1.ª edición: marzo, 2014
© 2014 by Ana F. Malory
© Ediciones B, S. A., 2014
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
Depósito Legal: B 5799-2014
ISBN DIGITAL: 978-84-9019-335-8
Diseño de portada: Rosa Gámez
Imagen portada: ©Thinkstock
Maquetación ebook: Caurina.com
Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.
Contenido
Portadilla
Créditos
Agradecimientos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Epílogo
NOTA DE LA AUTORA:
Agradecimientos
Es maravilloso poder contar con gente a tu alrededor dispuesta a compartir desinteresadamente sus conocimientos y su tiempo. Y eso hace que en esta ocasión mi lista de agradecimientos sea un poquito larga, pero no quiero dejarme a nadie fuera.
En primer lugar quiero dar las gracias a todo el equipo del RNR y ediciones B, especialmente a mi editora Ilu Vilchez, por contar conmigo para esta estupenda selección.
Gracias a esas personas que, detrás de estas siglas, hacen posible que El Rincón siga funcionando y que además tienen tiempo (y si no se lo inventan) para estar ahí, para apoyar, aconsejar y ayudar siempre que lo necesitas. ¡Gracias, de corazón! por todo el trabajo, el esfuerzo y el interés que habéis puesto para que esta novela vea la luz. Sois únicas, de verdad.
Gracias también a Rosa Gámez por la estupenda portada que ha creado para la novela.
Otra persona a la que tengo mucho que agradecer es a Ruth M. Lerga y a su boli rojo. Gracias por las horas que me has dedicado, por la sinceridad, por tu buen humor, hasta por esos momentos —Z— que tanto me han hecho reír y aprender, además de hacerme ver que tengo una vena un poquito masoquista. ¡Gracias por ser como eres, por ser tan Grande!
No me puedo olvidar de Alberto Valcárcel, gran figurinista y mejor amigo, que ha tenido la paciencia de contestar a todas mis preguntas sobre la moda femenina del siglo XIX. Además de ayudarme con la descripción de un par de modelitos que salen en la novela. Gracias, Al, porque sin tu ayuda el traje de madame Lagrange habría quedado mucho más deslucido.
Gracias a Elena, por señalarme esos detalles que pueden parecer insignificantes pero que a la hora de la verdad marcan la diferencia en una historia.
Gracias también a Araceli por estar ahí, porque sé que siempre puedo contar con ella.
Gracias a Marcia Cotlan, amiga y compañera, por el estupendo booktrailer que ha hecho para —A un beso del pasado—.
Gracias a mi amiga Mai, por las cientos de fotos que me hizo hasta conseguir una en la que se me viera medio decente.
Gracias a Roge, mi marido. Sin su ayuda no habría tenido tiempo material para escribir.
Y por supuesto, gracias a ti, que has decidido invertir tu dinero y tu tiempo en esta historia. Ojalá la disfrutes tanto como la he disfrutado yo.
Capítulo 1
Era sábado, faltaban siete días para la gran noche y las llamadas y mensajes al móvil de Elaine no cesaban a pesar de que todo estaba dispuesto y organizado al milímetro. Nada podía salir mal en un entorno como el del Sofitel London St. James, hotel de cinco estrellas ubicado en el corazón del West End y vecino del palacio de Buckingham. El dorado de la pared contrastaba a la perfección con el tapizado burdeos de las sillas, las pinturas del techo, los ostentosos cortinajes de terciopelo de las ventanas, las hornacinas en las que descansaban réplicas de esculturas clásicas… Un ambiente saturado de lujo y plagado de detalles que era lo que requería una celebración como aquella. Pero Charlotte no parecía ser de la misma opinión. Las dudas la asaltaban y el temor a que un imprevisto le estropeara la fiesta de compromiso en el último momento la estaban desquiciando. Y mientras tanto, Elaine continuaba teniendo ante sí una montaña de exámenes sin corregir, porque cada vez que intentaba reanudar el trabajo la futura novia reclamaba su atención.
