INTRODUCCIÓN
No son pocas las grandes novelas que tratan de personajes que no tienen un lugar fijo o asegurado en la sociedad. Expósitos, huérfanos, forasteros, gente que se desplaza de un país a otro, que pasa de una clase social a otra, que debe ir dando forma a su vida o que se ve implicada en acciones o cambios sobre los que tiene tan sólo el control parcial: todos ellos son personajes asiduos del género novelístico. Si pensamos en Tom Jones, Julien Sorel (Rojo y negro), Becky Sharp (La feria de las vanidades), Jude Fawley (Jude el oscuro), Isabel Archer (Retrato de una dama), Paul Morel (Hijos y amantes) o incluso en la Augie March de Saul Bellow, observamos que todos ellos son personajes que al comienzo de la novela no se ven definidos o no se sienten satisfechos con su estatus, lugar o posición. No pueden dar por sentado el escalafón que ocupan en la sociedad, y terminan, felizmente o no, con una identidad social distinta. En el transcurso de esas obras se produce una elección y un cambio. Los personajes pueden ver recompensada su virtud, como Tom Jones; o frustradas sus ambiciones, como Jude; o pueden quedar atrapados en las aborrecibles consecuencias de sus propios actos, como Isabel Archer. En general, en todos los casos podemos afirmar que somos testigos de un «yo» inicialmente indefinido y no comprometido que debe definirse a partir de lo que le sucede en sociedad. Ese «yo» tal vez sea capaz de elegir lo que le ocurre, o quizá tan sólo pueda permitirlo o sufrirlo: la búsqueda de su definición puede conllevar el verdadero descubrimiento del «yo», o puede, al final, precipitar su destrucción. Sin embargo, con independencia de lo que les ocurra, estos personajes han evolucionado. No están donde estaban; no son lo que eran. Eso es lo que sucede con Fanny Price, la heroína de Mansfield Park.
Fanny comienza su vida en una familia de clase media baja de Portsmouth y al final la vemos aceptada como señora de Mansfield Park. En un principio la hacen objeto de su caridad, pero terminan por considerarla el pilar indispensable de la familia de Mansfield. Con su matrimonio y el pleno reconocimiento social y familiar, su «yo» queda satisfactoriamente definido. Sin embargo, Fanny Price exhibe pocas de las características que solemos relacionar con los héroes o heroínas tradicionales. Esperamos de ellos que sean fuertes y vitales, pero Fanny es débil y enfermiza. Buscamos en ellos cierta osadía o audacia, cierta valentía, resistencia e incluso temeridad, pero Fanny es tímida, callada, poco firme y demasiado vulnerable. Pero, por encima de todo, esperamos que los héroes y heroínas sean activos, que muestren desacuerdo, se opongan a la coacción y reivindiquen su propia fuerza, pero Fanny es totalmente pasiva. De hecho, uno de los aspectos más extraños de esta obra singular es que, en apariencia, es la historia de una joven que triunfa sin haber hecho nada. Se sienta, espera, consiente y cuando, mediante el matrimonio, asciende a una posición sorprendentemente elevada, parece recibir una recompensa no tanto por su empuje, sino por su extraordinario inmovilismo. Esto ya resulta bastante peculiar; sin embargo, a esta heroína la caracteriza otro aspecto inusual y aún menos atractivo: nunca, jamás, se equivoca. Jane Austen, por lo general irónica con respecto a sus heroínas, en esta ocasión defiende a Fanny sin reservas. Estamos acostumbrados a héroes y heroínas indecisos, falibles y propensos a equivocarse. No obstante, ésta siempre piensa, siente, habla y se comporta tal como debe. Los otros personajes de la obra, sin excepción, cometen errores, algunos de ellos irreparables. Pero Fanny no. Ella no da un solo paso en falso. En realidad, podría afirmarse que no da un solo paso: como veremos, hay una relación íntima y significativa entre su virtud y su inmovilismo. Estos inusuales rasgos la han llevado a convertirse en una heroína muy impopular. Incluso los lectores más comprensivos la han considerado con frecuencia un tanto mojigata, y no han faltado críticas más severas. Kingsley Amis la denomina «un monstruo de autocomplacencia y orgullo». Y no es que Jane Austen no fuera capaz de crear heroínas atractivas: Elizabeth Bennet y Emma Woodhouse figuran entre los personajes más queridos de la ficción inglesa. Sin embargo, nadie se enamora de Fanny Price. Entonces, ¿qué hizo Jane Austen en esta novela? Cabe hacerse esta pregunta porque, aunque la protagonista sea su heroína menos popular, podría decirse que Mansfield Park es su novela más profunda (a decir verdad, en mi opinión es una de las novelas más profundas del siglo XIX). Así pues, conviene analizar con atención qué hace una heroína tan pobre en una obra tan brillante.
A primera vista, la historia, o el resumen de los hechos en sí, no sugiere profundidad. La madre de Fanny se casó mal y años después se encuentra en una situación desesperada, con demasiados hijos y muy poco dinero. Pide ayuda a sus dos hermanas, una de las cuales está magníficamente casada con sir Thomas Bertram de Mansfield Park. Y se decide que Mrs. Price deje a Fanny, una de sus hijas, al cuidado de su hermana. Así comienza la novela. La protagonista tiene que aguantar mucho en su nueva situación. Por un lado, la otra tía, Mrs. Norris, es una mujer autoritaria, malintencionada y cruel, mientras que los primos de Fanny, Tom, Maria y Julia, la tratan con condescendencia o no le prestan la menor atención. Lady Bertram es benevolente, pero también tan ciega e insulsa que se limita a depender de Fanny, sin pensar en ella. Sir Thomas es justo, pero frío y distante. Sólo Edmund —el hermano menor de Tom, que está a punto de ser ordenado clérigo— es considerado con ella, le habla y la ayuda. Sir Thomas parte en viaje de negocios y al mundo de Mansfield llega una brillante pareja procedente de Londres: Mary Crawford y su hermano Henry. Se producen bastantes coqueteos; sobre todo entre Henry y Maria (que ya está prometida con un tal Mr. Rushworth), e incluso el recto Edmund cree estar enamorándose de la deslumbrante Mary. El entusiasmo y la confusión general llegan a su punto álgido cuando deciden representar una función teatral, momento en el que se produce el regreso de sir Thomas.
Tras este episodio, la acción se centra en las relaciones entre los Crawford, Fanny y Edmund. Henry, que decide seducir a Fanny, terminará enamorándose de ella y pidiéndole matrimonio. Ése sería un enlace magnífico, pero Fanny no sólo desconfía de Henry, sino que está enamorada en secreto de Edmund. Tiene que oponer toda la resistencia de la que es capaz para evitar que le impongan el matrimonio; llegan incluso a enviarla de regreso a Portsmouth para que recuerde lo que es vivir en la pobreza. Entretanto, Edmund está a punto de declararse a Mary, que se debate entre sus sentimientos hacia él y el desprecio por la modesta profesión de clérigo que ha elegido. Estos prolongados cortejos se interrumpen de repente cuando Henry, cansado de la resistencia de Fanny, huye con Maria (convertida ahora en Mrs. Rushworth). A ojos de Edmund, Mary no parece tan horrorizada por el irresponsable adulterio como cabría esperar, y se da cuenta de que se ha equivocado en su opinión sobre los Crawford. En realidad, sólo Fanny ha estado todo el tiempo en lo cierto: sólo ella ha desconfiado en todo momento de sus atractivos modales. Finalmente, Edmund se da cuenta de que ésta es la esposa que necesita, de modo que terminan casándose y ella alcanza una posición que, en un principio, le habría parecido un sueño inalcanzable. Desde cierto punto de vista, la historia se parece a la de Cenicienta: Fanny, más sensible y refinada que en sus humildes orígenes, es recompensada al final con un atractivo príncipe. Es también la historia del patito feo que se convierte en cisne. Pero, sin duda, la seriedad de la historia depende de la manera en que se cuenta, y resulta improbable que quien llegue al final de esta novela se quede con la sensación de que se le ha servido un refrito de cuentos.
