El libro de la magia y la aventura de Bassim Bassán

Martín Solares

Fragmento

Título

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La historia que voy a contar ocurrió hace mucho, mucho tiempo, cuando los hombres y las mujeres eran nuevos sobre la Tierra y convivían con otros seres que aún habitaban el mundo: criaturas como Pegaso, el caballo con alas, capaz de alcanzar las nubes de un aleteo; o la Quimera, un monstruo irritable y de mal carácter, que era mitad león y mitad serpiente, ambas partes igual de bravuconas; pero también con genios que salían de las lámparas, demonios que se escondían en las botellas,
y magos que abrían y cerraban montañas con una palabra mágica.

En ese tiempo, en el pueblo del Gran Oasis vivía un joven comerciante de objetos maravillosos que se llamaba Bassim Bassán. Bassim Bassán trabajaba todos los días en el mercado, donde vendía lámparas para atrapar genios, botellas para encerrar demonios, antorchas griegas para asustar monstruos y su objeto preferido: alfombras voladoras, entre otras cosas que se necesi­taban entonces en las casas de esa región. Aunque la verdad es que alfombras mágicas sólo tenía una, que le había heredado su abuelo, y nunca funcionaba.

Un día terminaba de tomar su café cuando tocaron a la puerta. Bassim Bassán salió a ver quién era, porque aún no había amanecido y apenas se abrían los primeros puestos del mercado.

Era su amiga Hadarah, una de las mujeres más listas y hermosas de toda la región. A Bassim Bassán le encantaban sus ojos claros, los más bellos que había visto nunca, y su cabello suave
y lacio, tan ligero que no dejaba de moverse. Hadarah era también la mejor sastre del pueblo, pues todos los días inventaba un diseño nuevo en sus telas, y sin duda, una de las personas más nobles y de mejor corazón. Bassim Bassán comprendió que su amiga estaba muy preocupada:

—¿Qué pasa, Hadarah? ¿Tienes un problema?

—Por favor, Bassim Bassán, préstame el más veloz de tus caballos: la Muerte se me apareció hace unos minutos en el mercado y dijo que venía por mí. Préstame tu caballo más rápido para irme de aquí y que la Muerte no me encuentre.

—¿A dónde piensas ir?

—Al pueblo que está a la orilla de la laguna.

Bassim Bassán meneó la cabeza.

—Es demasiado cerca. Mejor ve al Pueblo de las Montañas y escóndete ahí con tus hermanas hasta que yo vaya por ti.

Bassim Bassán le prestó el caballo y la hermosa Hadarah salió a todo galope. Bassim la siguió con la mirada hasta que el polvo que levantaban los pasos del caballo se desvaneció a lo lejos. Bassim Bassán jamás pensó que algún día tendría que enfrentar a la Muerte. Desde hace años él
la conocía, porque ambos iban diario al mercado. Con frecuencia tomaban café, platicaban, se contaban bromas e incluso jugaban ajedrez. No podía permitir que se llevara a Hadarah, así que se puso su mejor turbante, se miró en el espejo, dispuesto a defender a su amiga, y por un instante se desconoció, porque el turbante le daba un aspecto serio y peligroso. Bassim Bassán se miró y pensó: “Que Alá me conceda salvar a Hadarah”. Luego se miró otra vez en el espejo para arreglarse el turbante, que se había caído de lado, y salió a toda prisa.

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