Si el maldito aparato sonaba una vez más terminaría matándola, pensó llevándose un mechón de pelo castaño tras la oreja y señalando en rojo una respuesta incorrecta. Entendía su ansiedad, porque ella misma se sentía nerviosa y excitada a pesar de ser tan solo una invitada más. Compartía con Charlotte su desmedida pasión por todo lo relacionado con épocas pasadas, tanto que llevaban años asistiendo a clases de bailes antiguos y eran capaces de ejecutar una contradanza o una cuadrilla con la misma gracia y soltura que una dama de otros tiempos, y por eso la idea de aquella fiesta le había fascinado desde el principio. La diferencia estaba en que ella no tenía un gran sueldo, ni un padre millonario que pudiera pagar a la mejor modista de Londres, pero contaba con unas manos hábiles y la ayuda de su madre. Entre las dos, después de haber gastado una buena parte de sus ahorros en telas, hilos y botones, habían trabajado horas, cortando, sobrehilando, midiendo y probando una y otra vez para que el resultado fuera perfecto y lo habían conseguido. Era el vestido más maravilloso que Elaine había visto jamás, único, especial y suyo.
La musiquilla del teléfono la interrumpió por enésima vez en lo que iba de tarde. Dejó caer la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y suspiró con resignación antes de contestar. No se molestó en comprobar el número y al reconocer la voz grave y rota de Harry su corazón se aceleró.
—Hola, preciosa.
—Hola, Harry —se irguió sobre la silla sonriendo encantada al saberlo al otro lado de la línea.
—¿Tienes planes para esta noche? —preguntó sin rodeos, algo habitual en él. Era un hombre directo que no acostumbraba a perder el tiempo. Cuando sabía lo que quería iba a por ello.
—Tengo un montón de exámenes que corregir —aclaró frunciendo los labios en una mueca de disgusto. Adoraba la enseñanza, disfrutaba con su trabajo, pero la expectativa de pasar la noche corrigiendo ejercicios en lugar de gozando de una maravillosa velada junto a Harry le resultó lamentable.
Harry captó el tono abatido de Elaine. Una sonrisa ladina y triunfal curvó sus labios.
—Déjalos para mañana, salgamos a cenar. Tengo ganas de verte —las últimas palabras arañaron la garganta masculina, provocándole un escalofrío de placer a Elaine, que se supo perdida.
—De acuerdo —no dudó al responder.
—Genial, te recojo a eso de las seis. ¿Te viene bien?
Echó un vistazo al reloj.
—Me viene bien —de nuevo sonreía.
—Entonces hasta luego, y… ponte guapa.
Colgó sin darle opción a responder, costumbre que la irritaba sobremanera pero a la que comenzaba a habituarse.
Volvió a consultar la hora y decidió que tenía tiempo más que de sobra para darse una ducha e incluso, si se apresuraba, podría continuar corrigiendo los trabajos de sus alumnos y adelantar parte de la tarea.
Apenas Harry cortó la comunicación con Elaine una nueva llamada entró en su móvil.
“¡Es John!”
—¿A qué se debe el honor? —preguntó sin saludar, pero la sonrisa que exhibía demostraba que estaba encantado de poder hablar con su amigo.
—Acabo de llegar. Me he tomado la semana libre —aclaró el otro.
—¡Estupendo! —exclamó entusiasmado ante la idea de que John se encontrara en Londres.
—¿Tienes planes para esta noche?
La euforia inicial por saber de John poco a poco se fue desinflando al recordar la cita con Elaine. La chica le gustaba y de vez en cuando pasaban buenos momentos juntos, pero entre ellos no existía ningún compromiso y sentía que se había precipitado al quedar con ella. Si John lo hubiera llamado tan solo cinco minutos antes…
—He quedado con Elaine —intentó no sonar demasiado desencantado.
John visualizó unos esquivos ojos verdes.
—La amiga de Charlotte —insistió Harry ante el silencio del otro.
—Sí, sé quién es —repuso sin emoción en la voz.
“Cómo olvidarla”. Se habían conocido cinco meses atrás en la primera cena organizada por Peter y Charlotte al inicio de su relación. La absurda discusión que habían mantenido sobre vinos no había sido precisamente lo que se podría denominar agradable. Se había revelado como una marisabidilla. Los siguientes encuentros, aunque escasos, tampoco habían sido mejores.