A fin de captar el verdadero significado de los diversos personajes e incidentes es importante comprender el mundo de la obra y prestar atención a las relevantes diferencias entre la vida en Portsmouth, Londres y Mansfield Park. Al mismo tiempo, convendría que recordáramos cómo era Inglaterra entre los años 1811-1813, en vísperas de Waterloo, cuando Jane Austen estaba escribiendo la novela. En general, podría decirse que fue un período de gran estabilidad que estaba a punto de dar lugar a una época de cambios inimaginables. Hasta entonces, la mayoría de la población (unos trece millones) se dedicaba al trabajo agrícola y rural; sin embargo, al cabo de veinte años, la mayoría de los ingleses pasaron a ser población urbana dedicada a la industria: había empezado la gran era del ferrocarril. Durante los primeros años del siglo, las ciudades crecían a un ritmo trepidante; la construcción de la red de canales se había completado y se estaban reconstruyendo las principales carreteras. El Londres de la Regencia, en particular, experimentó un enorme desarrollo y se convirtió, entre otras cosas, en un gran centro de la moda. Por otro lado, la Inglaterra de 1813 seguía siendo predominantemente un país de pueblos y ciudades de provincia, un país de rutinas rurales que apenas se vieron afectadas por las siete campañas de la Guerra de la Independencia española contra Napoleón. El primer ministro era el poco destacado lord Liverpool, y la política seguía dominada por la aristocracia y los terratenientes, con tan sólo unos pocos portavoces de los nuevos intereses comerciales e industriales. La preocupación general de las clases bienestantes era que el jacobinismo francés se extendiera entre las clases bajas descontentas de Inglaterra. No había una gran diferencia entre los partidos conservadores y liberales. El partido Tory era más conservador y se oponía casi por completo a cualquier forma de radicalismo popular y reforma política; era el partido de la Iglesia de Inglaterra y se identificaba con la tradición, la continuidad, el orden y la vinculación aristocrática con la tierra. Los Whig estaban un poco más cerca de la City y de los intereses económicos, y defendían reformas en el sistema de gobierno que disminuyeran el poder de los terratenientes. Puesto que la actitud hacia la vida rural tradicional es importante en Jane Austen, cabe reproducir aquí una cita de William Cobbett en la que descubre la aparición de una nueva y equivocada clase de terrateniente. Este autor destacó a menudo
la diferencia entre una aristocracia terrateniente nativa, residente en la zona, vinculada a la tierra, que conoce a todos los agricultores y campesinos desde su infancia, que establece una relación frecuente con ellos, de manera que se pierde cualquier distinción artificial, que practica la hospitalidad sin ceremonia, por costumbre y no de manera premeditada; y una aristocracia terrateniente que sólo reside allí de vez en cuando, que no disfruta de los encantos rurales, extraña en su actitud, distante y altanera en su comportamiento, interesada en la tierra únicamente por lo que produce, que la considera un mero objeto de especulación, que no conoce a quienes la cultivan, que desprecia a esos hombres y a su actividad, y que se basa, por influencia, no en la buena disposición del vecindario, sino el temor que produce su poder.
Jane Austen, hija de un clérigo tory, valoraba el antiguo estilo de vida rural y también ella era consciente de una nueva actitud con relación a la tierra: especulativa, codiciosa, calculadora e irreverente. En Mansfield Park pueden descubrirse muchas cosas acerca de la gente a partir de sus distintas actitudes hacia la vida rural.
Pero si la suya fue una época fundamentalmente tranquila en el ambiente rural, también fue el período de la Revolución francesa, de la Guerra de la Independencia de Estados Unidos, el inicio de la Revolución industrial, y de la primera generación de poetas románticos. Y, sin duda, Jane Austen no vivió ajena a los acontecimientos que sucedían en el mundo. Tenía a dos hermanos en la Armada, relaciones familiares con Warren Hastings, y una prima cuyo marido murió en la guillotina durante el Terror. Y aunque su escritor favorito en prosa fuera Samuel Johnson, es evidente que conocía la obra de escritores como Goethe, Wordsworth, Scott, Byron, Southey, Godwin y otros autores muy representativos del siglo XIX. A pesar de la impresión de que Jane Austen vivió un plácido aislamiento rural en el norte de Hampshire, ella fue muy consciente de las nuevas energías e impulsos, ideas y fuerzas que estaban cambiando o a punto de cambiar Inglaterra —y todo el mundo occidental— con una violencia, brusquedad e irresponsabilidad que pronto conseguirían que el universo de esta autora pareciera tan remoto como la época isabelina. Conviene recordar que unos años después, cuando Thomas Arnold vio el primer tren cruzando la campiña de Rugby dijo: «El feudalismo ha desaparecido para siempre». Esa inmemorial y estática forma de vida feudal, tan próxima en el tiempo, desaparecería con facilidad y rapidez con el nacimiento del mundo moderno. En ese momento Jane Austen vivía en un reducido enclave de estabilidad rural tradicional, justo antes de que se iniciara un período de cambios convulsos e incontrolables. En mi opinión, al leer Mansfield Park es importante recordar que, entre otras cosas, es una novela sobre calma e inquietud, estabilidad y cambio, aquello que se mueve y lo inamovible.
Considerando la obra en este contexto general, ¿cuál es, entonces, el significado de las tres localizaciones principales o «mundos» de la novela: Mansfield Park, Londres y Portsmouth? Mansfield Park, inspirada en Cottesbrooke, se encuentra en el condado de Northampton y es efectivamente un baluarte de los antiguos valores rurales tory. Al crecer en este entorno y estar expuesta a los defectos de sus habitantes, Fanny no comprende en realidad el valor simbólico de Mansfield Park hasta que regresa al lugar donde nació, Portsmouth. Ese contraste pone de relieve los distintos valores de cada mundo. La casa de Portsmouth es «la mansión del ruido, el desorden y la incorrección. Nadie ocupaba el lugar que le correspondía, nada se hacía como era debido». Su padre es un bebedor desastrado y grosero; su madre, una mujer desordenada, incompetente y que se equivoca en sus juicios. Los niños reciben una educación indebida, por no decir que no reciben ninguna. Aquí no se da un afecto real, ni una verdadera delicadeza de sentimientos, ni armonía o comportamientos coherentes. Como expresa el hermano de Fanny, William, de manera tan clara: «La casa está siempre revuelta». No es un lugar de vicio, pero sí un espacio donde reina el caos. No se ha hecho nada para intentar que la vida allí sea decente o decorosa. Los impulsos humanos no están pervertidos, pero sí desordenados. En ese entorno de confusión, Fanny «no podía pensar en otra cosa que en Mansfield, en sus queridos habitantes, en sus felices costumbres. Todo cuanto la rodeaba en su actual residencia entraba en contraste con aquello. La elegancia, la corrección, el orden, la armonía y, quizá sobre todo, la paz y tranquilidad de Mansfield, volvían ahora a su recuerdo a todas horas del día, ante la preponderancia de todo lo contrario en el hogar de Portsmouth». Fanny está idealizando Mansfield (Mrs. Norris, por ejemplo, es más desagradable que ningún otro personaje que habite la casa de Portsmouth), pero al mismo tiempo está descubriendo el verdadero valor simbólico de todo lo que representa. Se convierte en una casa ordenada, en la que se oyen muy pocos ruidos y no se producen movimientos innecesarios: «En Mansfield jamás se oían ruidos de contienda, ni voces levantadas, ni estallidos abruptos ni violentas amenazas».
Lo relevante es que es en Portsmouth donde a Fanny se le ocurre preguntarse cuál es su verdadero «hogar». «Cuando iba camino de Portsmouth, gustaba de llamarlo su hogar, se deleitaba diciendo que iba a su casa; esta expresión le había sido muy querida, y lo era aún, pero tenía que aplicarla a Mansfield. Aquél era ahora su hogar. Portsmouth era Portsmouth; Mansfield era el hogar.» Es importante porque cuando el «yo» elige libremente su «hogar» se identifica con cierta forma de vida y con el papel que desempeñará en ella. A lo largo de Retrato de una dama, por ejemplo, Isabel Archer visita distintas casas para intentar encontrar una a la que pueda llamar su «hogar». Su elección final, el pequeño y estéril palacio del arte de Osmond, resulta ser un gran error: el hecho de que Fanny traslade sus lealtades del lugar en que nació al lugar en que se educó evidencia su capacidad para juzgar con acierto. Ha encontrado su verdadero «hogar» espiritual. Al principio de la novela, cuando existe la posibilidad de que se vaya a vivir con Mrs. Norris, la insensible lady Bertram le dice: «Poca diferencia puede representar para ti el vivir en cualquiera de las dos casas». Sin embargo, cuando las casas representan sistemas de valores, como sucede en esta obra, supone una grandísima diferencia. Cuando Fanny regresa finalmente a Mansfield Park para convertirse pronto en una de sus mayores protectoras, Jane Austen confiere al paisaje una promesa verdeante y simbólica: «Hacía tres meses, tres meses completos, que lo había abandonado, y la diferencia correspondía a la que media entre el invierno y el verano. Su mirada descubría por todas partes céspedes y plantíos del verde más tierno; y los árboles, aunque no del todo vestidos, se mostraban en ese delicioso estado en que el perfeccionamiento de la belleza se presiente próximo, y en que, aun cuando es ya mucho lo que se ofrece a la vista, queda más todavía para la imaginación». Las perspectivas en el entorno reflejan las perspectivas en la vida de Fanny.
