Con la lengua fuera

Álex Grijelmo

Fragmento

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SI CHAVES HUBIESE ESCRITO DE ZAMORA…
PRÓLOGO

A mediados de los sesenta, cuando vivía en Sevilla, alguien me regaló el libro Belmonte, matador de toros, de Chaves Nogales. Me fascinó. Me pregunté por qué no le habría dado al escritor por hacer un libro así de Ricardo Zamora, figura contemporánea y de tanto fuste como Belmonte o más.

La respuesta me la di yo mismo. Cuando llegó el deporte a España, la flor del pensamiento español lo vio con desdén. Una moda que venía de fuera, traída por los ingleses, adaptada por jóvenes estudiantes con pretensiones de voltearlo todo. La difusión en prensa de esta novedad fue cosa de los propios practicantes o expracticantes, que fueron ganando espacios para anunciar partidos, aclarar dudas sobre reglamentos, comentar encuentros o hacer entrevistas.

El teatro, la ópera o los toros gozaban de prestigiosas plumas. El deporte, no. Las páginas deportivas crecían, pero sus firmas eran expracticantes que escribían no por la belleza de su estilo ni por la profundidad de su pensamiento, sino porque conocían los secretos de esa nueva actividad.

Los Chaves Nogales no entraban ahí.

A la vuelta de la guerra no fue distinto. La pauta era exaltar las virtudes de la raza y el deporte resultaba ideal para eso. Las páginas deportivas se llenaron de retórica triunfalista, generalmente sin base porque éramos muy malos en todo. A veces un Zarra, un Galiana, un Bahamontes o el Real Madrid justificaban los ditirambos, en general empalagosos. Y peor era en el caso de las derrotas, siempre achacadas a alguna conjura internacional.

Antonio Hernández Coronado, exjugador, luego creador de la función de secretario técnico, escribió en un gracioso libro titulado Las cosas del fútbol unas palabras crueles sobre la cuestión: «Para escribir de fútbol en un periódico se exigen dos requisitos: ser amigo del director y no valer para otra cosa».

Hubo excepciones, desde luego. Miquelarena antes de la guerra. Gilera, Antonio Valencia y Manolo Alcántara después, más las incursiones de Gonzalo Suárez, bajo la firma de Martín Girard, por citar algunas. Pero en general los textos deportivos con que, ladrillo a ladrillo, se edificaban los periódicos deportivos (o las secciones deportivas de los diarios generalistas) eran más bien ramplones, como construidos con un diccionario de tópicos a mano que iba enriqueciéndose con el tiempo con nuevas incorporaciones, no todas bellas y la mayoría muy gastadas o mal traídas.

Las mejores firmas se mantenían distantes, o hacían apariciones esporádicas, casi siempre con un tono de «me asomo aquí a ver a qué huele y enseguida me marcho». Durante el franquismo quedó establecido, a mi modo de ver de forma injusta, que el deporte espectáculo era un opio con el que el Régimen mantenía al populacho fuera de la política. Quedaba fuera de ese análisis la realidad de que en las democracias que nos rodeaban se seguía el deporte tanto o más que aquí, pero la idea cuajó, así que al menos hasta la Transición nadie que estimara el prestigio de su firma iba a arriesgarlo poniéndola de forma regular al servicio de lo deportivo.

La prisa que acompaña al ejercicio del periodismo, oleadas de jóvenes periodistas mal preparados, la invasión de barbarismos y, no digamos ya, el lenguaje abreviado hasta la perversión del mundillo digital son problemas añadidos a una mala tendencia que se remonta a más de un siglo.

Por eso decidí un día pedirle a Álex Grijelmo que colaborara en las páginas de As con la intención de ir modificando ese vicio. Nos conocemos desde que él era estudiante y yo no hacía mucho que había dejado de serlo. Me buscó por un amigo común para pedirme que le hiciera una gestión: solicitarle a Juan Luis Cebrián una entrevista, supongo que para un trabajo de su carrera. Yo estaba en la redacción fundacional de El País y no me costó nada complacerle. Luego, siempre hemos tenido un trato cordial, a media distancia pero constante, durante el tiempo en que he ido admirando sus éxitos y agradecido en lo más íntimo por su tarea como evangelizador de la lengua bien hablada, de la que tantos se desentienden.

Acordamos media página dominical, apenas una píldora para un mal tan grande, pero píldora tras píldora, semana tras semana, constituía un tratamiento que con el tiempo fue haciendo efecto. Comprobé cómo poco a poco redactores descuidados dejaban de serlo, se ahorraban latiguillos, sustituían barbarismos por su adecuado equivalente en castellano. Y cuando alguno no lo hacía, no faltaba quien se lo hacía notar con las tablas de la ley en la mano, como se llegó a conocer en la redacción aquella serie de instrucciones-reconvenciones que Grijelmo desarrollaba domingo a domingo.

Me llenó de satisfacción que aquello saltara las paredes de la redacción de As, notar que se comentaba entre periodistas de otros medios, y en especial que la preocupación alcanzara al Carrusel deportivo de la SER, donde empezaron a cuestionarse entre sus redactores, directamente en antena, si estaba bien o mal dicho esto así o asá. Empezó a haber más referencias al artículo del domingo, con la advertencia al que patinaba: «Como te pille Grijelmo…».

Fueron cuatro años, domingo a domingo. Él pensó, al principio, que no le daría para mucho. Yo le animé: «No te preocupes, llega hasta donde llegues, aunque sea poco será bueno». Pero duró más de lo que él pensaba, y para que no se pierdan en la bruma del tiempo los recopila ahora en este libro, guía conveniente para periodistas deportivos y lectura grata para quienes sientan interés por el deporte y por el buen uso del castellano.

La prensa deportiva no ha sido la única amenaza que ha sufrido el castellano. Ni siquiera la peor. La peor para mí es el mundo de los políticos de hogaño, cuya jerga se amplifica en los telediarios hasta límites imposibles de cuantificar. Y no está lejos el abandono de la enseñanza pulcra del idioma, desde el bachillerato a la universidad. Pero el deporte tiene un alto consumo y todo lo que se haga para que no envicie sino que limpie el castellano es justo y necesario.

Eso le da un valor único a estas píldoras medicinales que Álex Grijelmo escribió, según él con la lengua fuera, pero que me dio la alegría de mantener mientras yo dirigí el periódico. Alegría a la que ahora suma el honor de pedirme este prólogo.

ALFREDO RELAÑO

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INTRODUCCIÓN

Este libro recoge los artículos que publiqué en el diario As entre los años 2016 y 2019 (ambos inclusive). Los lectores de ese periódico habrán tenido ocasión de encontrarlos en sus páginas y, si acaso, leerlos; no así el público general que está interesado en cualquier asunto que concierna a la lengua española y su tratamiento en los medios de comunicación pero no lee la prensa deportiva.

El léxico del deporte me parece muy interesante porque sus palabras se mueven a menudo en la frontera que separa el vocabulario tradicional, de un lado, y la innovación y los extranjerismos, de otro. Y también porque en este terreno a

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