Kike Ferrari: una maqueta de Buenos Aires (deconstruyendo «Todos nosotros»)
Todo mapa es una representación del mundo que refleja la visión de quien lo dibuja, y el Mapa de las Lenguas no tiene fronteras ni capitales: trece libros, un año y un territorio común para la literatura de veintiún países que comparten un idioma con tantas voces y lenguas como hablantes. Invitados por LENGUA, los autores de esta edición exponen su geografía literaria. Aquí, Kike Ferrari sobre su novela «Todos nosotros».
Por Kike Ferrari
Crédito: Eduardo Penagos.
por KIKE FERRARI
Vivo en el piso once de un edificio de veinte en el barrio de Balvanera («recuerdo fue en Balvanera», escribió Borges en la más linda de sus milongas, en una calle lejana). Por la ventana de mi departamento se puede ver la ciudad que se aleja hasta transformarse en una maqueta, una versión a escala de sí misma, de las calles que camino cada día.
Recuerdo un texto de Ricardo Piglia, la historia de un fotógrafo, Russel, que tiene en su casa una réplica de la ciudad de Buenos Aires, construida con materiales mínimos y en una escala tan reducida que podemos verla de una sola vez, próxima y múltiple y como distante en la suave claridad del alba.
Cerveza en mano, mirando la ciudad que se aleja y se achica, me pongo a pensar en otra Buenos Aires. No la real —por la que camino cada día y que se ve desde mi ventana del piso once—, sino la que, como la maqueta de Russel, fui construyendo en mis textos.
Y me pregunto con qué materiales mínimos estará hecha.
Uno podría ser, me respondo, la centralidad dispersa que supone la novela negra. En un espacio donde todos somos anónimos, todos somos también sospechosos. Y todos estamos en peligro. Entonces: conocer el territorio y anticiparlo. Ser uno con la ciudad. Y con la época. Pensemos en Los Ángeles de las novelas de Marlowe, en los treinta; o sus suburbios en las de Lew Archer veinte años después; en la sórdida Filadelfia de David Goodis, o el Harlem de Himes. O más cerca de nosotros: Pepe Carvalho y la Barcelona posfranquista, el monstruoso DF mexicano de Héctor Belascoarán Shayne. Ciudades que son herramientas narrativas, anclajes temporales e hipótesis de lectura.
Eso intento con Buenos Aires, me digo mientras le doy un trago a la cerveza: que sea a la vez un personaje y una época. En Todos nosotros, pienso, la ciudad latía al final de la década de los ochenta.
Todos ellos
Otro material, propio de la ciencia ficción y la narrativa extraña, es el contrapunto: realidades alternas, pasados fantasmagóricos y superposición de mundos posibles que actúan como interferencias sobre el territorio urbano. Como Miéville en su extraordinaria La ciudad y la ciudad —Ul Qoma y Beszel—, pero también en sus Londres duplicadas (Kraken, El azogue y Un Lun Dun), en las extrañezas que propone la Nueva York de Lethem en Chronic City, en los desechos de la ciudad Saudade de Harrison en la trilogía Kefahuchi.
La forma que yo encontré de hacer funcionar esa dualidad es con otra ciudad que sirva de contrarreferencia a Buenos Aires: en Operación Bukowski, esa ciudad es Los Ángeles; en Lo que no fue, la Barcelona de 1937; en Territorios sin cartografiar, disputa su espacio y condición de posibilidad con una ciudad paralela: Shörshstad.
En Todos nosotros, donde esa tensión está extremada, la Ciudad de México se transforma, como en un juego de espejos, en una hermana perdida de Buenos Aires, con la que comparte la desproporción, la desmesura, la hipertrofia.
Pienso que, sumando esos dos materiales, la ciudad no solo es un personaje, sino que es uno complejo y con multiplicidad de características, muchas de las cuales no pueden coexistir.
Y sin embargo...
Pero volvamos a la maqueta de Russel. El modelo, exacto, no es un mapa tridimensional, sino una «máquina sinóptica» en la cual la ciudad es reducida a su esencia. La locura de Russel, dice Piglia, le hace pensar que «la ciudad real depende de su réplica».
Ahora, frente a la ventana, frente a las luces que rompen la noche para que Buenos Aires se aleje y se achique hasta parecer una maqueta, una versión a escala de sí misma, me pregunto, mientras vacío el vaso de cerveza, si no es con la locura de Russel el verdadero material con el que escribimos nuestros territorios.
Este año, en un mundo que está cerrando sus fronteras, asomarnos a otros territorios a través de la palabra cobra más relevancia que nunca. Mapa de las Lenguas es una colección panhispánica global que presenta la mejor literatura de 21 países que comparten el idioma. Pero es, sobre todo, un itinerario de viaje por trece de los libros que el año pasado tuvieron mayor trascendencia en su país de origen y que, a lo largo del 2021, recorrerán el resto del ámbito del español.
Adentrarse en la obra de estas trece voces es transitar un territorio físico, tangible, pero también un espacio moral, intelectual, anímico, político y sociocultural. La lectura de un autor contemporáneo de cualquier país de habla hispana es una ventana a una forma de expresarse y escribir en español, pero también un modo de tomarle la temperatura a las preocupaciones y los anhelos de cada uno de esos lugares.