Mansfield, como lugar, como institución, puede tomar la materia prima de Portsmouth y refinarla, como hace con Fanny, como hace también con su hermano William (asegurándole una carrera en la Armada), y como promete hacer con su hermana Susan. En realidad, esas nuevas incorporaciones son fundamentales para el mantenimiento de la «casa», porque muchos de sus descendientes directos andan por el mal camino y traicionan su confianza. Cabe la posibilidad de que Jane Austen esté haciendo aquí una reflexión acerca de las clases sociales: sin las nuevas posibilidades que aportan quienes llegan del mundo poco desarrollado de Portsmouth, el de Mansfield Park podría marchitarse y desaparecer. Por el contrario, Londres, el mundo de la libertad, la moda y la diversión, no aporta ningún aspecto positivo. Es allí donde Maria adopta la actitud que la llevará a su corrupción adúltera y a la vergüenza y destierro definitivos. Es allí donde Julia se relaciona con el despreciable Mr. Yates. Es allí donde Tom se aleja del buen camino, lo que casi llega a costarle la vida. Sobre todo, es en Londres donde se han criado los hermanos Crawford, quienes están a punto de llevar la ruina absoluta al mundo de Mansfield Park. Así pues, si la mejor versión de Mansfield Park perfecciona a la gente, Londres, en su peor versión, la pervierte.
Es significativo que Mary y Henry Crawford lleguen durante la ausencia de sir Thomas, patriarca y guardián de Mansfield, lo que sugiere que la ausencia del legislador y figura responsable de ese mundo conlleva la vulnerabilidad del espíritu rural frente a las fuerzas perturbadoras de una realidad nueva y urbana. Desde el principio, los Crawford se identifican con Londres. Nada más llegar, Mrs. Grant muestra su preocupación por la posibilidad de que se aburran, porque están «tan hechos a la vida de Londres». En efecto, sólo buscan diversiones, y al trasladarse al mundo rural de Mansfield, su irresponsable tendencia al esparcimiento se convierte en una fuerza potencialmente peligrosa. Así, Henry Crawford distrae a Julia, seduce a Maria e intenta engatusar a Fanny, mientras que Mary juguetea con Tom y tienta a Edmund para que abandone su vocación clerical. Entre los dos ejercen su influencia sobre todos los jóvenes responsables de la continuidad de Mansfield Park, y, como veremos, es la firmeza y tenacidad de Fanny la que evita que usurpen y destruyan por completo ese mundo. No es que los Crawford sean unos villanos: Jane Austen tuvo la perspicacia de dotarlos de muchas de las cualidades más aparentemente atractivas de la obra; sin embargo, su prolongada inmersión en el mundo amoral y moderno de Londres los ha maleado y corrompido poco a poco. (Conviene recordar que era la época de Beau Brummell.) Leemos que Fanny «tuvo que reconocer que la influencia de Londres era perniciosa para los sentimientos nobles». Y así resulta ser en la novela. Deducimos, a través de los Crawford, que Londres representa un mundo de glamour, entusiasmo, actividad, diversión y repleto de atractivos del ingenio mundano y de relaciones esporádicas. No obstante, también concluimos que se trata de un mundo plagado de falsas apariencias, un ambiente en el que los modales sustituyen a la moral, entregado a la fría decepción, la manipulación y la explotación.
Un incidente menor, que profetiza la amenaza de los Crawford para la vida de Mansfield, sucede poco después de su llegada a la casa. Mary comenta que ha tenido sorprendentes dificultades para alquilar un carro en el que transportar su arpa (accesorio adecuado para una sirena como ella; Fanny, como es de esperar, no sabe tocar ningún instrumento musical). Con cierto tono de desprecio, manifiesta su asombro porque, por ser temporada de recogida del heno, no haya podido conseguir un carro, a ningún precio, y, además, ha ofendido a los granjeros con su pretensión de que le procuraran uno. A continuación le explican con amabilidad lo importante que es para los lugareños la recogida del heno, y, por tanto, que es imposible que durante esa época alguien le cediera un transporte. Mary responde: «Con el tiempo sin duda llegaré a comprender ese modo de hacer que impera aquí, en el campo; pero al llegar de Londres, trayendo de allí el axiomático principio de que con dinero todo se consigue, quedé desconcertada ante estas recias costumbres». Esta afirmación contiene buena parte del asunto de la novela. Ella procede de un mundo gobernado sólo por el valor del dinero, por lo que no tiene conocimiento alguno sobre la forma de vida tradicional del campo y sus valores. Estaría dispuesta a interrumpir la recogida del heno para satisfacer un capricho. La cuestión es: ¿serán esas costumbres lo suficientemente sólidas para resistir a su conducta y su código londinenses? El tema de fondo vuelve a aflorar cuando la hermana de Mary, Mrs. Grant, la reprende por sus valores mundanos y su actitud irreverente: «Estás tan enferma como tu hermano, Mary; pero aquí os curaremos a los dos. Mansfield os curará, y sin nada de engaños. Quedaos con nosotros y hallaréis el remedio». ¿Puede Mansfield curar lo que Londres ha echado a perder, o los productos de la capital debilitarán todo aquello que Mansfield se esfuerza por perpetuar? La novela revela así una batalla entre dos estilos de vida además de concentrarse en las relaciones entre varios personajes. Sin recurrir a rudimentarias alegorías —al contrario, con una atención precisa al detalle del lugar—, Jane Austen ha creado una historia que examina con profundidad el pasado y el futuro de Inglaterra. En la novela permite que el mundo de Mansfield Park salga victorioso, aun teniendo la sensación de que el futuro pertenecía a Londres, pero ése es un tema que comentaré más adelante.
Ahora podemos analizar a los personajes desde el punto de vista de sus distintas relaciones con Mansfield Park. Podrían agruparse así: los guardianes, los herederos y los intrusos. A Fanny la consideraré por separado. Sir Thomas es, por supuesto, el guardián principal. Cree en el «deber», y es justo, benévolo y responsable. En su ausencia, Mansfield Park se sume en la confusión, pero tras su regreso vuelve a imponerse el orden. Es él quien demuestra que Fanny ha sido acogida realmente en la familia cuando ordena que se encienda un fuego en su fría habitación. Sin embargo, casi todos sus hijos toman el camino equivocado, y queda claro que él no está exento de culpa: «Aun siendo un padre celoso, no exteriorizaba sus íntimos afectos, y su actitud reservada hacía que ante él se reprimiese toda manifestación de sentimientos». Aún peor, confía la educación de sus hijos a Mrs. Norris, lo que debe considerarse un importante desacierto. De ahí su alivio cuando la mujer finalmente se marcha de Mansfield Park: «Le parecía una parte de sí mismo», es decir, ha sido como un cáncer que él permitió que creciera en su propia familia, en su propia mente. El hecho de aclarar sus ideas implica separarse de esta mujer. Otra señal del aumento del conocimiento que tiene de sí mismo se percibe cuando se da cuenta de dónde se ha equivocado en la educación de sus hijas. Se ha preocupado por su «elegancia y educación», pero ha pasado por alto el «efecto moral en su espíritu». «Él quiso que fueran buenas, pero sus cuidados se habían dirigido a su educación y sus modales, no a su carácter; y en cuanto a humildad y abnegación, temía que nunca hubiesen escuchado de labios de nadie que esas virtudes pudieran servirles de algo.» No sólo es un hombre frío y distante, sus aptitudes domésticas están corrompidas por factores mercenarios. Permite que Maria se case con Mr. Rushworth, aun sabiendo que es un necio, porque es un hombre muy rico. Y todavía peor, intenta obligar a Fanny a casarse contra su voluntad con Henry Crawford porque sería un excelente enlace. No es un tirano cruel, pero carece de una cualidad importante; como Fanny reflexiona después de que la haya presionado para casarse con Crawford: «De él, que había casado una hija con Mr. Rushworth, ciertamente no cabía esperar románticas delicadezas». Un fuerte sentido del deber no es suficiente si no va acompañado de cierta mano izquierda. Con su represiva y desconsiderada inflexibilidad, sir Thomas está a punto de llevar la ruina a Mansfield Park, y es sólo al final cuando se siente «harto de parentescos ambiciosos e interesados» y valora cada vez más «los auténticos valores morales y espirituales». Con todo, también representa los valores de Mansfield, aunque únicamente Fanny es capaz de valorarlo por lo que es. Cuando sus hijos se quejan de la tristeza que sir Thomas lleva a la casa, ella intercede: «Me parece que le encanta esa misma tranquilidad de que has hablado, que este ambiente apacible en su círculo familiar es lo que más le agrada». Al valorar la «tranquilidad» y un ambiente «apacible», sir Thomas está manteniendo dos de los valores principales del mundo que describe la novela.