—No pasa nada, tenemos el resto de la semana para ponernos al día. Disfruta de la velada.
—Espera —fue casi un ruego. Después de varias semanas en las que apenas habían mantenido contacto se resistía a no encontrarse con él— ¿Has hablado con Peter? —una idea comenzó a fraguarse con rapidez en su cabeza.
—Aún no. Imaginé que tendría planes y no conté con los tuyos —conocía a Harry más que de sobra para saber que en raras ocasiones se comprometía con antelación. Su especialidad era la improvisación. Le sorprendía que aquella noche fuera diferente.
—Dame un par de minutos —colgó sin esperar respuesta. John sonrió perezoso moviendo la cabeza. A pesar de los años no terminaba de acostumbrarse a las rudas formas de Harry al teléfono y su costumbre de dejarlo con la palabra en la boca, pero poco se podía hacer al respecto, él era así.
Comenzó a deshacer el equipaje preguntándose qué estaría maquinando. Estaba seguro que no tardaría demasiado en averiguarlo.
Veinte minutos después, enfundada en un suave y cómodo albornoz con el pelo húmedo cayendo sobre la espalda, salió del cuarto de baño. Abrió las puertas del armario de par en par y contempló indecisa la ropa pulcramente ordenada en su interior. Apartó algunas perchas y contempló el vestido de lana negro. “Demasiado soso”, pensó desechándolo. Harry no le había especificado a dónde la llevaría a cenar pero conociéndolo sabía que no sería un lugar íntimo y con encanto, ni uno de los más lujosos de la ciudad. Sería más bien uno de aquellos locales de moda que tanto le gustaba frecuentar y dónde todo el mundo parecía conocerlo. Sacó una falda negra y la dejó sobre la cama, una blusa blanca fue a hacerle compañía al instante. Observó el conjunto jugueteando con sus labios, dándose golpecitos con las yemas de los dedos y suaves pellizcos, algo que hacía siempre que se concentraba en alguna tarea que no requería el uso de las manos. También lo descartó.
Después de un buen rato combinando diferentes prendas se decidió por unos pantalones gris perla de cintura alta y una elegante blusa de seda blanca inspirada en la clásica camisa de caballero, con la típica pechera de pliegues empleada con el smoking. En ella no resultaba en absoluto masculina porque se ceñía a la cintura resaltando su silueta y los puños dobles cerrados con gemelos de ónice negro completaban ese conjunto sencillo pero chic que realzaba su feminidad con solo desabrochar los primeros botones.
Una rápida ojeada al reloj le bastó para darse cuenta de que había desperdiciado demasiado tiempo decidiendo qué ponerse. Imposible coger el bolígrafo rojo.
Encogiéndose de hombros regresó bailoteando al cuarto de baño, excitada ante la idea de pasar la noche con Harry. Sabía que no debía hacerse ilusiones, no con él, pero era difícil no hacerlo pues era muy atractivo y “en la cama es increíble”. Aquel pensamiento le provocó un cosquilleo que la hizo cerrar los ojos y estremecerse de pies a cabeza. Sí, era el hombre perfecto, salvo porque odiaba las relaciones estables. “Algún defecto tenía que tener”.
Elaine deseaba encontrar pareja, enamorarse y ser feliz, como le había pasado a su mejor amiga, pero la espera resultaba mucho más interesante teniendo a Harry cerca. Al menos eso era lo que se decía a sí misma negándose a escuchar la risilla socarrona de su subconsciente que, cada vez que lo tenía delante, hacía sonar en su cabeza la marcha nupcial de Mendelssohn... No le interesaba. Era una mujer joven a la que le gustaba salir, divertirse y practicar buen sexo, ¿por qué desperdiciar la oportunidad cuando se la ponían delante?
—Cambio de planes —fue lo primero que dijo Harry al verla.
Ayudándole a ponerse la gabardina le habló de la inesperada llamada de John.
En el coche, Elaine escuchaba a un emocionado Harry que explicaba cómo en menos de una hora había logrado reunir al variopinto grupo que se había formado a raíz de la relación entre Peter y Charlotte. “Toda una proeza”, ironizó Elaine para sus adentros.
