El elemento

Ken Robinson
Lou Aronica

Fragmento

Agradecimientos

flor

Dicen que hace falta todo un pueblo para educar a un niño. Para hacer un libro como este hace falta una pequeña metrópoli. Sé que tengo que decir que no puedo dar las gracias a todo el mundo, y de verdad no puedo. Sin embargo, debo nombrar a algunas personas como reconocimiento por su ayuda inestimable.

Primero y ante todo, a mi mujer y compañera, Terry. Sencillamente, este libro no estaría en tus manos si no fuera por ella. Su origen se debe a un comentario que hice a la ligera durante una conferencia hace unos años. Acababa de explicar la historia de Gillian Lynne, que abre el primer capítulo de este libro, y se me ocurrió decir que algún día escribiría un libro sobre ese tipo de historias. Desde entonces he aprendido a no decir estas cosas en voz alta delante de Terry. Me preguntó cuándo tenía pensado escribirlo. «Pronto —dije—, sin duda alguna pronto.» Al cabo de unos meses, lo empezó ella: redactó la propuesta, trabajó las ideas, realizó algunas de las primeras entrevistas y luego encontró al agente, Peter Miller, que ayudaría a que el libro se hiciera realidad. Con unos cimientos tan sólidos, y las rutas de escape tan firmemente cerradas, al final mantuve mi palabra y continué con el libro.

Quiero dar las gracias a Peter Miller, nuestro agente literario, por su extraordinario trabajo y, no en menor medida, por reunirnos a Lou Aronica y a mí. Viajo mucho —demasiado, en realidad—, y para escribir un libro como este hace falta tiempo, energía y colaboración. Lou fue el compañero ideal. Es un verdadero profesional: sabio, juicioso, imaginativo y paciente. Fue el núcleo tranquilo del proyecto mientras yo daba vueltas alrededor de la Tierra y enviaba notas, borradores y dudas desde aeropuertos y habitaciones de hotel. También conseguimos ponernos de acuerdo sobre las diferencias, a menudo cómicas, entre el inglés británico y el estadounidense. Gracias, Lou.

Mi hijo James renunció a su valioso y último verano de estudiante para enfrascarse en la lectura de archivos, periódicos y sitios de internet verificando datos, fechas y conceptos. Luego discutió conmigo casi cada una de las ideas del libro hasta dejarme agotado. Nancy Allen trabajó durante varios meses en la investigación con un plazo de entrega cada vez más ajustado. Mi hermana Kate y Nick Egan colaboraron de forma maravillosamente creativa para elaborar la excepcional página web donde se muestra todo el trabajo que estamos llevando a cabo. Nuestra ayudante, Andrea Hanna, trabajó sin descanso para coordinar la miríada de partes en movimiento de un proyecto como este. No lo habríamos conseguido sin ella.

A medida que el libro iba tomando forma, fuimos muy afortunados al contar con los consejos de nuestra editora, Kathryn Court, de Viking Penguin. Su amable forma de presionarnos también garantizó que terminásemos el libro en un tiempo aceptable.

Por último, tengo que dar las gracias a todas aquellas personas cuyas historias iluminan este libro. Muchas de ellas dedicaron horas valiosas de sus ajetreadas vidas a hablar, libre y apasionadamente, sobre las experiencias e ideas que forman el núcleo de El Elemento. Muchas más me enviaron cartas y e-mails conmovedores. Sus historias muestran que los temas de este libro ocupan el centro de nuestra vida. Quiero dar las gracias a todas ellas.

Por supuesto, es habitual decir que, aparte de todas las buenas aportaciones de otras personas, cualquier error del libro es solo responsabilidad mía. Esto parece un poco severo conmigo mismo, pero supongo que es cierto.

Prólogo

flor

Es muy posible que Ken Robinson, el que más ha insistido en la necesidad de estimular el talento, la creatividad y la vocación artística, el que más claramente apostó contra viento y marea por la no jerarquización de las competencias —no tiene sentido que en los sistemas educativos, la Física figure siempre en primer lugar y la Danza en el último—, intuyera sin ser consciente de ello que los últimos descubrimientos científicos iban a revolucionar los sistemas educativos.

¿Cuáles eran las grandes revelaciones del pensamiento científico, que permitieron a Ken Robinson dar por sentada la consecución de algo que todos habían soñado, pero nadie conseguido hasta ahora?

En los últimos veinte años, los investigadores más tenaces pero no necesariamente los más conocidos han aflorado tres grandes tipos de sorpresas. La primera fue la magnitud insospechada del inconsciente; se acumulaban allí procesos cognitivos de una complejidad inigualada por el pensamiento consciente. En contra de los abanderados por científicos como Crick —que supo desentrañar el secreto de la vida o el origen del genoma humano—, ahora estábamos descubriendo que el inconsciente abriga la mayor parte del conocimiento. Resulta que la intuición tan despreciada y postergada con relación al pensamiento consciente, era una fuente de conocimiento tan válida como la razón. La capacidad de conocer inteligentemente, se había más que duplicado.

El segundo gran descubrimiento que aportó las bases para que Robinson pudiera hacer de las suyas y revolucionar la gestión del talento, vino de la mano de una gran científica inglesa empeñada en saber por qué la experiencia individual podía incidir y transformar, incluso, las estructuras cerebrales y genéticas. Lo descubrió comprobando que el volumen del hipocampo —el órgano cerebral de la memoria—, de los taxistas de Londres empeñados en aprobar el duro examen para obtener el título de conductor, era netamente mayor que el de los ciudadanos de Londres que no preparaban el examen. Se zanjó así el interminable debate entre los que explicaban la conducta de la gente por su herencia genética y los que no querían, de modo alguno, menospreciar el papel de la experiencia individual, incluso para alterar la estructura cerebral. El campo quedaba abierto para conquistar el mundo; para vencer el miedo si se adoptaban determinadas actitudes.

Walter Mischel, de la Universidad de Columbia, pudo descifrar, además, la ventana del tiempo. ¿Cuándo era mejor o más rentable aprender las nuevas competencias para triunfar en la vida, como saber gestionar sus emociones evitando el miedo por encima de todo; no jerarquizar las distintas disciplinas otorgando a la creatividad el papel prioritario que le corresponde; identificar el llamado «elemento» cuya ejecución le identifica a

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