Lady Bertram representa una parodia de esos valores. Es un personaje totalmente insulso, ignorante e incapaz de tomar decisiones, realizar esfuerzos o mostrar opiniones independientes. Es, por supuesto, un personaje muy divertido, pero también nos descubre los valores en decadencia de Mansfield. De hecho, nunca piensa, nunca se mueve, nunca se preocupa por nada: con su afabilidad ausente de malicia es, en su indolencia insensible, totalmente inútil para ejercer de guardiana de Mansfield Park y sin duda culpable como madre. Y es esa tendencia a quedarse sentada en su sofá lo que permite el ascenso de Mrs. Norris. Lady Bertram no representa la tranquilidad y lo apacible, sino la indiferencia y el desplome. En cuanto a Mrs. Norris, es una de las creaciones más admirables de Jane Austen y uno de los personajes más convincentes y odiosos de la ficción. Fingiendo ser una de las guardianas de Mansfield —y tal vez ella crea serlo—, está a punto de lograr su destrucción con su egoísmo estéril y con sus estúpidas y maliciosas intromisiones e interferencias. Su malicia y su personalidad entrometida la convierten en el personaje más próximo al verdadero mal en el mundo de la novela. El hecho de que una figura así haya alcanzado una posición de influencia en Mansfield representa una crítica condenatoria al estado de su custodia. Es ella quien organiza el desastroso matrimonio de Maria; es ella quien anima a que se celebre la peligrosa representación teatral; es ella la responsable de la educación superficial y carente de principios de los hijos de los Bertram. Y, sobre todo, es ella quien incordia a Fanny con una maldad sin remordimientos y un odio injustificado: como si sintiera una aversión instintiva hacia toda forma de sinceridad inocente. Mrs. Norris muestra una adicción extrema a organizar cosas, a menudo con crueldad, siempre de manera equivocada; su proceder mezquino y entrometido está tan falto de delicadeza y afecto que, por lo general, provoca incomodidad o conduce al desastre. Si lady Bertram representa un tipo de apacibilidad equivocado, Mrs. Norris encarna a la perfección la administración ineficaz. Dice mucho del deterioro interno de Mansfield Park que se tarde tanto en expulsar a este personaje, que sólo se va cuando la presencia sanadora de Fanny finalmente se torna dominante en la casa.
Con esos guardianes no resulta extraño que los herederos legítimos tomen el camino equivocado, ya que no han sido educados para respetar y mantener su herencia. Tom, el hijo mayor, malgasta su energía en las carreras o simplemente deambulando. Su vida no implica ningún sacrificio, y tiene que padecer una enfermedad que casi le cuesta la vida para tomar algo de conciencia de los verdaderos valores de Mansfield: «Había sufrido y aprendido a pensar: dos ventajas que antes desconocía […] Se convirtió en lo que debía ser: útil a su padre, formal y sensato, y dejó de vivir egoístamente». Maria y Julia padecen la mala influencia de Mrs. Norris, carecen «totalmente de otras virtudes, como el conocimiento de sí mismas, la humildad y la generosidad». Maria, la favorita de Mrs. Norris, es quien más acusa la corrupción. Con su carácter superficial, para ella Mansfield Park sólo significa represión, y comete la insensatez de casarse por motivos abyectos. Como Jane Austen deja claro en uno de sus pasajes más implacables e irónicos: «En cuanto a los preparativos del ánimo, no necesitaba ninguno, porque estaba dispuesta a casarse por odio a su propia casa, a la circunspección y a la tranquilidad; por la amargura de un desengaño amoroso y por desprecio al hombre con quien iba a casarse. Lo demás podía esperar». Cabe destacar que todos los personajes que toman el camino equivocado comparten la aversión a la «tranquilidad». Es duro pero merecido que Maria termine viviendo un calvario con Mrs. Norris. Julia se fuga con un hombre corriente, pero tal vez a ella se la pueda perdonar porque «la educación recibida no le había conferido un grado tan pernicioso de engreimiento». Edmund es el heredero casi perfecto. Es sincero en su deseo de ser ordenado clérigo y desea dedicar su vida a actividades verdaderamente cristianas. Él es el único de la familia que se compadece de Fanny y que ayuda a darle una buena educación. En realidad, es tan solemne y está tan comprometido con la piedad como esta última, pero también tiene imperfecciones. Se deja engañar por el atractivo superficial de los Crawford; y al final sucumbe y acepta participar en la representación teatral; no percibe los defectos de Mary y llega a imaginarse enamorado de ella. Y en los momentos de necesidad de Fanny, también él la abandona e intenta convencerla para que se case con Henry Crawford. Tiene que pasar muchas tribulaciones para darse cuenta de que ella es su alma gemela. Pero para ésta todos los herederos se habrían descarriado.
Los intrusos son, en muchos sentidos, los personajes más interesantes de la novela, y los descritos con más perspicacia por Jane Austen. Al hacerlos atractivos y atribuirles multitud de cualidades interesantes, nos muestra lo sutil que es la amenaza que representan, así como lo íntimamente ligada que está a características que a todos nos gustan y nos atraen. (Más de un crítico ha insinuado que Mary Crawford, con su ingenio vivo, su vitalidad y resistencia, se parece mucho más a la propia Jane Austen que la mojigata de Fanny.) A continuación examinaré las cualidades de los Crawford para descubrir en qué punto se convierten en defectos. Desde el principio «los dos poseían un talante animado y simpático», y pronto se convierten en el centro imprescindible de todos los alegres acontecimientos que tienen lugar en Mansfield Park durante la ausencia de sir Thomas. Tal vez lo primero que haya que destacar es que ambos están relacionados con el movimiento, con la expresión libre de energía. Tienen la salud y la vitalidad necesarias para pasar por alto cualquier barrera o limitación. Les desagrada la «tranquilidad» y la falta de distracciones. Mary revela buena parte de su carácter cuando sale a montar a caballo, pues enseguida va a medio galope. En realidad, en esos momentos se insinúa que su gusto por el movimiento tal vez sea excesivo: «Tal era el gusto de Mary por montar, que no sabía parar». Como ella misma confiesa, sólo se siente «viva» cuando está haciendo algo. Del mismo modo, Henry es un gran aficionado a la caza y en general «por todo cuanto se pareciese a un domicilio fijo o a una limitación de la vida de sociedad, Henry Crawford sentía, desgraciadamente, una gran aversión». Además, ambos tienen una inteligencia «animada» y son buenos conversadores, divertidos e ingeniosos. No les gusta la quietud física ni intelectual. Ambos son «ágiles y valerosos» de un modo que, al principio, resulta sumamente atractivo. ¿Cuáles son pues sus defectos?
A grandes rasgos, podría decirse que su energía se ha alejado de cualquier guía o control moral: responden ante las oportunidades que les presenta el mundo, pero hacen oídos sordos a las exigencias de los principios. Mary, por ejemplo, considera el matrimonio «un negocio de intrigas» y, como buena londinense, opina que «Una gran renta es la mejor receta para ser feliz». Más serio es su desprecio hacia la profesión de clérigo: le parece insignificante desde el punto de vista social, y no es capaz de creer que alguien pueda elegirla por sincera vocación. Como se siente atraída hacia Edmund, hace todo lo que está en sus manos para provocarlo, mofarse y apartarlo de la llamada divina. Cuando descubre que mantiene su intención de ordenarse clérigo, se enfada y decide adoptar una actitud más severa. Los factores mundanos distorsionan sus sentimientos. De hecho, se muestra abiertamente egoísta y ambiciosa: «Es deber de cada cual hacer cuanto se pueda en pro de uno mismo». Es capaz de fingir afecto y devoción pero, como Fanny observa, es «ligera como mujer y como amiga». Esta «ligereza» es la que al final descubre Edmund, después de que Henry haya huido con Maria, cuando Mary los culpa sólo por su «insensatez», sin que le preocupe en absoluto su mala acción. De hecho, se atreve incluso a sugerir cómo deberían guardarse las apariencias. No tiene ninguna noción de la realidad subyacente. En palabras de Edmund: «Esto es lo que el mundo consigue». Cuando Mary hace un último intento para seducir a Edmund con una sugerente «sonrisa atrevida, juguetona», se descubre como la criatura mundana que es. Resulta magnífica en el mundo de las apariencias, pero como ser moral no es nada. No es una desaprensiva de manera consciente, sino más bien un producto de su mundo. Como Fanny es capaz de percibir, Mary tiene una mente «extraviada y aturdida, y sin sospechar en absoluto que fuese así; ofuscada, y figurándose que irradiaba luz».