—Espero que no te importe —le había dicho sin apartar la vista del tráfico.
—No me importa —mintió.
¿Qué iba a decir? ¿Que sí le importaba? ¿Que no soportaba a John? ¿Que hubiera preferido pasar la noche a solas con él? Sí, podría habérselo dicho, pero eso no cambiaría las cosas, prefirió dejarlo correr y tragarse su decepción.
Apenas llegaron al estupendo dúplex que Peter y Charlotte habían adquirido en White Horse Street, en el céntrico barrio de St. James, esta le puso una copa de vino en la mano e intentó llevársela al piso de arriba. Quería mostrarle los cambios que habían realizado, pero la llegada de John truncó, además de la cena a solas con Harry, la visita a la planta alta.
Y allí estaba él, ajeno a su rencor, ignorando su mirada venenosa, recibiendo besos de las chicas y apretones de manos y palmadas en la espalda de sus amigos, como si se tratara de un héroe recién llegado de la batalla. Tan estirado como siempre y con esa soberbia que la sacaba de sus casillas. Era un prepotente, por mucho que insistieran en decirle lo contrario. Incluso Charlotte le había asegurado que era un tipo estupendo, pero ella no podía considerarlo así.
Lo vio avanzar entre el grupo. Se encontraba a unos pasos saludando a Jessica y en cuestión de segundos llegaría junto a ella. Apartó la mirada, tomó un sorbo de vino, realizó una inspiración profunda y armada con una radiante y estudiada sonrisa se limitó a esperar lo inevitable. En esa ocasión no le daría la satisfacción de dejarla en evidencia por no saludarlo, como había sucedido la última vez que habían coincidido y ella había tratado de hacerse la despistada eludiéndolo con el mayor disimulo. Pero él no había estado dispuesto a dejarlo pasar y alzando la voz la había reprendido “cariñosamente” por ser la única que no le había dado un par de besos a su llegada. Todavía recordaba la estúpida excusa que le había dado y cómo había rezado para poder desvanecerse en el aire sin dejar rastro consciente de su propia grosería y detestándolo más que nunca.
—Hola, Jo… —incrédula y con la sonrisa pegada a los labios no terminó el saludo.
La había ignorado por completo pasando junto a ella para ir directo a Charlotte que se encontraba un par de pasos por detrás. Intentó mantener la compostura. No pensaba montar una escena, no respondería a su provocación a pesar de que la sangre le ardía en las venas. Notaba la cara encendida y todo por culpa de aquel…
—Hola, Elaine —evitó mirarla a los ojos y el saludo quedó reducido a un leve y rápido roce de mejillas.
—Hola —consiguió articular antes de verlo alejarse de nuevo.
“Lo ha hecho a propósito”, pensó antes de regañarse a sí misma por dejar que le afectara. Se sentía como una idiota. Casi podía notar todas las miradas sobre ella, como si advirtieran su bochorno y lo ridícula que se sentía en aquellos momentos. “Señor, no lo trago”.
—¿Un poquito más de vino? —preguntó Charlotte contemplando con interés la expresión de su rostro y la dirección de su asesina mirada—. Se nota demasiado —susurró con discreción.
—¿El qué? —quiso saber volviéndose hacia ella con el ceño fruncido.
—Que te altera —respondió su amiga sin tapujos.
—Tienes razón, me altera —dejó escapar un suspiro. No merecía la pena dedicarle ni un mal pensamiento—. ¿Y ese vino?
Charlotte movió la cabeza hacia los lados a la vez que una burlona sonrisa comenzaba a formarse en sus labios.
Al otro lado de la sala Peter, John y Harry, amigos inseparables desde la universidad, intentaban ponerse al día después de semanas sin saber unos de otros.
—Me ha dicho Harry que piensas quedarte toda la semana. Eso es estupendo —festejó Peter dándole a John un vigoroso abrazo de bienvenida.
—Así es —sonrió ligeramente ante el efusivo saludo— tu fiesta de compromiso ha sido el pretexto que necesitaba para tomarme un merecido descanso. Después de seis semanas cerrando un contrato millonario con una empresa de Estados Unidos estoy agotado. Necesitaba un respiro.
