Pilotos del infinito (Voyagers 4)

Kekla Magoon

Fragmento

libro-3

1

—Preparados para salir de velocidad gamma —anunció una alegre voz en el puente de navegación del Leopardo Nebuloso.

STEAM 6000, un robot de un metro de estatura y cabeza ovalada, pulsó varios mandos en la consola de la nave espacial.

—A todas las formas de vida: preparaos para la desaceleración rápida si no queréis salir lanzados al olvido.

Dash Conroy levantó la vista del cómic que estaba leyendo y esbozó una sonrisa.

—Gracias, STEAM —respondió—. Informaré a todo el mundo.

—Eso mismo dijiste hace diez minutos —le reprochó STEAM—. Definitivamente es la hora; sí, señor.

Dash siguió pasando las páginas del cómic en busca de un buen punto para detenerse.

—¿Cuánto falta para llegar?

—Entramos en la órbita del planeta Infinito en… cuenta atrás: diez minutos… —verificó el robot—. Nueve minutos cincuenta y nueve segundos… nueve cincuenta y ocho… nueve cincuenta y siete…

—¡Ostras! —exclamó Dash. Dejó el cómic sobre el brazo de su asiento para guardar el sitio. ¿Solo nueve minutos para reunirlos a todos y hacer que se abrocharan los cinturones?

Abandonó su asiento de capitán. El corazón le latía con fuerza por la emoción anticipada. La tripulación del Leopardo Nebuloso estaba a punto de llegar a la cuarta parada en su viaje a través del universo, en el que visitarían seis planetas. Hasta el momento, en cada nuevo planeta habían encontrado una insólita combinación de peligros y misterios. Había llegado la hora de prepararse… para cualquier cosa.

Dash se apresuró hasta un panel en la pared. Examinó el plano del sistema de túneles que la tripulación utilizaba para trasladarse por la nave.

—No es momento para juegos. —STEAM se acercó a Dash con sus andares de pato—. Hay que prepararse para salir de velocidad gamma en nueve minutos, veintiséis segundos; sí, señor —indicó el robot—. Nueve veinticinco… date prisa; sí, señor. Más vale que muevas las pilas.

La pintoresca llamada de atención del robot puso fin a los cálculos de Dash.

—Claro. Gracias, colega.

—Para eso están los amigos; sí, señor. —STEAM regresó al trabajo. Un equipo de ZRK se desplazaba a su lado entre zumbidos, trabajando sin cesar. Los ayudantes robóticos, del tamaño de una pelota de golf, revoloteaban de un lado a otro a toda velocidad y extendían sus brazos mecánicos aquí y allá toqueteando toda clase de cosas.

Dash pasó el dedo por el plano trazando la ruta más larga que se le ocurrió. ¡Ups! La fuerza de la costumbre. Se encogió de hombros. De acuerdo, tenía que darse prisa; pero unos segundos de más para intentar batir el récord no le harían daño a nadie. El panel se abrió y Dash se arrojó al túnel con los pies por delante. Instantes más tarde, después de un trayecto vertiginoso y serpenteante, salió lanzado del túnel y aterrizó en la sala de recreo de la tripulación. Se alisó las mangas de su traje de vuelo y comprobó la distancia que había recorrido. No estaba mal, aunque no bastaba para superar el récord.

Mala suerte.

Una sonriente chica de pelo negro estaba sentada en mitad de la alfombra con las piernas cruzadas, y hablaba en japonés con un robot de unos sesenta centímetros y forma cuadrada.

—¡Hola, Carly! ¡Hola, TULIP! —saludó Dash—. Estamos llegando al siguiente planeta.

—Hola, Dash —respondió Carly Diamond.

TULIP soltó un pitido y chirrió a modo de saludo. El vientre de la pequeña robot se veía resplandeciente, un efecto secundario de los cuatro litros de metal derretido que acarreaba en su interior. TULIP irradiaba calidez.

Carly dirigió la vista más allá de Dash, hacia el sistema de tubos.

—¡Ja! —exclamó—. Sigo en el primer puesto.

Desde que subieran a bordo del Leopardo Nebuloso por primera vez, casi nueve meses atrás, los miembros de la tripulación habían estado compitiendo por encontrar el túnel más largo entre dos puntos de la nave.

TULIP empezó a pitar, como si lo celebrara. Últimamente, Carly y TULIP pasaban mucho tiempo juntas. La pequeña robot no conocía ningún idioma humano, pero Carly se sentía como en casa al hablarle en su lengua materna.

—Sí, es verdad. —Dash les sonrió a ambas—. Estamos a punto de llegar a Infinito —le dijo a Carly—. Preséntate en el puente de mando a la de ya.

TULIP silbó con suavidad, tal vez en respuesta al tono inusitadamente urgente de Dash. Carly dedicó una sonrisa a la robot obrera. Luego, le dijo a Dash:

—Ahora mismo voy.

Un timbre de alarma sordo y vibrante comenzó a sonar en el Mobile Tech Band que Dash llevaba ajustado al brazo como si fuera una manga. Lo silenció al instante.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Carly.

—Nada —mintió Dash. Lamentó que Carly hubiera oído la alarma. La había puesto en modo vibración a propósito. Solo Chris y Piper sabían que Dash necesitaba inyecciones diarias, y este quería que siguiera siendo así. Por lo general, la alerta de recordatorio tenía prioridad sobre cualquier otra cosa; pero en ese momento Dash no podía dejar de pensar en la cuenta atrás de STEAM. El curso de la nave espacial estaba predeterminado. No se detendría, ya estuviera la tripulación amarrada a sus asientos o no. Acabar lanzados al olvido no sería el mejor de los resultados.

—Venga, hay que prepararse para la desaceleración —apremió.

—Vale —respondió Carly mientras se ponía de pie.

—Iré a buscar a Chris —le dijo Dash—. ¿Has visto a Piper o a Gabriel?

—Piper estaba en nuestra habitación hace un rato. Veré si sigue allí —se ofreció Carly, y se lanzó a toda velocidad a través de los túneles.

Dash reajustó la alarma para el día siguiente en su MTB. Se sentía culpable por ocultarles el secreto a sus amigos. Todos los días contemplaba la posibilidad de contarles la verdad, es decir, que las inyecciones le estaban salvando la vida. Pero, por otra parte, no quería que se preocuparan innecesariamente.

Se dirigió hasta la planta inferior de la nave a través de los túneles y salió al pasillo que llevaba a la sala de máquinas. Seguía sin ser el recorrido más largo, pero Dash estaba convencido de que cada vez lo tenía más cerca.

Se apresuró a las habitaciones de Chris. Al pasar junto a la sala de entrenamiento, oyó una discusión que llegaba del interior. Pulsó el botón de apertura de la puerta y entró a toda prisa.

—¡Traidor! —exclamó Piper Williams.

—La traidora eres tú —respondió Gabriel con voz indignada—. Disfrutaré de mi venganza.

Gabriel Parker estaba de pie en un extremo de la sala. En el lado contrario, Piper revoloteaba en su silla flotante, el instrumento adaptado al espacio que sustituía a la silla de ruedas que utilizaba antes, en la Tierra. Ambos iban armados con espadas muy largas. Estaban tan concentrados el uno en el otro que no se dieron cuenta de que había entrado Dash.

—Chicos… —empezó a decir este, pero su voz quedó ahogada.

—¡Prepárate para morir! —exclamó Piper a gritos. A la velocidad del rayo, se lanzó sobre Gabriel; su melena rubia ondeaba en el aire. Gabriel se apresuró ha

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