Henry es igualmente «ligero», «irreflexivo e indiferente ante los perjuicios y el mal ejemplo». No está «habituado a examinar sus propias intenciones» y sólo tiene en cuenta a otras personas si pueden convertirse en «una diversión para su espíritu impulsivo», burlándose de aquellas que muestran interés por la virtud genuina. Fanny se dice a sí misma: «Es incapaz de sentir nada de lo que debiera». Lo más interesante es la actitud que muestra hacia la protagonista. Al principio, decide con frialdad conseguir que se enamore de él para después romperle el corazón, sólo para divertirse. Después se da cuenta de que empieza a sentirse verdaderamente atraído hacia ella, tal vez por un carácter y una sinceridad profunda que no había conocido hasta entonces. La presiona para que se case con él con tal devoción que llega a convencer a todos de la sinceridad de sus sentimientos. Sin embargo, Fanny percibe en todo momento un elemento de egoísmo en su amor en apariencia desinteresado. Es lo bastante perspicaz para darse cuenta de que, en realidad, está disfrutando con su interpretación de un pretendiente honesto y entregado. Henry está actuando, si bien es cierto que lo hace de manera inconsciente. Su amor carece de verdadera profundidad o perseverancia, como demuestra el hecho de que, de manera repentina, decida volver a coquetear con Maria, movido tan sólo por una «curiosidad» ociosa. Su reincidencia en el adulterio supone el restablecimiento de su verdadero «yo». Más adelante retomaré la importancia de la «actuación» en esta novela. Ahora centrémonos en lo que habría sucedido con el mundo de Mansfield Park si Fanny y Edmund hubieran sucumbido a Henry y Mary Crawford, con su energía sin centro, su gusto por el movimiento libre de ataduras morales, sus mentes ofuscadas y sus corazones insinceros.
Es al contrastar a Fanny con los entusiastas Crawford cuando resultará más fácil valorar la quietud, el silencio, la debilidad y el retraimiento de la protagonista. Hay que intentar entender su debilidad, casi una enfermedad (tienen que ayudarla para subir a su caballo, que nunca emprende un medio galope cuando ella lo monta), teniendo en cuenta que, como ha señalado Lionel Trilling, la heroína tradicional cristiana a menudo aparece como una mujer enfermiza, debilitada, incluso moribunda, como en Clarissa o en Las alas de la paloma. Es una forma de mostrar que no se siente del todo a gusto en el mundo, que no puede competir con su desenfrenada energía. En el caso de Fanny, esta debilidad es también señal del agotamiento y la tensión que le provoca su propio carácter. Pese a su quietud, no permanece inactiva: al contrario, a menudo se aferra con energía a principios y valores que los otros personajes abandonan sin pensar. Por lo general, agradece la «tranquilidad» que le ofrece la mejor versión de Mansfield Park. Le contenta mantenerse apartada, en silencio, inadvertida, lejos de las «fiestas». Mientras que Mary es una mujer claramente atrevida, que se siente como pez en el agua en el entorno social, Fanny se caracteriza por su «habitual timidez». De hecho, cuando todos se quejan de la falta de alegría que se instala en la casa tras el regreso de sir Thomas, ella defiende que «es natural que se observe cierta reserva». Para apreciar todas las implicaciones de esta afirmación debemos tener presente un comentario de Jane Austen: «¿Qué ha ocurrido con toda la timidez de este mundo?», una clara referencia no al recato, sino a una ligera reserva del alma. A la abnegación, al sosiego.
Al principio, el lugar de Fanny en Mansfield Park es ambiguo. Mary pregunta: «¿Ha sido o no ha sido presentada en sociedad?», es decir, ¿ha entrado o no en la sociedad? En un sentido amplio, cabe decir que aunque participe en ésta, nunca llegar a formar parte de ella. Este es el significado que se desprende de la pequeña y fría habitación que ocupa en un extremo de la casa, a la que se retira con frecuencia y donde lee o reflexiona y está en comunión consigo misma. Esto implica que, al principio, no la consideran una parte integral de la casa. En cierto modo, representa algunas características de la figura del artista: defiende el valor de la literatura, de la memoria, de la imaginación, y sólo ella muestra un verdadero aprecio por la naturaleza. Y lo más importante: en cierto modo personifica la conciencia suprema de la sociedad en la que se desenvuelve. Como muchos de los personajes de Henry James, no participa plenamente del mundo, pero como consecuencia de ello ve las cosas con mayor claridad y precisión que quienes sí lo hacen. Edmund dice: «Fanny es la única que ha obrado rectamente en todo momento, la única que se mostró coherente». Prefiere la costumbre y el hábito a la novedad y la innovación, y su decidida inmovilidad, aunque frágil y problemática, significa un último gesto de resistencia a la degradación del cambio y los impulsos sin contención. Representa la dificultad del pensamiento correcto y delicado en un mundo de percepciones inadecuadas e instintos sutilmente corrompidos. Sus esfuerzos y sus logros son mentales y morales. Sufre por mantenerse quieta en un mundo en el que el placer parece derivarse de la liberación y el movimiento. Su presencia es reconocida tras mucho sufrimiento, pues como Jane Austen sugiere, Fanny tiene que atravesar todas «las vicisitudes del espíritu humano». Sin embargo, se mantiene firme. Su contención, su rechazo a moverse, no es síntoma de la terquedad propia de una mula o de un miedo paralizante, sino una muestra de su integridad, de lo mucho que confía en su opinión sobre cómo deberían ser las cosas. Defiende la «luz interior» en un mundo de principios mundanos en decadencia. Cuando Henry Crawford recurre a ella en busca de consejo y aprobación, le dice: «Todos llevamos en nosotros mismos un guía mejor de lo que pueda serlo otra persona». Podemos considerarla una conciencia solitaria —desatendida, despreciada, intimidada, a veces asediada por las fuerzas de la persuasión mundana—, pero finalmente reconocida como la auténtica conservadora de los valores que Mansfield Park representa. Su verdadero significado se evidencia cuando sir Thomas se da cuenta de que «Fanny era sin duda la hija que necesitaba». Ella es la verdadera heredera de Mansfield Park.
Los personajes, por supuesto, revelan sus cualidades internas mediante sus acciones, y cabe señalar la extraordinaria habilidad con que Jane Austen describe los distintos incidentes, de modo que la meticulosa precisión en la superficie conlleva un sutil poder simbólico de fondo. Y fue inusualmente meticulosa y se tomó muchas molestias para ofrecer los detalles correctos. Por ejemplo, comprobó que en Northamptonshire hubiera una determinada clase de setos antes de mencionarla en la novela; es evidente que se sirvió de un calendario para que los días y las fechas fueran correctos; utilizó el nombre real de barcos de la época, y así con todo lo demás. Asimismo, consiguió que los detalles de la relativamente tranquila vida campestre que describe adquirieran un sentido más profundo y revelaran aspectos fundamentales de sus personajes. Sirva de muestra la partida de naipes (25). El juego se llama speculation y, durante la partida, los verdaderos «especuladores» de ese mundo se descubren a sí mismos. Resulta significativo que Fanny «nunca en la vida lo había jugado ni visto jugar». Henry intenta implicarla en el juego y «tuvo que seguir inspirándole las jugadas, incitando su astucia y endureciendo su corazón», pero en el juego, igual que en la vida, Fanny se resiste a sus impulsos y coacciones. Como no podía ser de otro modo, Henry juega muy bien y mientras enseña a jugar a otros, también se entromete de forma sutil en sus vidas. Mary juega una partida atrevida e impetuosa que ofrece muchas pistas sobre su actitud y su temperamento. Tras ganar una mano «a un precio exorbitante», exclama: «¡Eh, aquí tenéis una mujer valiente! La prudencia no se ha hecho para mí. Yo no he nacido para estar cruzada de brazos. Si pierdo la partida, no será porque no haya luchado por hacerla mía». Como en todo, prefiere la acción a la prudencia. «Suya fue la partida.» Esa mano define bien a Mary Crawford. Es una jugadora que gana las apuestas y cree que el juego no merece la pena. Cabría pensar que vence al mundo al altísimo precio de perder su alma. Al final, toda su energía es malgastada. Jane Austen consigue que un episodio efímero como lo es una partida de naipes refleje el temperamento y los impulsos de sus participantes (compárese con el uso que hace Henry James de la partida de cartas en un momento crucial de La copa dorada).