—Yo lo necesitaré una vez que todo esto termine —aseguró alzando la mirada al techo con fingida expresión de mártir.
—Riley, eres un calzonazos. —Lo acusó Harry—. Si fueras un hombre de verdad no tendría que disfrazarme de lechuguino para tu fiesta —terminó señalándolo con el dedo.
—A ti te quisiera ver en mi lugar —se defendió con rapidez el otro pero sin rastro de pesar. Era demasiado evidente que se sentía feliz. El brillo de sus ojos y la sonrisa perenne de sus labios así lo confirmaban.
—Por eso nunca me verás en esa situación —añadió haciendo una mueca de guasa.
John no pudo evitar que sus labios esbozaran una sonrisa divertida ante la trifulca verbal. Algunas cosas nunca cambiaban. Un movimiento a la izquierda atrajo su atención. Su mirada contempló las largas piernas enfundadas en los pantalones de color gris que subían las escaleras de caracol y dejó de escuchar las pullas que Harry lanzaba a Peter. Su mirada se deslizó lentamente hacia abajo admirando los finos tobillos que asomaban bajo el pantalón con cada nuevo paso. El hechizo se rompió en el instante que sus ojos se toparon con los zapatos abotinados de charol negro y discreto tacón típicos de una estricta institutriz. ¿Qué otra cosa habría cabido esperar tratándose de ella? Olvidándose de sus fabulosas piernas rescató el antagonismo que gobernaba su relación.
“Ojo por ojo”, pensó observando cómo desaparecía dejando atrás los últimos escalones. Un ligero remordimiento de conciencia lo asaltó al recordar la expresión descompuesta de Elaine hacía tan solo unos instantes pero cualquier signo de arrepentimiento desapareció ante la maravillosa sensación de revancha. Había disfrutado al ver su cara de incredulidad cuando saludó en primer lugar a Charlotte. Ahora estaban igualados a desplantes. Ella había comenzado, determinó llevándose la copa a los labios.
“Buen vino”, pensó saboreándolo.
—¡Dios mío, Charlotte! Has transformado este lugar —aseguró maravillada con el cambio que había sufrido el apartamento.
Habían movido tabiques, pintado y redecorado todas las habitaciones. El resultado era sorprendente. Realmente estaba fascinada. Los colores elegidos armonizaban a la perfección entre sí creando un ambiente cálido y acogedor.
—Jamás hubiera pensado que una pared pintada de rojo me gustaría, pero es… perfecta —confesó sorprendida después de ver el salón y sin poder dejar de moverse de una habitación a otra apreciando el buen gusto de su amiga a la hora de combinar cuadros y complementos para cada estancia.
—A Peter casi le da un infarto cuando le dije lo que pensaba hacer —explicó riendo apoyada contra la puerta de una de las habitaciones que Elaine miraba con la boca abierta y la admiración brillando en sus verdes ojos— pero ha tenido que tragarse sus protestas y reconocer que le encanta —añadió satisfecha tomando un pequeño sorbito de vino.
—Brindemos —dijo alzando la copa— por la casa, por tu fiesta y por vosotros.
—Por todo eso. —Asintió Charlotte entrechocando su copa con la de su amiga.
—Por cierto, un vino estupendo —reconoció después de un buen trago.
Capítulo 2
Después de todo, la improvisada reunión no había sido tan mala idea. Todos parecían estar pasándolo de maravilla sentados en torno a la gran mesa, con los platos repletos de deliciosa comida china servida a domicilio, estupendo vino e inmejorable compañía. Las conversaciones, en su mayoría, tenían un carácter desenfadado y animado. A cada momento las carcajadas de algunos de los presentes llenaban la habitación atrayendo la atención del resto, que dejaban su charla para participar de las chanzas al otro lado de la mesa. A pesar de que uno de los temas favoritos de la noche era, cómo no, la fiesta de compromiso de la feliz pareja, Charlotte parecía haberse olvidado de los nervios que aquella misma tarde casi habían vuelto loca a Elaine y se sumaba a las bromas que, sobre todo los chicos, hacían a costa de ella y su alocada idea.
