Iceberg (Dirk Pitt 2)

Clive Cussler

Fragmento

PRÓLOGO

PRÓLOGO

El sueño inducido con drogas se disipó, y la muchacha inició la torturante lucha por recobrar el conocimiento. Una luz tenue y difusa llegó a sus ojos, que se abrieron lentamente, mientras un repugnante hedor invadía sus fosas nasales. Estaba desnuda, con la espalda apretada contra una pared húmeda, amarilla, cubierta de cieno. Al despertar intentó convencerse de que todo era irreal, absurdo. Tenía que ser una horrorosa pesadilla. Entonces, de pronto, antes de que hubiera tenido ocasión de combatir el pánico que crecía en su interior, el lodo amarillo del suelo se elevó y subió por los muslos de su cuerpo indefenso. Aterrada, empezó a gritar… a gritar como enloquecida, mientras el cieno reptaba por su desnuda piel sudorosa. Con los ojos desorbitados, forcejeó desesperadamente. Era inútil, tenía las muñecas y los tobillos fuertemente encadenados a la superficie de la pared cubierta de limo. Lenta, muy lentamente, la masa repugnante de lodo alcanzó sus pechos. Y entonces, en el preciso instante en que el cieno tocaba los labios de la joven, un rugido vibrante y una voz espectral, invisible, repercutieron en el tenebroso recinto.

–Lamento interrumpir su período de estudio, teniente, pero el deber lo reclama.

El teniente San Neth cerró con violencia el libro que sostenía en las manos.

–Maldición, Rapp –dijo al hombre de rostro agrio que iba sentado a su lado en la carlinga del estrepitoso aeroplano–, cada vez que llego a una parte interesante, me interrumpe.

El alférez James Rapp señaló con la cabeza el libro. La tapa en rústica mostraba a una muchacha debatiéndose en un charco de cieno amarillo… mantenida a flote, según dedujo, gracias a sus enormes senos.

–¿Cómo puede leer esa basura?

–¿Basura? –repitió Neth con una mueca de dolor–. ¡Usted no sólo invade mi intimidad, alférez, sino que se cree mi crítico literario! –Levantó las manos con fingido desaliento–. ¿Por qué siempre me asignan un copiloto cuyo cerebro primitivo se niega a aceptar el estilo y el refinamiento contemporáneo?

Puso el libro en un estante toscamente construido que colgaba del panel lateral sostenido por una percha. En el anaquel también había varias revistas manoseadas que mostraban cuerpos femeninos desnudos en numerosas posiciones seductoras. Era evidente que a Neth no le interesaban precisamente los clásicos de la literatura.

Después de suspirar, se enderezó en su asiento y por el parabrisas contempló el mar que se extendía abajo.

Hacía cuatro horas y veinte minutos que el avión de reconocimiento de la Guardia Costera estadounidense volaba cumpliendo una aburrida inspección rutinaria de vigilancia de icebergs, que constituía, al mismo tiempo, una misión cartográfica. La visibilidad era buena, el cielo estaba despejado, y el viento apenas movía el ondulante oleaje; algo excepcional en el Atlántico Norte en pleno mes de marzo. En la carlinga Neth, con cuatro de los tripulantes, pilotaba el enorme boeing cuatrimotor, mientras los otros seis miembros de la tripulación instalados en la sección de carga, vigilaban las pantallas de radar y otros instrumentos científicos. El teniente consultó su reloj y luego hizo virar el avión en un gran arco para dirigirlo hacia la costa de Terranova.

–Misión cumplida –exclamó tranquilo, y cogió de nuevo el libro de terror–. Por favor, Rapp, muestre un poco de iniciativa. No más interrupciones hasta que lleguemos a Saint John.

–Haré lo posible, teniente –respondió Rapp con acritud–. Si ese libro es tan interesante, ¿por qué no me lo presta cuando lo haya terminado?

–Lo siento –dijo Neth al tiempo que bostezaba–. Tengo por principio no prestar jamás mi biblioteca privada. –De pronto el auricular chisporroteó en sus oídos y tomó un micrófono–. ¿Qué pasa, Hadley?

En el vientre del avión, tenuemente iluminado, el marino de primera Buzz Hadley contemplaba con atención el equipo de radar, cuya pantalla arrojaba sobre su rostro un verde resplandor espectral.

–Veo algo misterioso, señor. A veinte kilómetros, rumbo tres cuatro siete.

Neth movió el interruptor del micrófono.

–Vamos, vamos, Hadley. ¿Qué quiere decir con eso de «algo misterioso»? ¿Ha divisado un iceberg o tiene en su pantalla una vieja película de Drácula?

–Tal vez haya captado su terrorífica novela pornográfica –gruñó Rapp.

De nuevo se oyó a Hadley:

–A juzgar por la configuración y el tamaño, es un iceberg, pero mi señal es demasiado fuerte para tratarse de hielo común.

–Está bien –suspiró Neth–. Echaremos un vistazo. –Miró a Rapp con el entrecejo fruncido–. Pórtese bien y pónganos en rumbo tres cuatro siete.

Rapp asintió con la cabeza e hizo girar la columna de control para cambiar el rumbo. El avión, acompañado por el constante bramido de los cuatro motores PrattWhitney a pistón y su incesante vibración se ladeó suavemente hacia un nuevo horizonte.

Neth cogió unos binoculares y los enfocó sobre la interminable extensión de agua azul. Ajustó las perillas de enfoque y los sostuvo con la mayor firmeza posible, pese al temblor del avión en movimiento. Entonces lo divisó: un inmóvil punto blanco que flotaba serenamente sobre el reluciente mar color zafiro. Lentamente el iceberg se agrandó dentro de los túneles circulares de los binoculares, a medida que el parabrisas de la carlinga cerraba la distancia. Entonces Neth cogió el micrófono.

–¿Qué le parece, Sloan?

El teniente Jonis Sloan, el experto en las grandes masas de hielo a bordo del avión patrullero, estaba observando el iceberg por una puerta de carga semiabierta, detrás de la cabina de control.

–Es de los comunes, variedad doméstica –se oyó por los auriculares la voz mecánica de Sloan–. Un iceberg tabular, con cima en forma de meseta. Calculo que tendrá unos sesenta metros de altura y probablemente pese alrededor de un millón de toneladas.

–¿Común? –Neth parecía sorprendido–. ¿Variedad doméstica? Gracias, Sloan, por su detallada descripción. Estoy impaciente por visitarlo algún día. –Se volvió hacia el alférez–. ¿A qué altitud estamos?

–Trescientos metros –dijo Rapp con la mirada fija hacia adelante–. La misma que hemos mantenido todo el día… y ayer… y anteayer…

–Sólo estaba verificando, gracias –interrumpió Neth en tono pontifical–. Rapp, no sabe usted qué seguro me siento de llegar a viejo estando usted en los controles, con su capacidad y talento.

Se protegió los ojos con unas gafas gastadas de aviador y se preparó para soportar el golpe de frío antes de abrir la ventanilla lateral para ver más de cerca.

–Allí está –dijo haciendo una seña a Rapp–. Haga dos o tres pasadas y veremos lo que hay que ver.

Neth tardó apenas unos segundos en sentir la cara como la castigada superficie de un alfiletero; el aire helado le azotó la piel hasta que, p

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