De manera similar, podríamos analizar el significado simbólico del momento en que Fanny descubre «un magnífico fuego ardiendo» en su habitación. También es destacable el modo sugerente en que Jane Austen explota el asunto de la cruz y la cadena que Fanny piensa ponerse para el baile. La cruz de ámbar es un regalo de su querido hermano William, y está decidida a llevarla muy cerca del corazón, igual que lo lleva a él. (Como de costumbre, esa cruz de ámbar tiene un origen real, ya que a Jane Austen le gustaban las «cadenas de oro y cruces de topacio» que el joven Charles Austen había enviado a sus hermanas desde el Mediterráneo en 1801: el simbolismo se basa por completo en un hecho real.) La pregunta es: ¿qué cadena se pondrá para llevar la cruz? Henry, astutamente, la obliga a aceptar una gargantilla, mientras que Edmund, un poco más adelante, le regala una cadena acorde con el gusto sencillo de Fanny. Al final la convencen para que se ponga la de Henry (igual que están intentando forzarla a aceptarlo como marido), pero por fortuna no pasa por la anilla de la cruz, de modo que puede ponerse la de Edmund sin remordimientos. Así, los dos obsequios de las dos personas a las que más quiere quedan unidos alrededor de su cuello durante el baile: y en ese momento se anuncia el emotivo episodio al final de la obra. Con todo, los dos momentos más relevantes a tener en cuenta son el viaje a Sotherton para hablar sobre las «mejoras» en la hacienda de Mr. Rushworth, y la representación teatral.
En la época era bastante habitual «mejorar» los terrenos con base en pintorescos principios de jardinería y arquitectura, y a partir de esa práctica contemporánea, Jane Austen construyó un episodio clave en la novela. Fanny, como es propio de ella, preferiría ver Sotherton «antes de que se lleve a cabo la reforma», pero Henry Crawford es un «proyectista» fervoroso (de hecho, siempre está interfiriendo en el statu quo), y Mr. Rushworth busca ayuda en él. Cuando ya están allí, la atmósfera de la casa les resulta opresiva, y en cuanto llegan a una puerta que conduce al exterior «como obedeciendo a un mismo impulso, a un mismo anhelo de aire y libertad, se deslizaron por ella». A fin de valorar lo que sucede a continuación, es importante tener presente la distribución del lugar. En primera instancia hay un terreno de césped limitado por muros: la naturaleza contenida, ordenada y civilizada. Sin embargo, un poco más allá se encuentra la espesura: allí todo es menos refinado, menos contenido, más oscuro. Afortunadamente, la puerta que lleva allí no está cerrada y todos se avienen a cruzarla en busca de sombra. Es entonces cuando Mary intenta que Edmund cambie de opinión en cuanto a su intención de convertirse en clérigo. (En el transcurso de esa conversación abandonan «el sendero ancho» y toman un camino de «continuo serpenteo»: de nuevo, la acción reproduce la vida interior.) Es aquí donde Fanny decide sentarse a descansar, y lo hace en un banco, frente a la verja de hierro que separa la floresta del espacio abierto del parque. Éste es uno de los gestos más importantes de la novela. Mary, como es habitual en ella, no soporta la quietud. «Necesito moverme. […] La inactividad me fatiga», dice, y deja que Fanny permanezca inmóvil pero tienta a Edmund para que contemple con ella el parque. En ese momento hacen aparición Henry Crawford, Mr. Rushworth y Maria. Esta última, siempre impaciente e incómoda con los límites o los espacios cerrados, desea cruzar la verja y adentrarse en la mayor libertad que ofrece el parque. La verja —la imagen perfecta para las rígidas restricciones impuestas por los convencionalismos de la vida civilizada— está cerrada. Mr. Rushworth va a buscar la llave. Como el prometido de Maria, él es, en muchos sentidos, la persona autorizada para «abrir las puertas» (tal vez haya una referencia a la virginidad, igual que el jardín cerrado la representa en la pintura medieval). Sin embargo, en su ausencia, Henry inicia un persuasivo y sugerente double entendre con Maria. Quien tiene que mejorar la casa es también quien perturba su vida tradicional. La conversación debe analizarse detenidamente; en particular, cuando Maria se queja de que la verja de hierro y la valla «me dan idea de opresión y encierro», a lo que Henry responde: «Creo que sin mucha dificultad saltaría usted por este extremo de la verja, con mi ayuda. Creo que podríamos hacerlo, si usted realmente desea más libertad y no lo considera vedado». Su adulterio —que también implica traspasar los «férreos» códigos de la sociedad— se prefigura aquí. Fanny les advierte del peligro, pero Maria consigue saltar la verja sin hacerse daño con las puntas de hierro. Más adelante, las afiladas puntas de los convencionalismos la lastimarán mucho más profundamente. Fanny «se quedó otra vez sola». A continuación, aparece Mr. Rushworth, molesto al descubrir que se han marchado sin él. Julia se presenta sin resuello y enfadada. Edmund y Mary siguen con su sinuoso paseo por el bosque. Sólo Fanny permanece quieta, en silencio y a solas; sin tomar parte en las travesuras de los otros, que obedecen a sus deseos y siguen sus impulsos. Cuando se reúnen todos de nuevo, queda la sensación de que se ha producido una suerte de daño irreparable. «Según ellos refirieron, no habían hecho más que ir unos en pos de otros, y el encuentro le pareció a Fanny que se había producido demasiado tarde para restablecer la armonía lo mismo que para, según reconocieron, tomar decisiones sobre las mejoras a realizar.» No se ha conseguido nada constructivo, más bien lo contrario, se han sembrado las semillas de la discordia, ya que el movimiento cruzado, confuso y a menudo furtivo, en la atmósfera de creciente libertad y ocultamiento que ofrecen el jardín, el bosque y el parque, presagia el desorden más serio que muchos de los personajes experimentarán en sus vidas a partir de ese punto. El hecho de que Fanny permanezca quieta mientras los otros corretean de un lado a otro representa un pequeño gesto de perseverancia moral.
La representación teatral constituye la parte central de la novela; de hecho, proporciona uno de los momentos más sutiles y perspicaces de la ficción inglesa. Sabemos, gracias a la obra Recuerdos de Jane Austen, de James Edward Austen-Leigh, sobrino de la autora, que en su casa las representaciones teatrales de aficionados eran habituales y no se censuraban como sucede en la novela. Sin embargo, en esta obra Austen las utiliza como un vehículo para explorar la profunda repercusión de la «actuación» y la «interpretación», tanto para el individuo como para la sociedad. Su brillante análisis de las implicaciones de las obras teatrales y de su relevancia para la vida moderna justifica la afirmación de Lionel Trilling de que «fue Jane Austen la primera en representar la personalidad específicamente moderna y la cultura en la que se desarrolla». La actuación representa la culminación del desenfreno irresponsable con que actúan durante la ausencia de sir Thomas («Así se verían libres de toda coerción»). Por supuesto, la idea de llevar a cabo una representación en casa resulta inofensiva cuando no absolutamente encantadora para el lector. Sin embargo, en términos del mundo de la obra, debemos percibir el intento de convertir Mansfield Park en un teatro como un peligroso acto de profanación: es como transformar un templo de orden en una escuela de escándalos. Resulta interesante que todos los personajes están de acuerdo en que sir Thomas lo desaprobaría, pero Tom rechaza las objeciones de Edmund asegurando que «No habrá perjuicio para su casa». No obstante, de un modo más profundo, Mansfield Park ya está destruido cuando «en todos se había despertado el deseo de actuar». Mansfield Park es un lugar en el que cada uno debe ser fiel a su propio «yo», mientras que el teatro es un lugar en el que se puede explorar y experimentar con otros «yoes». Una persona no puede vivir en ambos.