La misma Elaine había olvidado el incidente con John y estaba disfrutando de la velada pese a que Harry había preferido sentarse al lado de sus amigos en lugar de hacerlo junto a ella. Ese detalle no le molestaba. Intuía que una vez reunidos eran inseparables.
Los observó durante unos instantes por encima del borde de la copa. Nunca dejaba de sorprenderle que unos hombres tan diferentes pudieran ser tan amigos. Los tres eran abogados y guapos, pero hasta ahí llegaban las semejanzas.
Peter era rubio, con unos bonitos ojos azules que siempre parecían estar sonriendo, afable y abierto en el trato con los demás, directo y entrañable. Sin duda era el hombre que cualquier madre desearía para su hija.
Por el contrario, Harry con su ensortijado cabello castaño, los pícaros ojos del color de la miel, una sonrisa de depredador y aquel aire de chico malo, resultaba mucho menos recomendable. Pero totalmente irresistible, pensó a la vez que su mirada resbalaba sobre la camisa de rayas verdes que cubría su musculoso pecho. Dejó escapar un pequeño e imperceptible suspiro mientras sus ojos se desplazaban hacia el último componente del trío.
“John”, acercando de nuevo la copa a los labios dejó que el nombre sonara en su cabeza. Era un poco más alto que los otros dos y tenía el pelo negro, liso y algo rebelde. Los ojos oscuros, de mirada enigmática y retadora. Su boca era… llamativa, se dijo a sí misma sin dejar de observarlo. El labio superior bien dibujado contrastaba con el inferior ligeramente más carnoso. Sin duda una boca que en cualquier otro le habría resultado provocativa y sensual aunque por el simple hecho de ser suya perdía el encanto. Sobre su nariz también se podrían decir varias cosas, pensó rememorando la maestría con que Cyrano describía su propio apéndice; por supuesto la de John no resultaba en absoluto grotesca, simplemente un poquito abundante, se dijo reprimiendo una risilla maliciosa y un tanto achispada. Él era el más enigmático de los tres, el menos accesible, el más reservado y eso provocaba la desconfianza de Elaine. No le gustaba ese tipo de gente. “Y si además piensas en que es un sabelotodo y en la forma en que menospreció tus más que razonables conocimientos sobre vinos, entonces está todo dicho. Es un presuntuoso insoportable”, aplaudió la conclusión de su voz interior.
Sin previo aviso, John dejó de mirar a Peter que se explicaba gesticulando de forma aparatosa y clavó sus pupilas en las de ella. Elaine le sostuvo la mirada tan solo unos segundos. Tiempo suficiente para notar la descarga invisible que atravesó el espacio que los separaba e impactó en sus ojos con fuerza, abrasándola y acelerándole el pulso. Sorprendida e incómoda fue la primera en apartar el rostro. Intentó, sin éxito, mostrar interés en la conversación que mantenían a su izquierda mientras continuaba notando los ojos de John sobre ella inquisitivos y retadores. A pesar de sentir las mejillas arder por segunda vez en la noche, no se dejaría intimidar. No por uno de sus juegos, decidió volviéndose para enfrentarlo. Descubrir que él ya no le prestaba atención la hizo sentirse ridícula y el calor de la vergüenza se extendió a todo el rostro. Con un gesto demasiado airado dejó la servilleta sobre la mesa, apartó la silla y se fue directa al aseo. Necesitaba unos minutos a solas para serenarse antes de hacer una tontería, como arrojarle algo a la cabeza por petulante.
—Si es que no necesita decir nada para lograr trastornarme —masculló frente al espejo enfadada consigo misma por ser tan susceptible—. Tranquilízate Elaine, —dijo inspirando profundamente— tienes que reconocer que por una vez no ha hecho nada para provocarte.
En condiciones normales no habría pensado tal cosa y por supuesto no estaba dispuesta a repetirlo jamás en voz alta y mucho menos ante nadie, pero el vino que había tomado le estaba provocando un ataque agudo de sinceridad. Lo cierto era que, después de sorprenderla observándolo con tanto detenimiento, tenía motivos para desafiarla como lo había hecho. Abrió el grifo del agua fría, metió las muñecas bajo el chorro y, pasando la mano mojada sobre la nuca, consiguió aliviar el sofoco.
John advirtió que había abandonado la mesa precipitadamente y esbozó una imperceptible y sesgada sonrisa antes de volverse hacia Harry y Peter. Tenía que reconocer que se había sorprendido al descubrir sus grandes ojos mirándolo de una manera tan directa. Ella, que normalmente evitaba cualquier contacto visual con él y tampoco le dedicaba más palabras de las estrictamente necesarias. Entonces, ¿por qué lo estaba mirando de aquella manera? Intrigado no había podido dejar de contemplarla aun cuando se había girado dándole la espalda. Era una mujer singular. Aquel era el adjetivo que creía la definía a la perfección. Lo mejor sería continuar como hasta el momento, procurando ignorarse mutuamente si no quería complicarse la vida. Y no quería.
La sintió llegar a pesar de estar pendiente de Harry. Se obligó a no volverse.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Charlotte preocupada.
—Sí —sonrió—, solo necesitaba refrescarme un poco. El vino es estupendo pero creo que he bebido más de la cuenta —se justificó alejando un poquito la copa en la que aún quedaban restos del delicioso chardonnay.
Charlotte aceptó su explicación y reanudó la conversación con Tony, que estaba sentado frente a ella. Elaine hizo un esfuerzo para unirse al grupo pero tan solo captaba a medias lo que estaban diciendo. Algo sobre planetas y alineaciones planetarias. ¿Desde cuándo le interesaba a Charlotte la astronomía? No se estaba enterando de nada y todo porque no podía dejar de pensar en lo espantosamente ridícula que se había sentido esa noche. Aquello parecía estar convirtiéndose en una costumbre siempre que John estaba cerca.
Deseó poder arrojarle a la cara todo aquel rencor que había ido acumulando contra él en todos y cada uno de sus encuentros, pero supo refrenarse. No le daría la oportunidad de incomodarla una vez más. Porque estaba segura de que disfrutaba haciéndola sentir patética.
Era tarde cuando el numeroso grupo comenzó a despedirse de sus anfitriones. Elaine se puso a recoger las copas y los envases de la comida para llevar, mientras sus amigos acompañaban a los últimos rezagados a la puerta.
—¿Qué haces? —la reprendió Charlotte quitándole de las manos los vasos sucios—. Deja eso ahora mismo.
—No voy a irme dejándote con todo el trabajo…
—Olvídalo, esto se queda así hasta mañana. —Le aseguró arrastrándola fuera de la cocina.
—Entonces será mejor que llame un taxi. Es tarde y mañana… —consultó la hora— hoy, tengo un millón de ejercicios que corregir.
—¿Llamar un taxi? Pero si has venido con Harry. —Charlotte siguió la dirección que señalaba Elaine—. ¿No se cansan nunca? —Preguntó al ver que Peter había vuelto a sentarse junto a los otros dos y volvían a enzarzarse en una nueva conversación. Sin esperar respuesta por parte de Elaine se acercó a ellos—. Peter, cariño. Dile a tus amigos que vuelvan mañana, es hora de meterse en la cama.
—¡Cuánta sutileza! —comentó Peter riendo con humor.
—Lo que yo digo, te tiene dominado —bromeó Harry poniéndose en pie y señalando con el dedo a su amigo—. Qué lástima… ¡Ay! —se quejó, frotándose el brazo en el que Charlotte acababa de propinarle un pellizco—. ¡Bruja!
—Es solo una advertencia para que aprendas a no meterte con mi chico —el aviso iba acompañado de una sonrisa.
—¿Entiendes ahora por qué la quiero? —preguntó Peter pasando el brazo sobre los hombros de su prometida y estrujándola contra él—. Estando con ella nadie se atreverá jamás a enfrentarse a mí. —Bromeó ganándose un pequeño codazo en el costado por el comentario.
Mientras tanto, Elaine continuaba debatiéndose entre llamar a un taxi o pedirle a Harry que la acercara a casa, pero sin atreverse a participar de las bromas. Se sentía un poco desplazada por la camaradería existente entre ellos y a la que Charlotte parecía haberse acomodado sin problema. “¿A quién quieres engañar?”, la pregunta no requería respuesta porque era evidente que la presencia de John le molestaba hasta el punto de no permitirle integrase en el grupo. Aprovechando que nadie reparaba en ella, lo estudió de pies a cabeza intentando averiguar qué podía tener de especial para que todo el mundo lo encontrara maravilloso. Excluyendo el aspecto físico, que reconoció a regañadientes más que pasable, y su soberbia solo quedaba un tipo bastante soso. No era demasiado hablador, ni expresivo y por lo poco que sabía tampoco poseía un sentido del humor sobresaliente. ¿Entonces por qué le afectaba tanto tenerlo cerca? ¿Por qué la inseguridad que normalmente mantenía bajo control se desataba con su sola presencia? No lo sabía y no tenía ningún interés en averiguarlo. Y dado que la cosa allí parecía ir para largo, decidió que lo mejor sería pedir un taxi.
—Por cierto, te recuerdo que tienes que acompañar a Ellie a casa —apuntó Charlotte en el mismo instante en que ella se disponía a buscar el móvil, como si le hubiera leído el pensamiento.
—Por supuesto que sí —dijo haciéndose el ofendido—. Soy un caballero —se giró hacia ella para guiñarle el ojo.
—No hace falta, de verdad, —le sonrió— puedo ir en un taxi.
—De eso nada. Has venido conmigo y yo seré el que te deje ante la puerta de tu casa.
—Gracias. —Apreciaba el gesto pero no pudo dejar de sentirse decepcionada. El guiño le había parecido una promesa silenciosa. Se había equivocado de plano al creer que la escogería a ella antes que a John.
—Entonces nos vamos —anunció Harry estrechando la mano de Peter con fuerza y dándole un par de besos a Charlotte— ¿Seguro que no quieres que te echemos una mano con todo esto?
—Olvídalo, mañana lo recogerá Peter —bromeó de nuevo ganándose por ello un pellizco en el trasero— ¡Ay!
—Aún hay esperanzas para este chico, no todo está perdido.
Esta vez fue John el encargado de seguir la broma con una sonrisa sardónica en los labios al ver el gesto de Peter tras la pulla de Charlotte.
—Fuera todos de mi casa —haciéndose la ofendida los acompañó hasta la entrada.
Habían dejado a Elaine en su casa dispuestos a disfrutar del resto de la noche. Con una copa delante y a pesar del volumen de la música, continuaban charlando cómodamente instalados en la barra del John Snow, en el Soho. Ante ellos una espectacular morena a la que Harry no perdía de vista, se contoneaba provocativa.
Las miradas de Harry hicieron preguntarse a John qué había entre aquel y Elaine. Podía imaginar que nada serio o de otra manera no estarían sentados en aquellos taburetes, a aquellas horas de la noche y disfrutando del panorama. Pero la cara de adoración de Elaine al despedirse de Harry le había sorprendido y lo llevaba a una conclusión que no le agradaba en absoluto. Solo esperaba que aquel tenorio no estuviera jugando con ella. No entendía por qué y no pensaba devanarse los sesos para averiguarlo pero la posibilidad de que así fuera lo molestaba. “¿Por qué le estoy dando vueltas al asunto?”, su relación con Elaine era pésima y no tenía visos de ir a mejorar, ¿qué le importaban a él sus sentimientos? Demostraba ser una tonta si realmente se colgaba por un tipo como Harry. Era un Casanova sin solución al que se veía venir de lejos.
—¿Vas en serio con Elaine?
¿Pero qué estaba diciendo? No se podía creer que lo hubiera expresado en voz alta. Aun así, aguardó, temiendo la respuesta.
—¿Qué? —Harry tardó unos segundos en entender de qué le hablaba—. ¿Con Elaine? —de haber albergado alguna duda al respecto, el tono de asombro y la cara de espanto de Harry le dieron la respuesta sin necesidad de pronunciar ni una palabra. Su risa ronca reforzó la impresión de haber realizado la pregunta más estúpida del siglo—. Ni de broma. No está mal y nos lo pasamos bien de vez en cuando, punto.
—¿Y ella lo sabe? —insistió con cierta indiferencia.
—Supongo que sí —se encogió de hombros volviendo a devorar a la morena que