Capítulo 1
La reforma de las antiguas instalaciones de Mar Cantábrico Televisión parecía no ir a terminar nunca. El edificio en desuso se estaba modernizando para construir nuevos platós, oficinas y salas de reuniones donde los empleados pudieran tener más espacio —dado el reciente aumento de plantilla—, y (¡de una santa vez!) la ampliación del aparcamiento.
Como cada día que le tocaba casting por la tarde y llegaba a media mañana, Carolina tuvo que aparcar a cuatro manzanas del edificio de la cadena. Por lo menos, ese día no llovía. No como la última vez, que llegó hundida en agua de arriba abajo y tuvo que pedir a los de vestuario que le prestaran un traje con el que se sintió incómoda todo el puñetero día. Desde entonces, no solo no se dejaba el paraguas en casa, sino que tenía dos mudas completas en su despacho. Por si acaso.
Cargó con la pesada caja con las carpetas de los candidatos de ese día y caminó con paso firme hacia la puerta de acceso a MCT a pesar de sus altos tacones. Cuatro manzanas, nada más. Sin embargo, parecía estar haciendo el Camino de Santiago, como si el edificio, de pronto, en lugar de estar en Santander se hubiera alejado por arte de magia hasta Finisterre.
Aquella exagerada comparación la hizo pensar en cierto hombre que, en los momentos más inoportunos, se paseaba por su mente para atormentarla. Aitor Carranza, periodista y compañero de la cadena, era uno de esos errores que una cometía una y otra vez por mucho que se propusiera no volver a caer. En esta ocasión, lo había evocado en el peregrinaje que realizó a Santiago hacía dos meses, el cual Matías Ríos, dueño de MCT, había querido grabar como parte del programa Nuestro equipo, nuestra alma. Cada uno de los empleados que participaba en aquel espacio mensual se daba a conocer al público desde su lado profesional, pero también desde otro más personal.
Ella había accedido a participar para mostrar a las jóvenes que una mujer podía llegar muy lejos con esfuerzo y perseverancia. Además, de esta forma daba visibilidad al puesto de directora de casting, que tan desconocido resultaba para la mayoría de los televidentes. La cara personal que quiso dar a conocer fue la de deportista desde la infancia. Campeona de atletismo en el instituto, había seguido practicando ese y otros deportes como la natación y la hípica, los cuales la ayudaban a evadirse del —tan a menudo— estresante trabajo que desempeñaba.
El espacio se retransmitía en prime time el primer viernes de mes desde hacía ocho meses. Ella había sido la tercera participante y, desde entonces, mucha gente la saludaba por la calle, le pedía autógrafos o hacerse fotos con ella —cosa que no le molestaba, pero tampoco la entusiasmaba— y también recibía por correo electrónico consultas de jóvenes para interesarse por más detalles sobre su trabajo y qué poder hacer para llegar a un puesto similar.
Esa parte sí la gratificaba. No tanto que la miraran y cuchichearan, como la pareja de mujeres que fumaba un cigarro en la puerta de una peluquería y parecía morirse por acercarse a ella y decirle a saber qué. O el trío de chicas veinteañeras que caminaban enganchadas del brazo y, de pronto, se detuvieron para mirarla con los ojos como platos y un gesto un poco raro como de... ¿envidia insana? La admiración la había visto muy a menudo en los últimos meses, pero esa forma tan poco amable de escrutarla era la primera vez que la captaba de unas desconocidas.
Aunque todo eso no tenía parangón con el aluvión de llamadas, mensajes y clubs de fans con el que se había visto sorprendido Aitor desde hacía dos meses. Su carisma natural había traspasado la pantalla, como Matías había esperado para darle el empujoncito a los noticiarios en los que acababa de empezar a colaborar como reportero de calle. Dado el éxito de audiencia, seguramente pasaría a presentar las noticias de la noche en cualquier momento.
Pero eso Carolina ya lo había sabido desde hacía mucho. A Aitor solo le faltaba algo de experiencia para dar la campanada. Y algo más de edad. Lo conocía desde hacía tres años, cuando entró a formar parte de MCT como redactor a los veinticuatro. Fue en una fiesta de la cadena cuando él se le acercó por primera vez, le demostró que detrás de su cara de ángel y su cuerpo escultural había mucho seso y cantidades ingentes de encanto, y ella sucumbió. Al igual que hizo otras tantas veces después de esa. Hasta que se plantó y dijo basta. Con cuarenta años recién cumplidos, Carolina no veía futuro alguno a esa relación, por mucho que Aitor fuera la mayor debilidad que había tenido en toda su vida.
