Secretos del skincare

Patricia E. Fernández

Fragmento

Introducción

En los últimos años, el skincare explotó. No es ninguna novedad. En nuestras pantallas, en las góndolas de las farmacias y las perfumerías, en las conversaciones con amigas y amigos… de pronto era EL tema. ¿Qué tipo de limpiador estás usando? ¿Probaste tal sérum de vitamina C? ¿Te gustó esa mascarilla hidratante? ¿Cuántos pasos tiene tu rutina?

En medio de tanta información es muy fácil marearse. Probablemente hayas probado muchos productos nuevos en estos años sin diferenciar demasiado qué le hicieron a tu piel, si la mejoraron o la dañaron. O quizás todavía no te hayas animado a probar nada, por miedo a cometer un error. La información abunda y la cantidad de productos nuevos es abrumadora. Pero no te preocupes, a eso vamos. A lo largo de este libro intentaremos desmalezar ese bosque en el que parece que caminamos a ciegas, para que puedas conectarte con tu piel y aprender a cuidarla de la mejor manera.

Pero antes de empezar quiero contarte cómo fue mi recorrido personal de skincare. De adolescente pasé años ocultando mis granitos y lesiones de acné. Los tapaba con maquillaje, rogaba que no se notaran. Mi piel siempre fue muy clara y cualquier marquita rosada o amarronada se notaba muchísimo. Eso me acomplejaba bastante e hizo que el maquillaje se convirtiera en mi aliado diario.

Pero claro, al mismo tiempo me daba cuenta de que los productos que usaba para corregir la piel no corrían muy bien o quedaban demasiado secos. Entonces comencé a usar cremas para que la piel estuviera mejor preparada. En ese momento, sin saberlo, empecé a cuidarme la piel. Tenía 14 años y esas cremas que usaba solo para que el maquillaje corriera mejor a la vez me estaban hidratando y mejorando la barrera de defensa cutánea.

Pero el acné seguía ahí. Y en esa época, a comienzos de los años 2000, el skincare estaba fundamentalmente asociado a la prevención y el tratamiento de las arrugas y al cuidado antiage. Las publicidades de cosméticos de las revistas eran todas para mejorar las líneas de expresión, la flacidez, la papada o las ojeras. Nada de eso me estaba hablando a mí. Yo quería tener la piel pareja, que me dejaran de salir granitos dolorosos y que mi cara no pareciera un campo minado.

Fui al dermatólogo y probé mil tratamientos tópicos: cremita, loción secante, emulsión antibiótica. Nada mejoraba mi piel o por lo menos no la mejoraba sostenidamente. Pensé que era algo de la edad, que se iba a ir solo con la adultez, pero el acné me acompañó hasta más allá de los veinte. Recién ahí y por medio de una consulta ginecológica de control descubrí que era por un desequilibrio hormonal. Lo tratamos con la profesional y mi acné desapareció. Fue tan simple, y a la vez tan inesperado, que no podía creer haberla pasado tan mal durante tantos años y que finalmente se resolviera en cuestión de semanas.

Una vez que despejé el acné de la ecuación me di cuenta de que podía seguir mejorando el aspecto de mi piel, trabajando sobre las secuelas. Y así empecé un camino que me trajo hasta acá. Un día compré un producto para dejar de usar jabón de tocador —que era mi desmaquillante diario en aquel tiempo—, luego una crema hidratante para dejar de usar la antiarrugas de mi mamá y finalmente empecé a usar protector solar todos los días, no solo cuando estaba al sol.

Leí más sobre el tema en blogs y páginas de belleza, y mi rutina de cuidado fue evolucionando. Me di cuenta de que era algo que me apasionaba: conocer el otro lado de los productos, entender por qué hacían efecto, aprender de memoria los nombres de los ingredientes. Y así un día decidí que lo mío era seguir estudiando todo lo que pudiera sobre el funcionamiento de la piel, entonces en 2016 me anoté para ser cosmetóloga, luego de haber trabajado como maestra de inglés durante casi diez años. Le di un supergiro a mi vida profesional y casi llegando a los treinta, pensando que quizás podía ser demasiado tarde para desplegar mi vocación, emprendí mi camino de profesional de la estética.

En este libro quiero aportar, desde mi punto de vista de especialista, para que puedas armar una rutina de cuidado de la piel a la medida de lo que querés y podés lograr. Suena trillado y quizás ya lo leíste, pero la piel es el órgano más extenso que tenemos y cuidarla no solo es una cuestión de apariencia y estética sino también de salud.

Te voy a guiar por la inmensa cantidad de opciones de productos de belleza que existen para que puedas elegir mejor tus aliados de cada día y disfrutes el hábito del skincare.

Las rutinas no tienen por qué ser aburridas ni incómodas: los propios cosméticos suponen una experiencia sensorial de disfrute, para conectar con uno mismo, y tomarse un tiempito para mimarnos y vernos mejor.

¿Hay un momento justo para empezar a cuidarse la piel?

Si te digo que ya desde bebés podemos hacerlo, ¿me creés? En verdad no lo hacemos nosotros sino nuestra familia, por ejemplo cuando nos aplican protector solar. Tanto bebés como niños tienen que cuidarse del sol desde temprana edad, por eso existen protectores solares especiales para esas edades.

También nos cuidan la piel cuando nos ayudan a limpiarla, hay limpiadores específicos para la piel de los más chicos y también humectantes como el famoso “aceite de bebé” o el óleo calcáreo para las irritaciones del pañal.

Pero al llegar a la adolescencia, el cambio hormonal y el estilo de vida empiezan a exigir otro tipo de atención. Ese es un buen momento para empezar a tener una minirutina que acompañe los cambios que atravesamos en la pubertad. Elegir un producto para lavarnos la cara a diario, un protector solar y una crema para balancear la piel son hábitos que podemos empezar a incorporar, para acompañar a nuestra piel en la transición hacia la adultez.

Ahora bien: si ya pasaste la adolescencia y, como me pasó a mí, no armaste una rutina todavía, no te preocupes, nunca es demasiado tarde. Tu piel te va a agradecer mucho que empieces a cuidarla.

Capa por capa

Durante mis años de estudio de cosmetología leí muchos libros relacionados con la temática, de autoras españolas, coreanas, inglesas. Todos empezaban siempre por la misma parte: las capas de la piel. Es un tema interesante y se aprende mucho, pero en este libro no quiero aburrirte con el corte transversal de cada capa, porque lo podés encontrar muy fácilmente en internet, o seguramente ya lo conozcas. Lo más importante que tenés que saber es que la función más básica de la piel es recubrir cavidades y ser una barrera entre el exterior y nuestros órganos internos. Por lo tanto, previene el ingreso de microbios, hongos y bacterias que pueden desequilibrar nuestro sistema. La capa más superficial es la que vemos en el espejo, la más externa. Se llama epidermis, pero también se la conoce como estrato córneo. En esta capa sucede lo que llamamos el recambio celular: cada 21 a 28

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos