En Corea del Norte

Florencia Grieco

Fragmento

Corporativa

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Penguin Random House

A Alejandro

«La vida ordinaria siempre prosigue;

esto ha salvado la cordura de muchos,

cuando más peligraba.»

Graham Greene,

El americano impasible

Introducción

El descubrimiento de Corea del Norte empezó para mí en 2008. Yo trabajaba en la sección internacional de un diario de existencia fugaz, Crítica de la Argentina, y en aquel tiempo Corea del Norte era miembro del elenco estable, junto con Irán e Irak, del «eje del mal» que George W. Bush había trazado seis años antes. No eran los únicos países que tenían, o decían tener, armas nucleares, una reivindicación que le costó el puesto y la vida a Saddam Hussein, pero sí los únicos que amenazaban con usarlas. Formaban una pandilla indeseable, sin duda, pero ese trío tan mentado no era el único que acaparaba mi fervor editorial. Había otro eje, acaso más extraño, formado por los líderes que entonces se esmeraban en desempeñar el papel de villano perfecto: Vladimir Putin y sus aspiraciones totalitarias a reconstruir la Madre Rusia, Silvio Berlusconi con sus maniobras para hacer de Italia un emporio familiar, y Kim Jong Il, heredero en funciones de la última dinastía comunista.

Autoritarios, corruptos y personalistas, los tres calificaban para déspotas, pero únicamente Kim contaba con un atributo adicional que superaba las peores fantasías de sus rivales e inquietaba al resto del mundo: el absoluto aislamiento de su país. Fue él, con su traje de falsa fajina, sus zapatos de doble taco y sus anteojos ahumados, con su talento para las labores clandestinas y su recelo endémico, quien decidió mi afición por ese territorio cada vez más anómalo, cada vez más nuclear.

Kim Jong Il había asumido el poder en el «reino ermitaño» catorce años antes, en 1994, luego de la muerte de su padre, Kim Il Sung, fundador y líder del país desde 1948. Lo hizo al mismo tiempo que Corea del Norte inauguraba su época más dramática, atravesada por una hambruna masiva que provocaría, hacia finales de la década del noventa, la muerte de casi un millón de norcoreanos. De aquellos años oscuros emergió otra Corea, más desesperada y desafiante, con su antiguo régimen estalinista hecho añicos y una economía centralizada que empezaba a emanciparse del monopolio del Estado. Esa era la Corea que yo iba a conocer mucho tiempo después, en 2015 y 2017, cuando ya gobernaba a sus anchas Kim Jong Un, la tercera generación de una familia excepcional con el apellido más común de la península.•

Pekín

Extraños en un tren

베이징

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