«Andar este camino te ayuda a reflexionar sobre todas las decisiones que has ido tomando, qué es lo que de verdad te importa, qué personas son indispensables para ti y te gustaría que caminaran a tu lado en estos momentos... Es con esas personas con las que deseas recorrer el camino de tu vida».
Recordaba esas palabras letra por letra. Había llorado al escucharlo sincerarse con el presentador que lo había acompañado en su peregrinaje. Había llegado a miles de corazones con aquellas sencillas palabras. Sin embargo, Carolina sabía que, como en una declaración pública pero secreta, iban dirigidas a ella porque... ya se las había dicho una vez. Se mantenía alejada de él desde entonces. No le había negado su amistad, aunque iba a ser muy difícil no sucumbir por enésima vez al poder que ejercía sobre ella si volvía a ponerse filosófico y le hablaba con la madurez que mostraba últimamente. Ya no podría escudarse en que se llevaban trece años y que una relación a futuro era impensable. Porque no buscaban lo mismo en la vida. El muchacho ya era un hombre, y a ella se le acababan los argumentos ante lo que, cada vez con más frecuencia, veía en él, aunque fuera de lejos y sin dirigirle la palabra más que lo justo.
Llegó con los brazos entumecidos a su despacho y soltó la caja con un sonoro golpe contra la mesa. El corazón casi se le salió del pecho al percatarse de quien ocupaba su silla.
—¡La leche! ¡Aitor! Qué susto me has dado.
—Perdona. Te estaba esperando.
—Ya veo. —Carolina se peinó con los dedos la corta melena morena, algo revuelta por el paseíto, y lo observó unos instantes mientras relajaba los brazos, sacudiéndolos. Se notaba que estaba preocupado por algo, la arruguita entre sus cejas anchas y rubias así lo delataba. Que no la mirara a la cara la puso alerta. Se sentó en otra silla frente a él y apoyó los brazos sobre la mesa—. ¿Ocurre algo?
—Aún no lo sabes.
—¿Saber, el qué?
Los ojos azules de Aitor se cruzaron un momento con los suyos, y Carolina captó en ellos algo muy cercano a la desolación.
—En primer lugar, quiero que sepas que yo no tengo nada que ver con esto. Ni sé quién puede haber filtrado las fotos, ni por qué las harían en su día, cuando éramos unos desconocidos para el público. Matías opina que debe de haber sido alguien de la cadena que nos vio por casualidad, las hizo y las ha estado guardando todo este tiempo para usarlas cuando pudiera sacar provecho de ellas.
—¿De qué estás hablando?
—De esto.
Ante el estupor de Carolina, Aitor abrió, por una página marcada, una revista de cotilleos que había quedado medio oculta bajo la caja de la documentación cuando la dejó caer en la mesa. Y allí estaban ellos, en cinco imágenes que ocupaban dos páginas completas. En una, caminaban por la calle, él con el brazo sobre el hombro de ella. En otra, estaban parados frente al portal de la casa de él y se miraban con una sonrisa cómplice. En las tres siguientes, se devoraban la boca en diferentes ángulos. En una en concreto, los maquetadores de aquella revistilla habían rodeado con un círculo rojo la mano abierta de él sobre la falda de ella a la altura de una nalga. Las imágenes no tenían mucha calidad, como si hubieran sido hechas de lejos con un móvil. Aunque sí la suficiente para que se los reconociera. Los comentarios maliciosos del periodista del corazón de turno fueron aún más impactantes que la visión de su intimidad expuesta ante el mundo.
«Al nuevo galán de MCT le gustan maduritas».
«Esa mano, comprobando que todo sigue en su sitio después de los cuarenta».
«Chicas, tomad nota. Las claves para montar a este semental son: haber sido campeona en salto de valla a los quince años y jinete desde antes de saber andar».
Carolina apretó la mandíbula y obvió aquellas palabras tan hirientes para detenerse a analizar cada detalle y tratar de calcular cuándo habían sido hechas. Aunque lo que Aitor le había dicho aún rondaba por su mente y no le dejaba apenas pensar.
—¿Cuándo ha salido esta revista? ¿Y ya has hablado con Matías?
