«El consentimiento», de Vanessa Springora: el ogro en la jaula de papel
La publicación en Francia de «El consentimiento» supuso un bienvenido estallido en el sólido sistema de consagración de la intelectualidad francesa: la hoy editora Vanessa Springora relata cómo a los trece años quedó bajo el dominio psíquico y sexual del encumbrado escritor Gabriel Matzneff, un notorio pedófilo tres décadas mayor. Ni novela ni mero testimonio, la autora convierte con su escritura a su cazador en presa, actualiza el debate sobre moral y arte en tiempos del #MeToo y a la vez echa luz sobre aquella celebrada época donde el «prohibido prohibir» abrió las puertas a los depredadores.
Por Alejo Schapire

Vanessa Springora en un detalle de la portada de El consentimiento. Imagen cedida por Lumen.
Por ALEJO SCHAPIRE
El consentimiento es el relato y la ejecución de una venganza. El punto final, el botón que detona el derrumbe social, económico, judicial y, finalmente, literario en el mundo real del celebrado autor francés Gabriel Matzneff, premio Renaudot 2013. Vanessa Springora (París, 1972) ha querido salir de la «jaula» donde la encerró a los trece años un escritor pedófilo amigo de su madre. No optó por la denuncia en las redes sociales o la prensa, como se estila en la era del #MeToo, sino que ha apostado por atrapar al cazador en su propia trampa: la literatura.
A los cuarenta y siete años y con un hijo adolescente, la hoy editora parisina necesitaba encontrar las palabras que le faltaban como infante, tres décadas atrás, para enfrentar a Matzneff con armas iguales y en el terreno de juego de su victimario, la arena de la escritura. Aunque el registro es el del testimonio, Springora no se conforma con una previsible y sórdida crónica lacrimógena de seducción y abuso infantil, sino que elige un camino más arduo, que se hace cargo de las ambigüedades de su propio deseo adolescente y las fronteras a veces difusas del consentimiento sexual.
«¿Cómo puedes admitir que has sido abusado cuando no puedes negar que has consentido? Cuando sentiste el deseo de ese adulto que se apresuró a aprovecharlo... Durante años, yo también lucharé con esta noción de victimismo", admite al firmar su primer libro.
En un hogar marcado por la ausencia del padre, describe a una madre que vive la libertad sexual conquistada en el Mayo francés y cómo la fascinación por el ambiente de la bohemia la lleva a abrir las puertas al intelectual cincuentón de Saint-Germain-des-Prés, permitiendo la entrada del lobo en el gallinero.
G.M. —Springora se refiere a él y a sí misma siempre por sus iniciales— cultiva su aura de dandi libertario, donde placer y arte priman por sobre la moral burguesa. Arrastrar una reputación de pederasta puede significar, incluso entonces, un problema con la ley, pero trasladar el apetito por los menores a un plano estético parece tolerable en la permisividad del «gozar y trabas» y «prohibido prohibir» de un círculo donde la libertad sexual coquetea con la pedofilia.
Matzneff no esconde sus actividades ni sus preferencias. Publicó en 1974, una década antes de conocer a Springora, Les moins de seize ans (Los menores de dieciséis años), un ensayo donde se explaya sobre su «gusto» y «obsesión» por los niños de ambos sexos. El escritor se jacta en su prolífica obra de sus trofeos sexuales —conquistas que acuesta sobre papel al documentar la cacería: niñas en París o varones de ocho años en las calles de Manila, donde practica turismo sexual.
Con Springora, aún virgen, Matzneff usa un anzuelo literario: insistentes cartas inflamadas que terminan encendiendo a la adolescente, entregada primero a un frenético intercambio epistolar y luego de cuerpo entero. «Un padre ausente que ha dejado un vacío insondable en mi vida. Una gran afición a la lectura. Cierta precocidad sexual. Y sobre todo un enorme deseo de que me miren. Ahora se cumplen todas las condiciones», escribe a la hora de explicar su caída en las manos del ogro de modales aristocráticos.
Springora se hace cargo de su deseo y de la lucha interior: «Sólo sueño con una cosa (...). En una mezcla de bravuconería y sentimentalismo, ya he aceptado íntimamente este horizonte ineludible: G. será mi primer amante. Y por eso estoy tumbada en su cama», reconoce, al tiempo que experimenta el rechazo físico: «¿Por qué mi cuerpo se niega? ¿Por qué este miedo incontrolable?». La autora plasma una puja entre dos voluntades, el nudo del libro: qué vale el consentimiento de una adolescente subyugada por un adulto especializado en seducir menores.
