Amor en espiral

Manuela Saiz

Fragmento

Todos los cuerpos son libros:

besando se entiende la gente.

Todas las historias son versiones:

somos contadxs (también)

por todo lo no dicho.

¿Acaso hay error

en el intento de perder las fronteras,

diluir los contornos,

amalgamar las energías

descansar de la propia individualidad

aunque sea por un rato?

Es cierto:

todos los primeros días del dolor,

al regreso de la contienda con nuestro propio ego

con la herida fresca,

recostadas a la orilla de los restos de lo posible,

prometemos nunca jamás regresar.

Ponemos el corazón en estado de hibernación

la molécula del tiempo se congela,

la piel prepara su mudanza.

Pero sabemos, también:

que el deseo es un perro sin correa

que siempre nos pone cachorros,

que busca sacudirse la tristeza

que cargamos como ropa mojada,

revolcarse en la mugre

para poder limpiarse.

Y cuando menos lo esperamos

estamos de nuevo ahí,

empujadas por su apetito voraz

sumergidas en el caos

dispuestas a quemar las naves.

Amar, es tener a donde volver.

Es tirar del ovillo

que siempre conduce hacia adentro,

un laberinto del que sale por arriba

una aventura que nos devora suavemente

que nos mata y nos resucita,

todas las veces.

Se gana, aunque se pierda,

se pierde, pero se aprende.

Quizá

se trate de dejar de insistir

para dejar que suceda.

Quizá

el coraje transforma

al círculo, en espiral.

Quizá

el amor también

necesita creer en nosotrxs

para poder existir.

Nina Ferrari

MARZO 2021

Abro los brazos y me suelto, confío apenas en el destino. Me empuja hacia el fondo el dolor de lo que, tal vez, ya no será. Parece que me hundo sin remedio. Solo al tiempo pertenece la respuesta.

Estoy acostada boca arriba. Todo es penumbra. Siento el colchón finito bajo mi espalda, y más allá del colchón, las maderas duras de la cama. Abro los ojos, la angustia que estoy conteniendo hace presión en mi pecho. La vista empieza a acostumbrarse. La cortina danza movida por el viento que genera el ventilador. Afuera es la noche más oscura que vi en mi vida. Cada vez que la cortina se mueve, veo la sombra de una palmera que parece observarme, hablarme: soltá. Pero yo todavía hago fuerza, no quiero soltar, no sé cómo soltar, no puedo. Todavía no sé soltar esto que ya lastima. Escucho el ruido constante del ventilador, escucho tu respiración profunda. Dormís en paz. Estás dormido al lado de todos mis restos. Dormido mientras mis ojos están a punto de estallar. Soñás sin saber la fuerza que estoy haciendo para no pegar un grito. Una lágrima decide abandonar el barco. Salta veloz y rueda entre la sien y el pómulo, va a parar a mi oreja. Es raro cuando entra una lágrima en la oreja por llorar acostada. Eso que largo por el ojo para dejar de ver, entra al oído para que lo escuche. La sensación me descoloca, el malestar persiste.

Giro para llorar más tranquila. Veo solo tu silueta. Tu brazo y el borde de tu cara, iluminado por la luna que entra tímida por la ventana. Ahora lloro sin medir mis ojos. Permito que las lágrimas broten a su antojo. Se me tapa la nariz, intento respirar y la siento crujir. Me enojo muchísimo, no entiendo, quiero patear cosas. ¿Qué carajos está pasando? ¿Por qué me vuelve a crujir la nariz y el corazón por desamor? ¿Por qué Brasil trajo playa, sol y llanto? Puteo. Me doy cuenta de que estoy insultando al país sin ningún sentido. “Siempre que vengo acá me pasa algo malo, para qué mierda sigo viniendo, qué mierda le hice yo a Brasil”. Me detengo. Me doy cuenta del disparate que estoy pensando. Trato de tomar distancia y describir la imagen para ver si cobra sentido: estoy en Brasil, en la cama con Mateo. Creo, por la charla que tuvimos, aunque no estoy segura, que nos separamos. Me duele, me parece una ficción. Siento que tiene que ser un chiste todo lo que dijo. ¿Cómo no es suficiente esto que tenemos? ¿Cómo que no le alcanza? ¿Para qué viajó a Brasil conmigo? ¿Por qué me dejó venir haciéndome creer que me amaba y ahora me escupe toda su farsa en la cara? ¿Qué se supone que haga yo con todas esas palabras que lanzó como puñal antes de dormirse tan tranquilo? Es el cuarto día de nuestro primer viaje juntos. Quedan quince días más por delante. ¿Cómo voy a transitar el resto del viaje? ¿Qué mierda hago? De golpe, me cae una ficha: el verano anterior estaba en Brasil, con mis amigas, juntando coraje para salir de una relación que había muerto conmigo dentro. Me separé, me volví a enamorar. Pasó un año y acá estoy: en Brasil, de nuevo separándome. Es una joda de mal gusto. Me digo a mí misma: no puede ser, otra vez la misma situación. Me desespero, las lágrimas se precipitan sobre la almohada. Intento calmarme: ¿será que estoy en la misma situación? No. Sé que no es exactamente el mismo lugar, pero estoy mareada. Solo me queda ir hacia atrás y revisar. Solo así sabré cómo seguir hacia adelante. La única forma de emerger es zambullirme... mientras vos dormís en paz.

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