—Está en los quioscos desde esta mañana. He ido a ver a Matías a primera hora. Quería dejarle claro que no tenemos nada que ver con esto, que son unas fotos hechas sin nuestro consentimiento hace más de un año. Y que si hubiera más, de cualquier otro momento en la vía pública, no serían más escandalosas que la de esa mano mía... sobre esa parte tuya. Cualquier contacto íntimo, más allá de algunos besos, siempre ha sido en lugares privados, por lo que la imagen de la cadena no va a quedar deteriorada por este asunto.
—Podías haber hablado antes conmigo y haber ido juntos —le recriminó.
—No estabas, y no me parecía bien decírtelo por teléfono. Por aquí la gente ya se había enterado y no quería esperar a que otros le fueran con el cuento al jefe.
—Ya. Sí, tienes razón —tuvo que reconocer—. Yo también habría hecho lo mismo. Aunque sí te habría llamado —contrapuso, pues eso era lo primero que habría hecho—. Bueno, eso ya da igual. ¿Qué te ha dicho Matías?
—Pues...
Lo vio dudar y dio un golpecito de advertencia sobre la mesa.
—Aitor, no me ocultes nada. Cuéntame todo lo que habéis hablado.
—Vale. Lo primero que me ha dicho ha sido: «Eres un hombre con suerte, y Carolina una mujer con muy buen criterio. Vuestra vida privada es vuestra».
—Ay, Matías...—murmuró Carolina con afecto y gran alivio.
Llevaba mucho tiempo trabajando para la cadena; él había confiado en ella y sus decisiones, en muchas ocasiones, a ciegas. Le estaba agradecida por muchas cosas. Esta era una más a sumar a la lista.
—Luego me ha preguntado si seguimos manteniendo la relación, y le he dicho la verdad.
—¿Cómo que la verdad? Le habrás dicho simplemente que no —le advirtió. ¿Qué otra cosa iba a decirle?
—No le he dicho que no, simplemente —matizó, centrándose por primera vez en sus ojos desde que habían llegado. Carolina sintió un escalofrío por la columna vertebral—. Le he dicho que no soy tan afortunado como él piensa, porque tú y yo no seguimos juntos.
—Ya, bueno—. Carraspeó y sacudió una mano, restándole importancia de inmediato—. Tú y tu literalidad de periodista tiquismiquis —lo regañó, para dar mayor importancia a las palabras en su forma que en su contenido, pues lo que significaban implicaba algo en lo que ella trataba de no pensar a diario—. ¿Tú crees que tienes que darle ese tipo de detalles a tu jefe?
—Tengo buena relación con Matías. Y solo ha sido un comentario, por mucho que lleve implícito que eres tú la que no está interesada en lo nuestro.
Como no le parecía que fuera el momento de ponerse a hablar de algo que creía más que zanjado entre ellos y que, aun así, la desestabilizaba, quiso volver al tema en el que estaban.
—Bueno, ¿y que más te ha dicho?
—Que si la prensa se pone en contacto con él o sus hijos, desde la dirección de la cadena la postura será firme: «No nos entrometemos en la vida privada de nuestros empleados. Y en todo caso, deseamos que encuentren el amor dentro o fuera de estas instalaciones, porque todo el mundo merece ser feliz con la persona que le complemente».
—¡Hay que ver! —Carolina rio y negó con la cabeza—. Desde que se ha vuelto a casar, Matías está de lo más... risueño —definió, tras unos segundos, buscando la palabra apropiada.
—Suele pasar cuando te enamoras y eres correspondido—. Aitor lo dijo en un murmullo que denotaba resentimiento, pero ella lo oyó perfectamente—. Por ese lado, no tenemos que preocuparnos. Por otro, por los pasillos en concreto, ya hay todo tipo de comentarios. Así que lo siento, pero eso no voy a poder evitarlo, a no ser que me líe a golpes con cada bocazas que quiera hacerse el gracioso.
—Ignóralos. No es culpa tuya.
—Ni tampoco tuya.
—Los dos somos víctimas de alguien que vio la oportunidad y pensó que podría utilizarla en nuestra contra o en su favor, supongo. Es probable que sea alguien de la cadena, es cierto. ¿Quién si no iba a habernos fotografiado? Tenía que conocernos a ambos y creer que podría sacar partido de esas imágenes algún día —valoró—. Bueno, estas cosas vienen tan rápido como se van.
—Eso creo yo también.
—Pues... olvidémoslo, aguantemos el chaparrón y volvamos a nuestros quehaceres. —Sacó su móvil del bolso y lo zarandeó un poco al ver que no se encendía—. Mierda. Este cacharro se me apaga sin más continuamente. Voy a tener que comprarme otro.
Lo encendió y, por si acaso, fue a conectarlo al cargador. Para ello, necesitaba abrir el cajón de su escritorio, pero Aitor seguía en su silla y no parecía tener intención de levantarse. Se lo quedó mirando y señaló el cajón a su derecha. Él se deslizó en la silla sobre sus ruedas para dejarle espacio.
—Yo tengo mucho trabajo por terminar, Aitor, y seguro que tú también —alegó, para ver si se decidía a marcharse. Su aroma, varonil y fresco, empezaba a perturbarla, sobre todo así de cerca, mientras rebuscaba en el cajón y él permanecía sentado a un palmo de ella.
—He pospuesto mi reportaje de hoy, porque tengo algo más que hablar contigo.
—¿Aún más? —Carolina conectó el cable y depositó el teléfono sobre la mesa. Mientras terminaba de encenderse, la vista se le fue a la revista abierta sobre la mesa, a las imágenes de sus cuerpos abrazados y sus bocas unidas.
Recordaba muy bien de qué día se trataba, por la ropa que llevaban ambos y el peinado de ella, mucho más corto que la melenita por debajo de las orejas que lucía en esos momentos. Aunque lo que le venía a la cabeza sin poder evitarlo era a dónde los había llevado aquel arrebato de pasión en plena calle. Entraron en su portal sin separar sus bocas y, ya en el ascensor, se tocaron por debajo de la ropa con necesidad febril.
No fue hasta entrar en el piso de Aitor que se despojaron de las prendas (por suerte, ya que a saber si el improvisado paparazi y su móvil cotilla podrían haberlos inmortalizado en el descansillo). Y una vez allí, se enredaron el uno en el otro de aquella forma intensa e inigualable que hacía de estar con Aitor algo sumamente adictivo. Nadie, jamás, la había hecho sentir más deseada, más hermosa, más especial. En consecuencia, ella nunca se había entregado a ningún hombre del mismo modo que a él. Amanecer enroscada en su cuerpo cálido, fuerte y suave la había colmado de felicidad y miedo a partes iguales. Porque sabía que aquello solo podía ser efímero. Si lo dejaba colarse más allá de su piel, estaría perdida para siempre.
—Esas fotos han traído más cola de la que puedas imaginar —explicó Aitor—. Y necesito pedirte un favor.
—¿Un favor?
Dio un respingo al notar la mano de él tomar la suya. Se sentó en el borde de la mesa, quedando de frente y a apenas unos centímetros cuando él decidió ponerse en pie y acorralarla entre el mueble y su imponente cuerpo.
—Sí, uno muy importante. Y no puedes decirme que no.
—Eso ya lo veremos. —Puso en duda tan tajante afirmación—. A ver, sorpréndeme.
Y vaya si lo hizo. Con sus palabras y con la seriedad con la que la miró a los ojos.
—Necesito que finjas ser mi prometida.
Capítulo 2
—Espera... ¿qué?
Carolina lo apartó, empujándolo por el pecho con ambas manos, y volvió al otro lado de la mesa, guardando las distancias una vez más.
Aitor trató de mostrar total entereza y practicidad, cuando se sentía no solo inseguro, sino muy vulnerable.
—Solo será una semana, la de Navidad. Fingiremos que te he pedido matrimonio y tú me has dicho que sí.
—¡Pero si acabas de decirme que Matías ya sabe que estas fotos son agua pasada! ¿A qué viene semejante disparate?
—Mi hermana me ha llamado desde el aeropuerto de Barcelona, donde hacía escala de camino a Washington para entregar su último reportaje —comenzó a explicarse Aitor, aunque no tenía muy claro qué contar y qué callar.
—¿Tu hermana... Gertrudis? —Acertó a recordar Carolina, pues él le había hablado varias veces de la mujer que era su única familia—. ¿La que trabaja para prestigiosas revistas y canales de naturaleza? ¿La que se pasa más tiempo en la selva entre animales que con personas?