Intimidad al descubierto
El arte como coartada
Hábil, Matzneff se justifica ante la inexperta Springora echando mano a su vasta cultura: la Antigüedad griega y el deber de los adultos de iniciar sexualmente a los jovencitos. La literatura le permite evocar a Edgar Allan Poe casándose con su prima de trece años, o a Lewis Carroll y su notoria obsesión por Alicia y otras niñas a las que fotografiaba. En el mismo título, lo secundarían la francesa Irina Ionesco, retratando con su cámara puestas en escena hipersexualizadas a su hija de ocho años (fue condenada por la justicia francesa), o su colega británico David Hamilton (antes de que fuera, en 2016, denunciado por abuso por las adolescentes a las que fotografió y apareciera muerto en un aparente suicidio). El director de cine Roman Polanski, a ojos de Matzneff, es —en esto comparte una opinión extendida en Francia— una víctima de «estos estadounidenses encerrados en su frustración sexual».
Los intentos desesperados de la joven de encontrar ayuda chocan con el tótem del escritor sagrado. «G. es un artista, un grandísimo escritor, algún día el mundo se dará cuenta. O quizá no, ¿quién sabe? Usted lo ama y debe aceptar su personalidad. G. nunca cambiará. Es un inmenso honor que la haya elegido. Su papel es acompañarlo en el camino de la creación, y también doblegarse a sus caprichos.» Así consigna Springora la respuesta del filósofo rumano Emil Cioran cuando se refugia en su casa en busca de protección.
En 1977 se publica en Le Monde una carta abierta en favor de la despenalización de las relaciones sexuales entre menores. Entre los firmantes, aparecen intelectuales de la talla e influencia de Roland Barthes, Gilles Deleuze, Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre o André Glucksmann. En 2013, Matzneff reconocería haber sido el promotor y redactor de la carta.
Aparte de la cultura, la época ofrece una coartada a Matzneff. Springora recuerda que diez años antes de conocer al escritor, numerosos periódicos e intelectuales de izquierda defendieron públicamente a adultos acusados de haber mantenido relaciones con adolescentes. «En 1977 se publica en Le Monde una carta abierta en favor de la despenalización de las relaciones sexuales entre menores», recuerda Springora. Entre los firmantes, aparecen intelectuales de la talla e influencia de Roland Barthes, Gilles Deleuze, Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre o André Glucksmann.
El texto cuestiona «el encarcelamiento de tres hombres a la espera de juicio por haber mantenido (y fotografiado) relaciones sexuales con menores de trece y catorce años». En 2013, Matzneff reconocería haber sido el promotor y redactor de la carta, así como de otras tribunas en el mismo sentido que pocos medios rechazaron. «Luchar contra el encarcelamiento de los deseos y contra toda represión son las consignas de ese período, y nadie tiene nada que objetar, salvo los santurrones y algunos tribunales reaccionarios», reflexiona Springora retrospectivamente.
«Treinta años después, todos los periódicos que aceptaron publicar esos artículos más que discutibles entonarán uno tras otro su mea culpa. Los medios de comunicación no son más que el reflejo de su tiempo, argumentarán», apunta.
¿Caza de brujas?
Incluso el mundillo literario parisino, marcado por el amiguismo e impermeable a todo lo que huela a puritanismo venido del otro lado del Atlántico, empieza en estos días a admitir su connivencia. En 1990, el célebre periodista literario Bernard Pivot invitó a Gabriel Matzneff. En el plató comentaron el apetito del escritor por adolescentes entre las risas de sus convidados. Solo la novelista canadiense Denise Bombardier desentonó, denunciando una complacencia típicamente francesa. «En este país, la literatura entre comillas sirve de coartada a este tipo de confidencias», sentenció. «Porque lo que nos cuenta el señor Matzneff en un libro que es muy aburrido […] es la sodomía de niñas de catorce, quince años», sostuvo, comparándolo con un viejo pervertido que atrae niños con caramelos, usando su «reputación» para un «abuso de poder» que deja a sus víctimas «marchitas para el resto de sus vidas». «La literatura no puede servir de coartada», replicó Bombardier a los intentos de defenderse del escritor, visiblemente nervioso.
Al exhumarse hoy el fragmento del programa estrella de la televisión francesa dedicada a la prescripción literaria, Pivot responde a través de su cuenta de Twitter. «En los años setenta y ochenta, la literatura estaba antes que la moralidad; hoy en día, la moralidad está antes que la literatura. Moralmente, es un progreso. Somos más o menos los productos intelectuales y morales de un país y, sobre todo, de una época».