Tal vez nos ayude recordar la antigua objeción platónica a la actuación: Platón opinaba que una persona no podía ser a la vez buen ciudadano y actor, porque el hecho de simular una personalidad tiene una influencia degradante y desmoralizante en el «yo» civilizado. Hay una larga historia de este tipo de desconfianza hacia los insidiosos peligros de la actuación. Por otro lado, al menos desde el movimiento romántico, se ha desarrollado un creciente interés por la interpretación, la actuación, las máscaras y demás, con la idea de que tal vez el «yo» sólo pueda desarrollarse plenamente experimentando distintos papeles o probándose máscaras distintas. Una de las creencias románticas imperantes es que somos mucho más de lo que la conciencia nos dice, que un individuo es una multitud de posibilidades casi infinitas (de ahí que Whitman escribiera «contengo multitudes»). Ha existido el deseo correspondiente de intentar extender la vida y la conciencia mediante la interpretación de diferentes papeles. Al perdernos en un papel, puede que encontremos una parte distinta, oculta, de nosotros mismos: y el escenario es un lugar estupendo para descubrir esas multitudes interiores y ocultas a las que Whitman alude. También la lectura ofrece un ámbito importante para desempeñar distintos papeles de manera indirecta. Pero aunque el «yo» puede disfrutar de una vida más rica y amplia al pasar de un papel a otro, es evidente el peligro intrínseco que reside en ello: cabe la posibilidad de que se desvanezca hasta el punto de que el hombre se pierda en el actor y el rostro se convierta en la máscara. Sin duda, el desempeño de papeles desafía la estabilidad y la inmovilidad; si el «yo» es incierto, no hay límite en cuanto a lo que puede hacer, pues no sabemos cómo puede comportarse. La vida, en lugar de concebirse como una adherencia firme a rígidos principios morales, puede convertirse en una serie de improvisaciones determinadas por el entorno del momento.
Quien introduce el germen del teatro en Mansfield Park es Mr. Yates, un visitante sin más virtudes que las de «vestir a la moda y gastar». Muy pronto todos los personajes más jóvenes desean actuar o, como Tom señala, «ejercitar nuestras facultades en algo nuevo». Una vez más, debe destacarse que es en la ausencia de sir Thomas cuando toda una serie de «facultades» e impulsos hasta entonces reprimidos empiezan a necesitar expresarse y satisfacerse. Como es de esperar, lady Bertram no pone impedimentos; a Mrs. Norris le gusta la idea porque «intuyó en la realización del proyecto todas las delicias de los apresuramientos, el bullicio y la presunción». Sólo Edmund lo desaprueba y, por supuesto, también Fanny. Ambos se niegan a «actuar». Las palabras de esta última tienen una importancia especial. «No sería capaz de interpretar ningún papel aunque me diesen el mundo a cambio. No, eso sí que no, no sé actuar.» De manera reveladora, Henry Crawford es «el mejor actor», e incluso Fanny reconoce su enorme talento en ese ámbito. Claro está, lo importante es que ese talento se traslada del teatro a la vida real: fuera del escenario «no hacía más que completar su pérfida jugarreta» en lo relativo a los sentimientos de Julia y Maria. Ésta se siente más que satisfecha al poder recrearse en su pasión ilícita por Henry bajo la apariencia de la «actuación». Mary también está en su elemento en el teatro, y con su provocación y su actitud tentadora consigue socavar la decisión de Edmund, quien finalmente acepta participar. Porque cuando pregunta de forma provocativa: «¿Cuál de vosotros será el caballero a quien tendré el placer de amar?», Edmund no es capaz de resistirse a interpretar el papel. Esto tiene repercusiones importantes. Él ha elegido la profesión de clérigo, y una profesión es, en efecto, el papel establecido que elegimos para el resto de nuestra vida con la mayor responsabilidad. En ese momento, Edmund abandona simbólicamente su profesión, el rol que desempeña en la vida, para interpretar a un clérigo que sucumbe a una aventura amorosa (ése es su papel). Ello implica una renuncia a su auténtico «yo» para sucumbir a un impulso pasional. Y con esta deserción, Fanny se queda sola entre los «intérpretes», convertida en el centro del verdadero juicio y la lucidez responsable. Los otros han dejado de ser ellos mismos: «Nadie era dueño de sí», en palabras de Shakespeare.
Todo lo relacionado con la representación teatral presagia discordia. En primer lugar, los «intérpretes» se pelean con egoísmo sobre la repartición de los papeles porque, como es lógico, todos quieren el más deseado. A continuación se altera el aspecto de la casa para hacerla parecer un teatro. La obra elegida, Promesas de enamorados, aunque frívola, trata de relaciones antinaturales o peligrosas; Maria, en su papel de madre abandonada, y Henry, que interpreta a su hijo ilegítimo, tienen la oportunidad de desarrollar una intimidad insidiosa. A medida que avanzan los ensayos, unos deseos reprimidos y sospechosos empiezan a emerger gracias a la libertad que ofrece la interpretación. Sólo Fanny se mantiene al margen. En realidad, se convierte en una figura extrañamente necesaria, porque es ella quien recibe sus quejas, los escucha mientras se aprenden el papel, hace de apuntadora y de «juez y crítico». Además, «había en su espíritu más paz que en ningún otro» (con excepción del momento angustioso en que tiene que escuchar a Maria y a Edmund ensayar su escena de amor). Lo más relevante es que únicamente Fanny es consciente del todo. Consciente, por ejemplo, del sufrimiento de Julia, de lo que Henry y Maria están haciendo en realidad, y de que Edmund se siente defraudado por Mary. Su claridad de conciencia es de suma importancia porque ella es el único personaje lúcido que queda en Mansfield Park. Incluso Edmund «entre el papel que debía interpretar en la obra y el que le correspondía en el mundo real […] estaba igualmente abstraído». Salvo Fanny, no queda nadie para defender la necesidad de una conciencia moral lúcida. Los otros se han perdido en sus respectivos papeles; han dejado de ver tras las máscaras. Esto puede provocar que en ocasiones Fanny parezca una mojigata, pero debemos tener en cuenta su valor simbólico. Por esta razón los momentos finales del capítulo 18 resultan tan dramáticos; porque con la indisposición de Mrs. Grant justo antes del primer ensayo completo, queda un papel vacante. Desesperados, los actores recurren a Fanny e intentan convencerla, acosándola, para que interprete el papel. Incluso Edmund la presiona para que participe en la obra. Parece que, finalmente, también Fanny vaya a sucumbir a la actuación, pero sir Thomas regresa de manera inesperada, los actores se dispersan y el escenario vuelve a ser el de Mansfield Park. Puede que su regreso resulte melodramático, pero nos queda la sensación de que si sir Thomas no hubiera vuelto, Fanny se habría visto obligada a «actuar» y Mansfield Park se habría transformado por completo en un teatro. De nuevo, cabe destacar el sutil simbolismo de este hecho y ver la conciencia de Fanny como una única luz clara en la casa cada vez más oscura, de manera que cuando los actores la rodean para obligarla a interpretar un papel, podemos sentir que el último foco de conciencia lúcida está a punto de extinguirse. Si no sucede así es debido a la poderosa autoridad que transmite la mera presencia de sir Thomas. Y de este modo, porque Fanny logra resistir, será ella quien realmente salve Mansfield Park cuando, al final de la novela, el desorden insinuado con la obra de teatro se torne un caos moral en la vida real.
