El negocio de la salud

Soledad Ferrari

Fragmento

Corporativa

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Penguin Random House

Para Diego, mi amor.

Para nuestros hijos, Juan, Santino, Vittorio y Charo.

Para Sofía Corso.

AGRADECIMIENTOS

A todos los médicos, investigadores y científicos que nutrieron este libro con sus experiencias y conocimientos, por el tiempo que se tomaron para corregir cada uno de estos capítulos. Especialmente, a la doctora Karen Kopitowski, al doctor Jorge Bernstein, al doctor Juan Carlos Tealdi, a la doctora Cintia Altamirano Raminger, a la doctora Laura Graciela Firpo, al doctor Adrián Alasino, a Oscar Centrángolo (doctor en Economía), a Federico Tobar (consultor internacional en políticas de medicamentos) y al periodista Indalecio Sánchez.

A los entrevistados por sus historias de vida, fundamentales para humanizar cada una de estas páginas.

A Florencia Cambariere y a Juan Ignacio Boido, por confiar en mí para este proyecto.

A Mayra Troncoso, por fotografiarme con tanta dedicación, y a Pilar Rincón, por la generosidad de brindarme su espacio y su vestuario.

A Candelaria Cerutti y a Pamela Figueiro, que colaboraron con entrevistas y desgrabaciones.

A Soledad Barruti y a Milagros Shroeder, por sus lecturas.

Por pedido de algunos entrevistados que narran sus experiencias como pacientes y como empleados del sistema de salud, sus nombres fueron cambiados con el fin de preservar su seguridad.

INTRODUCCIÓN
La reconstrucción del bienestar

Salud, dinero y amor. La mayoría de nosotros invoca este trío de palabras cada vez que brinda. En ese orden, inalterable, la salud siempre está a la cabeza. Será por eso que puede invadirnos una angustiante sensación de desamparo cuando el resultado de un análisis nos recuerda que somos tan finitos como una hormiga que está a punto de ser aplastada por un zapato.

Si padecemos alguna afección, dejamos el sentido común con el que nos manejamos desde que somos adultos para entregarnos al criterio del médico, al que consultaremos como si fuera nuestro dueño. “¿Puedo?”, “¿me deja?”, “¿me hace mal si…?” son las preguntas más formuladas. Estamos convencidos de que esta mujer o este hombre será responsable absoluto de lo que nos suceda. Poca relevancia le daremos a cuán saludable hayamos vivido y tratado a nuestro cuerpo hasta ese momento.

Con un diagnóstico a cuestas pasamos a ser un producto perecedero, y el sistema, un campo de batalla donde tendremos que hacer valer nuestros derechos, dejando muchas veces la salud para conseguirlo. Es un hecho, una realidad que indigna; en los tres subsistemas de salud de la Argentina, el hecho de necesitar cualquier tipo de asistencia requiere asumir que no será nada fácil. La burocracia será el primer doloroso obstáculo.

Sentirnos mal nos transforma en seres más débiles, como también tener niños pequeños, figurar en las estadísticas de determinadas enfermedades, estar a punto de ser padres, acusar más de 60 años en el DNI, portar determinados antecedentes genéticos. Y sí, respirar conlleva riesgos. Entonces nos encomendamos al poder de otros (los médicos, los laboratorios, las obras sociales, las prepagas, los farmacéuticos, la religión) con miedo, nos entregamos, desoyendo la propia voz. Después de todo, si logramos transitar por este proceso, habrá que sentirse afortunado, porque hay millones de personas en todo el mundo que no pueden acceder a ningún tipo de atención médica, mucho antes morirán por causas evitables, como el hambre o la enfermedad (infecciones respiratorias, por ejemplo). Las víctimas más frecuentes serán niños y mujeres en situación de absoluta vulnerabilidad.

En nuestro país, el 48,3% de la población tiene obra social (incluye PAMI y planes estatales), el 36% no tiene ninguna cobertura y utiliza el sistema público y el 15,7% tiene prepagas para cubrir su atención médica. De ese porcentaje de las prepagas, un gran número tenía antes obra social y derivó sus aportes a una empresa de salud determinada. Esto, según una nota de Chequeado.com, demuestra que la inequidad en la financiación de la salud aumentó.

En la Argentina y en el mundo, los gobiernos están al tanto de las epidemias, de las enfermedades evitables y de la desnutrición que se devora a los más pobres, aunque poco hacen para evitarlo. Cuando intenté informarme acerca de las razones por las cuales diversos programas de salud estaban paralizados, de los despidos en sectores fundamentales o por qué se había desabastecido el Plan Rem

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