No todos han cambiado de opinión, sin embargo. La periodista Josyane Savigneau, al frente del suplemento literario de Le Monde (de 1991 a 2005), comentó la redifusión del vídeo. «No cambio de opinión sobre Matzneff porque la caza de brujas haya comenzado. Y él al menos sabe escribir», enfatizó, comparándolo con la novelista canadiense.
«Que me achaquen esto en 2020, en pleno siglo XXI, me parece una locura», se defiende hoy Matzneff desde Italia, donde se ha refugiado a los ochenta y tres años. Del libro de Springora dice que no tiene «ganas de leerlo». «Nunca diré nada en contra de ella porque es una persona luminosa.» «Tuvimos una larga y maravillosa historia de amor», insiste. Una versión que capturó en las páginas de su novela Harrison Plaza (1988) y del diario íntimo La Prunelle de mes yeux (1993).
Pero en el ocaso de su vida, el escritor ha caído en desgracia. Cuatro de sus editores, entre los que figura Gallimard, anunciaron que ya no comercializarían sus diarios íntimos ni su ensayo Les moins de seize ans. En septiembre, la ministra de Cultura Roselyne Bachelot confirmó que Matzneff ya no gozaba de las ayudas públicas a los escritores con dificultades económicas que cobraba desde 2002: 160.000 euros otorgados durante dieciocho años por el Centro Nacional del Libro, así como de una vivienda social. También anunciaron que le retirarían las condecoraciones al hombre que supo ser invitado al Palacio del Elíseo por su admirador François Mitterrand, quien escribió una reseña elogiosa en la revista Matulu en 1986 mientras era presidente (cuando la policía lo convocó en su momento por denuncias anónimas sobre su relación con Springora, Matzneff cuenta que acudió con el artículo en el bolsillo e impresionó a los policías). La revista Le Point le quitó su columna. Y, sobre todo, la justicia ha abierto en su contra una investigación por violación de menores de quince años.
«Hay que situarse en el tiempo. Grandes escritores como Roland Barthes o Michel Foucault militaron por la disminución de la mayoría sexual», protesta Matzneff, entrevistado desde su exilio en la Riviera italiana. «¡Quieren que me mate, que me mate, esa es la trampa! ¡Realmente es la Unión Soviética! Vamos, Matzneff, al gulag. No sé cómo resisto», lamenta el escritor octogenario. «El libro de Springora es una cacería humana en la que soy la presa», asegura, confirmando el éxito de su autora.
Leer Lolita en la era del #MeToo
¿Se trata, como afirma la periodista Josyane Savigneau, de una «caza de brujas» para destruir socialmente a una personalidad o, para decirlo con palabras de la era #MeToo, de la mentada cultura de la cancelación, incapaz de separar al autor de la obra, que abusa del anacronismo que supone juzgar el pasado exclusivamente a la luz del prisma moral del presente?
La misma Springora se encarga de responder en El consentimiento, comentando su relectura de la obra icónica Lolita de Vladimir Nabokov, un clásico de la novela moderna donde el narrador, Humbert Humbert, relata su obsesión por una chica de doce años. «Pese a la perversidad inconsciente de Lolita, pese a sus juegos de seducción y sus carantoñas de estrella de cine, Nabokov nunca pretende convertir a Humbert en un benefactor, y menos aún en un buen tipo. Por el contrario, su relato de la pasión de su personaje por las ninfas, pasión irrefrenable y enfermiza que lo tortura durante toda su vida, es de una lucidez implacable. En las obras de G. estamos lejos de cualquier contrición, incluso de cualquier cuestionamiento.» Humbert muere en esta ficción de un paro cardíaco en prisión a la espera de su juicio, tras matar al amante de Lolita.
El consentimiento condensa, en primera persona, el debate actual de la moral y la producción artística en una época donde la obra ya no puede escudarse en la libertad creativa. Es también el tiempo donde los usuarios de las redes sociales y otros medios de comunicación rehabilitan la censura, las listas negras y el escrache, al margen de los tribunales de justicia y sin redención posible del condenado. Aquí, Springora se distingue por un enfoque introspectivo, matizado y sincero, al tiempo que logra un ajuste de cuentas personal. Sin embargo, su alegato deja en suspenso preguntas que reflejan los imperativos que hasta ahora estaban reservados al puritanismo: ¿debe juzgarse una obra por su mensaje moral? ¿Se puede separar el pensamiento del narrador del de su autor? En nombre de las víctimas, y ya no de las instituciones religiosas o las ligas de virtud, el debate, que parecía superado, vuelve a empezar bajo una nueva luz.
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