informaron en la radio que no había de qué alarmarse porque estábamos ante la campaña publicitaria de una serie de televisión: Archivos Secretos X. Hasta ese momento, suponía que los únicos archivos secretos que merecían mi atención eran los de los exfuncionarios de Uribe que, según la Fiscalía, gastaron casi 60 millones de pesos en desprestigiar a Yidis Medina: como si no fuera suficiente con decir que era uribista. O, por mucho, los del exdefensor Otálora, aunque en ese caso se trataría de los Archivos Secretos triple X. Ustedes conocen los hechos. Mi colega Daniel Coronell publicó unas fotos íntimas que el doctor Otálora enviaba a su secretaria, quien ahora lo acusa de acoso sexual y, más grave aún, de utilizar emoticones en sus chats. Ante los hechos, un analista radial afirmó qu

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