—La misma. Al parecer, buscaba prensa con la que matar el tiempo entre sus vuelos cuando ha reparado en una portada en la que ni se habría fijado de no ser porque mi cara salía en ella.
—Joder...
Carolina se frotó los párpados con las yemas de los dedos. El ojo izquierdo había empezado a palpitarle, como cada vez que la subía la tensión por el estrés.
—Como imaginarás, no sabía de qué me estaba hablando, eran las seis de la mañana cuando me ha sonado el teléfono. Estaba muy alterada y, cuando por fin he entendido lo que ocurría, ya era tarde para inventar nada distinto a lo que le he acabado diciendo.
—¿Le has dicho que vamos a casarnos? ¿Eso te ha parecido la mejor explicación a esas fotos? —Sus ojos negros se salían de sus órbitas y su tono era de completo desconcierto—. ¿Por qué no le has dicho lo mismo que a Matías y ya está?
—Porque ella te ha reconocido. Te vio una vez. En mi casa.
Carolina frunció el ceño, tratando de hacer memoria.
—No. Nunca he coincidido con ella.
Por la cara que puso Aitor, supo que lo que iba a decirle a continuación no le iba a gustar.
—Era de madrugada, estabas dormida cuando llegó. Yo conseguí que se fuera antes de que te despertaras. Tuve que alegar ir a pedir tu mano en cuanto amaneciera para que se marchara.
—¿Cómo dices?
De dos puntapiés, se sacó los zapatos de tacón porque eran nuevos y la caminata le había machacado en varios puntos, como el dedo gordo y el talón. En esos momentos, un dolor de pies era lo que le faltaba. Los puso en una esquina sobre la mesa y Aitor se los quedó mirando unos segundos de más. Entonces ella recordó el fetiche que él tenía con sus pies descalzos al igual que verla desnuda solo con un par de altos tacones. Como no estaba para tonterías, ni para recordar cómo había besado en más de una ocasión sus piernas de arriba abajo hasta acabar en el empeine y quitarle los zapatos lentamente, se apoyó en la mesa, tiró de su camiseta negra con fuerza y lo hizo sentarse para mirarlo a la cara.
—Antes de seguir explicándome lo que sea que esté pasando aquí, ya puedes aclararme eso de que yo estaba dormida en tu cama y apareció ella —exigió con los dientes apretados.
—De acuerdo. Fue la primera vez que pasaste la noche en mi casa.
Aitor lo recordaba como si hubiera sido el día anterior, por eso pudo darle bastantes detalles sobre aquella madrugada, si bien se guardó algunos para sí, como la plenitud que había alcanzado al tenerla entre sus sábanas y sentirla abrazada a él cuando un ruido lo había despertado...
—Aitor. —Había oído que susurraban desde la puerta—. Aitor.
De un brinco, el aludido se había sentado en la cama, con el corazón en la garganta.
—¡Me cago en mi puta calavera! ¡Qué cojones haces aquí a estas horas, Gertru!
Desnudo, había salido de la cama y se había tapado con una camiseta antes de encontrar sus calzoncillos tirados en el suelo.
—Han desviado mi vuelo al aeropuerto de Santander, por mal tiempo. Hasta mañana no tengo otro a Barcelona. Me ofrecían ir a un hotel, pero estando aquí tu casa, y teniendo yo una llave...
—¡Baja la voz! —había exigido, sin quitar ojo de Carolina y rezando para que no se despertara—. Podrías haberme llamado antes de entrar a hurtadillas, ¿no te parece?
La había cogido por un brazo para alejarla del dormitorio.
—No me habías dicho que tenías novia. Y no quería despertarte. —Ya con la puerta cerrada y en el salón, Aitor había podido serenarse un mínimo. Hasta que Gertrudis soltó la pregunta—. ¿Es tu prometida?
—Aún no.
—Aitor. Me diste tu palabra de que nunca harías algo como lo que mi padre le hizo a nuestra madre.
—Lo sé, joder.
—Deja de decir palabrotas.
—¡Es que me has dado un susto de muerte!
—¿Tomáis precauciones?
—Gertru, que ya no tengo dieciséis años.
—¿Has usado preservativo?
—Que sí, ¡coño!
—Esa boca...
—Y si aun así pasara, sabes que me haría cargo del niño. Jamás lo abandonaría a su suerte, como hizo tu padre.
—Bueno, pues... mañana me presentas a tu novia. No hace falta que la despertemos ahora.
