Consejos de jardinería social (Flash Relatos)

Jorge Díaz

Fragmento

No se imagina, señor juez, cuánto lamento estar aquí; le aseguro que no es más que un desafortunado malentendido. Claro que no me opongo a aceptar las evidencias. Han aparecido cinco cadáveres enterrados en el jardín de mi casa, sería absurdo negarlo cuando las excavaciones se han hecho en la más estricta legalidad, con un permiso firmado por usted mismo, con luz y taquígrafos, como vulgarmente se dice. Sólo hay que leer los periódicos, todos se han hecho eco de la noticia con gran profusión de documentos gráficos. De manera excesivamente sensacionalista, si me permite expresarle mi opinión.

Es cierto que los cadáveres estaban allí, es cierto que habían sido descuartizados, pero ¿a qué vienen esos insultantes calificativos?: «El carnicero de la mansión», «la casa del descuartizador», hasta «la guarida del monstruo» he llegado a leer. ¿Le parece bien? Creo que una cosa es dar información veraz y objetiva, y otra muy distinta juzgar. Porque el único que tiene facultad para hacerlo es usted y no se debería menoscabar su autoridad.

Como le digo, no niego que en mi jardín hubiera enterrados cinco muertos. Lo que rechazo es mi relación con ellos, o no estrictamente mi relación con ellos, que le narraré con todo detalle, sino con el momento en que llegaron a mi jardín. Sé que es difícil de justificar, porque usted, a buen seguro, se preguntará cómo enterraron esos cinco cuerpos sin que yo me enterara. No tengo una explicación convincente, lo reconozco. Se tendrá que fiar de mí; sé que no le costará, porque noto una corriente de simpatía innegable entre ambos. De habernos conocido en circunstancias diferentes, no sería de extrañar que hubiéramos mantenido una amistad íntima y duradera, así lo creo. Pero no vamos a cerrar las puertas, saldremos de aquí y la vida que nos queda por delante será larga y fructífera. Estamos más que a tiempo de estrechar los lazos de esa amistad.

En los periódicos, en la radio, en los noticieros de televisión, se ha indagado sobre mi vida con una indiscreción difícil de admitir. No dé crédito a la mayor parte de las cosas que se han dicho. ¿Qué sociedad es ésta en la que se han perdido valores elementales como el respeto y el decoro y en cambio se ensalza el cotilleo más indigno? Sé que está de acuerdo conmigo. Usted mismo ha defendido a través de sus sentencias el derecho a la intimidad, como tantas veces se ha puesto de manifiesto, por ejemplo, en el caso de aquella actriz que denunció a la revista que publicó fotos suyas desnuda sacadas en su propio jardín. Qué cuerpo privilegiado, permítame que le diga como un comentario al margen. Usted, en un gesto que le honra, castigó a la revista siendo consciente de la campaña mediática que se iniciaría en su contra. Hizo gala de su gallardía y de sus deseos de justicia. Por eso me alegré cuando supe que juzgaría mi caso; no pensé en el resultado del juicio, que ha de ser la inocencia, sino en esta extraña oportunidad de conocer a quien hace tanto admiro.

Fotos en el jardín, cadáveres en el jardín… ¡Cuántos desmanes de la sociedad en lo que debería ser un terreno del más estricto ámbito privado! ¿Sabe lo que dijeron de mí en un programa de sobremesa? Que era un psicópata. Imagínese… ¿Yo?, ¿un psicópata yo? Y lo dijo un tertuliano cuyo único mérito en la vida ha sido ganar un concurso de la tele de esos que muestran al ser humano encerrado, como si fuera una cobaya, en una casa, en una granja, en un hotel, en una isla… ¿Cuánta gente vive encerrada con cámaras delante? Ni se sabe, y después se me insulta en mi libertad y mi deseo de ayudar a los demás. Si le dijera a cuántas organizaciones no gubernamentales pertenezco, no se lo creería. Ayudo a los ecologistas, a la lucha contra el hambre, a los refugiados… Gran parte de mi vida es ayudar a los demás. ¿Un psicópata hace eso? No, un psicópata se encierra o encierra a los demás; la tele es muestra de ello.

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