Una última consideración sobre la «actuación». Con el regreso de sir Thomas desaparece todo rastro del teatro y la casa vuelve a su estado «monótono y gris» anterior, hasta tal punto que incluso Edmund opina que «falta un poco de animación en casa». Tiene que pasar mucho tiempo antes de que se refiera a la época del teatro como «aquel período de general locura». Mary, como es de esperar, la recuerda como el momento más feliz de su vida. «Si yo tuviera la facultad de poder recordar una sola semana de mi existencia, sería esa semana, la de los ensayos, la que recordaría.» Henry, el actor supremo, también se recrea en el recuerdo de las actividades dramáticas. «Todos trajinábamos con gran energía […] Jamás fui tan feliz.» Ésa es la verdad profunda sobre los Crawford, criados en el gran escenario de la vida londinense: sólo se sienten vivos y felices cuando interpretan un papel. Ellos mismos, en reposo, no son nada; únicamente grandes especialistas, con un dominio absoluto de todas las respuestas posibles: como los grandes actores, pueden imitar todos los sentimientos porque, en el fondo, no sienten ninguno. Están condenados a ser insinceros, porque carecen de verdaderos sentimientos. En esto, en su extraña combinación de energía y vacuidad, son una pareja moderna. La habilidad de Henry para actuar se destaca nuevamente cuando pretende a Fanny. Toma un ejemplar de Enrique VIII (sin duda una broma por parte de Jane Austen, puesto que los dos Enriques muestran una clara preferencia por una pluralidad de mujeres) y exhibe un instinto natural para leer pasajes de todos los personajes a la perfección. «El rey, la reina, Buckingham, Wolsey, todos fueron desfilando por turno; pues con el más feliz acierto, con las mayores facultades para amoldarse y con la mayor intuición, siempre daba con la mejor escena o el menor parlamento de cada personaje; y lo mismo si se trataba de dignidad u orgullo, ternura o remordimiento, o lo que hubiere que expresar, sabía hacerlo con idéntica perfección. Había auténtico dramatismo.» Así, Henry Crawford, con sus «grandes condiciones de actor», descubre la que en realidad es su condena. Porque si puede interpretar todos los papeles igualmente bien, ¿cómo es posible saber quién es en realidad? Y si es capaz de simular todos los estados de ánimo y afectos, ¿cómo puede saber lo que siente? Henry Crawford es un hombre de quien podemos afirmar que «pone todo su corazón en la actuación». Desafortunadamente, también ha puesto toda la actuación en su corazón. En su cortejo a Fanny, tal vez esté interpretando el papel más difícil de todos: el papel de la sinceridad. Sin embargo, pese a sus grandes esfuerzos, no es capaz de mantenerlo, y Fanny, la persona más contraria a la actuación, resulta vencedora. El lector tiene la sensación de que gracias a su determinación y resistencia —en todos los sentidos— los actores desaparecen de Mansfield Park.
En una carta, Jane Austen expresó que el tema de esta obra era la «ordenación»; sin duda, el hecho de que Edmund se decante por su profesión como clérigo es un asunto importante: Mary la desprecia e intenta tentarlo a abandonarla, mientras que Fanny la admira y le proporciona todo el apoyo que puede. Sin embargo, la obra contiene otros temas muy importantes. Algunos de ellos pueden descubrirse mediante la yuxtaposición de determinadas palabras abstractas, porque Jane Austen utiliza las abstracciones con toda la fuerza, seguridad y sutil distinción de una escritora del siglo XVIII. Hay un contraste entre apariencia y realidad, el convincente estilo de los Crawford compensado por la autenticidad reservada de Fanny. Tomamos conciencia del conflicto entre las bondades de la personalidad y los rigores de los principios. Nos percatamos de la necesidad de distinguir entre lo «grato» y lo «puro», entre lo «agradable» y lo «prudente». El «deber» es, por supuesto, sumamente importante, pero debe ir acompañado de «delicadeza». Y la que supone una lección quizá más difícil: se nos muestra que las delicias del «ingenio» (con las que Jane Austen tanto disfrutaba) son triviales comparadas con la sensatez de la sabiduría. En una carta escribió: «La sabiduría es mejor que el ingenio y, a la larga, sin duda, tendrá la risa de su lado». Como han señalado algunos críticos, la obra, de un modo más general, trata la represión y la negación, la permanencia y el encierro, la timidez de la cautela y la rutina en oposición a la euforia del riesgo y el cambio. No obstante, si admitimos las implicaciones simbólicas del mundo de la obra observaremos que, en lo más profundo, es una novela que trata la dificultad de mantener una verdadera conciencia moral en medio de las egoístas maquinaciones y estrategias de la sociedad. Fanny tiene que enfrentarse constantemente a mecanismos tales como la persuasión, la victimización, la coacción y la oposición. A duras penas escapa de la presión de todos para que acepte actuar (18). La dejamos aislada, incómoda, mientras todos intentan imponerle una situación aún más falsa: el matrimonio con Henry Crawford (31). Lionel Trilling ha observado que en nuestra época tendemos a creer que «las acciones adecuadas pueden llevarse a cabo sin perjuicio para el yo», pero Jane Austen sabía que la virtud era un asunto complicado y que la moralidad podía conllevar renuncias, sacrificio y padecimientos en solitario. Una vez más, tendemos a admirar la energía; sin embargo, volviendo a la afirmación de Trilling, Jane Austen tenía un sólido conocimiento de la paradoja de que «el “yo” puede destruir al “yo” mediante las mismas energías que definen su ser, que el “yo” puede conservarse mediante la negación de sus propias energías». En la debilitada pero recta figura de Fanny Price percibimos el dolor y el esfuerzo implicados en el mantenimiento de los valores auténticos en un mundo corrosivo de energías peligrosas y estrategias egoístas. Fanny sufre en su quietud, y lo hace por el bien de la rectitud.
El alcance del tema principal en la obra de Jane Austen no varía demasiado de una novela a otra: «Tres o cuatro familias en una población rural es justo con lo que hay que trabajar», escribió una vez. Tampoco cambia mucho su proceder: una escrupulosa observación y una penetrante ironía aplicadas dentro de límites deliberadamente estrechos; en una ocasión se refirió al «pequeño pedazo de marfil, de dos pulgadas de ancho, en el que trabajo con un pincel tan fino». No obstante, Mansfield Park es una novela de clima muy distinto a las anteriores, y para analizar este cambio conviene tener en cuenta un par de detalles biográficos. Jane Austen escribió sus tres primeras novelas —Sentido y sensibilidad, Orgullo y prejuicio y La abadía de Northanger— cuando tenía veintitrés años y vivía feliz en Steventon, su pueblo natal. Sin embargo, entre 1801 y 1809 la familia se trasladó, y primero vivió en Bath y después en Southampton, lugares en los que, al parecer, no fue tan feliz. En 1809, junto a su madre y su hermana Cassandra, se instaló en Chawton, Hampshire, donde permaneció hasta su muerte en 1817. Y allí, en 1811, a los treinta y seis años, empezó a escribir Mansfield Park, su primera novela completa en más de doce años. En ese tiempo, su padre había muerto (en 1805) y parece bastante seguro que Jane había mantenido una relación amorosa desgraciada con un hombre (posiblemente apellidado Blackall) que murió poco después de su primer, y aparentemente muy feliz, encuentro. Cabe pensar que en esa época se hubiera resignado a una vida de soltería e, inevitablemente, tuviera una actitud más seria. Sin duda, las heroínas de sus novelas anteriores parecen más alegres, fuertes y con una mayor capacidad de recuperación que las que vinieron después: no se ven amenazadas por la locura y la maldad de la sociedad en la que se mueven. Sin embargo, Fanny es débil, está llena de temores y se ve realmente amenazada; en Persuasión, Anne Elliot se ve, como el título sugiere, sometida a «consejos» coactivos que están a punto de privarla de felicidad para el resto de la vida. Se había visto «obligada a conducirse prudentemente» y tienen que pasar largos años de sufrimiento y espera para que recupere al capitán Wentworth. Emma, en la novela homónima, es, sin duda, alegre y fuerte, pero es culpable de engreimiento, crueldad y graves errores de juicio. Tiene que someterse a un largo período de educación y sufrir humillaciones que sirven de revulsivo antes de ser digna de George Knightly, el hombre que la hará feliz. Ninguna de estas jóvenes alcanza sin problemas la felicidad, y se produce mucho padecimiento y una larga espera antes del dichoso matrimonio. Jane Austen siempre aceptó el hecho de que la vida tiene que definirse y vivirse dentro de unos límites: nunca propuso la idea de abandonar la sociedad para lograr la libertad fuera de ella. Sin embargo, parece que con el tiempo fue cada vez más consciente de lo que D. W. Harding define como «la imposibilidad de aislarse de gente desagradable». Muchos de los personajes del universo de ficción tardío de la autora nos recuerdan la idea de Sartre de que «el infierno son los otros». En años posteriores, al revisar Orgullo y prejuicio escribió: «La obra es demasiado ligera, brillante y chispeante». En la época de Mansfield Park, gran parte de la ligereza y el brillo había desaparecido y, aunque su comicidad seguía tan viva como siempre, ahora parecía más consciente de los verdaderos males y sufrimientos inextricablemente unidos a la sociedad.
Además, creo que fue consciente de los enormes cambios que ya se estaban produciendo en Inglaterra. No quiero decir que Jane Austen se refiriera en concreto al cambio social; en este sentido, su mundo se mantuvo curiosamente vacío de profundidad y amplitud de miras. No obstante, sí parece captar una alteración fundam