—No, no, no. No puedes quedarte.
—¿Te avergüenzas de mí?
—No es eso. —Sin embargo, a Carolina no le habría gustado un pelo encontrarse con una mujer en la casa al despertar, por muy hermana de él que fuera. Y Aitor necesitaba que esa primera noche que accedía a dormir en su casa no fuera la última. Sentía que Carolina era la definitiva, y no podía cagarla antes siquiera de empezar a conquistarla—. Lo que pasa es que tenía previsto pedirle que se casara conmigo en cuanto amaneciera. Lo tenía todo planeado, ya sabes, un desayuno en la cama, flores, un anillo... Y para algo así, necesitamos intimidad. ¿Comprendes?
—¿Estás realmente enamorado de ella?
—Locamente, Gertru. Estamos hechos el uno para el otro.
En eso no le había mentido, aunque lo de pedirle matrimonio fuera algo que no iba a pasar, aún. Ya inventaría algo más adelante. Lo importante en esos momentos era sacarla de allí y que, a futuro, existiera la posibilidad de esa petición.
—Vale, pues... ¿me pides un taxi? Necesito ir al baño.
—Está bien, pero no hagas ruido.
—Que no, tranquilo. No quiero chafarte los planes. Me alegro mucho por vosotros.
—Aún no me ha dicho que sí.
—Lo hará. Estaría loca o sería estúpida si no lo hiciera. Y tú no te enamorarías de una mujer que no fuera inteligente y sensata.
—¿Y se fue sin más? —Carolina no daba crédito a nada de lo que había escuchado, aunque obvió con claridad el último comentario, sobre todo porque había hecho que se le removieran por dentro ciertos sentimientos intencionadamente arrinconados.
—Bueno, me llamó al día siguiente para preguntarme qué tal había ido la petición de mano.
—¿Y qué le dijiste?
—Que habías dicho que sí, pero que era algo a largo plazo. Los dos estábamos en un momento profesional importante y no queríamos hacer un parón para una boda, viaje de novios...
Carolina puso los ojos en blanco. Menuda historia se había inventado el muy camicace. Algo que no iba a poder mantener mucho tiempo.
—Desde la primera vez que estuve en tu casa han pasado más de dos años. ¿Se lo sigue creyendo?
—Esa Navidad vino a verme y, claro, tú y yo no estábamos juntos, ¿recuerdas?
—No tengo problemas de memoria —indicó con tono seco.
—Así que le tuve que decir que habíamos roto.
—Entiendo. Y ahora hemos vuelto —dedujo.
—Eso es. Tú has comprendido que no puedes vivir sin mí y me has pedido otra oportunidad —explicó, encogiéndose de hombros y poniendo cara de no haber roto nunca un plato.
—¡Hay que joderse!
—Es que me habías dejado tú. Recuerda que era yo el que te había pedido matrimonio.
—¡Qué bien! Soy la mala de la película y encima luego voy mendigando ser perdonada y aceptada de nuevo. ¿No podías haberle dicho que esas fotos eran previas a la ruptura?
—Era la idea. Pero en una de ellas se me ve la cicatriz de la barbilla, como muy bien me ha señalado ella nada más decirme que había unas fotos nuestras en una revista de cotilleos de tirada nacional. —Se tocó el mentón con el dedo índice—. Con tu buena memoria, sabrás que esta marca me quedó tras aquel accidente en el que un coche me tiró de la bici en el paseo marítimo.
—Sí, no lo he olvidado.
Carolina conocía todas sus cicatrices, lunares... cada hendidura y recoveco de su enloquecedora anatomía. Y recordaba la tormentosa inquietud que había sentido cuando le habían contado que había sufrido un accidente de tráfico. Hasta que no vio con sus propios ojos que estaba de una sola pieza, despierto y lúcido en aquella cama de hospital, no pudo volver a respirar con normalidad. Decidió no pensar mucho en ello.
—La cicatriz es posterior a aquella Navidad, así que mi hermana ha dado por hecho que volvimos. No se lo he desmentido. Y ha sido después cuando me ha anunciado que venía dentro de dos semanas, por Navidad.
—En Nochevieja se casa mi sobrina en el cortijo de mi familia —le advirtió.
—Lo sé, recordaba que me lo habías contado. Así que le he explicado que solo podremos estar aquí con ella la primera semana de las vacaciones, porque d